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Su profesión fue siempre muy apreciada

Mientras hablábamos se acercó otro hombre. Era un pintor nativo de Varsovia. Un hombre de mediana estatura, con nariz aguileña y una perilla completamente negra sobre su piel blanca azulada […]. Ese aspecto tan peculiar llamaba la atención ya a lo lejos y evidenciaba una posición social elevada (en el campo de concentración su profesión fue siempre muy apreciada). Todo el mundo le mostraba respeto y en alguna ocasión me habló largo y tendido de su trabajo.

Pinto para los soldados alemanes. Hago retratos. Me traen fotos de sus familiares, de sus mujeres, madres e hijos. Todos quieren un retrato de alguno de sus seres queridos. Los miembros de las SS me hablan de ellos con cariño, con mucho sentimiento. Me dan detalles como, por ejemplo, el color de sus ojos, de su cabello. Yo pinto sus retratos a partir de una foto en blanco y negro tomada por un amateur y a menudo desenfocada. Sin embargo, y a pesar de todo lo que se dice por ahí, me gustaría no pintar más a los familiares de los soldados alemanes. Me gustaría pintar un cuadro en blanco y negro de los niños amontonados en el pabellón de aislamiento[1]. Me gustaría pintar el retrato de toda esa gente asesinada por los alemanes y regalarles los cuadros para que se los lleven a sus casas y decoren con ellos sus paredes. ¡Maldita sea!

El hombre perdió los nervios en ese momento.

Samuel Willenberg, La rebelión de Treblinka

FIN DE LA PRIMERA PARTE