Epílogo

 

Miro a mis pequeños correr y reír entre las vides en flor. Chillando y canturreando cualquier canción inventada por ellos. Me arrebujo en el costado de mí esposo, sintiéndome una vez más, la mujer más afortunada del mundo. El ocaso tiñe de naranja el cielo, creando que la tenue luz haga de la estampa, algo digno de inmortalizar.

No hay un antes o un después. El recuerdo perdurará para siempre, las vivencias, sus “te quiero”. Siempre, formaran parte de mí vida. Siempre, amaré a Ernest. Pero Fernando, siempre será mí futuro. El que me ha hecho darme cuenta de la magnitud de los sentimientos. Que el amor, no es más que una palabra insignificante ante todo lo que sintió y siente por mí. Me enseñó a amarlo de una manera, más allá de la lógica. Por lo que aún no han inventado la palabra para describirlo. Lo que tenemos Fer y yo, no tiene definición, pero la palabra que más lo abarcaba todo, es felicidad. Completa y exquisita felicidad.

—Te amo, mi neandertal…

Fernando sonríe y agarra mi culo, apretando mis nalgas con ganas.

—¿Está intentando seducirme, Señora Vidal? —Ronronea a un suspiro de mis labios.

—Y eso que aún no te dije lo que estoy pensando… —Muerdo su labio inferior y estoy a punto de recibir su beso, cuando la voz de mi pequeño Ernesto, me llama llorando.

—¡Mami, Rosi no quiere casarse conmigo…! —Solloza entre hipidos.

Ambos reímos y Fernando me suelta para bajar el porche y consolarlo. Mi pequeño se restriega los ojos con el puño mientras que su padre besa su cabeza. Me dejo caer en la baranda, mirándolos embelesada.

—Campeón, los hermanos no se casan.

El niño frunce el ceño disconforme y mí niña, llega para hacerle burlas una vez escucha lo que dice su padre. Yo río sin poder evitarlo. Con cinco años que tienen y ya están pensando en novios y casamientos.

— ¡Ella no puede tener novios, papá! ¡Rosi es mía, no quiero que juegue con nadie solo conmigo! — Refunfuña, llorando más.

Decido intervenir, ya que mi pequeño no se calmará del todo a menos que yo sea la que hable con él. Una vez acuclillada a su lado, agarrando a mi pequeña Rosi a mi costado, acaricio su cabello de rizos negros haciéndolo mirarme.

—Siempre serás el hombrecito favorito de Rosi, ¿verdad que sí, princesa? —Le pregunto a mi pequeña torbellino, haciendo que asienta divertida.

Cuando ya está más calmado, como si no hubiera pasado nada, empiezan a jugar y a correr campo a través. Con Ernest intentando alcanzar a Rosi, que no para de gritar ¡No me pillas!

—Más le vale a ese renacuajo, no tener novio hasta los cuarenta —murmura mi neandertal haciéndome reír con ganas.

Fernando, entrecierra los ojos en mí dirección y me preparo para correr si es preciso. Conozco esa mirada, acabaré sin ropa y empotrada contra la pared en cualquier momento y aunque me encante, siempre es más divertido hacerme de rogar.

David pasa por allí, convirtiéndose en el acto, en niñero durante unas horas. Automáticamente empiezo a correr hacia la casa, siendo alcanzada en el pasillo. Me río histérica y sus manos toquetean todo a su paso, haciendo que me olvide hasta de mí nombre.

—A mí princesita, le hacen falta un buen par de azotes en este momento…

 

 

 

 

 

FIN