Fernando
Febrero, Monte Alto.
Con la sonrisa de gilipollas que permanece en mi boca desde hace unos pocos días, aparco justo frente a la floristería de la Señora Marisa. La cristalera está adornada con millones de corazones de cartulinas, montones de flores rojas con el motivo del día que hoy se celebra. No soy muy dado a tener en cuenta los catorce de febrero, pero este en especial es diferente. Sé que el amor no se demuestra solo un día, sé también que, porque yo le regale algo, no voy a hacer que me quiera más. Pero el simple hecho de poder hacer esto por ella sin que me remueva los remordimientos por dentro, me hincha el pecho.
Entro en la tienda, mirando cada estante, cada muñequito y corazón. Pero no busco nada de eso, por lo que me encamino al mostrador donde una señora regordeta, vestida con un vestido ancho y floreado, arregla un ramo de rosas rojas con esmero y felicidad. Si hay alguien a la cual le encante su trabajo, es a Marisa.
—Buenos, días —la saludo haciendo que su sonrisa se ensanche al reconocerme sin siquiera mirarme.
—¡Hombre, Fernandito! ¿Tú, por aquí…? ¿Ya decidiste dejar de hacer el tonto y te dignaste a conquistarla?
Soplo una risa y froto mi nuca avergonzado. Esa mujer a la vez que florista es una chismosa de cuidado. Pero oye, sabe guardar los secretos como nadie.
—Ya la tengo conquistada, solo venía a por un detalle sin importancia.
Deja el arreglo medio terminado a un lado de la mesa que está tras ella y recolocando sus gafas con un dedo, por fin, me mira.
—Regalar una flor, no es ningún detalle sin importancia. Si has venido aquí en vez de a una joyería, es porque para ella vale más una flor que una ostentosa joya. Además, Silvia no es mucho de abalorios… ¿O me equivoco?
—No, no te equivocas. Quiero rosas amarillas. Pero no quiero un ramo, ni una cesta… quiero algo sofisticado.
—Tú déjalo en mis manos… ¿Quieres ponerle nota?
—No será necesario.
Una vez salgo de la floristería con el regalo para Silvia, me dirijo a la hacienda. Quiero prepararle algo romántico, algo que la sorprenda y olvide todo lo pasado. Dejar de lado el pensamiento que tenía de mí y que estos años he estado cosechando egoístamente.
Cuando llego a casa, dejo el regalo en el recibidor junto con las llaves, una botella de nuestro mejor vino y el sombrero y la llamo mientras cruzo la sala. La escucho trastear en la cocina, por lo que sin pensármelo me dirijo allí, encontrándome a mí mujercita intentando agarrar el bote de cacao que está demasiado alto para su baja estatura. Yo, y mi manía de hacerla rabiar…
—¡Maldito capullo…! —Masculla sin saber que estoy allí mismo escuchando ese bonito adjetivo.
Me acerco de puntillas mirando con demasía aquel redondo y apetitoso culo cubierto por un culote de dibujitos de lo más sexy. Mis manos atrapan sus caderas y como si fuera más liviana que un grano de arroz, la alzo haciéndola chillar y agarrarse desesperada al mueble.
—¡Serás gilipollas! ¡Qué susto me has dado!
La muy farruca agarra el bote y con furia aparta mis manos de ella una vez está en el suelo. Claramente no lo consigue, ya que mis manos vuelven a tocarla. Con un resoplido se da por vencida y sonrío en victoria. Me acerco a su cuello, mientras ella se prepara su desayuno y beso donde su pulso late furioso. Mi pequeña fiera está excitada, puedo olerlo y verlo también. Por muy enfadada que quiera parecer, la marca de sus pezones en la camiseta y lo que le tiemblan las manos es suficiente muestra para hacer que la mía propia crezca.
—Te voy a tener que lavar la boca con jabón, señorita camionera… —ronroneo, acariciando ahora su vientre, delineando el filo de sus pantaloncitos.
—Lo haces a posta, siempre colocas las cosas que más uso a tu alcance solo para hacerme rabiar y reírte de mí.
—Es que me encanta verte toda enfurruñada… hace que mi polla se ponga muy dura, cariño… —Para darle énfasis a mis palabras, aprieto mi erección contra sus glúteos, haciendo que sus manos paren de remover su leche con cacao.
Automáticamente su cuerpo se amolda sobre el mío, restregándose contra mí, impudorosamente y eso me hace sonreír como un hijo de puta suertudo. Mi mano derecha se adentra en sus pantalones y bragas, acariciando su pubis, disfrutando del tacto suave de su piel limpia de vello, encontrándome con su humedad justo cuando tanteo su apertura.
Silvia, gime mi nombre, apretando su pelvis contra mi mano para después escurrir la suya hacia atrás. Acariciando mi polla sobre los pantalones, volviéndome jodidamente majara.
La dejo acariciarme, mientras yo exploro su dulce y caliente coño, resbalándome gracias al néctar que emana de su interior. Silvia, gime desaforada, con las mejillas arreboladas por el sofoco y siento como al meter mi dedo índice profundamente, se contrae y lo aprieta succionando mi falange deliciosamente.
—¡Dios…! ¡Cómo me gustaría follarte ahora mismo…! Agarrarte del pelo así —aprieto su cabello en mi puño, haciendo inclinar la cabeza, dejando su cuello a mi entera disposición —, darte tan duro, hacer que notases mis huevos golpear ese bonito culo que tienes…
—Por favor… —Exhala moviéndose sobre mi mano, montando mi dedo en busca de alivio.
—¿Quieres qué lo haga? ¿Quieres qué te folle en la cocina, princesita? —Deslizo mi mano lejos de su sexo, haciéndola gimotear en protesta.
La silencio con un azote y procedo a bajarle los pantaloncitos, dejándola solamente con una débil braguita de encaje de color negro. Mis favoritas y con las que llevo soñando tener la oportunidad de verla en ella, desde que las veía tendidas al sol en más una ocasión. Eso hace que me excite hasta tal punto de poder reventar los pantalones. Tanteo con mi mano libre, sobre la delicada prenda ahora mojada y tibia, para luego subirle mis dedos a los labios. Haciendo que se saboree para luego saborearla yo.
—Mmmm, exquisita…
—Deja de jugar —protesta en un halo de valentía que hace que mi polla pulse.
—No, muñequita, tú eres la que vas a jugar con mi polla ahora. Necesito probar cómo se siente follar esa boquita sucia que tienes.
Una sonrisa sensual, acompañada con una lamida de labios es lo único que hace falta para matarme y tenerme a su disposición. Se mueve, deshaciendo mi agarre en su pelo para a continuación ponerse de rodillas delante de mí. Con una cara de actriz porno que no se puede aguantar, se deshace de su camiseta y abre las rodillas, exponiendo así una pequeña apertura en la ínfima braguita, de la cual no me había percatado antes. ¿Cómo coño no me he dado cuenta antes?
Exhalo todo el aire que contengo en los pulmones, cuando su mano derecha acaricia su seno diestro para después acariciar su esternón, bajando por su vientre hasta llegar a su sexo. La muy malvada cierra los ojos y se da placer delante de mis narices. Pero lo peor es que esa visión es tan, pero tan placentera que no hago más que quedarme estático y observar como un voyeur. Un segundo después, abre los ojos, como si recordara que está conmigo y con una sonrisa pícara procede a desabrochar el cierre de mis pantalones, tirando del cinturón haciéndolo caer con un golpe seco. Mis vaqueros caen a mis tobillos y Silvia se relame mirando mi erección tras los calzoncillos.
Sus manos traviesas agarran el borde de la prenda, bajándola con tanta lentitud que al final soy yo el que acabo de bajármelo por completo. Desesperado por sentir sus labios a mi alrededor, agarro su cabeza y la acerco a la punta, incitándola a seguir a partir de ahí. Por muy irónico que suene, odio esperar. Odio no conseguir lo que quiero al momento y por lo único que he esperado cuatro eternos años es a tener a Silvia, solo para mí y para siempre. Y no me arrepiento de un jodido día, si al final he conseguido mi propósito.
Tenerla allí arrodillada, besando la punta de mi polla, saboreando el capullo y gimiendo gustosa, es lo más excitante y morboso que he visto en mi vida.
—Sí, así… —Dejo caer la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, encontrando el frigorífico como única superficie sólida para sostenerme. Me siento flojo, tenso, a punto de reventar de puro éxtasis.
Su boca me succiona, su lengua se arremolina en el glande para luego tragarse mi polla casi al completo. Es una puta locura, es tan surrealista todo, que me obligo a abrir los ojos y observarla desde arriba. Sus tupidas pestañas revolotean, abriendo los ojos y mirándome. Se la mete en la boca, la saca brillante, llena de su saliva y gruño como si me hubieran herido en pleno pecho. Estoy a una lamida de correrme como un quinceañero con su primera mamada, por lo que antes de que eso pase, la agarro de las axilas y la levanto.
Muerdo su boca, lamo sus labios y cuando ya siento que voy a morir por combustión espontánea, la giro y la inclino sobre la mesa de la cocina, poniendo su precioso culo en pompa y abriendo sus piernas lo más que puede.
Agarro sus muñecas a su espalda con una mano, mientras que con la otra me posiciono en su entrada, gracias a la grieta de sus bragas.
—Te voy a follar con estas preciosas bragas, amor… no sabes lo que vas a chillar.
Y dicho eso, la penetro con fuerza de una sola estocada, haciéndola gritar a todo pulmón. Me trae sin cuidado que nos escuchen, me importa una mierda lo que digan o piensen, Silvia es mía, mi mujer, mi amor… y juro que será así hasta el fin de mi existencia.
Me muevo en su interior, rotando mi pelvis, llegando a cada recoveco de su cálido y prieto coño, llegando a lo más hondo de su ser para después salir y entrar de nuevo con fuerza. Estoy sudando, ella también lo está. Su piel brilla, no he visto algo tan hermoso como eso. Y ya cuando gira su cara, y me mira con el semblante crispado y los ojos velados, no puedo más. Me corro con fuerza, llevándola conmigo, sintiendo como las paredes de su sexo se contraen entorno a mí, atenazando mi pene firmeza para luego destensarse. Con las pocas fuerzas que me quedan, empujando su espalda para que no se mueva, salgo de ella haciendo que mi semen se escurra entre sus pliegues, manche sus piernas y gotee en el suelo. Solo eso hace falta para que un escalofrío me corra por la espalda.
Bajo con cuidado la única prenda que le queda, por sus piernas, la hago una bola y sin que ella se dé cuenta las guardo en el bolsillo de mis vaqueros. Es mi maldito tesoro el cual guardaré y atesoraré como oro en paño. O quizá la utilice para extorsionarla y obligarla a negociar. Sería una cosa de lo más divertida.
Silvia se yergue, aún con la respiración irregular y se gira en mi dirección dándome de nuevo el placer de observarla completamente desnuda.
—¡Maldito seas…! —Murmura casi sin voz, mirando hacia la encimera— Por tu culpa, se me enfrió el desayuno.
Sonrío ante esa pose tan adorable y la beso sin poder evitarlo.
—Ya te alimenté, tesoro… ¿Es que mi pene no fue suficiente para ti? —Ronroneo en su oído, haciendo que los vellos de su nuca se ericen.
—Tu pene es estupendo, sin duda —dice divertida, jugando con el vello de mi pecho que sobresale del cuello de la camiseta.
—Te amo —le digo sin que ella se lo espere.
Es la primera vez que se lo digo y aunque suene estúpido, tengo auténtico pavor a su reacción. Lo que no espero es que sonría y dándome un besito pequeño en los labios diga:
—Yo también.
Miro la hora por enésima vez, mientras remuevo la salsa con miedo a no poder terminar la cena antes de que llegue Silvia. Gracias a Dios, la convencí de ir con Luisa, una de las trabajadoras, a por fertilizantes y que por suerte era lo suficientemente lejos como para tardar un par de horas. Eso y que le dejé claro a Luisa que tardaran más de la cuenta para así no chafarme la sorpresa.
No soy un cocinero de élite, que digamos, pero al haber estado viviendo sólo desde que mis papás murieron, he aprendido a hacer algo lo suficientemente comestible para no morir de hambre.
Cuelo las verduras hervidas, salteo la carne y cuelo la salsa para luego verterla sobre ella. Un par de minutos y listo.
Cuando termino de emplatar y de colocar la última vela, escucho la llave entrando en la cerradura. Por si las moscas, le puse una nota en la otra casa donde le dejaba la llave y el mensaje de que viniera a la mía.
—¿Fer?
—En la sala —vocifero dando una palmada en el aire cuando está todo en su perfecto orden.
El taconeo de sus botas resuena en el pasillo y la intercepto justo en el marco de la puerta. Ella se sobresalta para luego sonreír y ponerse de puntillas para besarme.
Puedo llorar ahora mismo de alegría por ese gesto.
Le tapo los ojos, una vez salgo de mi embobamiento y entre risas, la llevo a la mesa. Beso su cuello haciéndola removerse por las cosquillas que le provoco.
—Feliz San Valentín —la felicito en un susurro antes de apartar mis manos.
Su impresión es palpable, mira cada cosa dispuesta en la mesa con ilusión, pero cuando sus ojos caen en el bonito Bouquete de rosas amarillas, su sonrisa decae.
—¿Cómo…?
—Recuerdo lo bonita que te veías, cuidando de tus rosas amarillas un año atrás. De cómo las mimabas, les cantabas, aún desafinando y haciendo chirriar los cristales… —una risa burbujea en su garganta a la vez que una gruesa lágrima cae de su ojo izquierdo. La abrazo haciéndola recargarse en mí, sin dejar de mirar las preciosas flores—. Sé que no soy él, Silvia. Nunca llegaré a ser como él fue, tampoco es que lo pretenda. Pero quiero que veas que estoy y estaré siempre para ti. Aunque no llegues a amarme tanto como yo te amo y te he amado durante todo este tiempo. —Se gira en mis brazos quedando cara a cara frente a mí, tiene los ojos brillantes y expectantes, queriendo escuchar más—. Me arrepiento de todo lo que te he hecho y dicho todos estos años, me duele aún recordar cómo llorabas por mi rechazo.
Pero quiero que sepas que no era más que una excusa, un pretexto, una manera de alejarte de mí y que no hicieras que me enamorara más de ti. —Acaricio su mejilla, borrando el rastro de sus lágrimas y sonriendo como un bobo mientras los recuerdos se amontonan en mi mente como si de una película se tratara—. Pero ya ves… no lo he conseguido por mucho que me haya empeñado. Cada día iba a más, cada minuto que pasaba contigo era como si se me tatuara en el pecho. Por eso estoy dispuesto a aguantar y soportar que no me ames lo suficiente. Ya tengo amor para los dos…
Después de mi verborrea Silvia sigue sin hablar, pero sí que sonríe. ¿Eso significa algo bueno no?
—Si no te amaba lo suficiente, después de decirme todo esto, estoy segura que te amo un poquito más. No puedo darte lo que Ernest se llevó, pero te amaré con todo lo que me quede.
Beso sus labios con dulzura y apoyo mi frente en la suya. Disfrutando de tenerla tan cerca.
—Con eso, me es más que suficiente…