Silvia
Mayo. Hacienda Vidal.
—Hola, chica —saludo a Pandora haciendo que ésta se asome sobre la puerta y resople reconociéndome.
La muy señoritinga es respondona como ella sola y como no tenga su comida a primera hora de la mañana, es como si le hubieran negado vivir. Agarro el cubo para luego llenarlo de pienso, abro la portezuela y no me deja entrar del todo cuando la muy desesperada mete la cabeza en el cubo y empieza a comer.
— ¡Ay, pero espérate un poco! —Protesto riendo divertida al ver su cabezonería.
Al contrario que conmigo, a Fernando no lo puede ni ver. No sé por qué, simplemente no se llevan bien. Soy yo la que tengo que cepillarla, montarla, darle de comer… y aunque al principio veía a Fernando enfurruñado, luego lo pillaba sonriendo cuando me veía con ella. Y qué guapo se veía sonriendo de verdad. Si me preguntan, jamás lo había visto tan feliz como ahora y me siento dichosa por ser yo la culpable de esa felicidad.
Dejo el cubo en el suelo, ya que Pandora con su fuerza, se me hace imposible sujetarlo a pulso y me pongo a llenarle el tanque cuando un crepitar extraño seguido de un olorcillo a madera quemada, me hace fruncir el ceño.
Pandora se yergue tras de mí, percatándose al mismo tiempo que yo. Pero no le doy importancia. Seguramente David y los demás, estén quemando rastrojo y lo hayan hecho cerca del establo. Sigo con mi tarea, coloco una nueva bala de heno a Pandora y empiezo a cepillarla con mimo. Ella cabecea contenta hasta que algo la hace alertarse de nuevo y mover las orejas como antenas parabólicas. Miro a mí alrededor, dándome cuenta de un manto de humo gris, que empieza a cubrir todo el establo. La yegua relincha histérica, cogiéndome por sorpresa y dándome sin querer con una de sus patas. Caigo de culo en la paja, viendo como Pandora de desboca y comienza a patear la puerta con fuerza. En dos segundos un infierno se desata a nuestro alrededor. Lenguas de fuego lamen las paredes, prendiendo las vigas de madera y el heno esparcido por todo el lugar. Intento agarrar las riendas de Pandora, pero al estar tan nerviosa vuelve a remeter contra mí, haciéndome caer de nuevo, esta vez golpeándome la cadera con el tanque de agua.
—¡Ayuda! —Grito haciendo una mueca de dolor, frotándome la zona afectada.
Pero nadie se escucha en el exterior, solo el desagradable sonido de la madera venciéndose del crepitar de las briznas siendo carbonizadas y de los caballos histéricos y asustados. Me intento levantar, con cuidado de no ponerme de nuevo donde me pueda dar, consigo agarrar la rienda. Abro la puerta y paro en el acto al ver todo aquel fuego rodearme.
Pandora tira, consiguiendo que la suelte por miedo a hacerme daño en las manos y sale disparada, saltando las llamaradas como si fuera un concurso de saltos. Tapándome la boca y nariz con mi camiseta, voy soltando a los caballos, haciendo que salgan despavoridos fuera de aquello y gracias a Dios, ilesos.
Y cuando me quedo sola, es que me doy cuenta de que me va a ser imposible salir de aquí. Grito con todas mis fuerzas, pido auxilio, llamo a Fernando, pero nadie parece oírme. Empiezo a toser desesperada, sintiendo mis pulmones arder al inhalar tanto humo. No puedo remediar llorar, pensando en que moriré aquí. La estructura cruje, cayéndose un pedazo de viga que casi me aplasta. Y corro como nunca hacia la salida, donde una llamarada gigante me separa de la puerta. Pero de nuevo un crujido me hace parar. Una nueva viga se derrumba frente a mí, haciéndome caer y golpearme con algo en la cabeza.
Todo se distorsiona, todo lo veo naranja y amarillo. El olor es insoportable y no logro coger aire. Grito, mas no sale nada de mi garganta que quema como mil demonios. Los parpados me pesan, escucho barullo fuera, pero no logro ponerme en pie. Creo que siquiera me muevo. Todo se hace más liviano, mi cuerpo flota y dejo de existir. Manto negro cubre mi visión y me desmayo.
Mi último pensamiento antes de perder la consciencia fue Fernando.