Fernando
—¡Silvia! —La llamo desgarrándome la garganta, la desesperación me atenaza, el miedo de encontrármela herida me mata por dentro.
Gracias a los chicos, conseguimos apagar el fuego de la entrada antes de que llegasen los bomberos y extinguieran parte del incendio, con manguera en mano y una botella de oxígeno, entro en el establo mirando de un lado a otro, buscándola. Uno de ellos me prohíbe entrar aún, pero a la mierda con él. La estructura se queja, en cualquier momento caerá sobre mí si no me doy prisa para encontrarla. Pero no me iré hasta tenerla a salvo. Me niego a pensar en que ya es demasiado tarde, me niego a hacerme a la idea de no tenerla más conmigo.
Empujo una de las vigas que me entorpece el paso, echando agua al extremo que aún arde. Y entonces la veo, allí tirada en el suelo. Manchada de carboncillo e inconsciente.
El mundo se me cae encima, el terror hace que mi última respiración se atasque y caiga de rodillas a su lado. Me quito la mascarilla y se la coloco a ella rápidamente para después echármela a los brazos y levantarme. Uno de los activos llega hasta nosotros y cediéndome una mascarilla a mí, nos acompaña al exterior justo en el momento que el establo cae en ruinas.
La pérdida de aquello, no me supone nada si pierdo a Silvia. Me da igual perderlo todo si la tengo a ella. Por lo que no miro atrás, siquiera me molesto por los caballos que corren libres por toda la hacienda. Solo camino hacia la ambulancia, queriendo ponerla a salvo y cerciorándome de qué esté bien. Que aún respira y vive.
Al cabo de lo que parece una eternidad, camino de un lado a otro en la sala de espera como un león enjaulado. El olor a humo impregnado en mis ropas, no hace fácil la acción de pensar en frio, por lo que mi cerebro, va a la velocidad de la luz pensando en lo que pasará una vez el médico salga y me de noticias. Gracias a Dios, llegó estable, pero tanto el golpe que se dio en la cabeza, como la gran cantidad de humo que inhaló es lo que más preocupa.
Mi móvil suena y me pienso seriamente si contestar o no, pero al mirar a las puertas y no ver movimiento, descuelgo y lo coloco en mi oreja atendiendo la llamada.
—Señor —es David y lo noto apurado y eso me pone alerta.
—Dime, ¿Qué ocurre?
—Señor, el fuego fue provocado. Encontramos al culpable, del cual ya se está haciendo cargo la policía.
Me quedo estático en el sitio, tragando con fuerza el nudo que se me ha formado en la garganta al escuchar semejante barbaridad.
—¿Cómo? ¿Me estás diciendo que han intentado matar a mi mujer? —Escupo con rabia, apretando los puños y deseando poder tener al malnacido frente a mí.
—Sí, señor. Fue Lorenzo y en su defensa dijo que lo hizo porque está enamorado de usted, señor.
—¡¿Estás hablando jodidamente en serio?!
—Sí, señor. Él mismo se delató cuando lo encontramos llorando junto al invernadero.
—Hijo de la gran…
—¿Fernando?
Me giro cuando escucho mi nombre y veo al doctor parado con una carpeta en las manos. Me despido de David diciéndole que luego me haré cargo del asunto como amerite y me acerco muerto de miedo por saber qué ocurre con Silvia.
—¿Qué pasa? ¿Cómo está?
—Tranquilo, hombre. Tiene un simple hematoma en la cadera y el golpe en la cabeza no es demasiado preocupante. Un par de puntos y listo. Están perfectamente los tres. Seguramente en una semana le daremos el alta.
Mi ceño se frunce y mi cabeza se ladea en confusión. El doctor sonríe al ver mi desconcierto y palmea mi hombro como si lo que vaya a decir a continuación fuera una gran noticia.
— ¿No me digas que no sabías que Silvia estaba embarazada?
Una risa nerviosa burbujea en mi garganta hasta convertirse en grandes carcajadas que incluso me hace doblarme en dos.
—No digas tonterías, Silvia no me dijo nada y…
—Son gemelos y todo apunta a que serán, niño y niña.
—¡¿Qué?! —Me agarro el pecho sintiendo como mi corazón se salta un latido para después golpear tan fuerte y rápido que tengo miedo a que atraviese mi carne.
Entonces saladas lágrimas salen de mis ojos al ser verdaderamente consciente de lo que me está diciendo. Silvia está embarazada, no solo de un bebé, sino dos.
—Quiero verla… —Logro balbucear, enjugando mis lágrimas con el brazo derecho lleno de tizne.
Él asiente y me guía por el pasillo hasta llegar a la habitación. Solo está ella, mirando hacia la ventana con una sonrisa y acariciándose la barriga como si lo hiciese inconscientemente. El doctor de la familia, se va después de palmear mi hombro y me deja solo con ella. Tengo miedo a la vez que emoción. Voy a ser padre y Silvia va a ser quién me de ese regalo tan hermoso. Aún no logro aceptarlo del todo, que ya me estoy imaginando a dos pequeños en mis brazos, sonriendo como un loco enamorado por segunda vez en mi vida.
Su cabeza gira cuando me siente y su mano para de acariciar su panza. Como si tuviese miedo a lo que yo le pueda decir.
—Pensé, que tal y como te amaba, no podía amarte más… —Dije a duras penas andando hacia ella con calma y llorando como un niño — Pero hoy puedo decir que lo hago mucho más.
Su sonrisa tiembla, apareciendo un puchero de lo más adorable, no puedo aguantar las ganas de agarrarle la cara y besarla con todas mis ganas. Ella solloza y me abraza, una vez nuestros labios se despegan y me recuesto a su lado, sin importarme si mancho o no las sábanas.
—Yo también te amo —susurra en mi pecho sin dejar de llorar.
Más tarde, me encuentro en la entrada de la comisaría, pidiendo que me dejen ver al hijo de puta que ha intentado matar a Silvia. No me cabe en la cabeza, que uno de mis trabajadores en el cual confiaba ciegamente, me haga fallado y apuñalado de esta manera. No logro entender cómo una persona puede llegar a poner en peligro a otra por muy enamorado que esté. Es que no me cabe en la mente, qué tiene que estar pensando o sintiendo para hacer semejante locura y barbaridad.
Mi pierna sube y baja impaciente mientras que revuelvo mi pelo sucio. Aún no pasé por casa a asearme, el maldito resquemor de saber el por qué de ese acto tan vil, me carcome por dentro. Y solo de pensar en que podía haber sucedido una desgracia mayor, me pone de los nervios.
Un agente de policía sale del despacho. Me pongo de pie en el acto.
—¿Es usted Fernando Vidal?
—Sí, soy yo.
—Señor, no puedo dejarle tener contacto físico con el preso, por su seguridad. Pero si lo desea, puede verlo a través del cristal blindado. El Señor López, estará en el calabozo solo esta noche, pasará a la cárcel de Barcelona una vez pase el juez y tome sentencia. Tengo entendido que ha confesado el delito por su propio pie y por eso, no tendrá que denunciar. Ahora si me acompaña…
Asiento sin querer objetar nada y lo sigo hasta el pasillo que da a una serie de puertas. Llegamos a la del final, a una sala donde hay varios compartimentos divididos por un cristal opaco. En el momento en el que me siento, Lorenzo hace su aparición, acompañado de un agente de policía y esposado. Su cabeza se alza y en cuanto me ve, se para y se gira para volver al calabozo. El policía lo obliga a sentarse en contra de su voluntad.
Agarro el teléfono a mi lado con tanta fuerza que puedo escuchar como el material cruje en mi mano. Él hace lo mismo, observándome de reojo, sin ser capaz de mirarme a la cara.
—¿Por qué? —Es lo único que pregunto, con toda la calma que puedo reunir.
Él, niega y frota su frente mirando hacia abajo.
—No… no podía aguantar los celos de ver como esa mujer se hacía con usted, patrón…
Mis fosas nasales se dilatan, haciéndome parecer un toro a punto de derribar una pared. Respiro hondo, pero cuando una nueva imagen de Silvia tirada en el suelo, inconsciente, me hace encabronarme, estrellando mi puño contra el cristal, haciendo que los guardias se muevan.
—¡¿Y no podrías regalarme una puta caja de bombones?! ¡Escúchame bien, hijo de la gran puta…! —El agente me agarra del brazo, instándome a levantarme de la silla— No volverás a acercarte a Silvia, no volverás a respirar jamás en su dirección, porque si lo haces, te mataré.
Tiro el teléfono y salgo de allí como alma que lleva el diablo. Necesito llegar a casa, asearme e ir con Silvia al hospital. Ya he acabado con lo que venía a hacer.