15

Gemma puso en marcha el motor del Escort y lo dejó al ralentí mientras Kincaid se abrochaba el cinturón del asiento del pasajero. Ella había estado callada desde que habían abandonado el piso de Tommy. Kincaid la miró, sintiéndose completamente desconcertado. Pensó en su relación laboral en la que normalmente se hacían concesiones mutuas, y en la cena en el piso de ella sólo unas cuantas noches atrás, cuando compartieron espontáneamente su intimidad. A cierto nivel, él había sido consciente de la facilidad que ella tenía para establecer vínculos con las personas, pero no se lo había planteado. Ella le había dejado entrar en su cálido círculo, le había hecho sentirse cómodo consigo mismo y con ella, y él lo había dado todo por descontado. Ahora, al ver la relación que había desarrollado con Tommy Godwin, se sintió de repente celoso, como un niño dejado afuera, en el frío.

Ella trató de atrapar un mechón que se le había escapado de la trenza y se volvió hacia Kincaid.

—Ahora qué, jefe —dijo sin entonación.

Él quería reparar urgentemente el daño causado, pero no sabía bien cómo proceder y otros asuntos exigían su atención inmediata.

—Espera un segundo —marcó el teléfono de Scotland Yard. Hizo una breve pregunta y colgó—. Según los forenses, el piso y el coche de Tommy Godwin están limpios como una patena. —Tanteando el terreno, dijo—: Quizás me precipité en mis conclusiones sobre Tommy. Ése es más tu estilo —añadió con una sonrisa, pero Gemma siguió mirándolo con una frustrante expresión neutra—. Creo que hemos de ir a ver a Sir Gerald de nuevo, pero vayamos a comer primero y veamos dónde nos encontramos. —Kincaid cerró los ojos mientras Gemma conducía, y se preguntó cómo podrían reparar su relación y por qué la solución de este caso seguía siendo tan esquiva.

* * *

Pararon a comer en un café de Golders Green, no sin antes llamar a Badger’s End y asegurarse de que Sir Gerald los viera cuando ellos llegaran.

Para satisfacción de Kincaid, Gemma se comió su bocadillo de atún sin asomo de la renuencia que había mostrado durante el desayuno. Él se terminó su bocadillo de jamón y queso, luego dio un sorbo a su café y observó a Gemma mientras se pulía una bolsa de patatas fritas.

—No lo entiendo —dijo cuando ella ya había llegado a la fase de chuparse los dedos—. Con no puede haber llamado a Gerald desde su piso. Según Sharon, Con debió hacer la llamada un poco después de las diez y media, cuando Gerald seguía ocupado dirigiendo a una orquesta entera.

—Puede que dejara un mensaje —dijo Gemma, limpiándose los dedos con una servilleta de papel.

—¿A quién? Tu portero lo hubiera recordado. Alison como-se-llame lo hubiera recordado.

—Cierto. —Gemma probó su café y puso cara de asco—. Frío. ¡Puaj! —Apartó su taza y cruzó los brazos por encima de la mesa—. Tendría mucho más sentido si Sir Gerald hubiera llamado a Con después de irse Tommy.

—Según Tommy, Gerald no expresó ni shock ni indignación al oír la revelación. Le ofreció a Tommy una bebida, como si no hubiera ocurrido nada extraordinario y luego se dijo a sí mismo: «El gusano también se comió el imperio de Arturo por dentro, como siempre supo que ocurriría». Tommy lo dejó desplomado en su silla de maquillaje con una copa en la mano.

—¿Y qué ocurre si Sharon oyó una conversación que nada tenía que ver con el asesinato de Connor? No tenemos pruebas de que así sucediera. —Kincaid dibujó círculos encima de la mesa con el extremo húmedo de la cuchara—. ¿Y si Con no salió del piso justo después de Sharon? Él no le dijo que fuera a irse en seguida.

—Quieres decir que si Gerald lo llamó después de irse Tommy, ¿él todavía habría estado allí? ¿Y hubiera quedado en encontrarse con él en la esclusa? —continuó Gemma con una chispa de interés.

—Pero no tenemos pruebas —dijo Kincaid—. No tenemos pruebas de nada. Todo este lío es como un suflé. Tan pronto hincas el diente, se deshincha.

Gemma se rió y Kincaid dio las gracias incluso por tan pequeña señal de deshielo.

* * *

Cuando llegaron a Badger’s End la llovizna se había convertido en lluvia lenta y constante. Se quedaron sentados en el coche por un momento, escuchando el tamborileo rítmico en el techo y el capó. Las luces ya estaban encendidas en la casa y vieron como alguien apartaba las cortinas de la ventana de la sala.

—Pronto será oscuro —dijo Gemma—. Anochece tan pronto con este tiempo. —Cuando Kincaid fue a coger la manija de la puerta, ella le tocó el brazo—. Jefe, si Sir Gerald mató a Connor, ¿por qué querría que investigáramos?

Kincaid se volvió hacia ella.

—Quizás Caroline insistió. Quizás su amigo, el comisionado asistente, le ofreció nuestros servicios y pensó que no debía rechazarlos. —Notó su incomodidad. Le tocó la mano y añadió—: A mí tampoco me gusta esto, Gemma, pero hemos de continuar hasta el final.

Salieron disparados hacia la casa protegidos por un solo paraguas y se quedaron acurrucados en el umbral. Oyeron el doble timbrazo corto cuando Kincaid apretó el botón del timbre, pero antes de llegar a sacar el dedo Sir Gerald les abrió la puerta.

—Entren junto al fuego —dijo—. Por favor, quítense las ropas mojadas. Afuera hace un tiempo de perros y no parece que vaya a mejorar. —Los condujo al salón donde, de nuevo, el fuego ardía en la chimenea. A Kincaid se le ocurrió que quizás nadie permitía que se apagase nunca—. Necesitarán algo que les caliente por dentro, al igual que por fuera —dijo Sir Gerald cuando se colocaron de espaldas al fuego—. Plummy nos está preparando té.

—Sir Gerald, hemos de hablar con usted —dijo Kincaid, poniendo resistencia a la corriente de convenciones sociales.

—Siento que Caroline haya salido —dijo Sir Gerald, prosiguiendo con su tono campechano y amigable como si no hubiera nada extraño en su conversación—. Ella y Julia están haciendo los últimos preparativos para el funeral de Connor.

—¿Julia está ayudando en los preparativos? —preguntó Kincaid, sorprendido él mismo de haberse desviado del asunto que lo había llevado allí.

Sir Gerald se pasó una mano por su escaso cabello y se sentó en el sofá. Era su lugar asignado, obviamente, porque los cojines presentaban depresiones que coincidían con su corpulencia de manera exacta, al igual que la cama favorita de un perro. Hoy llevaba otra variación del suéter apolillado, esta vez en color verde oliva, y lo que parecían los mismos pantalones de pana que Kincaid ya había visto.

—Sí. Parece que ha cambiado de opinión, no sé por qué, y estoy demasiado agradecido para cuestionármelo —les sonrió encantador—. Llegó como un torbellino después de comer y dijo que había cambiado de parecer sobre lo que había que hacer por Con y desde entonces nos ha estado poniendo a prueba.

Parecía que Julia había hecho las paces con el fantasma de Con. Kincaid apartó el pensamiento de Julia a un lado y se concentró en Gerald.

—Es a usted a quien queríamos ver.

—¿Han descubierto algo? —Se sentó un poco hacia delante y estudió sus caras con ansiedad—. Díganme, por favor. No quiero disgustar a Caroline y Julia.

—Acabamos de hablar con Tommy Godwin, Sir Gerald. Sabemos por qué fue a verlo al teatro la noche en que murió Connor. —Mientras Kincaid lo miraba, Gerald se volvió a hundir en el sofá y su cara se estremeció de repente—. Usted sabía que Tommy era el padre de Matthew todo este tiempo, ¿no es así?

Gerald Asherton cerró los ojos. Bajo sus cejas sobresalientes, su cara permanecía impasible, remota y antigua como la de un profeta bíblico.

—Claro que lo sabía. Podré ser un idiota, señor Kincaid, pero no un idiota ciego. ¿Tiene alguna idea de lo hermosos que parecían juntos, Tommy y Caroline? —Abrió los ojos y continuó—: Gracia, elegancia, talento... Cualquiera hubiese creído que estaban hechos el uno para el otro. Yo pasaba los días aterrorizado, temiendo que me dejara, preguntándome cómo soportaría mi vida sin ella. Cuando las cosas parecieron apagarse entre ellos con la concepción de Matty, di gracias a los dioses por devolvérmela. El resto no importaba. Y Matty... Matty era todo lo que deseábamos.

—¿Nunca le dijo a Caroline que lo sabía? —agregó Gemma con un tono de evidente incredulidad.

—¿Cómo podríamos haber continuado, si lo hubiera hecho?

Todo había empezado, pensó Kincaid, no con mentiras descaradas, sino con la negación de la verdad. Y esta negación se había urdido en el tejido mismo de sus vidas.

—Pero Connor pretendía destrozarlo todo, ¿no es así, Sir Gerald? Debe de haberse sentido aliviado cuando oyó al día siguiente que había muerto. —Kincaid captó la mirada rápida y sorprendida de Gemma, luego ella se movió con rapidez y se dirigió al piano, donde examinó las fotografías. Kincaid se alejó del fuego y fue a sentarse en el sillón que había frente a Sir Gerald.

—Debo admitir que sentí cierta sensación de indulto. Me avergonzaba y por ello estaba más determinado que nunca a llegar al fondo del asunto. Era mi yerno y, a pesar de su comportamiento a veces histérico, sentía afecto por él. —Gerald se cogió las manos y se inclinó hacia delante—. Por favor, comisario, seguro que no beneficia a Connor volver sobre esta historia pasada. ¿Se lo podemos ahorrar a Caroline?

—Sir Gerald...

Se abrió la puerta del salón y entró Caroline, seguida de Julia.

—Qué día tan horrible —dijo Caroline, sacudiéndose las gotas de agua de su pelo oscuro—. Comisario. Sargento. Plummy ya viene con el té. Seguro que a todos nos sentará bien. Se sacó la chaqueta de piel y la tiró sobre el respaldo del sofá antes de sentarse junto a su esposo. La seda de color rojo intenso del forro de la chaqueta parecía una superficie de sangre ondulada al resplandor del fuego.

Kincaid cruzó una mirada con Julia y vio en sus ojos una mezcla de placer y recelo. Era la primera vez que la había visto con su madre y se maravilló ante la combinación de contraste y similitud. Le pareció que Julia era Caroline alargada y fraguada de nuevo, los cantos afilados y pulidos, con el sello inconfundible de la sonrisa de su padre. Y a pesar de sus gestos duros, su cara le resultaba tan transparente como la suya propia, mientras que encontraba que la de Caroline era ilegible.

—Hemos estado en la iglesia de Fingest —Julia le habló a él como si no hubiera nadie más en la habitación—. La madre de Con habría insistido en celebrar un funeral y un entierro católicos, con toda la parafernalia, pero a Con nada de eso le importaba, de modo que voy a hacer lo que me parezca correcto a mí. —Cruzó el salón para ir a calentarse las manos junto al fuego. Iba vestida como para una excursión al aire libre. Llevaba un grueso suéter de lana lubricada que todavía tenía gotas de lluvia. Sus mejillas estaban ligeramente rosadas del frío—. He estado paseando con el vicario por el cementerio y he escogido una tumba a tiro de piedra de la de Matty. Quizás les guste ser vecinos.

—Julia. No seas irreverente —dijo Caroline con acritud. Se volvió a Kincaid y agregó—: ¿A qué debemos el placer de su compañía, comisario?

—Justo le estaba explicando a Sir Gerald...

La puerta se abrió otra vez para dar paso a Plummy con una bandeja del té. Julia fue inmediatamente en su ayuda y juntas colocaron todo en la mesita baja de delante del fuego. —Señor Kincaid, sargento James. —Plummy sonrió a Gemma, genuinamente complacida de verla—. He preparado de más, por si acaso no hubiera almorzado. —Se puso a servir el té, esta vez en tazas y platillos de porcelana en lugar de los cómodos tazones que habían utilizado en la cocina.

Kincaid rehusó el pan recién tostado, pero aceptó a regañadientes el té. Miró directamente a Sir Gerald.

—Lo siento, pero me temo que hemos de proseguir.

—¿Proseguir con qué, señor Kincaid? —dijo Caroline. Fue a coger la taza que le ofrecía Plummy y luego regresó al brazo del sofá, de manera que a pesar de su pequeña talla, parecía revolotear protectora por encima de su esposo.

Kincaid se mojó los labios con un sorbo de té.

—La noche en que murió Connor, Dame Caroline, Tommy Godwin visitó a su esposo en el camerino del Coliseum. Le dijo a Sir Gerald que acababa de tener un encuentro muy desagradable con Connor. A pesar de estar un poco bebido y no ser demasiado coherente, acabó resultando claro que había descubierto la verdad sobre la ascendencia de Matthew y estaba amenazando con hacerla pública con tanto escándalo como fuera posible. —Kincaid hizo una pausa para mirar sus caras—. Connor había descubierto, de hecho, que Matthew era en realidad hijo de Tommy, no de Gerald.

Sir Gerald se había hundido de nuevo entre los cojines del sofá, con los ojos cerrados, y sosteniendo con la mano floja la taza que tenía sobre su rodilla.

—¿Tommy y mamá? —dijo Julia—. Pero eso significa que Matty... —Se hundió. Sus ojos estaban muy abiertos y oscuros por el shock. Kincaid deseó poder consolarla como había hecho la noche anterior.

Vivian Plumley también estaba mirando a los demás, y Kincaid vio en ella a la perpetua observadora, siempre en los límites de lo que es la familia, pero conocedora de sus más oscuros secretos. Asintió una vez y apretó los labios, pero Kincaid no supo decir si su expresión indicaba aflicción o satisfacción.

—Qué estupidez, comisario —dijo Caroline. Puso la mano suavemente sobre el hombro de Gerald—. No lo toleraré. Ha rebasado los límites de la buena educación, así como...

—Siento angustiarla, Dame Caroline, pero me temo que es necesario. Sir Gerald, ¿puede decirme exactamente qué hizo después de que Tommy se fuera?

Gerald tocó la mano de su mujer.

—No importa, Caro. No tiene nada de malo. —Se incorporó, sentándose un poco hacia delante y apurando la taza de té antes de empezar—. En realidad no hay mucho que explicar. Tomé una bebida fuerte con Tommy, y me temo que seguí bebiendo cuando se fue. Cuando dejé el teatro había sobrepasado el límite. No debería haber conducido, por supuesto. Fue muy irresponsable por mi parte. Pero conseguí llegar a casa sin percance alguno. —Sonrió, mostrando las sanas y rosadas encías encima de sus dientes—. Bueno, casi. Creo que rocé el coche de Caro cuando aparqué el mío. Parece que mi memoria me engañó por unos treinta centímetros o así. Le di una pequeña rascada a la pintura en el lado más cercano. Debía de ser cerca de la una cuando llegué tambaleándome a la cama. Caro estaba dormida. Sabía que Julia estaba fuera, por supuesto, ya que no había visto su coche en la entrada. Pero hace años que ya no está bajo toque de queda. —Miró a su hija con afecto.

—Pero me pareció oírte llegar hacia medianoche —dijo Plummy. Meneó la cabeza—. Acababa de abrir los ojos y eché una ojeada al reloj. Quizás no lo vi bien.

Caroline se levantó del brazo del sofá y se dirigió al fuego, colocándose de espaldas a él.

—De verdad, no veo la razón para todo esto, comisario. Sólo porque Connor estaba obviamente trastornado no significa que debamos sometemos a una especie de interrogatorio fascista. Ya hemos hablado de esto una vez, debería ser suficiente. Espero que se dé cuenta de que el comisionado se va a enterar de su irracional comportamiento.

Estaba de pie, con las manos a la espalda y los pies ligeramente separados. Su jersey de cuello alto negro y los pantalones estrechos metidos en las botas de montar de suave cuero, la hacían parecer un personaje masculino de una ópera. Con el cabello hasta la barbilla y esa ropa, podría haber pasado fácilmente por un chico a punto de llegar a la edad adulta. El tono de su piel era un poco subido, como corresponde al héroe o heroína en circunstancias difíciles, pero su voz, como siempre, estaba perfectamente controlada.

—Dame Caroline —dijo Kincaid—, Connor puede que haya estado emocionalmente consternado, pero estaba diciendo la verdad. Tommy lo ha admitido y Sir Gerald también lo ha confirmado. Creo que es hora... —Kincaid captó un movimiento por el rabillo del ojo. La chaqueta de Caroline se escurrió del respaldo del sofá hasta caer sobre el asiento con un sonido de roce, y el suave cuero negro pareció fluir como agua corriente.

Kincaid tuvo una extraña sensación. Era como si de repente se estuviera alejando de un túnel que distorsionaba tanto su oído como su vista. Parpadeó y se volvió hacia Caroline. Tan sólo es necesario reordenar unas pocas piezas insignificantes del patrón y todo se mueve, alterando y definiendo el conjunto de forma clara, precisa e irrefutable. Le llenó de asombro el hecho de que no lo hubiera visto claro desde el principio.

Todos lo estaban mirando con diversos grados de preocupación. Sonrió a Gemma, que se había quedado con la taza a medio camino. Él mismo dejó con firmeza su taza vacía en la mesa.

—No fue el timbre lo que oyó, señora Plumley. Fue el teléfono. Y no fue a Sir Gerald a quien oyó pocos minutos después de medianoche. Fue a Caroline.

—Connor llamó a esta casa desde su piso un poco antes de las once. Pienso que es probable que quisiera hablar con Julia, pero fue Caroline la que respondió. —Kincaid se levantó y se dirigió hacia el piano, de manera que pudiera mirar directamente a Caroline—. No pudo resistir el acosarla, ¿no es así, Caroline? Después de todo usted era la creadora de la mentira que él pensaba que le había costado la felicidad.

»Usted pensó que lo podría calmar, hacerlo entrar en razón. Así que le dijo que se vieran. Pero no quería que él montara una escena en público, y le sugirió un sitio en el que nadie podría oírlos. ¿Qué más natural que su paseo favorito por Hambleden Lock?

»Se vistió rápidamente. Imagino que se puso algo parecido a lo que lleva hoy, y, encima, la chaqueta de cuero. La noche era fría y húmeda y del aparcamiento al río hay un trecho. Salió silenciosamente de la casa, asegurándose de no despertar a Plummy, y cuando llegó al río esperó a Con al principio de la presa.

Kincaid cambió de postura y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones. Todos lo miraban hipnotizados, como si él personalizara un mago que fuera a sacar un conejo de un sombrero. Los ojos de Julia parecían vidriosos, como si fuera incapaz de asimilar un segundo shock tan seguido después del primero.

—¿Qué pasó entonces, Caroline? —preguntó. Cerró los ojos y visualizó la escena a medida que hablaba—. Caminaron por la presa y se pelearon. Cuanto más intentaba usted razonar con él, más difícil se ponía. Alcanzaron la esclusa y la cruzaron hasta el otro lado, donde acaba el camino pavimentado. —Abrió los ojos de nuevo y miró la cara tranquila y serena de Caroline—. ¿Estuvo con Connor en la pequeña plataforma de cemento, un poco más arriba de la compuerta? ¿Sugirió usted que regresaran? Pero Con ya estaba fuera de control entonces, y la discusión pasó a...

—Por favor, comisario —dijo Sir Gerald—, ha ido realmente demasiado lejos. Esto es absurdo. Caro no podría matar a nadie. No es físicamente capaz. Mírela. Y Con medía más de un metro ochenta y era de constitución...

—También es una actriz, Sir Gerald, entrenada para usar su cuerpo en el escenario. Puede haber sido algo tan sencillo como apartarse a un lado cuando él venía hacia ella. Probablemente no lleguemos a saberlo nunca, ni lleguemos a saber qué mató realmente a Connor. Según los resultados de la autopsia lo más probable es que haya sido un laringoespasmo: su garganta se cerró por el shock producido al caer al agua, y murió sofocado sin que le llegara una sola gota de agua a los pulmones.

»Lo que sí sabemos —dijo, volviéndose a Caroline—, es que había ayuda a menos de cincuenta metros. El esclusero estaba en casa y disponía del equipo y pericia necesarios. Incluso si él no hubiera estado disponible, había otras casas adonde acudir en el lado opuesto del río.

»Tanto si la caída de Connor al río fue un accidente, o debido a un movimiento de defensa propia, o un acto de violencia deliberada, el hecho es que usted es culpable, Dame Caroline. Podría haberlo salvado. ¿Esperó un tiempo razonable a que saliera otra vez a la superficie? Cuando no lo hizo, usted dejó el lugar, condujo a casa y se metió en la cama, donde Gerald la encontró durmiendo plácidamente. Sólo que estaba más nerviosa de lo que usted creía, y no logró aparcar el coche exactamente donde había estado antes.

Caroline le sonrió.

—Un cuento muy gracioso, señor Kincaid. Estoy segura de que el inspector jefe y su comisionado asistente también lo encontrarán entretenido. Lo único de que dispone es de pruebas circunstanciales y una imaginación exagerada.

—Puede que esté en lo cierto, Dame Caroline. Sin embargo, haremos que los forenses examinen su coche y su ropa. Y está el asunto de una testigo que vio a un hombre y, ella supuso, a un chico con una chaqueta de cuero en la pasarela de la presa. Quizás la identifique en la rueda de reconocimiento.

»Tanto si se puede instruir una causa contra usted que se acepte en un tribunal como si no, los que estamos aquí sabremos la verdad.

—¿La verdad? —dijo Caroline, por fin levantando la voz con ira—. Usted no sería capaz de reconocer la verdad aunque la tuviera ante sus narices, señor Kincaid. La verdad es que esta familia permanecerá unida, como siempre lo ha hecho, y no nos puede tocar. Es usted un idiota si...

—¡Parad! ¡Parad todos! —Julia se levantó del sofá y permaneció de pie, temblando, con los puños cerrados y la cara completamente lívida—. Esto ya ha durado demasiado. ¿Cómo puedes ser tan hipócrita, mamá? No me extraña que Con estuviera furioso. Se creyó toda tu mierda y cargó con toda la mía también. —Hizo una pausa para coger aire. Luego, ya más calmada, dijo—: Crecí odiándome a mí misma porque nunca encajé en tu círculo ideal; pensando que debería haber sido distinta, mejor, de alguna manera, y así me hubieras amado más. Y todo era mentira, la familia perfecta era una mentira. Deformaste mi vida y hubieras hecho lo mismo con la de Matty si se te hubiese dado la oportunidad.

—Julia, no debes decir estas cosas. —La voz de Sir Gerald poseía un tono más angustiado que cuando defendió a su esposa—. No tienes derecho a profanar la memoria de Matthew.

—No me hables de la memoria de Matthew. Yo soy la única que realmente lloró su muerte; la del niño que podía ser grosero y bobo, y que a veces tenía que dormir con la luz encendida porque le asustaban sus sueños. Vosotros sólo perdisteis lo que queríais que fuera. —Julia miró a Plummy, que estaba sentada en silencio, en el borde del asiento, con la espalda recta como un bastón—. Lo siento, Plummy, he sido injusta contigo. Tú lo amabas —nos amabas a los dos— y de manera honesta.

»Y Tommy. Enferma como estaba, recuerdo a Tommy, que venía a la casa. Y ahora puedo entender lo que entonces sólo presentía. Él se sentaba junto a mí, y me ofrecía el consuelo que podía. Pero tú, mamá, tú eras la única que habría podido ofrecerle consuelo a él. Y ni siquiera querías verlo. Estabas demasiado ocupada interpretando el gran drama de tu dolor. Él merecía más.

Como un relámpago Caroline cruzó el espacio que la separaba de Julia. Levantó la mano abierta y le dio un bofetón en la cara.

—No te atrevas a hablarme así. Tú no tienes ni idea. Te estás dejando en ridículo con esta estúpida escena. Nos estás dejando en ridículo a todos y no voy a permitir que esto suceda en mi casa.

Julia se mantuvo firme. Aunque sus ojos se llenaron de lágrimas, ni habló ni levantó la mano para tocarse la marca blanca en su mejilla.

Vivian Plumley fue hacia Julia y la rodeó con su brazo. Dijo:

—Quizás ya era hora de que alguien montara una escena, Caro. ¿Quién sabe qué habríamos evitado si algunas de estas cosas se hubiesen dicho hace tiempo?

Caroline retrocedió.

—Sólo quise protegerte, Julia, siempre. Y a ti, Gerald —añadió, volviéndose hacia él.

Cansada, Julia dijo:

—Te protegiste a ti misma desde el principio.

—Estábamos bien tal como estábamos —dijo Caroline—. ¿Por qué han de cambiar las cosas?

—Ya es demasiado tarde, mamá —dijo Julia. Kincaid escuchó un inesperado elemento de compasión—: ¿No lo ves?

Caroline se volvió hacia su marido, con la mano extendida con un gesto de súplica.

—Gerald...

Él apartó la mirada.

Durante el silencio que siguió, una ráfaga de viento salpicó lluvia contra la ventana, y a modo de respuesta el fuego lanzó una llamarada. Kincaid cruzó una mirada con Gemma. Él asintió levemente y ella fue a situarse junto a él. Kincaid dijo:

—Lo siento, Dame Caroline. Me temo que tendrá que venir con nosotros a High Wycombe y hacer una declaración formal. Puede venir en su propio coche, si lo desea, Sir Gerald, y esperarla.

Julia miró a sus padres. ¿Qué opinión tendría de ellos, se preguntó Kincaid, ahora que se habían mostrado tan falibles, tan humanos y tan imperfectos?

Por primera vez, la mano de Julia se le fue a la mejilla. Se dirigió hacia Sir Gerald y le tocó ligeramente el brazo.

—Te esperaré aquí, papá —dijo, luego se dio la vuelta y dejó la habitación sin tan siquiera echarle una mirada a su madre.

* * *

Cuando hubieron hecho la llamada a High Wycombe y hubieron organizado los preliminares, Kincaid se excusó y salió de la sala. Al llegar al último rellano tuvo que parar para recobrar el aliento y notó un grato dolor en las pantorrillas. Llamó suavemente a la puerta del estudio de Julia y la abrió.

Estaba en el centro de la habitación, mirando a su alrededor. En las manos tenía una caja abierta.

—Plummy ha limpiado ¿lo nota? —dijo, cuando entró Kincaid.

Tenía un impersonal aspecto limpio y anodino, como si al eliminar los trastos de Julia se hubiera eliminado también su corazón.

—No queda nada que necesite. Supongo que lo que quería hacer era despedirme. —Hizo un gesto con la barbilla indicando a su alrededor. La marca que le había dejado su madre destacaba claramente ahora, encendida en contraste con la piel clara de la mejilla—. No volveré aquí. No de la misma manera. Éste era el refugio de una niña.

—Sí —dijo Kincaid. Ella seguiría adelante, viviría su propia vida—. Todo irá bien.

—Lo sé. —Se miraron y él comprendió que nunca más la vería, que su fusión había cumplido su propósito. Él también seguiría adelante, quizás tomaría el ejemplo de Gemma. A ella también le habían hecho daño, pero lo había dejado atrás con ese franco sentido de lo práctico que él tanto admiraba.

Al cabo de un momento, Julia dijo:

—¿Qué le pasará a mi madre?

—No lo sé. Depende de las pruebas forenses. Pero incluso si aparece algo bastante concreto, dudo de que podamos probar nada más que homicidio involuntario.

Julia asintió.

Al estar cerca de los aleros, el sonido de la lluvia golpeando el tejado era muy nítido. El viento hacía sonar las ventanas como si fuera un animal intentando entrar.

—Julia, lo siento.

—No debes sentirlo. Tan sólo hiciste lo que debías, y lo que sabías que era justo. No podías violar tu integridad para protegerme a mí o a mi familia. Ya ha habido suficiente de esto en esta casa —dijo con firmeza—. ¿También lamentas lo que pasó entre nosotros? —añadió, esbozando una sonrisa.

¿Lo lamentaba? Durante diez años había mantenido sus emociones rigurosamente contenidas, a salvo, hasta que casi había olvidado lo que se sentía cuando dabas acceso a otra persona a tus sentimientos. Julia lo había forzado, le había hecho mirarse en el espejo del aislamiento de ella, y lo que había descubierto lo asustó. Pero al explorar más allá del miedo, sintió una nueva e inesperada sensación de libertad, incluso de esperanza.

Sonrió a Julia.

—No.