14

La voz de Tony lo despertó.

—El té de la mañana, señor Kincaid, dijo mientras golpeaba la puerta y entraba—. Y un mensaje para usted del sargento Makepeace de High Wycombe. ¿Algo sobre un pájaro que usted quería atrapar?

Kincaid se incorporó y se pasó la mano por el pelo. Luego aceptó la taza de té.

—Gracias, Tony —dijo a la espalda de Tony. Así que habían encontrado a Kenneth Hicks y lo habían detenido. No podrían retenerlo demasiado tiempo sin una causa. Debería haber pasado por allí ayer por la noche. Aún grogui, se salpicó una mano con té caliente al sobrevenirle el recuerdo de la noche anterior.

Ayer noche. Julia. Maldita sea. ¿Qué he hecho? ¿Cómo había podido ser tan poco profesional? Con este pensamiento le vino el recuerdo de las palabras de Trevor Simons, «Nunca tuve la intención de hacerlo... Es que era simplemente... Julia», y de sus propios comentarios desdeñosos por la falta de criterio del hombre.

Cerró los ojos. Nunca, en todos estos años en el cuerpo, había cruzado la línea. En realidad, ni siquiera se le había pasado por la cabeza que debiera protegerse de la tentación. Sin embargo, en este autorreproche descubrió que una parte de él no sentía remordimientos, porque su unión había sido limpia y curativa: consuelo para viejas heridas y destructora de barreras demasiado tiempo levantadas.

* * *

Hasta que no entró en el comedor del Chequers y vio a Gemma sola, sentada en una mesa, no recordó el mensaje que había dejado para ella ayer. ¿Cuándo había llegado? ¿Y durante cuánto tiempo había estado esperándolo?

Se sentó enfrente de ella y dijo, con todo el aplomo de que fue capaz:

—Eres un pájaro mañanero. Tendremos que ir a High Wycombe tan pronto como podamos. Tienen detenido a Kenneth Hicks para interrogarlo.

Gemma le contestó sin rastro de su habitual buen humor de las mañanas.

—Lo sé. Ya he hablado con Jack Makepeace.

—¿Estás bien, Gemma?

—Dolor de cabeza. —Mordisqueó sin demasiado entusiasmo un trozo seco de tostada.

—¿Te sirvió Tony una copa de más? —dijo, tratando de seguirle la corriente, pero ella se limitó a encogerse de hombros—. Mira —Kincaid se preguntó si la oleada de culpabilidad que sentía era visible—, siento lo de ayer noche. Me... retrasé. —Ella debió de venir corriendo desde Londres, lo debió esperar, y quizás hasta se preocupó. Y él, ni una palabra—. Debería haberte llamado. Fui muy desconsiderado. —Inclinó la cabeza y la estudió, evaluando su humor—. ¿He de postrarme un poco más? ¿Serviría una cama de brasas ardiendo?

Esta vez ella sonrió y él dio un suspiro de alivio. Kincaid trató de cambiar de tema y dijo:

—Háblame de Tommy Godwin. —Justo en ese momento llegó su desayuno y atacó los huevos con bacon, mientras Gemma narraba brevemente la entrevista.

—Le tomé declaración e hice que los técnicos repasaran su piso y su coche.

—Yo volví a ver a Sharon Doyle, y a Trevor Simons —dijo Kincaid con la boca llena de pan—. Y a Julia. Connor volvió a casa después de su pelea con Tommy, Gemma. Parece que Tommy Godwin ha dejado de ser un contendiente, a menos que probemos que lo volviera a ver más tarde. Connor telefoneó a alguien desde su casa, pero el problema es que no tenemos ni idea de a quién.

* * *

Julia. Había habido una familiaridad, una intimidad involuntaria, en la manera en que Kincaid pronunció su nombre. Gemma intentó concentrarse en la conducción, tratando de ignorar la certeza que estaba creciendo en la boca de su estómago. Seguro que estaba imaginando cosas. ¿Y qué, si fuera cierto? ¿Por qué habría de importarle que Duncan hubiera establecido una relación nada profesional con una sospechosa de asesinato en una investigación criminal? Era algo muy común. Lo había visto en otros agentes. Y ella nunca pensó que él fuera infalible. ¿O no?

¡No seas infantil, Gemma! se dijo entre dientes. Él era humano, y hombre, y ella nunca debería haber olvidado que hasta los ídolos tienen a veces los pies de barro. Pero estos recordatorios no evitaban que experimentara abatimiento, y se sintió agradecida cuando las rotondas de High Wycombe reclamaron toda su atención.

* * *

—Hemos estado preparando bien a Hicks durante la última media hora —dijo Jack Makepeace a modo de saludo, cuando lo encontraron en su oficina. Se dieron las manos y Gemma creyó que apretaba un poco más la de ella—. He pensado que le haría bien. Una pena que no pudiera terminar el desayuno. —Makepeace guiñó el ojo a Gemma—. Ha hecho una llamada. A su madre, según él. Pero la caballería no ha venido a rescatarlo.

Como Makepeace ya lo había instruido antes por teléfono, Kincaid puso a Gemma al día en el coche y sugirió que ella empezara el interrogatorio.

—A Hicks no le gustan las mujeres, —dijo Kincaid cuando Makepeace los dejó ante la puerta de la Sala A—. Quiero que lo alteres un poco, que me lo prepares.

Una sala de interrogatorios apenas se diferencia de otra. Se puede esperar alguna pequeña variación en cuanto a tamaño o forma, o en el olor a rancio del humo de tabaco y de sudor, pero cuando Gemma entró en la sala tragó saliva convulsivamente, esforzándose por aplacar el instinto de taparse la nariz. Sin afeitar y obviamente sin haberse duchado, Kenneth Hicks apestaba a miedo.

—Jesús —susurró Kincaid al oído de Gemma, al entrar detrás de ella—. Deberíamos haber traído mascarillas. —Tosió, y mientras sacaba una silla para Gemma, dijo en voz alta—: Hola Kenneth. ¿Te gusta el alojamiento? Me temo que no es el Hilton, pero, qué se le va a hacer.

—Jódase —dijo Hicks, de manera sucinta. Su voz era nasal y Gemma catalogó su acento como del sur de Londres.

Kincaid meneó la cabeza mientras se sentaba junto a Gemma, de cara a Hicks, en la estrecha mesa de madera contrachapada.

—Me decepcionas, Kenneth. Pensaba que tenías mejores modales. Simplemente grabaremos nuestra pequeña conversación —dijo, al apretar el botón de la grabadora—. Si no te importa, claro. No te importa, ¿verdad, Kenneth?

Gemma estudió a Kenneth Hicks mientras Kincaid charlaba agradablemente y jugueteaba con la grabadora. La cara estrecha y llena de acné de Hicks tenía permanentemente impresa una expresión hosca. A pesar del calor que hacía en la sala, él se había dejado puesta la cazadora de cuero y se frotaba nerviosamente la nariz y la barbilla mientras Kincaid continuaba su perorata. Algo había en él que le resultaba familiar a Gemma. Frustrada, frunció el ceño al notar ese algo rondando por la periferia de su memoria.

—La sargento James te va a hacer unas preguntas —dijo Kincaid empujando su silla un poco hacia atrás. Se cruzó de brazos y estiró las piernas hacia delante como si fuera a echarse una cabezadita durante el interrogatorio.

—Kenneth —dijo Gemma en tono agradable, una vez que hubieron concluido los preliminares—, ¿por qué no facilitas las cosas a todos y nos dices exactamente lo que estabas haciendo la noche en que Connor Swann fue asesinado?

Hicks clavó la mirada en Kincaid.

—Ya se lo he dicho al otro tipo, el que me ha traído aquí. Un imbécil enorme con pelo de color jengibre.

—Le has explicado al sargento Makepeace que estuviste bebiendo con amigos en el Fox and Hounds de Henley hasta que cerraron. Después continuaste la fiesta en el piso de esos amigos —el sonido de la voz de Gemma hizo que Hicks la mirara—. ¿Es cierto? —añadió con contundencia.

—Sí, es cierto. Justo como lo expliqué. —Hicks pareció ganar confianza con la explicación de Gemma. Se relajó en su silla y miró fijamente a Gemma, clavando la mirada durante un rato en los pechos de la sargento.

Ella le sonrió con fingida dulzura y trató de llamarle la atención consultando su cuaderno de notas.

—El CID de Thames Valley tomó declaración ayer noche a tus amigos, Kenneth, pero desafortunadamente ninguno de ellos parece recordar que estuvieras con ellos.

Al quedarse lívido, la piel de Hicks se volvió del color de las paredes manchadas de nicotina.

—Los mataré, putos mierdas. Están mintiendo como bellacos. —Su mirada fue de Gemma a Kincaid y, al no ver en sus rostros expresiones tranquilizadoras, dijo con más desesperación—: No me pueden encerrar por esto. No vi a Con después de tomar esa copa con él en el Fox. Lo juro.

Gemma pasó otra página de su bloc.

—Es muy posible que tengas que jurarlo ante un tribunal, a menos que se te ocurra un relato mejor de tus movimientos después de las diez y media. Connor hizo una llamada desde su piso sobre esa hora, y después dijo que iba a salir.

—¿Quién lo dice? —preguntó Hicks, con más perspicacia de la que Gemma le había atribuido.

—No importa. ¿Quieres saber lo que pienso, Kenneth? —Gemma se inclinó hacia él y bajó la voz en tono confidencial—. Yo creo que Connor te telefoneó y te pidió que fueras a verlo a la esclusa. Os peleasteis y Connor se cayó dentro. Le podría pasar a cualquiera, ¿no es así, Ken? ¿Trataste de salvarlo o tenías miedo del agua? —Su tono parecía el de alguien que comprendía y que perdonaría cualquier cosa.

—¡Jamás! —Hicks empujó su silla atrás—. ¡Eso es una mentira asquerosa! ¿Y cómo diablos se supone que fui allá sin un coche?

—Connor te recogió en el suyo —dijo Gemma, razonando—, y luego tú volviste en autostop a Henley.

—No lo hice, se lo he dicho, y no puede probarlo.

Desgraciadamente, Gemma sabía por los informes de Thames Valley que eso era correcto. El coche de Connor había sido lavado y se le había pasado el aspirador. Los forenses no encontraron nada significativo.

—Entonces, ¿dónde estabas? Di la verdad.

—Ya se lo he dicho. Estuve en el Fox, luego en casa de ese tipo, Jackie, se llama Jackie Fawcett.

Kincaid cruzó las piernas perezosamente y habló por primera vez desde que Gemma había empezado.

—Entonces, ¿por qué no quisieron tus amigos darte una coartada bonita y arregladita, Kenneth? Yo veo dos posibilidades. La primera es que estás mintiendo, y la segunda es que no les gustas y he de decir que no sé cuál de las dos es más probable. ¿Has ayudado a otros amigos de la manera en que ayudaste a Connor?

—No sé de qué está hablando. —Hicks sacó un maltratado paquete de cigarrillos del bolsillo de su cazadora. Lo sacudió, rebuscó por dentro con el pulgar y el índice y al no encontrar nada lo arrugó, asqueado.

Gemma retomó el hilo.

—Por eso os peleasteis, ¿no es así, Kenneth? Cuando te encontraste con Connor después de comer, ¿le dijiste que tenía que pagar? ¿Acordó encontrarse contigo aquella noche? Luego, cuando apareció sin el dinero, te peleaste con él. —Ella iba elaborando los detalles a medida que procedía.

En la voz de Hicks apareció un elemento de súplica.

—No me debía nada, ya se lo he dicho. —Mantuvo los ojos ansiosamente fijos en los de Kincaid, y Gemma se preguntó qué habría hecho él para meterle tanto miedo a Hicks.

Kincaid se enderezó y dijo:

—O sea, lo que me estás diciendo es que Con había saldado sus deudas contigo, y sin embargo yo sé que Con estaba tan corto de dinero que ni podía pagar la hipoteca de su piso. Creo que mientes. Creo que le dijiste algo a Connor cuando os tomasteis esa cerveza en el Fox que le atacó los nervios. ¿Qué fue eso, Kenneth? ¿Lo amenazaste con decirle a tu jefe que llamara a sus matones? —Se levantó y se inclinó hacia él con las manos sobre la mesa.

—Nunca lo amenacé. No fue así —chilló Hicks, retrocediendo ante Kincaid.

—¿Pero seguía debiéndote dinero?

Hicks los miró. Gotitas de sudor aparecieron en el labio superior y Gemma pudo ver cómo calculaba qué dirección escoger. Rata atrapada, pensó, y apretó los labios para esconder su satisfacción. Esperaron en silencio hasta que Hicks dijo:

—Quizás. ¿Y qué? Nunca lo amenacé como dicen ustedes.

Kincaid caminó inquieto de un lado a otro en el pequeño espacio que había delante de la mesa.

—No te creo. Tu jefe te iba a arrancar la piel a tiras si no aparecías con la pasta. No creo que no utilizaras algo de persuasión. —Sonrió a Hicks cuando se acercó a él—. Y el problema con la persuasión es que a veces se te va de las manos, ¿no es así, Kenneth?

—No. Quiero decir que no lo sé...

—¿Estás diciendo que no fue un accidente? ¿Qué tu intención era matarlo?

—Ésa no era mi intención. —Hicks tragó y se secó las manos en los muslos—. Sólo le hice una sugerencia, una propuesta.

Kincaid dejó de caminar de un lado a otro y se quedó muy quieto, con las manos en los bolsillos, mirando a Hicks.

—Esto parece interesante, Kenneth. ¿Qué clase de propuesta?

Al ver a Hicks al borde de la confesión, Gemma contuvo la respiración por miedo a que cualquier movimiento lo hiciera ir en la dirección equivocada. Al oír la irregular cadencia de la respiración de Hicks, ofreció una pequeña oración silenciosa a los dioses de los interrogatorios.

Finalmente Hicks habló con la celeridad que da la liberación, y sus palabras fueron venenosas.

—Lo calé desde el principio, a él y a los estirados Asherton. De la forma en que hablaban se diría que eran la puñetera realeza, pero no me podían engañar. Esa Dame Caroline es sólo una fulana con ínfulas, eso es lo que es. Y todo ese escándalo que montaron cuando el niño se ahogó, bueno, ni siquiera era el hijo de Sir Gerald, era un puñetero bastardo. —Matty. Estaba hablando de Matty, pensó Gemma, tratando de encontrarle sentido a esta nueva información.

Kincaid se sentó de nuevo y acercó la silla hasta que pudo colocar los codos en la mesa.

—Empecemos otra vez desde el principio, ¿de acuerdo, Kenneth? —dijo muy bajito, sin alterarse. Gemma tembló—. Le dijiste a Connor que Matthew Asherton era ilegítimo. ¿Lo he entendido bien?

La nuez de Hicks asomó en su delgado cuello cuando tragó saliva. Asintió y miró a Gemma, apelando a ella. Gemma pensó que habían obtenido más de lo esperado y se preguntó hasta dónde hubiera llegado Kincaid si ella no hubiera estado en la sala y la grabadora no hubiera estado funcionando.

—¿Y cómo podías saberlo tú? —preguntó Kincaid, aún suave como la seda.

—Porque mi tío Tommy era su maldito padre, por eso.

* * *

En el silencio que siguió, la respiración entrecortada, gangosa de Kenneth Hicks sonó muy fuerte en los oídos de Gemma. Abrió la boca, pero notó que no podía expresar nada con palabras.

—¿Tu tío Tommy? ¿Te refieres a Tommy Godwin? —dijo Kincaid finalmente, sin poder controlar del todo su sorpresa.

Gemma notó como si una mano gigante estuviera apretando su diafragma. Vio de nuevo la foto enmarcada en plata de Matthew Asherton, el cabello rubio y la pícara sonrisa en esa cara simpática. Recordó la voz de Tommy cuando habló de Caroline, y se preguntó cómo no lo había visto antes.

—Oí como él se lo decía a mi madre, cuando el niño se ahogó —dijo Hicks. Debía haber interpretado la sorpresa de sus caras como incredulidad, porque agregó con una aguda nota de pánico—, lo juro. Nunca dije nada, pero después conocí a Con y no paraba de hablar de ellos. Recordé los nombres.

A Gemma la envolvió una oleada de náusea al darse cuenta del corolario.

—No te creo. No puedes ser sobrino de Tommy Godwin. No es posible —dijo acaloradamente, pensando en la elegancia de Tommy, en su cortés paciencia cuando ella lo llevó a Scotland Yard. Pero a pesar de resistirse a la idea, notó de nuevo esa extraña sensación de familiaridad. ¿Podía ser la línea de la nariz? ¿O la posición de su mandíbula?

—Vaya a Clapham y pregunte a mi madre. Ella se lo dirá...

—Has dicho que hiciste una propuesta a Connor —Kincaid soltó las palabras en medio de la protesta de Hicks como quien suelta piedras en una piscina—. ¿Qué clase de propuesta, exactamente?

Hicks se frotó y sorbió la nariz. Evitó el contacto visual con Kincaid y Gemma.

—Venga, chico. Nos lo puedes explicar —insistió Kincaid—. Suéltalo.

—Bueno. Los Asherton deben estar cargados de pasta, ¿no?, con sus títulos y todo. Siempre están en los periódicos, en las secciones de cotilleo. Así que pensé que no les gustaría que saliera en los periódicos lo de su hijo, lo de que no era legítimo.

La intensidad del enfado de Kincaid parecía haberse mitigado.

—¿He de entender que sugeriste a Connor que hiciera chantaje a sus propios suegros? —preguntó, mirando a Hicks con serena satisfacción—. ¿Qué hay de tu propia familia? ¿No se te ocurrió que podría afectar a tu tío y a tu madre?

—No iba a confesar que era yo el que se lo había dicho —dijo Hicks, como si eso lo absolviera de toda culpa.

—En otras palabras, no te importó que le afectara a tu tío siempre y cuando no se enterara de que habías sido tú —sonrió Kincaid—. Muy noble de tu parte, Kenneth. ¿Y cómo reaccionó Connor ante tu pequeña proposición?

—No me creyó —dijo Hicks, y sonó ofendido—. No en seguida. Luego pensó un poco y empezó a ponerse nervioso. Me preguntó cuánto dinero tenía en mente, y cuando le dije «empieza con cincuenta mil libras y lo dividimos, luego podemos pedir más» se rió en mi cara. Me dijo que cerrara la boca y que si llegaba a decir una palabra me mataría. —Hicks parpadeó con sus pálidas pestañas y añadió, como si todavía no pudiera creerlo—: ¡Después de todo lo que hice por él!

* * *

—De verdad no entendía por qué estaba Connor enfadado con él —le dijo Kincaid a Gemma mientras esperaban junto a un paso cebra que separaba la estación de High Wycombe del aparcamiento donde habían dejado el coche de Gemma—. Es más que lentito en el departamento de moralidad, nuestro Kenneth. Imagino que se ha quedado en el sector de los delitos menores tan sólo porque es un ratoncillo timorato. Aunque opino que la comparación es del todo injusta con el ratón —añadió mientras daba un repaso con la mano a la manga de su americana.

Gemma se dio cuenta, con la indiferencia que se había apoderado de ella, de que era una de sus chaquetas favoritas, de lana azul y gris y que hacía resaltar el color de sus ojos. ¿Por qué le estaba hablando sin decir nada? Como si nunca se hubiera cruzado con un sinvergüenza de pacotilla...

El tráfico que venía en dirección contraria se paró y cruzaron por el paso cebra. Kincaid echó una ojeada a su reloj cuando llegaron a la otra acera.

—Creo que tenemos tiempo para hablar con Tommy Godwin antes del almuerzo si corremos como alma que lleva el diablo. De hecho —dijo cuando llegaron al coche y Gemma sacó las llaves del Escort de las profundidades del bolso—, dado que parece que no tenemos que volver aquí, será mejor que recojamos nuestras cosas y también llevemos mi coche de vuelta a Londres.

Sin decir palabra, Gemma puso el motor en marcha mientras él se sentaba a su lado. Ella se sintió como si un caleidoscopio en su cabeza se hubiera movido, mezclando los pedacitos de colores de forma que ya no era capaz de reconocer el diseño.

Kincaid le tocó el brazo.

—Gemma, ¿qué te pasa? Has estado así desde el desayuno. Si no te encuentras bien...

Se volvió hacia él, notando el sabor salado de una herida que se acababa de hacer al morderse el interior del labio.

—¿Lo has creído?

—¿A quién? ¿A Kenneth? —preguntó Kincaid, en un tono algo confundido—. Bueno, has de admitir que hace que algunas cosas cobren sentido...

—No has conocido a Tommy. Me creo lo de que sea el padre de Matthew —reconoció—, pero no el resto. Es un cuento chino si...

—Me temo que es suficientemente improbable como para ser cierto —dijo Kincaid—. ¿Y de qué otro modo hubiera descubierto lo de Tommy y Matthew? Nos da la pieza que nos faltaba, Gemma. El motivo. Connor se encaró con Tommy durante la cena por lo que había descubierto y Tommy lo mató para mantenerlo callado.

—No me lo creo —dijo Gemma con terquedad, pero a pesar de lo que estaba diciendo pequeñas porciones de duda se arrastraron hacia su mente. Tommy amaba a Caro, y a Julia. Era obvio. Y de Gerald hablaba con respeto y afecto. ¿Protegerlos a todos ellos era suficiente razón para cometer un asesinato? Pero incluso si se tragaba esta premisa, el resto no tenía sentido para ella—. ¿Por qué razón habría Connor de aceptar encontrarse con él en la esclusa?

—Tommy le prometió que le llevaría dinero.

Gemma se quedó mirando la llovizna que había empezado a cubrir el parabrisas.

—Por alguna razón no creo que Connor quisiera dinero —dijo ella con silenciosa certeza—. Y esto no explica por qué Tommy fue a Londres a ver a Gerald. No puede haber sido por establecer una coartada. No, si Connor estaba todavía vivo.

—Pienso que está afectando tu criterio el hecho de que te agrada Tommy Godwin, Gemma. Nadie más tiene el más mínimo motivo. Seguro que lo puedes ver...

La ira que había estado acumulando durante toda la mañana se desató como un diluvio.

—Eres tú el que está ciego —le gritó—. Estás tan obsesionado con Julia Swann que ni siquiera consideras la posibilidad de que esté implicada en el asesinato de Connor, cuando sabes tan bien como yo que lo más probable siempre es que el marido o la mujer estén implicados. ¿Cómo puedes estar seguro de que Trevor Simons no esté mintiendo para protegerla? ¿Cómo sabes que Julia no se encontró con Connor antes de cenar con Tommy, antes de la inauguración, y que acordaran verse más tarde? Quizás pensase que un escándalo que implicara a su familia podría dañar su carrera. Quizás quisiera proteger a sus padres. Quizás... —Se descargó. La furia se había agotado rápido y esperó, desconsoladamente, la reacción. Esta vez sí que se había pasado.

Pero en lugar de darle el rapapolvo que esperaba, Kincaid apartó la mirada. En el silencio que siguió, ella pudo escuchar el ruido de los neumáticos en el pavimento mojado y un leve tictac que parecía estar dentro de su cabeza.

—Quizás tengas razón —dijo él finalmente—. Quizás no pueda fiarme de mi criterio. Pero a menos que se nos ocurra una prueba física concreta, eso es todo lo que tenemos.

* * *

Hicieron el viaje de vuelta a Londres en coches separados y se encontraron en el piso de Kincaid, como habían quedado. La llovizna los había seguido, y Kincaid colocó la lona en el Midget antes de cerrarlo. Cuando entró en el coche de Gemma, dijo:

—Debes hacer algo con tus neumáticos, en serio. El trasero de la derecha está tan liso como la cabeza de mi abuelo. —Era una regañina que repetía a menudo, pero al ver que Gemma no picaba, Kincaid suspiró y continuó—: He llamado a LB House por el móvil. Tommy Godwin no ha aparecido hoy, ha dicho que no se sentía bien. ¿No dijiste que su piso estaba en Highgate?

Gemma asintió.

—Tengo la dirección en mi cuaderno de notas. Creo que está muy cerca de aquí. —Mientras conducía le sobrevino una ansiedad amorfa y sintió cierto alivio cuando divisó el bloque de pisos. Aparcó en la entrada circular y salió del coche de un salto. Mientras esperaba que Kincaid cerrara su lado del coche y la alcanzara en la entrada del edificio, no dejó de dar golpecitos de impaciencia con el pie.

—Por Dios, Gemma. ¿Acaso hay algún incendio del que nadie me ha hablado? —le dijo Kincaid, pero ella ignoró el comentario cortante y se abrió paso entre las puertas de cristal esmerilado. Cuando mostraron sus identificaciones al portero, éste puso cara de pocos amigos y les indicó a regañadientes que tomaran el ascensor al cuarto piso.

—Bonito edificio, —dijo Kincaid cuando el chirriante ascensor subió—. Está bien mantenido, pero no demasiado modernizado. —El vestíbulo de la cuarta planta, con baldosas blancas y negras dispuestas en un dibujo geométrico muy refinado, confirmó su descripción—. Art deco, si no voy errado.

Gemma, que estaba buscando el número del piso, había escuchado sólo a medias.

—¿Qué? —preguntó, mientras llamaba al 4C.

—Art deco. El edificio debe datar de...

La puerta se abrió y Tommy Godwin los miró socarronamente.

—Mike me ha llamado y me ha avisado de que la pasma venía a visitarme otra vez. No le parecía nada bien. Creo que debe de haber tenido tratos muy desafortunados con la ley en una vida anterior. —Godwin llevaba un batín de seda y zapatillas, su pelo rubio habitualmente inmaculado estaba de punta—. Usted debe de ser el comisario Kincaid —dijo mientras los conducía adentro.

Al estar ya convencida de que Tommy no había metido la cabeza en el horno o algo igualmente estúpido, Gemma se sintió irracionalmente irritada con él por haberla preocupado. Caminó detrás de los hombres, mirando a su alrededor. A su izquierda había una pequeña y pulcra cocina, en los mismos colores blanco y negro del vestíbulo. A su derecha la sala seguía con el mismo diseño y a través de los ventanales se podía ver la extensa y gris ciudad de Londres. Todas las líneas de los muebles eran curvadas, pero nada recargadas. Una colección de copas rosas esmeriladas acentuaba el esquema monocromático. Gemma encontró la sala apacible y vio que su delicado orden iba perfectamente con la imagen de Tommy.

Una gata siamesa posaba encima de una silla junto a una ventana. Tenía las patas metidas debajo del tórax y los miraba impasible con sus ojos color zafiro.

—Tiene razón, comisario —dijo Tommy cuando Gemma se unió a ellos—, estos pisos se construyeron a principios de los años treinta y eran lo último en diseño en su época. Han aguantado sorprendentemente bien, al contrario que la mayoría de las monstruosidades de la posguerra. Siéntense, por favor —añadió al tiempo que se sentaba en una silla en forma de abanico que complementaba el estampado de espirales de su batín—. Aunque debo decir que vivir aquí debía destrozar los nervios de cualquiera durante la guerra, estando tan altos. Uno debía de sentirse un blanco muy fácil cuando llegaron los bombarderos alemanes. Un poco de luz por una rendija y...

—Tommy —interrumpió Gemma con severidad—, nos han dicho en LB House que no se encontraba bien. ¿Qué le ocurre?

Se pasó una mano por el pelo. A la clara luz grisácea, Gemma vio que la piel de debajo de los ojos empezaba a formar bolsas.

—No me encuentro muy bien, sargento. Los efectos de ayer se han hecho sentir. —Se levantó y fue al armario de las bebidas—. ¿Tomarán un jerez? Es casi la hora de comer y estoy seguro de que el detective Rory Alleyn [8] siempre aceptaba un jerez cuando interrogaba sospechosos.

—Tommy, esto no es una novela de detectives, por Dios —dijo Gemma, incapaz de contener su exasperación.

Tommy se volvió hacia ella. Sostenía el decantador de jerez en una mano.

—Lo sé, querida. Pero esta es mi manera de silbar en la oscuridad. —La delicadeza de su tono indicó a Gemma que reconocía su preocupación y que estaba emocionado.

—No rechazaré uno pequeño —dijo Kincaid y Tommy colocó tres copas y el decantador en una pequeña bandeja para cócteles. Las copas estaban sensualmente festoneadas en el mismo rosa delicado de las pantallas acanaladas de las lámparas y jarrones que Gemma ya había visto. Cuando probó el jerez, éste pareció disolverse en su lengua como mantequilla.

—Después de todo —dijo Tommy mientras llenaba su propia copa y regresaba a su silla—, si he de asumir la responsabilidad de un crimen que no he cometido, mejor que lo haga con gracia.

—Ayer me dijo que había estado en Clapham visitando a su hermana. —Gemma hizo una pausa para lamer un rastro de jerez del labio, luego continuó más lentamente—. No me habló de Kenneth.

—Ah. —Tommy se apoyó contra el respaldo y cerró los ojos. La luz grabó arrugas de cansancio alrededor de su boca y nariz, y delineó el pulso marcado en su garganta. Gemma se preguntó por qué no había visto las canas grises mezcladas con el pelo dorado de sus sienes—. Si pudiera escoger, ¿admitiría conocer a Kenneth? —dijo Tommy, sin moverse—. No. No responda. —Abrió los ojos y ofreció a Gemma un intento valeroso de sonrisa—. Deduzco que lo han conocido.

Gemma asintió.

—Entonces también he de suponer que la sórdida historia ha salido a la luz.

—Eso es. Sí. Mintió sobre su cena con Connor. No trataron en absoluto el tema de retomar su antiguo puesto. Se encaró con usted por lo que Kenneth le había contado. —Parecía que hoy era su día de hacer acusaciones, pensó Gemma, y descubrió que se había tomado el engaño de Tommy muy a pecho, como si hubiera sido traicionada por un amigo.

—Una mentirijilla, querida... —pero al ver la expresión de Gemma paró y suspiró—. Lo siento, sargento. Tiene usted razón. ¿Qué quiere saber?

—Empiece desde el principio. Háblenos de Caroline.

—Ah, usted se refiere al principio de todo. —Tommy movió circularmente su copa de jerez, mirándola pensativamente—. Yo amaba a Caro, ¿sabe?, con la temeridad ciega y resuelta de la juventud. No sé. Nuestra aventura terminó con la concepción de Matthew. Yo quería que ella dejara a Gerald y se casara conmigo. Habría amado a Julia como si hubiera sido mi propia hija. —Hizo una pausa, terminó su jerez y colocó la copa sobre la bandeja con extremo cuidado—. Era una fantasía, por supuesto. Caro estaba empezando una carrera muy prometedora. Estaba cómodamente instalada en Badger’s End con el respaldo del nombre y el dinero de Asherton. ¿Qué podía ofrecerle yo? Y luego estaba Gerald, que jamás se ha portado de forma poco honorable en todos los años que hace que lo conozco.

»Uno se adapta como puede —sonrió a Gemma—. He llegado a la conclusión de que las grandes tragedias las crean aquellos que no superan la etapa de adaptación. Seguimos adelante. Como «tío Tommy» se me permitió ver crecer a Matty, y nadie sabía la verdad excepto Caro y yo.

—Luego murió Matty.

Kincaid dejó su copa vacía en la bandeja para cócteles y el sonido del cristal contra la madera sonó como un disparo en la silenciosa sala. Gemma lo miró sobresaltada. Había estado tan centrada en Tommy que por un momento había olvidado su presencia. Ninguno de los dos habló y, al cabo de un rato, Tommy prosiguió.

—Me dejaron fuera. Cerraron filas. En su dolor, Caro y Gerald no tenían espacio para nadie más. Por mucho que yo amara a Matty, también sabía que era un niño normal, con los defectos y dotes de cualquier niño normal. El hecho de que poseyera tanto talento tenía para él el mismo significado que si hubiera tenido un dedo de más, o si hubiera sido capaz de hacer cálculos matemáticos rápidos. No era así para Caro y Gerald. ¿Lo comprenden? Para ellos Matty era la personificación de sus propios sueños. Un regalo que Dios les había enviado para que moldearan a su propia imagen y semejanza.

—¿Y cómo entra Kenneth en todo esto? —preguntó Gemma.

—Mi hermana no es mala gente. Todos llevamos nuestras cruces. Kenneth es la suya. Nuestra madre murió cuando ella todavía iba a la escuela. Yo apenas llegaba a fin de mes en aquella época y no podía hacer demasiado por ella. De modo que creo que se casó con el padre de Kenneth por pura desesperación. Al final él aguantó el tiempo justo para producir a su hijo y luego se largó, dejándola a ella con un bebé que cuidar, así como de ella misma.

Gemma vio un símil de su propio matrimonio en la narración de Tommy sobre su hermana y tembló ante la idea de que a pesar de sus esfuerzos su propio hijo pudiera acabar como Kenneth. Daba miedo sólo de pensarlo. Se acabó su jerez de un trago. Al extenderse el calor por el estómago y la cara, Gemma recordó que no había desayunado.

Tommy cambió de posición y alisó una arruga que se le había formado en su regazo. La gata pareció tomárselo como una invitación, dio un grácil salto y se instaló entre sus manos. Los largos y delgados dedos acariciaron el pelaje chocolate y crema, y Gemma pensó que no podía imaginar esas manos sujetando la garganta de Connor. Levantó los ojos y cruzó una mirada con Tommy.

—Después de morir Matty —dijo—, fui a ver a mi hermana y solté toda la historia. No había nadie más. —Se aclaró la garganta, alcanzó el decantador y se sirvió un poco más de jerez—. No recuerdo esa época muy claramente, ¿comprende? Yo mismo he estado reconstruyendo ahora los trozos. Kenneth no podía tener más de ocho o nueve años, pero creo que nació para ser un chivato. Era muy posesivo con su madre y siempre se escondía y espiaba las conversaciones de los adultos. No tenía ni idea de que estuviera en la casa aquel día. ¿Puede imaginar mi sorpresa cuando Connor me explicó lo que sabía y quién se lo había explicado?

—¿Por qué fue Connor a verlo? —preguntó Kincaid—. ¿Le pidió dinero?

—No creo que Connor supiera lo que quería. Parecía que tenía la idea de que Julia lo habría querido si no hubiera sido por la muerte de Matty, y que si ella hubiera sabido la verdad sobre él, las cosas habrían sido diferentes entre ellos. Me temo que no era demasiado coherente. «Malditos mentirosos», no cesaba de repetir, «son todos unos malditos hipócritas». —Tommy entrelazó los dedos y suspiró—. Creo que Con se había creído totalmente la imagen de la familia Asherton y no podía soportar la desilusión. O quizás necesitaba culpar a alguien de su propio fracaso. Ellos le habían hecho daño y él no había sido capaz siquiera de rozar su gruesa piel. Kenneth puso el arma perfecta en sus manos.

—¿No lo podría haber parado? —preguntó Kincaid.

Tommy le sonrió. No le engañó el tono informal de la voz.

—No de la manera a la que usted se refiere. Le rogué, le supliqué que no hablara. Por Caro, por Gerald y por Julia. Pero eso parecía enfadarlo mucho más. Al final incluso nos peleamos, para mi vergüenza.

—Cuando dejé a Connor ya sabía lo que iba a hacer. Las mentiras habían durado demasiado. Connor tenía razón, en cierta manera. El engaño había distorsionado nuestras vidas, tanto si queríamos darnos cuenta como si no.

—No le entiendo —dijo Kincaid—. ¿Por qué pensó que matar a Connor acabaría con el engaño?

—Pero es que no maté a Connor, comisario —dijo Tommy cansinamente. El agotamiento se hizo evidente en el ángulo de su boca—. Le expliqué la verdad a Gerald.