Capítulo 43

Tanta intensidad… No había barreras, solo libertad.

Abrazados, Gabriel y Aniel hacían el amor en la multidimensionalidad, en el jardín de rosas blancas, rodeados del perfume intenso como el que emanaba del cabello de ella. La desnudez de los cuerpos acompañaba el movimiento danzante de las sutiles energías alrededor. Se amaban con reverencia y veneración, con honor y entrega.

Gabriel recorría con adoración una a una las partes de la geografía de su mujer con las manos y la boca. Acariciaba las montañas, los valles y las vertientes. La besaba enfebrecido, excitado por el reencuentro, conmovido por sentirse tan amado por ella. Su mujer. Besó y jugó con los labios suculentos, con los senos, la piel satinada y los contornos más íntimos que lo inflamaban de pasión. Aniel lo abrazaba y gemía de placer endulzándole los oídos. Le rozaba los músculos fuertes del pecho, de los brazos y le despeinaba el cabello. Jugó con ellos hasta el cansancio, revolviéndoselos salvajemente, como ella adoraba hacer.

Inmersos en un océano de caricias, Gabriel percibió de repente que la energía de Aniel empezaba a vibrar de manera diferente. Parecía elevarse a una frecuencia superior mientras arqueaba el cuerpo respondiendo al cambio. Un color plateado diferente comenzó a desprenderse de su aura, mientras ella cerraba los ojos y entraba en una especie de trance. Gabriel supo al instante de qué se trataba. El proceso se había desencadenado y su señora álmica estaba empezando la transformación.

Gabriel la abrazó y la besó. Fuera lo que fuera que sucediera con Aniel, él la tendría entre sus brazos para cuidarla y protegerla.

Mientras seguía acariciándola, Aniel abrió los ojos y lo miró, lo que provocó que la respiración de Gabriel se detuviera. Los ojos verde mar irradiaban un brillo platino tal que su propio cuerpo pareció volverse del mismo color. Y sus ojos respondían con la misma intensidad. Ambos conformaban un entramado de cuerpos platinos, dos figuras de mercurio abrazadas estrechamente. Inmersos en esa nueva intensidad vibratoria, una pasión enardecida se apoderó de ellos. Se entrelazaron salvajes y buscaron comerse el uno al otro con las bocas. Las rosas del jardín despertaron al fulgor de la mañana en un estallido de pétalos que se abrieron para derramar su perfume sobre los cuerpos enredados.

Hasta que las manos de Aniel empezaron a arder.

––¡Me duele! ––gritó, deteniéndose. Gabriel la abrazó más fuerte y susurró:

––Abre las manos y recibe lo que el Universo desea brindarte, mi amor.

Gabriel se refería a las figuras impresas en sus manos, que adquirieron una temperatura casi insoportable e hicieron que Aniel rompiese en sollozos, presa del dolor. Mientras ella hacía lo que Gabriel le había pedido, este la sostenía y le hablaba sin interrupción besándole las lágrimas. Los cuerpos resplandecían como nunca antes y las manos de Aniel, extendidas hacia el infinito, comenzaron a transformarse en dos orbes platino que se expandían hacia todas direcciones, a la vez que rayos de energía que provenían de diferentes partes de la multidimensionalidad confluían sobre ellas. Gabriel seguía abrazándola desde atrás. Era su soporte y ella lo sabía.

En medio de aquel vals de energías, se desplegaron dos enormes pirámides invertidas de las manos de Aniel, que se erigieron sobre las palmas y empezaron a oscilar con suavidad.

Gabriel contuvo la respiración al ver esas figuras frente a sus ojos. Y siguió susurrándole al oído cuánto la amaba. Sabía por los quejidos que ella sentía mucho dolor. La había colocado sobre su regazo y con las piernas la sostenía con delicadeza de las caderas. Los brazos le envolvían el torso, permitiéndole el movimiento de las manos. Le besaba el cuello con dulzura mientras las manos le rozaban los senos, que brillaban incandescentes. Aniel gimió ante las caricias. El acto de transformación se sentía absolutamente erótico. Sobre las manos de Aniel seguían confluyendo haces mercuriales y las majestuosas pirámides aumentaban de tamaño, volviéndose más nítidas. Giraban con exquisita gracia al unísono con la descarga de energía superior.

Gabriel contemplaba emocionado el encuentro entre la multidimensionalidad y ellos, mientras confirmaba lo que había sabido desde hacía tiempo: su señora álmica de plata era una legítima silverwalker. Y en medio de su estupor, Aniel giró, lo miró y se levantó lentamente de su yugo. Con reverencia, lo tomó de las manos y lo invitó a levantarse a él también para colocarse uno frente al otro sin dejar de mirarse. Extendieron las manos y las colocaron unas sobre otras, sin tocarse, para unir las majestuosas pirámides; las de Gabriel apuntando hacia arriba, y las de Aniel a la inversa. Las del caminante comenzaron a desplegarse a un mayor tamaño y a irradiar un nuevo brillo, tan intenso como las de Aniel.

Gabriel sintió un poco de dolor en las palmas, pero, casi al instante, desapareció. La transformación de Aniel no solo había operado en ella, sino también en él. Ambos llevaban figuras multidimensionales en las manos y la vibración de sus cuerpos se elevó a la máxima expresión lo que confluyó en una explosión de luz.

De la unión de sus manos surgió una energía poderosa y tan brillante que las siluetas de Gabriel y Aniel desaparecieron momentáneamente. En su lugar, un magnífico y gigante octaedro comenzó a desplegarse y dar forma a un portal de tal magnificencia como Gabriel jamás había visto antes en sus seiscientos años. De este surgieron una infinidad de almas, de una brillantez tan poderosa como la que ellos irradiaban en ese instante. Los miraron y sonrieron. Entre ellas se distinguían los padres de Gabriel y el jerarca Harik. Y también una figura que Aniel recordaba con profundo amor: su abuelo Johan.

Ante la visión de su abuelo, de un esplendor indescriptible y mucho más intenso que el de los otros jerarcas, Aniel no pudo evitar derramar las lágrimas. El jerarca la miró primero a ella y después a Gabriel con evidente orgullo.

––Queridos hijos: el primer símbolo, el octaedro sagrado, enviado por los venerables antepasados de nuestra Estirpe, ha sido encontrado. Su hallazgo solo era factible a través del reconocimiento y aceptación del amor de los señores álmicos unidos en la multidimensionalidad. Y ese amor es el de ustedes.

»Ahora es la tarea de ambos descubrir cómo hacer honor al trabajo como silverwalkers con este nuevo portal, que les permitirá llevar a cabo traspasos superiores de almas, de un valor enorme para la Estirpe. Por lo tanto, un nuevo orden se ha establecido en nuestro linaje.

»Aniel, nieta bendita, con profundo respeto y honor te doy la bienvenida como la primera mujer silverwalker de la historia de la Estirpe de Plata.

Aniel inclinó la cabeza en una actitud de humildad y honor por el don tan preciado recibido. A su vez, el jerarca se volvió para mirar a Gabriel, que lo observaba perplejo.

––Caminante, debes saber que los jerarcas de la Orden Superior han decidido que los cargos imputados contra ti eran infundados y, por lo tanto, han sido rechazados. Y olvidados. Eres libre.

––Jerarca… yo… ––comenzó a decir Gabriel.

––Igualmente… ––lo interrumpió el abuelo de Aniel––se te encarga la misión de cuidar y enseñar a esta nueva silverwalker su recién iniciado rol en la Estirpe ––completó con mirada complaciente––. Eres muy honrado y querido en estos planos, silverwalker Gabriel. Admiramos tu lealtad y fortaleza. Y tu enorme amor.

Luego se dirigió a los dos, mirándolos con reverencia:

––Es muy importante que de aquí en más ayuden a los demás guerreros silverwalkers cuando se produzca el encuentro con sus señoras álmicas, ya que algunos de ellos deberán afrontar desafíos que serán aún más arduos que los de ustedes. Pero lo más importante: no pueden revelar lo ocurrido entre ustedes esta noche, ya que de hacerlo podrían influenciar en las decisiones de los demás caminantes y sus compañeras. Y la Estirpe de Plata solo aceptará la unión de aquellos señores álmicos de plata que hayan expresado con absoluta libertad la intención de permanecer unidos en el futuro. Porque es una elección que debe ser hecha desde la propia voluntad y no desde la obligación. El respetar esta consigna hará la gran diferencia en lo que suceda de aquí en más en la casta y en la Estirpe. Sean ejemplo. Es la mejor manera de ayudarlos.

Y a continuación cayó sobre la primera pareja de silverwalkers, un caudal enorme de agua que los envolvió y acunó. Los jerarcas desaparecieron y el portal se transformó en un gran valle, con una enorme cascada que los sumergió en la profundidad de sus aguas, testigo mudo de la unión. El elemento de la naturaleza respondía a lo que juntos habían creado, protegiéndolos y purificándolos.

Gabriel y Aniel se abrazaron, enredando los brazos y las piernas iridiscentes. Se sentían livianos en el vaivén de las aguas; podían respirar sin dificultad y sus movimientos eran ágiles y delicados. Gabriel comprendió en ese instante que empezaba a vivir el sueño que, noche tras noche y durante tanto tiempo, lo había acompañado y que, en ese instante, se convertía en una realidad tangible.

Buscó los ojos de Aniel y, al encontrarlos, se miraron con adoración. La comunión entre ambos se volvió más intensa. Contemplar al otro significaba, de repente, mirarse a sí mismo. Ya no había secretos. Y la apasionada ofrenda de amor que surgió en ese instante fue una unción.

Se abrazaron más estrechamente y los cabellos se entrelazaron como si cada una de las fibras se atrajera entre sí. Las manos se buscaron, ávidas por recorrer al otro. Gabriel cubrió con ardor la boca de Aniel, sintiendo la vida que había en ella. Lo que antes había sido muerte, se había transformado en un renacer. Gabriel se desprendió renuente de ella para bajar la cabeza hacia las suaves lomadas venusianas. Las besó con devoción, mientras Aniel se aferraba a sus brazos y le envolvía la cintura con las piernas para danzar junto a él. De súbito, Aniel tomó entre las manos su masculinidad y la presionó con suavidad, lo que provocó que Gabriel arqueara la espalda. Respiraba de manera entrecortada y con el torso endurecido por el placer que lo dejaba sin aliento. Entornó los ojos y la observó desplazarse hacia su vientre e inclinarse a saborear lo que antes sus manos habían acariciado. Llevó la cabeza hacia atrás con las caderas moviéndose al ritmo de los labios femeninos. Al borde del estallido, Gabriel levantó a Aniel de los hombros y la acercó a su rostro. La volvió a besar esta vez sin control, sujetándola por la nuca y poseyéndola con la lengua. Aniel respondió de la misma manera, mientras enredaba los pies en su cintura. Se besaron como poseídos, como si no pudieran tener suficiente el uno del otro.

Lentamente, Gabriel se separó y volvió a explorar y recorrer cada rincón íntimo de su mujer. Se detenía en la parte más sabrosa, atormentándola con el calor de la lengua y los dedos.

Escuchó los gemidos de Aniel y su polla se irguió aún más brava. Gabriel los preparaba para lo que habían esperado durante tanto tiempo: la unión completa de los cuerpos.

Subiendo por su cuerpo, la atrajo con más fuerza contra él al presionar con uno de los brazos la espalda suave contra su pecho. Volvió a escalar las montañas platinos con la boca mientras los dedos de su otra mano ingresaban en la suave cavidad tan apretada y la abrían lentamente. Escuchó los gemidos de Aniel y percibió la tensión de su cuerpo al recibir tan intenso placer. Un suave empellón del agua hizo que ella curvara aún más la espalda, ofrendando con generosidad los pechos a su boca. Gabriel los degustó hambriento. Ella no dejaba de acariciarle su virilidad, hasta que sintió crecer la urgencia del momento.

Gabriel tomó a Aniel de los costados de su cadera y la impulsó sobre su regazo. Perdidos en los ojos de uno y el otro, danzaron en comunión febril con el agua que los refrescaba y acariciaba, hasta que Gabriel, enardecido, los giró a ambos hasta situar el escultural cuerpo de Aniel bajo él. Apoyó la polla sobre el vientre suave y se irguió como un mástil ante el movimiento ascendente y descendente de las caderas. Volvió a introducirle primero un dedo y luego otro para humedecerla por dentro y sentir el calor de ese interior que pronto lo recibiría a él completamente.

«Mía al fin».

Aniel, girando la cabeza de un lado a otro, por completo abandonada en sus brazos, abrió los ojos y susurró:

––Hazme tuya.

Estremecido, Gabriel elevó el cuerpo en toda su dimensión sobre ella, le acarició los muslos mientras se los separaba y, sin dejar de mirarla, colocó la punta de su masculinidad contra los pliegues delicados.

––Te amo ––susurró Gabriel con infinita ternura.

Volvió a repetírselo infinidad de veces mientras le cubría la cara de besos y las manos bajaban para sujetarle las caderas contra su masculinidad. Con cada «te amo», Gabriel comenzó a ingresar más profundamente en ella para detenerse y dejar que Aniel se acostumbrara a él. La miraba enfebrecido, sumergido en el placer sublime que los pliegues tan exquisitos provocaban en su erección. Al menor gesto de dolor de Aniel, volvía a detenerse, hasta que la escuchaba gemir pidiendo más. Gabriel creyó que su verga, envuelta de forma tan apretada, explotaría en ese instante. Los quejidos de placer de su mujer lo erotizaban por completo. Sediento de ellos, volvió a profundizar en su interior sin dejar de acariciarla y besarla. Estaba húmeda y lista para él. Jamás había hecho el amor en otra dimensión; se percibía cada dolor y cada placer con una intensidad única, irrepetible. No existía ninguna barrera y la expresión de lo que sentían se multiplicaba a escala infinita. Sin detenerse en su avance, Gabriel continuó yendo hacia su interior, expectante de lo que sucedería cuando encontrara la película virginal.

Se detuvo jadeante cuando los ojos de Aniel se volvieron plata líquida al tensarse. Allí estaba.

La besó devorándola, envolviéndole la cabellera con una de las manos mientras la otra se aferraba a una de las nalgas. Al percibir que se abandonaba de nuevo a él, Gabriel dejó por un rato de atacarle los labios para atrapar uno de sus senos. Lo cubrió y adoró con la suavidad de su lengua para llevarla a nuevas alturas de pasión. Continuó moviendo las caderas, mientras cambiaba hacia el otro seno, al que también atormentó sin piedad con la boca, devorándolo. Aniel sollozaba, mientras tironeaba de su cabello. Sabía lo que significaba.

––Gabriel, por favor, dame todo de ti.

Sin esperar más, empujó las caderas hacia adelante y la atravesó. Aniel gritó, cerrando los ojos y contrayendo el cuerpo. Gabriel se detuvo, volvió a esperarla, y rogó que ella se adaptara al tamaño de su virilidad. No quería hacerle más daño.

La abrazó y la besó una y mil veces tratando de que se centrara en los besos y no dejó de acariciarla mientras movía las caderas muy lenta y suavemente. Aún con los ojos cerrados, la vio sonreír y emitir un suspiro. Gabriel empujó las caderas hacia adelante y hacia atrás en movimientos lánguidos y acompasados.

––Sí... así ––le rogó ella en otro gemido.

Al darse cuenta de que otra vez le estaba dando placer, Gabriel sintió una felicidad indescriptible. El canal de Aniel se volvía más y más húmedo, y creyó volverse loco ante la presión que le ofrecía a su virilidad ya que la excitación que le provocaba, lo estaba llevando al límite de sus resistencias. Una nueva red de besos apasionados los atrapó. Aniel recorrió con las uñas sus hombros, toda la longitud de la espalda hasta llegar a la parte baja de las nalgas y regresar a su cabellera. Ella adoraba tironearle el pelo, lo que provocaba en Gabriel un anhelo salvaje. Cubrió con una de las manos uno de los senos henchidos y con la otra el triángulo femenino y los estimuló hasta que la escuchó sollozar casi descontrolada. Estaba próxima a la liberación.

Gabriel acercó las caderas, atrayendo las nalgas femeninas hacia él. El placer que experimentaban era increíblemente superior al de antes y Gabriel no tuvo dudas de que su cuerpo, muy pronto, explotaría en mil pedazos.

Como silverwalkers unidos, de allí en más vivirían una sexualidad arrolladora de nuevas dimensiones por explorar. Los movimientos de ambos se volvieron más intensos y más salvajes, con Gabriel golpeando con frenesí contra los músculos de Aniel. Le tomó los tobillos y le elevó las piernas hasta colocarlas sobre sus hombros para exponerla aún más a él y profundizar su estocada. Aceleró el ritmo de las caderas hasta que Aniel explotó gritando su nombre mientras clavaba las uñas en sus nalgas y los ojos y la cabellera se volvían de color mercurio.

Gabriel la tomó de la nuca y presionó con fuerza el rostro contra su boca para profundizar los besos que absorbieron sus gemidos. Intensificó el movimiento implacable de las caderas, sin perder el contacto con los ojos de Aniel, que en ese momento lo miraban extasiada. Preso en aquella visión, comprobó absorto cómo su propio placer escalaba a una altura inimaginable y el calor que envolvía a su miembro se expandía hacia todo su interior. Endureció los músculos del cuerpo, elevó las caderas, y estalló con un grito ensordecedor. El resplandor platino de sus ojos y sus cabellos se acoplaron a la intensidad de los de su señora álmica, mientras su semilla se derramaba en el interior de Aniel. A continuación, una seguidilla simultánea e imparable de orgasmos provenientes de los dos selló el encuentro y cayeron colapsados uno sobre otro.

Abrazados en aquella inmensidad, se miraron a los ojos con adoración. Los cuerpos eran pura luz, testigo de la comunión sagrada. Escuchó que Aniel murmuraba sobre sus labios:

––Solo haz que el agua te envuelva y renace a tus veintitrés años.

––¿Tu sueño de nuevo? ––preguntó Gabriel sabiendo que no necesitaba respuesta. Aniel asintió mientras sonreía plena. Con una de las manos, Gabriel tomó el dije de la gargantilla que le había regalado y jugó con él entre los dedos. Era el reflejo sagrado de lo que ellos se habían transformado. Con la otra mano tomó a Aniel de la barbilla y sobre sus labios murmuró:

––Somos finalmente uno, mi amor.