Capítulo 20
Gabriel entró al baño de las mujeres con absoluta determinación. No le importó escuchar el griterío de chicas que dio lugar su entrada, pero, desde hacía unos segundos, había dejado de oler a Aniel. Algo había sucedido. Miró en todas direcciones buscándola, pero enseguida la detectó a su costado, corriendo fuera del baño con la cabeza envuelta en una chalina. ¡Entonces estaba aquí! ¿Por qué no la había olido? ¿Y de dónde diablos había sacado ese pañuelo tan espantoso que se había puesto en la cabeza?
––¡Aniel! ––gritó Gabriel mientras la veía alejarse de él a toda prisa––. ¡Mierda! No podías dejar de hacerme esto. ––Y salió corriendo tras ella. Parecía que Aniel conocía el lugar muy bien, porque sorteaba la gente y las mesas ágilmente––. ¡Por mil demonios! ––gruñó furioso a su fugitiva, que no se detenía. La muy desgraciada quería volver a escapar. Apresuró la marcha, pero Aniel seguía sorteando el tumulto de personas, las mesas, los sofás, las sillas como una gacela y subía como un relámpago la escalera que conducía al segundo piso, aunque su velocidad no era la misma de siempre. La hubiera atrapado enseguida si no hubiese sido tan buena en sortear obstáculos. Triel había tenido razón. Jamás debió haberla traído ahí y era un descuido inaceptable de su parte. Con una rabia que lo envolvió con fiereza, redobló la marcha y al cabo de unos minutos logró apresar la muñeca frágil y la hizo girar hacia él.
––¿Qué crees que estás haciendo? ¿Acaso...? ––Y no pudo continuar la frase. Ante él había una chica con las ropas de Aniel, pero que no era ella. Lo miraba con unos ojos como platos, mezcla de miedo y fascinación, con el pañuelo envolviéndole el pelo. Gabriel se lo arrancó de un tirón y se topó con una melena cortísima de color oscuro que enmarcaba unos ojos demasiado grandes.
«La muy desgraciada». Maldiciendo, sacudió no muy fuerte a la chica y le gritó:
––¿Dónde está ella?
La joven empezó a llorar y a explicarle algo de un intercambio de ropas, la chalina, que sabía que él era muy celoso, pero que a ella no le importaba y que quizás él podría ser su novio ahora...
«¿QUÉ?».
Aniel se había deshecho de todo y lo había incluido a él en el paquete. ¡Hasta había dicho que era celoso!... Y en medio de toda aquella explicación, escuchó entre sollozos la frase clave:
––Y como es gimnasta pudo saltar por la ventana.
Gabriel no escuchó más. La ira lo dominó con todas sus fuerzas y se puso en acción. Sacudió a la chica un poco más fuerte.
––¡Dime con exactitud qué ropa lleva puesta ahora!
La joven estaba tan asustada que respondió enseguida. La dejó hipando del llanto y corrió como un loco hacia el baño y, sin importarle el renovado revuelo que provocó al ingresar en este, echó un ojo a la ventana. El cuerpo de él no entraba por ella, pero al menos podía ver hacia dónde conducía.
«La muy astuta...». Con el corazón latiéndole desenfrenado salió a toda prisa y divisó de inmediato a Ruryk, que se besaba apasionadamente con una mujer despampanante.
––¡Se escapó! ––le gritó. Ruryk interrumpió el beso de inmediato, para alzar la mano y hacer un gesto con ella hacia otro costado. De inmediato apareció Triel, que se unió junto con Ruryk a él––. ¡Es una zorra! ––bramó Gabriel. «La estrangularé cuando la encuentre», se juró.
––Te lo dije ––gruñó Triel.
Gabriel debería haber escuchado a su amigo, pero en este momento necesitaba concentrarse en lo único que tenía que hacer: encontrar a Aniel.
––Tiene puesto un vaquero negro y un top plateado ––informó a sus amigos gruñendo.
––¿Qué? ––dijo Ruryk asombrado.
––Cambió la ropa con otra chica.
Ruryk empezó a reír a carcajadas.
––Esta mujer es increíble. La admiro de verdad. ––Y rio más aún.
––¡A los vehículos! ––bramó Gabriel mientras se lanzaba a toda carrera en dirección a ellos.
A medida que los caminantes se acercaban al estacionamiento, Triel se dio cuenta de lo inevitable y maldijo fuera de sí.
––¡Se ha ido en mi jeep, la muy desgraciada!
––Vente en mi camioneta y tú ––señaló a Ruryk–– busca el teléfono móvil de Aniel en la casa y únete a nosotros. Llámame apenas lo tengas en tus manos.
Y sin esperar respuesta ni darle tiempo a pensar, sacó el control remoto del bolsillo del pantalón y destrabó su Hummer. Triel y él se montaron como flechas en su interior y Gabriel pisó el acelerador a fondo.
––Fíjate dónde está ––ordenó a Triel. Este abrió la pantalla de su teléfono y se comunicó con el rastreador ubicado en su vehículo. Al instante, el aparato enviaba automáticamente las coordenadas y mostraba la posición del vehículo en un mapa digital.
––Está a unos veinte minutos de nosotros.
––¡Lo logró esta vez! ––gritó Gabriel golpeando el volante. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la llamada de su móvil. Metanón.
––Más vale que me des buenas noticias, porque las mías son nefastas ––gruñó Gabriel fuera de sí. No podía creer que Aniel se hubiese esfumado de esa manera. Y él era el culpable.
––Jackie se me escapó de nuevo y ahora está en Buenos Aires. Me temo que intentará comunicarse con Aniel.
––Aniel acaba de huir.
––¡Joder! ––juró Metanón.
––Estoy tras ella. Tenemos el detector conectado con el sensor del jeep de Triel.
––¿Se robó el jeep de Triel? ––Y a continuación se escuchó el silbido de Metanón que evidenciaba su sorpresa––. Esa mujer tiene agallas sin ninguna duda. Triel la matará cuando la agarre.
––Si no lo hago yo primero ––siseó Gabriel.
––Escucha ––dijo Metanón––, yo acabo de llegar a Buenos Aires, así que indícame a dónde los encuentro a ustedes.
––Apenas sepa donde Aniel estaciona el vehículo, te aviso. Estoy tratando de minimizar los veinte minutos que nos lleva de ventaja.
––Quince, ahora ––corrigió Triel que seguía mirando el detector.
––El problema es que cuando estacione no sabes hacia dónde se dirigirá ––dijo Metanón––. ¿Tienes idea de dónde vive?
––En el barrio de Belgrano. Ruryk va en busca de su teléfono celular, ya que con este quizás podamos detectar su domicilio, si es que lo tiene registrado.
––Hecho.
––Te llamo apenas interceptemos el jeep.
––Yo me encargo de Jackie, ya lo sabes ––advirtió Metanón con voz ronca.
––Es tuya.