Capítulo 23

Ciudad de México

Aniel esperaba frente a la puerta de madera de la habitación, donde las monjas con gran amabilidad la habían conducido, no sin antes anunciar su llegada por un teléfono interno. Y a ellas se habían sumado una cantidad discreta de niños.

Aún no podía creer cómo había escapado de la persecución despiadada de los caminantes. La idea de Jackie había dado resultado.

––Entramos a los bosques de Ezeiza, yo me quedo con la camioneta, te bajas sin que te vean, salgo a toda velocidad y tú te vas corriendo al aeropuerto para tomarte el primer vuelo a México ––le había dicho Jackie, mientras Aniel conducía a toda velocidad––. Son unos cuantos kilómetros, pero tú eres extremadamente rápida y estás entrenada lo suficiente para recorrerlos en poco tiempo. No te seguirán ya que estarán ocupados conmigo, y con los vidrios polarizados de la camioneta no sabrán que te has ido ¿Tienes pasaporte y dinero?

––Sí, escondidos en el aeropuerto de Ezeiza. Pero ¿y tú? ––le había preguntado Aniel temiendo por su amiga, máxime después de haber visto cómo Metanón se la había comido con los ojos.

––Me las arreglaré. ––Y sonrió tan confiada en sí misma como siempre lo había sido. Jackie era una maestra en el arte de escabullirse. Y, gracias a ella, en ese momento Aniel estaba allí. Miró alrededor de la gigantesca galería, observando las paredes de color celeste suave y los cuadros con imágenes religiosas que le daban a esa parte de la fundación un aspecto sagrado. Tocó la puerta suavemente.

Escuchó pasos ágiles del otro lado de la puerta, la cual se abrió de par en par permitiéndole a Aniel encontrarse con esos ojos que siempre la habían deslumbrado. Ojos color del cielo diáfano.

Maia.

Ambas amigas se fundieron en un profundo abrazo, mientras las lágrimas les cubrían las mejillas. Fueron separándose poco a poco mientras se observaban con profundo cariño.

––¿Estás bien? ––susurraba Aniel mientras le retiraba el cabello de las mejillas.

––Sí. ¿Y tú?

Maia tenía una voz que parecía una melodía suave y armoniosa. Toda ella era un dechado de dulzura y ternura, aun cuando la vida la había tratado con tanta dureza. Sonrió.

––También y ahora más que antes.

Maia volvió a abrazarla. Era bastante más baja que Aniel, pero su figura de bailarina la hacía profundamente elegante y angelical.

––Por favor, pasa, Any, pasa por favor ––le susurró al oído con enorme dulzura. Maia, desde que eran niñas, siempre la había llamado así.

Sin dejar de abrazarse, pasaron al interior de la habitación que era un dechado de hermosura minimalista: paredes inmaculadas, alfombras, cortinas y decorados en blanco pulcro interrumpido con algún que otro toque de color que provenía de un delicado buqué de rosas y una copia en miniatura de un cuadro de Quinquela Martín5. Maia amaba al pintor argentino. Su amiga la invitó con su gracia natural a sentarse en un cómodo sofá mientras se dirigía a hacer café. A la vez que la escuchaba revolotear en la cocina, Aniel quería, de alguna manera, transmitirle lo que Jackie y ella habían vivido en todo este tiempo.

––No sabes cuánto hemos pensado en ti, Maia ––dijo elevando la voz para que pudiese escucharla––. Teníamos mucho miedo. No sabíamos cómo estabas, quién te cuidaba, cómo te sentías. En verdad, hemos estado muy preocupadas por tu bienestar.

––Lo sé ––contestó la voz de Maia, sumergida en un torbellino de sonidos de utensilios y cajones que se abrían y cerraban––. Jackie me dijo lo mismo cuando vino a verme. He estado bastante bien, Any. Sé que ustedes piensan mucho en mí, como yo en ustedes. Pero créeme que estoy intentando salir adelante.

La voz de Maia se alzó cercana, al salir de la cocina con una bandeja con pocillos y platos entre las manos y colocarla en la mesita frente a Aniel.

––Jackie me ha contado de la conversación que mantuvo contigo la última vez ––anunció Aniel sin preámbulos. Captó a último momento y antes de que Maia, sin responder, se volteara y regresara a la cocina, que los ojos casi transparentes se ensombrecían.

A la distancia oyó el zumbido del agua caliente. Aniel se levantó del sofá, sintiéndose atraída por una foto en un portarretrato que descansaba en una mesa. Las sonrisas de Jackie, Maia, Brenda y de ella misma la conmovieron. Tocó con los dedos de una mano los rostros tan queridos, retratados cuando todo marchaba dentro de todo bien en sus vidas. Y no pudo evitar preguntarse, anhelante, cúando volverían a estar juntas de nuevo. Desvió la vista al escuchar que Maia regresaba con la cafetera lista y procedía de inmediato a llenar las tacitas con café humeante. Al terminar, la invitó a volver al sofá para sentarse a su lado.

––Y sé lo de mi madre ––agregó Aniel y la miró a los ojos. Observó cómo Maia se quedaba quieta un instante mientras bajaba los ojos para enfocarlos en los dedos de las manos. La notó tan frágil que se le partió el corazón. No entendía cómo alguien podía haberla hecho sufrir de la manera en que los caídos lo habían hecho y rogaba que algún día la vida se encargara de ellos.

Y ella tampoco colaboraría con su sufrimiento. Ella no.

––Maia, yo no... ––Pero no pudo terminar la frase ya que su amiga prorrumpió en sollozos desesperados y se abalanzó sobre ella abrazándola como si jamás la quisiera dejar libre.

––Te juro... ––hipó––, te juro por mis padres, que jamás he querido hacerte daño, Any. ––Y lloró aún más fuerte, desconsolada.

«¡Dios!» Eso no era lo que Aniel tenía en mente para su amiga. No soportaba verla tan angustiada. Y menos que la causa fuese ella.

––Maia... ––murmuró.

––No, Any ––le dijo interrumpiéndola y se apartó un poco de ella. Comenzó a tartamudear como hacía cada vez que se sentía insegura o asustada––. Jamás... pensé que tu mamá vendría a mí... y que me haría partícipe de todo lo que me dijo y, sobre todo, que me prohibiera… decirte que ella estaba viva. ¿Sabes... lo que he padecido desde que Ana se retiró de esta habitación? Sé cuánto has sufrido por su pérdida ––dijo, mientras se sonaba la nariz con una servilleta de papel––. Y de repente... ella estaba aquí… frente a mí, y yo… que te adoro, no podía abrir la boca... por la promesa que le hice de no mencionarte nada. Pero no pude evitar... contárselo a Jackie, porque pensé que me volvería loca de no hacerlo. Sin embargo... no imaginé que ella te lo diría. ––Y siguió llorando devastada. Aniel volvió a abrazarla.

––Maia, te prometo que no estoy enojada ––le dijo con la barbilla apoyada en el hombro frágil que temblaba con los sollozos––. Créeme, por favor. ––Y se separó para mirarse en aquella profundidad celeste––. Quiero serte sincera ––continuó––: al principio me sentí mal y celosa, porque he buscado de manera incansable a mi madre en estos años y no comprendía por qué ella se había presentado ante ti sin haberse comunicado conmigo antes.

––¡Es lo que le dije a ella! ––interrumpió Maia mirándola con los ojos mojados en toda su inmensidad––. Le aseguré... que no le perdonaría la situación en la que me estaba poniendo. ¡Era tan... injusto! ––exclamó pasándose los dedos por debajo de los ojos para limpiarse las lágrimas––. Yo sé... por lo que has pasado, Any, y estar en este dilema... me ha hecho sentir en el infierno. Discúlpame, por favor, discúlpame.

Bajó la mirada y lloró desconsolada poniendo las dos manos sobre el rostro.

––Maia, escúchame ––le dijo Aniel mientras tomaba las pequeñas manos entre las suyas. Maia levantó los ojos hacia ella y Aniel no pudo evitar sentir una punzada aguda en el estómago. La dulce jovencita que a los veinte años ya había vivido tanto, estaba por completo desolada––. Si mi madre ha decidido venir a ti, es porque sus razones habrá tenido ––afirmó Aniel––. Necesito confiar en ella. ––Y sonrió para tranquilizarla.

––Tu madre está... tratando de cuidarte ––dijo Maia con un hilo de voz––. Hay muchas cosas de las que me explicó que yo no entendí, Any, pero sé... que si ella no aparece ante ti, es porque te está protegiendo.

Aniel asintió y la estimuló a seguir.

––Cuéntame lo que puedas acerca de mamá, Maia..., por favor.

Se miraron y Aniel fue envuelta en el amor que su amiga irradiaba. Ese amor que tanto la caracterizaba y que no solo le salía del corazón, sino también de todo el cuerpo. Y sus manos. Maia tenía manos curativas, tan suaves y cálidas que con tomar a alguien enfermo entre ellas lo sanaba. Pero no podía hacer lo mismo consigo misma. Ella y Jackie querían ayudarla; y estaba segura de que, de haber estado al tanto de todo, Brenda también lo hubiese hecho.

Oyó a Maia suspirar profundamente y pareció tranquilizarse.

––Tu mamá vino a verme hace poco más de dos meses. Las monjitas fueron las que me avisaron que había una mujer esperándome. Al principio no la reconocí, pero cuando me di cuenta de quién era, casi me desmayé. Jamás pude haberme imaginado que Ana vendría aquí. Si bien habían pasado más de siete años desde la última vez que la había visto, ella conserva esos ojos tan especiales e inconfundibles. ––Ante el relato de su amiga, que en ese instante había dejado de tartamudear, Aniel no pudo reprimir unas lágrimas al recordar a su madre. Maia parecía rememorar los ojos bondadosos que irradiaban una luz apabullante. Su padre, Ronan, siempre había amado con locura esos ojos––. Así que el encuentro fue un tanto raro, Any ––prosiguió Maia––. No sabía qué hacer ni qué decir, ya que, para serte sincera, creía que tu madre estaba muerta. La noté agotada, sin duda muy afectada por todo lo acaecido con tu papá y contigo. ––Aniel sintió una punzada de dolor en el corazón y sus ojos volvieron a cuajarse de lágrimas. Su madre sufría como ella––. Me dijo que ella había pasado años incomunicada, aunque no me explicó por qué. Y cuando al final pudo ir tras de ti, ella no sabía con seguridad si tú estabas viva. Pero, al parecer, alguien muy querido la ayudó y le aseguró que tú estabas bien, pese a que le hizo ver que era mejor que no te buscara por el momento.

––¿Quién es esa persona y cómo ha osado decirle eso a mamá? ¿Y qué sabe de mí? ––exclamó perturbada. Alguien tenía información de ella y conocía a su madre.

––No lo sé, Any. Ana hablaba por momentos como en acertijos. Luego me dijo que esa persona le había asegurado que este era tu tiempo para crecer.

Aniel sintió un golpe de disgusto ante ese comentario. ¿Creían acaso su madre y ese ser misterioso que ella no había sufrido lo suficiente como para haber crecido? ¿Cuánto más tenía que padecer para ser considerada una mujer madura? Pero no le dijo nada a Maia. Ella debería luchar contra sus propios demonios y no sumarle más a los que ya, de por sí, su amiga llevaba a cuestas.

––También me contó que tú estás próxima a cumplir los veintitrés años y que es imperativo que transites sola aquello que te hará crecer de una manera imposible de explicar con palabras. ––«A los veintitrés años sabrás quién eres», recordó Aniel las palabras de sus padres––. Porque si ustedes se encontraban, tu madre aseguró que no querrían separarse, lo cual sería comprensible. Pero no es lo que este tiempo requiere de ti, Any. Primero debes cumplir tus años y después Ana podrá venir a ti.

Aniel temblaba ante la idea de su cumpleaños. ¿Qué pasaría ese día? ¿Y qué detenía a su madre?

––Me habló también de una Estirpe de Plata y de una casta, los silverwalkers.

Jackie ya le había contado acerca de ello, por lo que no la tomó de sorpresa. Pero quería saber cuánto le había comunicado su madre.

––¿Qué te dijo de ellos?

––No mucho porque no lo comprendí.

––¿Mencionó algo acerca de un símbolo?

Maia asintió suavemente.

––Sí, pero tampoco demasiado. No sé si tu madre sabe mucho sobre él. Lo que sí me repitió varias veces fue acerca de la experiencia que tú deberías vivir sola hasta que cumplieras años.

––Lo sé, debo regresar al Delta. ––Maia la miró con ojos sombríos. Parecía temerosa de preguntar algo––. Dime, por favor, qué es lo que te preocupa.

Maia pareció recuperar fuerzas y suspirando profundamente le preguntó:

––¿Qué se siente ser parte del primer símbolo?

––Desgaste y una gran responsabilidad ––contestó con sinceridad––. ¿Por qué lo preguntas?

––No sé cómo decirte esto.

––Sé de qué se trata.

––¿Jackie?

––Sí.

––Esa mujer es una bocona ––murmuró Maia con voz muy bajita, sin evitar sonreír un poco.

––Ella te adora y estaba muy preocupada por ti.

––Lo sé.

––¿Y bien?

––Pues ya sabes, Ana me habló de un símbolo extraño y que... ––Se interrumpió haciéndosele difícil continuar.

––¿Sí? ––insistió Aniel.

––... Y que yo estaba ligada a él.

––¿Te explicó de qué se trataba?

––No. Solo me dijo lo que acabo de relatarte. No sé qué es ni cuándo llegará a mí.

––Muéstrame las palmas de las manos, por favor.

Maia lo hizo, pero no había indicio de las figuras geométricas que ella tenía. Aunque Jackie tampoco las tenía en sus manos. ¿Quizás Maia también llevaba el símbolo impreso en algún otro lugar de su cuerpo?

––¿No te ha dicho dónde está el símbolo o cómo lo reconocerás?

Maia negó con la cabeza.

––Solo que me llamaría y que vendría a mí cuando menos lo esperara.

Aniel acarició el pelo de su amiga. Parecía un manto de seda oscuro y brillante como la noche.

––Quiero decirte algo. ––No pudo dejar de sentir dolor cuando aquellos ojos la miraron con cierto temor. Maia, una bailarina que podía volar en escena como un pegaso6, en el interior de su hogar era de una fragilidad absoluta––. He estado prisionera en manos de los silverwalkers.

Los ojos de Maia se llenaron de lágrimas, pero no la interrumpió y obedeció a la mano de Aniel, que se había levantado pidiéndole que la dejara seguir. Así, Aniel le contó acerca de los cinco hombres especiales y aprovechó la ocasión para introducirla sobre los caídos.

––Estos últimos son el mismo grupo de gente que te atacó y te torturó aquella noche de hace varios meses ––dijo con mucha cautela, sabiendo que no sería fácil esta charla para Maia.

Su amiga palideció y bajó los ojos una vez más. Parecía librar una feroz lucha interior decidiendo entre llorar o mantener el autocontrol. Cuando alzó los ojos, irradiaban una frialdad y una entereza que dejó a Aniel sin aliento.

––Los silverwalkers... ¿te hicieron daño? ––le preguntó.

––No. No son como los caídos. ––Y recordó a Gabriel y sus besos. Gabriel y su pasión. No, no eran lo mismo––. Uno de ellos, llamado Gabriel Trost, va tras de mí para apoderarse del primer símbolo que la casta necesita.

––¿Quiere matarte? ––Aniel sonrió. Quizás sí, pensó. Había una gran desavenencia entre lo que Gabriel reclamaba de ella y lo que sus sueños anunciaban.

––No ––respondió mintiendo––. Es más, él está convencido de que yo soy algo así como su pareja especial.

––¿Cómo?

Aniel informó a Maia, muy por encima y sin entrar en demasiados detalles para no atemorizarla, sobre las profecías de la Estirpe acerca de los señores álmicos.

––Como verás, un absurdo total. A todo esto, ¿Jackie te ha contado acerca de lo que ella está investigando?

Maia asintió con la cabeza.

––Me cuesta mucho comprender lo de los símbolos y qué es lo que ellos implican.

––Pues ahora es mi turno de ser la bocona ––susurró Aniel. Maia la miró confundida––. Jackie es la encargada de un tercero. ––Maia empezó a toser. Aniel le palmeó la espalda y de inmediato le sirvió otra taza de café. Mientras Maia se la tomaba, Aniel evaluaba la expresión de su rostro––. ¿Estás bien? ––Maia respiró profundo y asintió sin decir una palabra. Le hizo una seña con la mano invitándola a continuar con el relato––. De acuerdo a lo que Gabriel me ha explicado, se trata de cinco símbolos.

––Y tú, Jackie y yo…

––Gabriel nos llama «guardianas» de los símbolos. Faltan dos y desconozco quiénes pueden ser sus protectoras.

––¿Todas mujeres?

––Sí. Y Metanón Lemark, otro silverwalker, va tras de Jackie. No sabemos cuánto conoce de ella y el símbolo, pero lo que sí puedo decirte es que cuando él mira a nuestra amiga, es como si viera los ojos de Gabriel puestos en mí.

––¿Entonces Gabriel estaría interesado en ti y crees que Metanón en Jackie?

––Puede ser.

––¿Y supones que ellos las relacionan a ustedes con las mujeres especiales de las que hablan las profecías?

––Sé lo que Gabriel me ha dicho a mí, pero no puedo asegurarte nada de su amigo. Igual no creo equivocarme. Y todo esto me hace temer por ti.

––¿Por mí?

––Sí. Porque si alguno de los otros silverwalkers te ve, puede que te detecte también de esa forma. Son conjeturas mías, Maia, y no estoy por completo segura. Lo único que te estoy pidiendo es que te cuides.

––Any, me asustas. ––Y la vio acurrucarse en el sofá poniendo las rodillas contra el cuerpo. Sintió pena por perturbar a su amiga, pero debía advertirle. Maia era demasiado frágil para soportar otra embestida como la que había vivido hacía unos meses. Le pasó el brazo por los hombros y la acercó contra sí.

––Escucha, no estoy segura, pero es para que observes bien quién se acerca a ti.

––¿Y cómo lucen los silverwalkers?

––Emiten un brillo plateado característico en las cabelleras y ojos. ––Observó cómo Maia contenía la respiración y los ojos se le humedecían––. ¿Qué te pasa? ––preguntó Aniel preocupada. Algo había dicho que había cambiado el semblante de su amiga. Esta sacudió la cabeza de un lado a otro y la miró de nuevo con una sonrisa.

––No me hagas... caso, Any. Solo tuve una especie… de recuerdo. No te preocupes, estoy bien.

Aniel la observó detenidamente durante un rato, consciente de la creciente inseguridad de su amiga.

––¿Quieres contarme acerca de ello?

Los ojos celestes que la observaban se ensombrecieron volviéndose del color del humo.

––No, no vale la pena. Fue solo… una imagen, como un déjà vu, pero que… no tiene sentido.

––Escucha, mi amor. Debo volver a Argentina, pero necesito quedarme tranquila de que estás bien y que te protegerás mucho.

––Any, lo hago en este lugar. Los niños y las monjas son mi vida ahora. Desde aquella noche, he extremado mi protección y todos colaboran con ello. Solo salgo cuando voy a entrenar o cuando doy alguna gala de ballet en otro sitio, pero la mayoría las llevo a cabo aquí para beneficencia de este lugar. Los niños y las monjas me han dado un hogar y quiero retribuirles con algo que puedo hacer sin esfuerzo y que disfruto tanto.

––Me dejas bastante tranquila, pero sabes que siempre puedes contar con nosotras. Ahora debo irme. Por favor, Maia, mantente al tanto conmigo y con Jackie. Yo he debido cambiar de teléfono ya que el otro quedó en posesión de los silverwalkers cuando me escapé. En ese teléfono estaba tu número, así que ten cuidado de atender a alguien que llame desde mi antiguo número.

––Lo tendré.

––¿No quieres venir a Argentina conmigo?

––No, Any. Aquí estoy a salvo. Créeme.

––¿Deseas saber más acerca de los caídos?

Ella bajó los ojos de nuevo y jugó otra vez con el anillo del dedo del medio.

––Ahora que me has explicado de quiénes se tratan, puedo asegurarte que sé lo suficiente de ellos. Lo he vivido en carne propia.

Aniel asintió. Todas, al final, estaban familiarizadas con esos crápulas.

––Recuerda, por favor, que los caídos y los silverwalkers son enemigos y que ambos bandos van tras los símbolos, ¿comprendes?

––Sí ––contestó en apenas un susurro.

Se dirigieron a la puerta y, antes de abrirla y marcharse, la imagen de su madre volvió a la mente de Aniel. Giró para hacerle las últimas preguntas.

––¿Entonces debo esperar por mi madre para cuando cumpla años?

––Es lo que ella me dijo, Any.

––¿Seguirá comunicándose contigo?

––Supongo, porque Ana me dijo que me avisaría de cuándo yo podría contarte sobre ella.

––Por favor, si viene a ti otra vez dile que la amo y que la espero.

––Así lo haré, te lo prometo.

Se fundieron en un último abrazo antes de que Aniel se marcharse.

Salió de la fundación con lágrimas en los ojos. A su querida Maia se la veía bastante bien aunque, como le había dicho Jackie, el halo de tristeza y fragilidad la envolvía en forma permanente. Este viaje había sido necesario no solo para verla y saber que estaba bien, sino también para prevenirla de los caídos y de los silverwalkers. Y sobre todo, para hablar de su madre. Había necesitado ponerse en paz con este tema y lo había logrado. Solo esperaba que ni los caídos ni los silverwalkers fueran tras Maia. Jackie y ella tenían que protegerla contra todos ellos, costase lo que costase, y tenían a las monjas y a los niños como aliados. Por su parte, iría al aeropuerto al otro día para tomarse el primer vuelo a Buenos Aires que encontrase. Debía mudarse, ya que los caídos y los caminantes habían dado con ella. Pero en ese momento necesitaba descansar. El viaje había sido relámpago, pero demasiado intenso. Su madre estaba viva y Maia le había revelado muchas cosas importantes.

Paró un taxi y regresó al hotel. Necesitaba una ducha, comer algo y hablar con Jackie. Había intentado llamarla infinidad de veces sin éxito. No sabía cómo le había ido en la carrera contra los caminantes, pero confiaba en ella. Cuando llegó al hotel, fue directo a su habitación y la llamó. Cuando empezaba a preocuparse porque no la atendía, escuchó la voz sensual de su amiga.

––¡Por fin puedo atenderte! ––resopló la pelirroja.

––¿Estás bien? ––preguntó Aniel, aliviada de oírla como siempre.

––Ahora sí. ¡Ese tipo me las va a pagar, te lo juro!

––¿Metanón?

––¡Es tan insistente! De verdad insoportable.

––¿Cómo pudiste sortearlos?

––La providencia me ayudó, corazón. El idiota ese quitó del volante a tu caminante y se puso él, quizás creyendo que sería mejor conductor que tu amiguito. ––Rio con ganas––. Ese crápula, creído, insoportable...

––Continúa.

––Bueno, por un momento pensé que podía llegar a alcanzarme, pero de la nada apareció una camioneta de los caídos y se armó una buena batahola. Así que logré escapar. ––A Aniel no le gustó nada esa noticia. ¿Y si le había pasado algo a Gabriel? ¿Y si había muerto?––. ¿Estás allí? ––preguntó Jackie.

––Sí.

––Parece que no estás muy feliz de que haya escapado de esas bestias ––se quejó.

––Claro que sí, Jackie. ¡Por supuesto! No te han hecho daño, ¿verdad? ––continuó preguntando con un dejo de culpa.

––¡Qué va! Pisé el acelerador y los dejé batallando. Abandoné la camioneta en las Barrancas de Belgrano y me tomé un taxi hacia donde estoy viviendo ahora. No tengo más información de ellos.

––Mejor así. ––«Mentirosa», se recriminó––. Me alegro profundamente de que estés bien, Jackie. Me tenías en verdad preocupada, ya que no sabía qué decirle a Maia respecto a ti. Sabes cómo es ella. Pero regreso mañana y te contaré bien.

––¿Cómo la encontraste?

––Tal como tú me dijiste. Parece estar bien, pero su aire taciturno la envuelve.

––¿No estaba enojada porque no pude evitar contarte todo?

––Ella no se enoja con nadie, ya lo sabes. Aparte, creo que lo intuía. Quizás inconscientemente cuando habló contigo, en verdad sabía que de manera indirecta se estaría comunicando conmigo. ¿Y cuáles serán tus próximos pasos, Jackie?

––No sé si es bueno hablarlo por teléfono.

––¿Y si cambiamos de canal?

––Hecho. ––Se habían dado la señal y de inmediato comenzaron a hablar en danés.

––Regresaré a Dinamarca pronto. Primero veré que hayas llegado bien y después tomaré el primer vuelo que haya disponible. Continuaré investigando sobre las runas y el símbolo.

––Yo llego a Buenos Aires pasado mañana.

––Llámame apenas llegues. Estoy viviendo en un pequeño apartamento cerca del aeropuerto, por lo que me reuniría contigo de inmediato.

––De acuerdo, amor.

––¿Te dijo algo sobre tu madre?

––Lo mismo que tú. Y como nadie debe saber que mi madre está viva y que nos volveremos a encontrar, más que nunca debo mantenerme alejada de todos mis perseguidores.

Aniel suspiró mientras oía que su amiga hacía lo mismo. Su corazón dio un vuelco y supo que no sería una tarea fácil.

***

5 Pintor y muralista argentino, famoso por sus pinturas portuarias, sobre todo vinculadas con la historia del barrio de La Boca en Buenos Aires.

6 Caballo con alas de la mitología griega.