Capítulo 40
Se sentía acabado, sin vida. Había transitado el camino de la ascensión durante lo que le pareció una eternidad y la había llamado por todos lados, sin éxito. Se topó con varias almas del bajo astral, pero nadie parecía haber visto a Aniel. Los espíritus burlones se presentaban ante él con la imagen de ella y, aun cuando sabía que se trataba de embaucadores, no tenía fuerzas para detenerse y enfrentarlos. Llamó y gritó infinidad de veces, pero fue inútil. Debilitado hasta la extenuación, Gabriel cayó al suelo, donde quedó desparramado y respirando profundamente en un intento de recobrar fuerzas para seguir. De súbito, un haz de luz platino estalló delante de él y un gran portal del mismo color se fue desplegando ante sus ojos, expandiéndose. El brillo era tal que parecía un espejo gigante que reflejaba la propia incandescencia de Gabriel. Incorporándose un poco, observó el vórtice de energía creado ante él y del cual emergieron sus padres, que lo miraron con infinita ternura.
––Hijo amado ––dijo su madre con el rostro abatido por la tristeza––. Por Dios, estás sufriendo tanto.
Gabriel se levantó y enjugó una vez más la humedad de las mejillas. Él era un guerrero que se había endurecido en la vida, que había trabajado con ahínco y fervor para lograr las metas de la Estirpe, pero cuando lo que le había dado sentido a su vida se había ido, se sentía completamente vacío. Nada parecía importante ya, menos que menos las lágrimas a flor de piel que le caían por el rostro. El alma de Aniel volvería a las dimensiones de lo alto y, con ella, iría la de él.
––Estoy aquí para responder por mis actos ante la Orden Superior, madre. Pero necesito encontrar a Aniel. No responde a mi llamado.
––Ella descansa, hijo ––explicó Perla.
––¿Saben dónde está? ––preguntó con un súbito dejo de esperanza.
––Sí, pero ella necesita tiempo. Aún tiene los resabios de lo que ha vivido en el plano físico, Gabriel. Necesita comprender lo que ha sucedido con su padre y la estamos ayudando para que pueda aceptarlo.
––Quiero verla.
––Aún no es el momento, hijo ––contestó su padre.
Gabriel sabía que era así. Debía presentarse ante la Orden y responder como miembro de la Estirpe y como silverwalker por sus acciones. Había matado con sus propias manos a un miembro de la Estirpe y debería afrontar la consecuencia de sus actos.
––Cumpliré con lo que la Orden Superior decida sobre mí, pero primero entregaré el alma de mi señora álmica.
––No puedes hacerlo en el estado en que se encuentra, Gabriel. Ella es una posible silverwalker que ha sido asesinada y necesita reencontrarse con sus propias energías ––explicó Marcos.
––Nunca sabremos si lo fue, padre. No alcanzó a vivir la transformación y el símbolo muere con ella también.
––Si fuera una silverwalker, podría experimentar la transformación en esta dimensión para seguir trabajando desde el plano multidimensional, hijo. El símbolo no se ha perdido.
––Pero…
––Tú tampoco estás listo para entregarla, Gabriel ––dijo su madre casi en un susurro.
––¿Cómo puedes decirme eso? ––preguntó alzando la voz. Se sentía devastado––. Yo, más que nadie, debo hacerlo. Aniel es la mujer que hubiese vivido a mi lado los siglos que nos quedasen de vida. Tengo mi corazón lleno de ella. Además, debo rogarle su perdón.
La jerarca Perla devolvió el estallido emocional de Gabriel con una mirada llena del amor de una madre que sabe lo que está padeciendo su hijo.
––Por favor, espera a que la Orden Superior se reúna.
Gabriel rio con amargura.
––¿Esperar? Ya no quiero hacerlo, madre. Compréndeme, se ha perdido mi futuro y mi profunda comunión con Aniel.
––¿Qué harías por recuperar ese futuro, hijo? ––preguntó Perla con ternura. Gabriel no dudó.
––Todo y más.
––¿Aún si comprometieras tu propia vida?
––Mi vida no tiene sentido sin Aniel. Con ella se ha ido mi espíritu.
Una luz incandescente iluminó los rostros de los presentes y un jerarca de la Orden emergió del vórtice de energía y comenzó a acercarse a Gabriel. Los padres del caminante bajaron la cabeza a modo de reverencia cuando el jerarca pasó ante ellos. Debía ser alguien de enorme jerarquía, pensó Gabriel, y lo miró con minuciosidad cuando se detuvo ante él.
––Te saludo, silverwalker. Me llamo Harik. Soy uno de los jerarcas encargado de evaluar el precio de tus acciones. He escuchado el diálogo que has mantenido con tus padres y, por ello, deseo preguntarte lo siguiente: ¿Qué harías en concreto por Aniel si tuvieras que remediar lo que ha sucedido? ––le preguntó con voz grave.
Gabriel, devolviendo la mirada con la misma intensidad, contestó sin vacilar:
––Lo que fuese necesario para restituirle la vida a su padre.
––¿Crees que eso es importante ahora? Hay leyes universales que podrían establecer que su muerte era el desenlace normal de la vida que el padre de tu señora álmica había elegido.
––Puede ser, pero si hay alguien al que yo pudiese pedirle una dispensación por el alma de Ronan, lo haría.
––¿Estás seguro, silverwalker?
––Absolutamente.
El jerarca lo observaba con toda la profundidad de sus ojos de color platino. Su aspecto era circunspecto y evidenciaba que había mucho en juego, más de lo que Gabriel se podía imaginar.
––Hay una manera de hacerlo ––anunció y un dejo de optimismo envolvió a Gabriel.
––¿Cuál es? ––preguntó. La mirada del jerarca se oscureció.
––Un intercambio. Tú mueres y él se transforma en el nuevo silverwalker.
––Por favor, no… ––susurró su madre, perpleja. Su padre se acercó a ella y la tomó de la mano fuertemente.
––Tu hijo ha quebrantado una regla sagrada, jerarca Perla ––dijo Harik con voz serena pero firme––. Y ese hecho no puede quedar impune.
––Yo responderé por mi hijo, jerarca Harik ––dijo Marcos sin dudar.
––No. ––Gabriel miró a sus padres con decisión––. Lo que ha sucedido es mi responsabilidad, y a ella me debo. ––Y se volvió hacia el jerarca Harik––. Lo haré. Y lucharé por reunirme con Aniel en la multidimensionalidad.
Sus padres lo miraron con desasosiego.
––No es tan fácil, silverwalker ––contestó el jerarca con voz severa––. Debes saber algo más. ––Gabriel intuyó que lo que le diría no era nada bueno––. Si mueres, no podrás reunirte con Aniel en la multidimensionalidad. Harás un intercambio de almas que te obligará a un alejamiento de la Estirpe. Tendrás prohibido ver a nadie que pertenezca a esta, tampoco a tu señora álmica. Quizás para siempre.
Gabriel sintió que un puñetazo mortal caía sobre su cara.
––¿Me están desterrando de la Estirpe?
––Es un castigo, silverwalker. La muerte del padre de Aniel no era necesaria, pero tus emociones quebrantaron el accionar del guerrero pensante que hay en ti. Es una extradición temporaria, pero que puede llevar mucho tiempo, dependiendo de cómo evolucione tu alma. A veces es para siempre. Y deberás llevarla a cabo en soledad, para aprender de tus errores.
Derrotado, Gabriel bajó la cabeza.
––Me están pidiendo que jamás vuelva a ver a mi señora álmica ––susurró con un nudo en la garganta.
––Si no aceptas este castigo, no se hará el intercambio y se te someterá a juicio.
Gabriel tragó en seco. De alguna manera, la vida le cobraba sus actos. Había perdido a Aniel, sin poder luchar ni oponerse. ¿Pero qué era peor? ¿El vivir torturado sabiendo que había dañado de la manera más vil a la mujer que amaba, o morir y dejar de verla para siempre, pero al menos con la certeza de que había podido darle la felicidad que ella se merecía al devolverle la vida a su padre?
Su corazón sabía la respuesta.
––Acepto el intercambio ––expresó con voz ronca. El jerarca escuchó las palabras de Gabriel y asintió con la cabeza. Marcos y Perla cerraron los ojos y permanecieron así durante un rato. Cuando los abrieron, su padre se acercó a él.
––El precio que pagarás es elevado, hijo ––susurró grave.
––No podría vivir sabiendo que Aniel es infeliz y que yo soy la causa.
Marcos le colocó una mano sobre el hombro y lo miró con tristeza. Las profecías habían establecido que para los silverwalkers, encontrar el amor no siempre sería un camino fácil. Y su hijo era el primero en experimentarlo.
––Que así sea, entonces.
***
Gabriel continuaba la búsqueda por el camino de la ascensión, percibiendo que él estaba allí. Y no se equivocó porque, de súbito y por delante, una aureola platino incandescente lo cegó y contuvo la respiración al ver acercarse al ser que la irradiaba.
El padre de Aniel era un espíritu de la Estirpe de una jerarquía elevada y la vibración platino que irradiaba era impresionante, incrementada por el resultado de la terrible experiencia que había vivido en manos de los caídos. Aun cuando había acabado transformado en una bestia salvaje, la Orden Superior lo había reconocido como un luchador feroz contra los caídos, quienes tras siete años de tortura y humillación constantes no habían podido eliminar totalmente de él la energía de la Estirpe. Y ello se debía al espíritu implacable de Ronan. Apenas después de lo sucedido, había sido ascendido a jerarca de la Orden y se había convertido en un claro ejemplo de lucha y tenacidad para los miembros de la Estirpe.
Gabriel se detuvo de manera solemne ante el sujeto que su señora álmica había amado con toda el alma. El jerarca lo observaba callado, como si supiera quién era él. Gabriel hincó una rodilla y agachó la cabeza.
––Honorable jerarca Ronan, miembro de la Orden Superior de la Estirpe de Plata y padre de Aniel, mi señora álmica: me presento hoy aquí para implorar su perdón por el precio de mis acciones contra usted y su hija, así como también solicitar el intercambio de nuestras almas, ofreciendo mi vida y aceptando la extradición de la Estirpe, a cambio de que usted ocupe mi lugar como silverwalker.
La luz del padre de Aniel era tan exquisita que Gabriel, aun con la cabeza gacha, podía sentir cómo se le contraía el corazón.
––¿Por qué estás arrepentido, silverwalker? ––preguntó el jerarca con voz firme.
––Porque al dañarlo a usted, he dañado a la persona que más amo en la vida.
––¿Y en qué te basas para decir esto?
––En que usted y su esposa eran lo más importante para Aniel.
––Por favor, hijo, levántate y mírame. ––Gabriel hizo lo que el jerarca le pedía con amabilidad. El caballero de la Estirpe era un poco más bajo que él, pero al extremo impactante––. ¿Acaso no eres tú también importante para Aniel?
La pregunta tomó desprevenido a Gabriel. Reflexionó un instante y sin bajar la vista, contestó:
––Sé que ella llegó a amarme, jerarca Ronan. Pero usted y su esposa son sus padres y ella tiene una historia sagrada a su lado. Yo tuve muy poco tiempo como para poder entregarle una historia igualmente sagrada.
––¿Crees que se trata de comparar un amor y otro?
––Solo sé que ella vivía del amor y recuerdo de ustedes. Y yo le quité aquello contra lo cual jamás debí atentar y que ella tanto amaba: usted.
El jerarca sonrió.
––¿Entonces crees que merecías el amor de mi hija, cuando en realidad no confiabas en el amor que ella te dispensaba?
Gabriel se sintió provocado por las palabras del padre de Aniel.
––Yo jamás dudaría del amor de ella. Pero no puedo vivir con lo que me está quemando por dentro. Ella me advirtió infinidad de veces acerca de sus sueños y de lo que ocurriría. La obligué a quedarse a mi lado cuando ella quería marcharse y evitar lo que está sucediendo precisamente ahora. Porque ella siempre supo que este momento llegaría, pero yo nunca quise escucharla. Y luego de haber hecho lo que hice, la única manera de sentirme perdonado por ella y por mí mismo es aceptar el castigo que la Orden me ofrece: dar mi vida a cambio de la suya.
El jerarca se puso serio y acercó su rostro al de él, mirándolo detenidamente.
––Creo que en el fondo no dejas de ser un tremendo egoísta, Gabriel.
El caminante quedó sorprendido ante aquellas palabras. Estuvo tentado de reaccionar contra el jerarca, pero al final desistió. Hiciese lo que hiciese, Aniel no volvería a su vida.
––Piense lo que quiera ––contestó gélido, con la mirada ensombrecida. El nuevo jerarca elevó aún más su imponente figura.
––Tú no le has preguntado a mi hija qué es lo que ella opina de todo este asunto ––aseveró.
––Mi acción contra usted no puede quedar impune. Soy un guerrero y conozco las reglas. Además, Aniel no puede verme, jerarca.
––¿Cómo lo sabes?
Gabriel no se dejó amedrentar.
––Ella no puede venir a mí por el momento. Después de lo que usted y yo le hemos hecho, ha sido retirada para recuperar sus energías. Necesita aceptar lo que ha sucedido. Mientras tanto, quiero poder darle algo de lo que ella tanto anheló mientras estuvimos juntos. Es lo mejor.
Ronan elevó el entrecejo y abrió más los ojos.
––¿Para ella o para ti mismo, Gabriel?
La furia de Gabriel comenzó a evidenciarse a través de la voz y la mirada.
––Cuando acabé con su vida, jerarca, lo hice preso de mi rabia y desesperación. Pero pensé en mí y no en ella. Ahora es diferente.
––Sin preguntarle a ella ––sonrió irónico.
––Estoy ofreciendo mi vida por la suya. Y ya le he dicho que Aniel no puede verme. ¿Qué quiere que haga? ¿Cómo puedo vivir con esta angustia que me oprime?
Ronan lo estudió detenidamente.
––Otra vez tu egoísmo, guerrero. Estás actuando por ti y no por ella. ¿En realidad la amas?
Gabriel entrecerró los ojos y, rabioso, se acercó al jerarca hasta donde se lo permitió la intensidad de su energía.
––Estoy a punto de someterme a la extradición de la Estirpe, quizás de por vida y sin tener la posibilidad de volver a ver a Aniel, ¿y usted se atreve a decirme que estoy pensando más en mí que en ella a la vez que cuestiona mi amor? ––siseó.
Ronan lo miró ceñudo.
––¿Entonces te rindes sin intentar primero hablar con Aniel?
––¡He tratado! ––gritó furibundo––. ¡Pero no puedo llegar a ella!
Ahora el que se acercó fue el jerarca. Su rostro quedó muy cerca del de Gabriel y chistó contenido:
––Eres bastante cobarde, caminante.
Gabriel cerró los puños tratando de mantener su autocontrol. Tenía ganas de volver a matar a este tipo, jerarca o no.
––¿Y qué se supone que debería hacer entonces? ––Arrastró las palabras sin apartar los ojos de aquellos que lo miraban con reproche.
––Intentar todo lo que esté a tu alcance y más para hablar con ella ––contestó Ronan sin dejar de sostenerle la mirada. Gabriel cerró los ojos, tomó una profunda respiración y los volvió a abrir.
––Dígame de qué manera y lo haré. Se lo juro.
––No sé si eres capaz ––lo desafió.
––Pruébeme.
Continuaron mirándose sin pestañar, hasta que el padre de Aniel elevó la comisura de los labios en una mueca que parecía una sonrisa. Y sus ojos se suavizaron.
––Sin culpabilidad y siendo tú mismo, Gabriel. Jamás llegarás a ella, y es lo que tus padres te han tratado de decir, de la manera en que te estás enfrentando a tu destino en este momento. Estás dejando que la situación gobierne tus acciones, cuando eres tú el que debe hacerlo. Es lo que te dará confianza acerca de lo que venga, muchacho.
Gabriel sintió una punzada en su interior y recordó las palabras de su madre:
«Tú tampoco estás listo, hijo».
Y de repente, todo fue claro para él. De alguna manera había buscado a Aniel para calmar su propio dolor, sin respetar su propia esencia. El remordimiento había hecho que buscase a Aniel con desesperación para conseguir su perdón, cuando en realidad lo que hacía falta era que él se mostrase ante ella como en realidad era: con sus más y sus menos. Evolucionado a veces y otras no; como el guerrero implacable que era, así como el idiota inseguro en el que a veces se transformaba; el que clamaba por perdón, pero también el que, sin duda, hubiera vuelto a matar a su padre si hubiese sentido lo que en aquel momento. Ese era el Gabriel de ese momento, el que debía estar dispuesto a enfrentar a Aniel a los ojos. El Gabriel con deseos de crecer y aprender y no de ser perfecto. Y era lo que el jerarca Ronan acababa de hacerle ver y lo que su madre le había insinuado.
Gabriel susurró despacio.
––Creo que he comprendido.
Ronan elevó los labios en una mueca y sus dientes blancos salieron a la luz:
––Entonces ve y habla con ella, silverwalker.
Antes de marcharse, Gabriel miró al padre de Aniel y susurró:
––Gracias.
***
Aniel corrió a los brazos de su padre y lo estrechó con fuerza mientras rompía a llorar.
––¡Oh, Dios! ¡Cuánto te he extrañado! ––gimió desesperada.
––Ah, mi amor. ––El jerarca la acunó con fuerza, como si jamás la volviera a dejar ir.
––He sufrido tanto pensando en ti ––susurró con la cabeza apoyada en su pecho. Ronan la separó un tanto y la miró con los ojos húmedos.
––Hija, ojalá algún día puedas llegar a perdonarme por lo que hice porque yo no sé cómo podré hacerlo conmigo mismo.
Aniel se cobijó más entre los brazos de su padre.
––Por Dios, no te castigues más. No eras tú, papá. Tu ser estaba cayendo y tampoco eras consciente de quién era yo. No eres responsable de lo que ha sucedido. Jamás te culparía.
Ronan cerró los ojos llenos de dolor.
––Sé todo lo que has sufrido, mi amor. Pero ahora estamos juntos ––dijo con suavidad a la vez que le acariciaba el cabello.
Aniel sollozaba con más fuerza ahora. Ronan no intentó detenerla, consciente de que su hija no solo había sufrido demasiado desde que era tan solo una adolescente, sino que acababa de vivir una terrible tragedia y la separación de su señor álmico. Y él tenía demasiado que ver en toda esa terrible situación. Cuando el llanto de Aniel comenzó a aplacarse, Ronan se separó con ternura de ella y la tomó de los hombros con suavidad.
––Dime todo aquello que te preocupe.
––Es sobre mamá.
El rostro de Ronan se cubrió de desazón.
––Debo ir a buscarla.
––Ella dijo que volvería a mí cuando cumpliera mis veintitrés años, pero ahora ya no estoy en la dimensión de ella.
Ronan se mantuvo en silencio durante un rato, preso en sus pensamientos y, al cabo de un rato, miró a Aniel.
––Prometo que hablaremos sobre tu madre más tarde y te diré lo que haremos. ––Aniel asintió con la cabeza––. Pero ahora quiero que seas sincera conmigo, mi amor. Porque tú estás sufriendo también por otra causa.
Los ojos de Aniel volvieron a cuajarse de lágrimas y con la voz ahogada expresó:
––No quiero perder a Gabriel, padre. Él es mi señor álmico. Sé que pertenecemos a dimensiones diferentes ahora, pero necesito comunicarme con él.
––¿Lo amas? ––preguntó el jerarca con una suave sonrisa. Aniel se la devolvió con otra.
––Con toda mi alma.
El semblante de Ronan se cubrió de sombras.
––Él está padeciendo la ejecución de mi muerte en sus manos y no se perdona el dolor que te ha ocasionado.
––El cree que no lo disculparé, pero no es así ––dijo Aniel con la mirada llena de amargura.
––He hablado con él. Es un buen chico, hija. Te ama.
––Pero no podemos estar juntos. ––Aniel parecía miserable, perdida sin Gabriel. Ronan la miró con la ternura propia de un padre que adora a su hija––. Lo que más he anhelado en toda la vida ha sido verlos felices a ti y a mamá ––continuó diciendo con los ojos cuajados de lágrimas––. Pero ahora se suma la felicidad de Gabriel y deseo brindársela con todas mis fuerzas. Lo amo, padre. Y que él haya aceptado el castigo que la Orden quiere aplicarle me hace daño, aun cuando tú podrías regresar a la materia para ayudar a mamá. ––Aniel se limpió con los dedos las lágrimas que le caían por las mejillas y tomó aire profundamente––. Gabriel se quedaría solo, quizás para siempre, y no podría soportarlo, te lo juro. Sea del lado que sea, estoy perdida. Soy egoísta, padre, pero es lo que siento y ojalá me perdones.
Aniel bajó la mirada. Su padre le levantó la barbilla con los dedos, invitándola a mirarlo nuevamente.
––Hija, nunca permitiré este intercambio. Ese muchacho merece una oportunidad. Yo también he cometido mis errores. Toda la información que los caídos me sonsacaron mientras me torturaban... Escúchame bien. ––Y la tomó de los hombros con suavidad––. Yo te puse de nuevo en las manos de Sácritos. Yo fui el que reveló muchos de los secretos de la Estirpe a ese sádico. Los símbolos, los implicados, incluso hablé de ti y de las demás mujeres guardianas, tus amigas.
Aniel miraba a su padre confundida.
––Pero ¿cómo sabías tanto, padre?
––Por mi padre, Johan. Él me había revelado gran parte de la información, que después le transmití a tu madre, aunque no en su totalidad. Mi amada Ana es humana y no podía llenarla de responsabilidades que solo me atañían a mí, por ser miembro de la Estirpe. Igualmente, tu madre y yo éramos los encargados de informarles a ti y a tus compañeras guardianas, lo que sería de vital importancia. Y a ello se sumaban mis visiones. Con tu madre nunca supimos cuánto sabía Sácritos de todo esto, pero siempre sospechamos que algún día él vendría tras de ti. Por ello construimos toda la protección a tu persona y dejamos aquel dinero en manos de mi amigo Lautaro. Pero jamás nos imaginamos que Sácritos te buscaría antes de que cumplieras los veintitrés años. Fue el tremendo error que tu madre y sobre todo yo cometimos. Siempre me había manejado con mis visiones, pero ninguna me había mostrado lo que sucedería esa noche trágica. Sin duda, aquello tenía que suceder sin que nadie interviniese. Y también sabía que un joven que te amaría como nadie vendría a protegerte.
––Gabriel ––susurró Aniel con ternura.
––Sí. Y porque sabía de su existencia desde que eras pequeña, cuando fui cayendo por las torturas en manos de Sácritos, terminé confesando sobre él. Y por eso Sácritos sabía tanto sobre ustedes. Fui yo el responsable de mucho de lo que ha sucedido, mi amor. Mucho de tu dolor y del de ese muchacho. Y aun no comprendo cómo la Estirpe me ha otorgado este título de jerarca.
Aniel lo abrazó con fuerza, entendiendo lo que su padre sentía. Él también estaba tratando de purgar su propio dolor.
––Padre, te has ganado tu lugar. Solo tú pudiste resistir tanto y hoy en día seguir siendo parte de los nuestros. Jamás caíste en poder de los caídos y eso revela la fortaleza de tu alma. No te tortures más. Yo jamás te juzgaría y Gabriel tampoco.
Ronan cerró los ojos por un instante, para abrirlos al siguiente y mirarla.
––Ese chico ha luchado demasiado, Aniel, y si bien aún debe aprender cuestiones básicas, me gusta mucho y lo respeto. Tampoco podría soportar verte infeliz a ti.
––No deseo por nada del mundo entorpecer tu misión ni la de mamá.
Ronan la tomó de los brazos con amor.
––Escucha, Aniel. Tus sueños anunciaron mi muerte, o sea que ya estaba preestablecida como un potencial futuro de enorme probabilidad. Yo no quiero ni puedo aceptar este intercambio ridículo. No me compete a mí entrometerme en la vida de Gabriel. Él debe continuar con su camino.
––Comprendo, padre ––susurró Aniel. Ronan le acarició la mejilla con una de las manos, mientras decía muy despacio:
––Ve con él.
––¿Y la Orden Superior?
––Yo también soy parte de ella e intercederé por Gabriel.
Los ojos de Aniel se llenaron de luz y su sonrisa volvió a instalarse.
––Te amo, padre.
––Y yo a ti, hija.
Y antes de marcharse, ella susurró:
––Agradezco a Dios por haberte recuperado.