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Los campesinos durante la Pirámide

Los temores de la mujer de Rade-h, el campesino, por suerte no se habían confirmado. Eran pobres, es cierto, pero no más que antes.

Tuvo lugar, de todas maneras, una cierta inflación controlada en algunos artículos. La cerveza, por ejemplo, que era barata y estable en Gizeh, por el pacto entre el Faraón y los comerciantes (éstos le vendían a aquél cien toneladas diarias, a bajo precio por litro, puesto que ganaban con la enorme cantidad), era cara y escasa en Menfis y otras ciudades. La razón era muy sencilla: se producía básicamente para el mayor volumen de negocios y el otro, para el cliente común, importaba menos.

El Faraón desesperábase al ver a su pueblo restringido en la cerveza, bebida nacional egipcia. La única manera de convencer a los productores de que bajasen los precios en Menfis hubiera sido subsidiar el proceso de fabricación, pero el Rey no tenía dinero para ello. Y si cobraba más impuestos en otros rubros, para subsidiarla, aumentarían las lentejas, los ajos, los rábanos. Ya no era posible controlar las cosas con castigos.

Hizo entonces un nuevo pacto con los fabricantes: ellos bajarían los precios de la cerveza en Menfis y otras ciudades y a cambio Kheops bajaría los impuestos en ese renglón. Así se hizo y volvió la abundancia de cerveza en Egipto, pero entraba menos dinero en las arcas fiscales. Tofis se vio obligado a restringir los gastos. Las cosas tenían que hacerse con la misma eficiencia que antes pero a menor precio. El Arquitecto Real viose obligado a efectuar un nuevo cálculo general de costos. Comprendió que racionalizando distintas áreas, unificando muchas de ellas y disminuyendo los privilegios en otras, se podía ahorrar mucho. Los escribas y otros funcionarios lo detestaban. Le decían «Odioso Tofis». Él lo supo, pero no le importó. Seguramente ellos habrían preferido, antes que apretarse el cinturón, dejar al pueblo sin cerveza.

Kheops nombró a Tofis prefecto económico de todo Egipto. Jamás existió antes este cargo y tampoco existiría luego de la Pirámide. Equivalía a un ministro de Armamentos, pues era con rango de Dictador. Sólo estaba obligado a rendirle cuentas a Kheops.

—Ya lo ves, mi amor —decía Rade-h—, cómo el Faraón provee por nosotros. Tendremos semillas este año y también el que viene. Y tú tanto que criticabas. Incluso la cerveza ha vuelto a ser barata.

La mujer de Rade-h refunfuñó y nada dijo.

—No seas así, mi vida —insistió él—. Nuestros hijos están alimentados, ninguno se ha muerto de hambre o enfermedad en estos quince años. Ya tres se fueron y hacen su vida, y otros dos más aprenden a cortar granito con serrucho y a utilizar máquinas perforadoras de piedras en una de las escuelas de Tofis. ¿Cómo no comprendes que nuestra familia está progresando, incesto de mi alma?

Ante semejante requiebro ninguna mujer egipcia de buena madera podía dejar de sentirse conmovida. Ella, con tono suave, respondió:

—Eso es cierto; pero, ay hermano de mi ka y de mi ba, de mi ju y de mi Brillante; debes perdonar a tu tonta hermana. Las mujeres siempre somos unas miedosas.