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Los Dioses tocan tu sueño

Dos muchachas, desnudas de la cintura para arriba, los abanicaban. El Faraón, siempre que el oficio lo permitía, utilizaba mujeres en los trabajos de su entorno. Le gustaba mirarlas. A veces se acostaba espontáneamente con alguna, para gran alegría de la chica elegida. Los Reyes eran más libres por esa época. Aún no había llegado la etiqueta petrificante de dinastías posteriores. Las vestimentas de Horus, por ejemplo, mientras se desplazaba por el palacio, eran extremadamente sencillas: casi las de un talabartero. Sólo su Reina vestía de manera un poco más sofisticada, pero las transparencias dejaban ver casi todo.

—En tu sueño también aparecía la Esfinge, ¿verdad? —dijo Cetes a su monarca.

—¿¡Cómo lo sabes!? —exclamó sobresaltado Kheops. Fue un instante. Al recapacitar le resultó evidente que su pregunta era tonta. Se limitó entonces a decir—: Lo había olvidado.

Cetes casi se encogió de hombros:

—Pude verlo en el horóscopo.

—Ya lo sé. La Esfinge es un Dios protector de Egipto, pero en mi sueño ni siquiera la Esfinge era suficiente defensa contra los enemigos que se nos venían encima. Ejércitos innumerables, pertenecientes a distintos pueblos. Aunque esto ya te lo dije días pasados.

—Sí.

Era entre la quinta y la sexta hora egipcia y la luz disminuía sobre las maderas del revestimiento. Los bajorrelieves iban haciéndose más profundos. Pero tiempo después los esclavos encenderían las lámparas de oro y vidrio.

Los mosquitos arrojaban confusión.

—Pude verificar que mis intuiciones fueron correctas, en líneas generales. Los Dioses tocaron tu sueño para advertirte. Egipto necesita un arma mágica y a ti te hace falta una tumba. Las dos cosas tienen solución simultánea.

—¿Por qué dices eso? Yo ya me hice construir una tumba, años atrás. Se encuentra en el sur, cerca de Nubia, en la frontera con el desierto del oeste. No es muy grande ni fastuosa pero está cavada en roca viva. Es un buen sepulcro.

—No sirve. Será saqueado.

Sobresalto:

—¿Por los etíopes?

—Quizá por alguien menos respetuoso, venido de más allá de la Siria.

Kheops alcanzó el límite de la intranquilidad. A ningún egipcio le gustaba la idea de que su momia corriese peligro. Dijo en voz muy baja, mirando el suelo, con ese gesto humilde que sólo da el Destino, algo que le salió del alma:

—Qué horror.

—Pero no te preocupes, que tiene solución. Ella está en tu sueño. Esa joya preciosa, que resplandecía en tu mano: ¿no comprendes que pasaba por todos los colores del prisma de Rah? Eso debes construir: un prisma de doscientos ochenta y siete codos reales[3] de altura.

—¿Algo así como un ben-ben gigantesco?

—No exactamente. El ben-ben es un cono, y tú debes fabricar una pirámide.

—Pero eso es muchísimo. Un coloso de tal naturaleza lleva por lo menos veinte años de trabajo…

—Treinta.

—Pero es que no sé si viviré tanto tiempo.

—Reinarás aún cuarenta años. Lo he visto en el horóscopo. La propia construcción, aunque le falte la sacralización final, te irá protegiendo a medida que tome forma.

El Faraón parecía muy confundido:

—No termino de comprender. Si ni siquiera una tumba modesta me protege, mucho menos podrá una fastuosa. Poner codos y codos de cuarcita entre los ladrones y mi momia equivaldrá a decirles: «Vengan, estoy aquí». Cuanto más granito coloque, tanto más acortaré los plazos de mi destrucción. —Cetes lo escuchaba en silencio, sin hacer comentarios—. La humildad es el mejor cerrojo. Confiar en los Dioses protege más que la diorita y el alabastro. Mi padre construyó pirámides; pero no las hizo para transformarlas en tumbas, sino como un homenaje a las Divinidades. Son joyas teológicas, de adoración y servicio; introducir en ellas una momia sería profanarlas. Si alguna vez un Rey hace una cosa así será que nuestro culto cambió, pero en tal caso Egipto ya no será Egipto. Fíjate bien en lo que me pides. ¿Acaso pretendes que sea tan luego yo ese Rey desacralizador, el que inicie la decadencia? —Cetes continuaba mudo. Su soberano necesitaba desahogarse de la presión generada por la nueva idea; esto lo sabía muy bien. El Faraón volvió a sus temores—: Por otra parte, no puedo negar que me preocupa mi futuro descanso. Los ladrones jamás se han mostrado tan activos como ahora. Sin ir más lejos, el año pasado violaron el sepulcro de mi madre, la Reina Hetepheres. Ya estarás enterado. Felizmente la verdadera tumba estaba en otro lugar, caso contrario…

—De eso se trata.

—Pero si mi momia reposa en la Pirámide…

—No he dicho que debamos depositarla en tal sitio.

—¿Entonces?

—La Pirámide quedará perpetuamente asociada a tu tumba, pero la conexión será simbólica. La momia reposará bajo las arenas, al este de la construcción. El lugar exacto quedará señalado por la sombra que arroje la cúspide entre el fin de la quinta y el comienzo de la sexta hora; esto es: en la Hora de Osiris. Cavarás una isla artificial alrededor de la entrada del sepulcro; esta isla, a su vez, será alimentada por dos brazos rectos del Nilo, de forma tal que el conjunto de canales trace un falo. Pero mira: te traje un dibujo.

Cetes extendió el papiro sobre una mesita de cortas patas:

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El mago prosiguió:

—Así, este falo mágico permite que el Nilo fecunde a la Gran Pirámide. Es la única forma que tenemos de que tu momia descanse en la construcción sin estar en ella. De esta manera no profanamos. Tú subes a Rah en la Hora de Osiris, al tiempo que el Padre Nilo toca la esencia femenina del prisma. Y ello es así por los doscientos ochenta y siete codos de altura. Sumando el dos, el ocho y el siete, obtenemos diecisiete, número femenino. Además, en el cuadrante de las horas, la quinta se opone a la undécima, otra magnitud sagrada.

»La Gran Pirámide, por otra parte, deberá tener cuatro cámaras (independientemente de las que se hagan para compensar tensiones arquitectónicas y por otros motivos): una bajo la construcción, que represente a la Madre Tierra; también será la Noche y el Mundo de las Sombras. Otra a nivel del suelo y tallada en roca natural, pues Amanece. Y dos arriba, en la Pirámide misma: Isis y Osiris, pero que también han de marcar nuevos estadios o pisos del alma. En el vértice no habrá gruta alguna; pero todo él, pintado externamente de ocre, es Horus subiendo a Rah. Las galerías ascendentes, que conecten a las cámaras unas con otras, indicarán el progreso del espíritu, de Dios en Dios, hasta la consumación final en la Puerta de los Dioses.

»Los canales paralelos, que sirvan para nutrir de agua la isla y trazar el falo del Nilo, cuando el trabajo esté terminado servirán para el recorrido de las barcas en la ceremonia fúnebre. Mas nada impide que durante el proceso de construcción los utilicemos con fines profanos: llevar por agua las piedras a fin de ahorrarnos la mayor parte de la dificultad en el acarreo.

»De modo que primero hay que construir una calzada desde las canteras del sur hasta el Nilo, hacer la tumba subterránea, la isla artificial y nivelar el lecho de piedra, cerca de Menfis, donde la Pirámide será elevada. Sólo esta primera parte del trabajo llevará diez años. Otros veinte la erección de la Pirámide misma.

—¿Y el sepulcro que me hice construir en el Alto Egipto?

—Sacralízalo, a su tiempo, como tumba vacía.

Los mosquitos se deslizaban por el aire como un estado de gracia a la inversa. La temperatura no bajaba ni bajaría hasta bien entrada la noche. Aparecieron esclavos para encender las lámparas.

—Debemos pensar en un arquitecto —dijo el Faraón.

—Yo tengo uno. El mejor de Egipto.

—¿Cómo se llama?

—Tofis.

—Pues nunca oí hablar… —Kheops pegó un salto—: No será el loco blasfemo, ¿verdad?

—El mismo. Pero no es blasfemo. Y su locura jamás trabó los corredores de su sabiduría.

—No lo hice matar exclusivamente a pedido tuyo. Por una vez todo el mundo se había puesto de acuerdo en una cosa: en la necesidad de ejecutar a Tofis. Me lo pidió cuanto gremio existe en Egipto: los artífices de canteras porque él, en su escuela, inicia a sus discípulos en secretos del oficio sin ser cantero; los escultores, pues, los hacía quedar a todos como gente dudosa. Pero los sacerdotes me sorprendieron, debo confesar. Tendrían que ser los más escandalizados por sus blasfemias respecto de los mosquitos y su origen sagrado. Se limitaron a encogerse de hombros y a decir: «Una religión nueva». O si no: «Él sabrá. Haya tolerancia». «No hace daño y a nadie lastima. No te preocupes, Horus, está loco pero no blasfema contra los Dioses principales. Si lo que sostiene es risible, todos reirán. Si, por el contrario, la historia de los mosquitos resulta cierta y es una iluminación, con el tiempo la incorporaremos al culto».

»A veces pienso que mis sacerdotes son tan blasfemos como Tofis.

—Coincido sin embargo con ellos. No hay blasfemia. Es, simplemente, un hombre que sufrió mucho.

—Pero no es arquitecto, es escultor. ¿Y tú quieres que a un hombre tan extravagante confíe la construcción de mi Pirámide?

—Sí, porque es el último que nos queda de la escuela antigua. Ahora las Artes y las Ciencias se dividen en especialidades, en tanto que él se formó en todas las disciplinas. Es lo que podríamos llamar un hombre de cultura universal.

—¿Qué edad tiene?

—Treinta y cinco años. Pero no te aflijas: él también, como tú, la verá terminada.

Kheops se encogió de hombros:

—Hace años que confío en ti; supongo, entonces, que deberé seguir haciéndolo. Llama a tu protegido. Encárgate tú mismo y mañana entrevistémoslo juntos.

—Así será, Faraón.

Cetes aprestábase a retirarse pero lo detuvo un gesto.

Kheops aún vacilaba:

—De todas formas será imposible impedir que se difunda el secreto de mi verdadero sepulcro.

—Esta Gran Pirámide, tanto por su tamaño como por el acabado perfecto, cumplirá sus fines de arma protectora; mucho más que las levantadas hasta el presente o cualquiera que vaya a erigirse en el futuro. Cuando busquen tu tumba sólo hallarán la Pirámide. En su furia e impotencia intentarán destruir lo que no fueron capaces de realizar, pero la misma grandeza ha de paralizarlos. El monumento aprovechará la propia haraganería de los cobardes para aniquilar su voluntad. Arrancarán las losas del recubrimiento, a lo sumo. Penetrarán en su interior vacío y luego abandonarán la empresa. Leerán aquí y allí, en libros antiguos, que Kheops se encuentra sepultado allá o acullá, pero la misma energía de la Pirámide hará que lean sin leer, entiendan sin entender. Toda referencia quedará bajo cerrojo de sello mágico, ininteligible por siempre.

»Egipto tendrá un nombre. Dentro de seis mil años el mismo vocablo seguirá designando al País de la Tierra Negra. Seremos invadidos y ocupados muchas veces, pero los extranjeros al fin deberán irse. La Pirámide los expulsará, aunque ellos no lo sepan. La Pirámide no los quiere. Mientras ella exista existirá Egipto, y tu momia estará a salvo. Los incrédulos no tocarán las vendas para desenvolver tu rostro. Cada día subirás a Rah, por la extensa Sombra, a fin de repetir infinitamente el milagro.