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Cetes construye su propia pirámide

Tofis ordenó que le edificasen un enorme estudio con taller anexo en el fondo de su patio; lo más lejos posible de la casa, para que los niños que temprano le dio Boula no lo perturbasen en sus cálculos. Permanecía trabajando hasta muy tarde, iluminándose con lámparas de aceite y antorchas. En el estudio especulaba respecto a cimientos, bóvedas, resistencias de material, dispositivos arquitectónicos antisísmicos. En el taller construía máquinas para elevar bloques de granito; poyos con roldanas (reforzados con el hierro meteórico de los templos) a fin de alzar, en la última parte del trabajo, las pesadas e incómodas losas del recubrimiento; agarraderas de bronce para deslizar, unos sobre otros y con el mínimo daño, los mármoles de la cobertura.

Cierta mañana Cetes llegó imprevistamente a casa de Tofis. Hacía ya tres meses del encuentro de los amigos con el Faraón. Los esclavos, que no ignoraban cuánto le debían (ahora eran seis, contando a las mujeres), lo hicieron pasar inclinándose hasta el suelo. Por el mago siempre sintieron mucho cariño, pero además las órdenes del dueño de casa coincidían con sus deseos de dejarlo entrar, sin ceremonias ni preguntas, en el momento que quisiera.

—¿Dónde está Tofis? —preguntó a Boula, que salió a recibirlo alertada de su presencia por los esclavos.

—En el estudio del fondo. Hace tres meses que trabaja con sus números y papiros. Casi ni sale. —Ella dudó un momento para luego preguntar con timidez—: Es un trabajo muy grande y difícil el que está por hacer para el Faraón, ¿cierto?

—Sí.

Con apasionamiento:

—Y entonces, ¿por qué no empieza ya a trabajar y se deja de perder el tiempo con esos papiros?

Cetes sonrió incómodo:

—Pero Boula…

—En Nubia tenemos un refrán: «La mejor manera de hacer una cosa es hacerla ahora».

—La Pirámide…, ¿tú sabes qué es una pirámide, Boula?

—Sí, porque mi marido hizo una hace poco, recortando papiros y pegándolos.

—Bueno. La Gran Pirámide de piedra que él va a construir para Kheops es demasiado grande. No es tan fácil como levantar una casita con ladrillos. Si no se calcula bien, cada cosa se puede venir abajo en pocos años.

Pese a sentirse bastante abandonada, Boula no pudo menos que sonreír con orgullo:

—Él es muy inteligente, ¿verdad?

—Es el arquitecto más inteligente de todo Egipto, de eso puedes estar segura. Por eso el Rey le encomendó esta tarea.

—Pero pasa, amigo. Ven a tomar una cerveza adentro de la casa. Está mucho más fresco que afuera y no hay mosquitos.

—Después, Boula. Después seguro que sí. Pero ahora quiero ver a Tofis cuanto antes.

Cetes encontró al Arquitecto Real en su estudio, no en el taller. En ese momento no fundía metales ni armaba estructuras de madera. Hacía cálculos echando, cada tanto, vistazos a su pirámide fabricada con papiros (ésta mediría la cuarta parte de un codo).

—¿Trabajando duro, maestro Tofis? —preguntó el otro con esa ironía clásica del gángster o del mago de grado superior.

Tofis no lo escuchó. Perdido en sus abstracciones y cálculos forzosamente inexactos, como toda la matemática (no por eso menos grande). A Cetes casi le daba turbación, pero igual le pegó un palmazo:

—¿¡Eh!? —dijo Tofis con sobresalto y arrojando su agudo útil de escriba, el cual saltó y (por supuesto, por supuesto) estrellose rompiendo su punta carísima contra el suelo. El Arquitecto Real se enfureció al ver destruido su instrumento—: ¿¡Pero qué pasa!? —Luego, casi en el acto, pudo separar al Cetes concreto de las abstracciones trascendentes que lo rodeaban—: ¿Ah?, ¿eres tú? Bonita forma de aparecer.

—Es que no tengo otra. ¿Cómo puedo hacer para interrumpirte sin interrumpirte?

—Es cierto.

Luego del desconcertado silencio de ambos, Cetes habló:

—¿Cómo andan los cálculos?

—Bien. La llanura pétrea de Gizeh, efectivamente, puede soportar el peso de una pirámide hasta tres veces mayor que ésta. Tal lo que supuse. Hice el diseño de todas las cámaras, he separado la calidad y el número de cubos de granito por secciones, la distancia del cruce de las diagonales de la base hasta la tumba verdadera (en la isla artificial), cuánto nos costará la calzada desde las canteras de Asuán hasta el río, los aprovisionamientos durante treinta años en concepto de cebollas, trigo, cebada, lentejas, cerveza (en esto pienso mostrarme duro, frente al Faraón, pues las noches de mis obreros merecen cerveza y no voy a permitir ahorros en tal sentido), pelente, rábanos, ajos, pan y carne siete veces al mes para todo el mundo. Estimé aparte los miles de deben que gastaremos en herramientas y máquinas (si quieres, luego te muestro algunas que inventé), etcétera. Pero, sobre todo, en lo que me mostraré intransigente es en impedir reducciones de cerveza, pelente y carne.

—¿Tú crees que por más Arquitecto Real que seas lograrás presionar con éxito a Kheops? ¿Dónde viste un Rey que ceda a las exigencias?

—Si es inteligente, si es iluminado (y yo creo que sí), cederá de buena gana. A él le conviene puesto que el mío es el cálculo mínimo para que los obreros y artesanos trabajen mejor.

—Tofis, cuando llegué a tu casa me sorprendió una cosa. Ya no das clases. Supongo que como la Pirámide absorberá todo tu tiempo ya no tendrás discípulos hasta que esté terminada.

—Te equivocas. Ya no tendré discípulos a quienes les enseñe personalmente, pero abriré diez escuelas más en todo el país. Mis vicemaestros o instructores se encargarán de ello.

Cetes, irónico:

—Veo que no olvidas tus negocios.

—No es una cuestión de negocios. Voy a necesitar miles de discípulos y artesanos para la construcción. La mayor parte de las tareas no la pueden hacer los esclavos, esto ya lo sabes. Hacen falta especialistas en el manejo de trépanos, serruchos cortapiedras, carpinteros para las máquinas que eleven rocas, escultores que dejen liso el sarcófago de la Cámara Sepulcral y cada una de las veinticinco mil losas del recubrimiento. Necesito abrir más escuelas que nunca, como ves. No en mi casa porque el bullicio me molesta, pero sí en otros sitios. Fundaré diez más y seguro que me quedo corto. Ocurre que carezco de instructores para todas las academias que necesito. ¿Y tú? ¿Has averiguado algo?

Tofis se refería a los horóscopos de Cetes y a cualquier dato que éstos pudiesen aportar a la construcción.

—No. Todo va bien. Estoy haciendo algo, aparte de mis inspecciones astrales, pero nada tienen que ver con la Gran Pirámide.

—¿Y con qué, entonces?

—A ti te lo puedo decir, porque eres mi amigo…

—Creí que no era tu amigo sino tu discípulo —dijo Tofis sonriendo.

El mago se hizo el tonto:

—Estoy construyendo una criptoteca.

—¿¡Cómo!?

—Un Lugar Donde Se Guardan Secretos. ¿Por qué? ¿Tanto te asombra?

Con cara limpia y absoluta sinceridad:

—Nuestro único secreto digno es la Gran Pirámide.

—De acuerdo, pero… Esto es un complemento.

—Mentira. —Cada vez más furioso, Tofis (y ningún iniciado antiguo hubiese hablado de otra forma)—: Noto que en Egipto está formándose un Monstruo del Pantano. Es tan soberbio y arrogante que ya levanta su cabeza por entre los juncos, papiros y lotos. Ruge y es horrible.

Cetes, cosa curiosa, no se ofendió por el hecho de que lo llamasen mentiroso. Permaneció imperturbable y en silencio; hasta que el otro dijo: «Ruge y es horrible». Aquí no pudo evitar sonreír. Le pareció una completa exageración, pero igualmente continuó mudo.

Tofis prosiguió:

—En este país importa cada vez menos la iniciación, la tradición oral, y sí lo que cualquier tonto puede hallar escrito en un texto. La sabiduría escrita es una falsa sabiduría, puesto que es rígida. Los escribas son la maldición de la Tierra Negra. Confirman la ignorancia. Quien lee un libro, con fórmulas, encantamientos y doctrina, no puede resistir a la soberbia de creer que sabe tanto (por lo menos) como el maestro que lo escribió. ¡Vaya con el arrogante! ¿Sabes cuál es la razón de que se violen tantas tumbas hoy día? Ello no sucedía en el pasado. Es porque los hechizos que sellan el domicilio de cada difunto son conocidos por cualquiera. Si la Ciencia Hermética hubiera seguido siendo oculta, nadie hubiese logrado romper el dispositivo de seguridad. Las fórmulas mágicas, al popularizarse mediante la escritura, se desacralizan y pierden efecto. Hemos entrado en el reino de la vulgarización. Qué lejos estamos del recitado reverente, propagado con miles de precauciones e incontables prudencias, de boca en boca. Esta divulgación sacrílega tarde o temprano terminará con la dignidad (con la jerarquía) de la posesión y, por lo tanto, con el auténtico poder. No te extrañe que día llegue en que nuestros esclavos (esos que sólo sirven para cortar ladrillos o adorar Dioses abstractos) nos dominen imponiéndonos humillaciones vergonzosas. Y es lógico: ellos conocerán las fórmulas de acceso a nuestras Divinidades, pero nosotros ignoraremos los Nombres de Poder de las suyas. Nos derrotarían aun cuando contasen con un único y miserable y enano Dios. Todo lo que no sea memoria oral e iniciática es olvido y debilidad. Los jeroglíficos son rígidos, fijos y, por lo tanto, mutilatorios. La tradición es dinámica, viviente.

—Estás objetando nada menos que a Thoth, el Dios que inventó la escritura.

—¿Acaso los oráculos escriben? Los oráculos hablan. No estoy muy seguro de que Thoth haya sido el inventor de la maldita escritura. Es un recurso de esclavos, no de hombres libres. Sólo nuestra decadencia pudo atribuir a Thoth este invento maléfico.

—Entonces, ¿por qué consignas en el papel tus cálculos referidos a la Gran Pirámide? Hazlo todo de memoria.

—Soy parte de mi época. Cuando joven aún era capaz. Ya no lo soy. La palabra de los Dioses pudo romper los sellos primordiales y desatar las abstracciones a fin de que se transformasen en materia concreta. ¿Y sabes por qué?

—No.

—Pues porque… Por lo que ya te dije antes: la palabra es dinámica; el jeroglífico, con su falsa omnipotencia, es siempre estático, invariable. Nos torna en tan rígidos e indefensos como él. Él es el espejismo de la sabiduría, no el conocimiento mismo.

—Tofis, hay una base de razón en lo que dices, pero estás esencialmente equivocado. El Dios inventó la escritura para impedir el olvido. En realidad no conocemos bien sus intenciones. Quizá fue un recurso desesperado ante los muy terribles cambios que vendrán. Si tanto a los egipcios como al resto de la gente les esperan cosas espantosas, es lógico que apelase a los jeroglíficos como último recurso. Quizá (no lo sabemos, pero nada escapa a Thoth) llegue la hora, el día, mes y año en que Seth (o alguna entidad suprema, dentro de lo abominable, aún más maléfica que él) escriba su propio Libro. Nosotros seremos borrados y sólo sobrevivirán fragmentos de nuestros sueños. El mal se hará carne y reminiscencia secreta en el alma de los hombres. Los seres del futuro tendrán muy poco de nuestra salud para defenderse. Si no escribimos, nada tendrán. Bien sé que, aletargados en su intuición, verán como sencillas las ideas complejas, y supondrán ininteligibles conceptos sencillos. No ha de quedarles, entonces, más remedio que apelar a la iluminación para descubrir el complejo sentido. Quizá cada uno de esos hombres necesite años y décadas para interpretar una sola frase. Yo en mi criptoteca dejaré, como bien más preciado, el verdadero nombre del Dios del Mal, para que los humanos puedan enfrentarlo. No se puede dominar a un Dios si no se conoce su nombre.

—Espero que los ladrones no la confundan con una tumba. Al entrar para saquearla y ver que no hay tesoros, temo que decidan quemar los papiros.

—Está previsto. Voy a grabar en las paredes el Nombre Maldito, rodeado de exorcismos para que ese nombre no se adueñe de la criptoteca. De esta forma no se perderá lo que más me importa de todos mis descubrimientos, y el Abominable tampoco tendrá dominio sobre mi santuario. Si los ladrones entran, ya pueden quemarlo todo. Son haraganes. No creo que se tomen la molestia de borrar más de ciento cuarenta codos reales cuadrados de superficie pétrea repleta de jeroglíficos.

—¿Y si se pierde la pronunciación egipcia?

—No entiendo.

—Claro: es importante el sonido con el cual se pronuncia una palabra. ¿De qué les servirá a las generaciones venideras un jeroglífico (aun si descifran el significado) si ignoran el sonido exacto?

—Basta con que traduzcan el sentido a sus propias lenguas. No se trata de un Dios egipcio sino universal, ésa es la clave. Desea destruir a los hombres y Dioses de la Tierra Negra, pero también a los de las Tierras Rojas, y a los Dioses y hombres de cualquier parte del planeta. Que toda lengua lo traduzca a su sonido particular. Lo dominaremos a través del sentido.

Aquí Cetes (que no ignoraba, gracias a Boula, cuánto tiempo hacía que Tofis estaba obsesionado por su trabajo) intentó frivolizar. Saltó pues, sin transición, a una cosa por completo diferente:

—Pero, digo yo, ¿es que no vas a invitarme con cerveza?

—Dile a Boula. Yo debo hacer muchas cosas aún.

—Déjate de tonterías. Machacas sin cesar desde hace meses. Te va a venir bien un descanso.

—Pero…

—Nada. Ahora.

Tofis, cual corderito, accedió. Salieron ambos del estudio al patio. La nube de los seis esclavos se les aproximó en servicio.

—Cerveza, mucha cerveza —exclamó Tofis—. Y quiero que todos ustedes también tomen. Llamen a la señora de la casa.

Los esclavos partieron alegremente. El Arquitecto Real era un buen amo.

Al momento apareció Boula.

—¿Qué pasó?

—Nada. Ven a tomar cerveza con nosotros.

Ella se azoró:

—Pero es que estoy dirigiendo la comida.

—La vida es corta, mi amor, y yo quiero tenerte cerca.

La expresión de la mujer se dulcificó. Dijo no obstante:

—Pero, mi vida, ¿por qué no hablan ustedes tranquilos de sus cosas? Las conversaciones masculinas me aburren. Nos encontramos todos a la hora del almuerzo. Cetes come con nosotros, ¿cierto?

—Claro.

—Y bueno.

—Ven aquí —dijo Tofis y tomándola de una mano la condujo hasta uno de los asientos de metal del jardín.

La colocó sobre su regazo y comenzó a mimarla. Cetes, sonriendo con indulgencia, se alejó por entre las palmeras.