EL INCIDENTE DEL DESPUÉS

Sessa decidió entretenerse con los pequeños trucos del orden que había desarrollado a lo largo de los años para tener la mente apartada de los dolorosos momentos que la aguardaban. Hoy los necesitaba especialmente para mantener firme su decisión. Si no pensaba demasiado le resultaría más fácil concretar este paso gigantesco.

En primer, lugar quitar cuidadosamente el polvo a cada Lector del tamaño de un palmo, aunque desde el año anterior era poco el polvo que seguramente se había acumulado. ¡Qué fantástico! ¡Qué maravilloso sentir esa multiplicidad debajo de sus manos! Y luego volver a colocar los Lectores otra vez en sus cubículos. Coger el recipiente de los muchos y volcarlos sobre su regazo, tan resplandecientes y brillantes como el cristal, mientras la luz iluminaba su caída y estallaba en un suave resplandor desde su redondez. Hundir las manos hasta las muñecas en la comodidad de su multiplicidad. Luego seleccionarlos y colocarlos otra vez, lentamente, en el recipiente transparente, cuidadosamente acomodados por colores, uno a uno y deliciosamente repetidos, para el acento de mañana. ¿Mañana? Oh, mañana, hacer resaltar el azul de la habitación. Lenta, muy lentamente, amando los colores, la fría tersura, la multiplicidad de los muchos.

Pero finalmente todo quedó hecho y llegó el momento en que no pudo seguir postergándolo. Oh, Kiltie insistía en que a los ocho años era lo bastante mayor para no necesitar que alguien la vigilara desde que bajaba del autobús de la escuela hasta llegar a su casa, pero, aunque pareciera una tonta actitud maternal Sessa no soportaba pensar en Kiltie, tan pequeña, recorriendo ese camino intacta... sin ser vista...

«¡Dilo! —se dijo en tono severo—. ¡Kiltie lo dice casi sin pensar! ¡No soporto pensar en que Kiltie está sola!»

Sessa contuvo la respiración y tenso las manos para combatir el pánico y el temor que impregnaban la palabra. Desvió la vista hacia los muchos, hacia los Lectores y hacia la encantadora multiplicidad de los ladrillos que formaban las tres paredes largas e intactas de la agradable habitación, y se consoló viéndolos. Luego se puso de pie con decisión y caminó con paso firme hasta la única ventana que se abría en la parte delantera de la casa. Con mano fría pero segura apartó la cortina que creaba la ilusión de integridad en la habitación.

—¡Ya está! —dijo abrazándose—. Ya ni siquiera cierro los ojos. Gracias a Dios el sufrimiento ha desaparecido... Puedo soportar el malestar. —Sessa observó el valle enorme, vasto, brillante y desierto, y el vállele devolvió la mirada. Bajó la vista—. Truro dice que llegará un día en qué no tendré que mirar el valle porque ni siquiera lo veré —dijo consolándose.

Entonces, deliberadamente, dejó que sus ojos recomerán la vastedad, desde las rocas salientes del oeste hasta los altos oscilantes de las colinas del este, desiertas y peladas... nada más que árboles y rocas, el camino y el pequeño grupo de granjas y, casi fuera del alcance de la vista bajo los últimos reflejos del sol, el pequeño grupo de Valley Town.

«¡Oh! —pensó—. ¡Si al menos...;!» Y su imaginación reconstruyó el valle tal como había sido. Su corazón se derritió de nostálgico deleite cuando volvió a ver la solitaria multitud de unidades apiñadas, brillantemente pequeñas, pegadas entre sí, de un lado a otro de la montaña, y maravillosamente amontonadas desde el fondo del valle hasta la cumbre de las montañas más altas. Y todo unido con el movimiento reluciente y los vividos colores de los destellos que fluían horizontal y verticabnente mientras toda la zona rebosaba de vitalidad, tan maravillosamente apretada que todos los sonidos de la vida, la risa y los gritos, las lágrimas y el llanto estaban entretejidos en una tramatangible. Y el calor del roce de unos hombros, el aliento en la mejilla o contra la oreja, el tirón del pelo enganchado en el galón de la guerrera de alguien muy cercano... ¡tan cercano! Saber que eres una unidad en la vasta multitud, una entidad por estar rodeada de entidades vivientes. Y ahora... sólo esto. Esta única unidad. Una casa. Sola. Intacta. Ni un solo sonido salvo el ronroneo y la risa ahogada de la pared y el viento engullendo en las esquinas.

¡Haberlo perdido todo! ¡Tan... tan rápidamente! ¡Tan completamente!

Sessa lanzó un largo y estremecido suspiro. ¡Oh, bendita sea la amnesia selectiva! No tenía recuerdos del Durante. Sólo del Antes y el Después. Después, cuando el hambre, más fuerte que el terror, finalmente hizo salir lo que quedaba... ¡las amplias extensiones dominadas por el pánico de... Nadie! ¡Del Fuera de Contacto! ¡Incluso del Fuera de la Vista! De la nulidad, porque ¿cómo puedes ser a menos que existan otros de los cuales diferenciarte?

Truro había sido uno de los primeros en abandonar los agujeros y en salir resueltamente para apartar las cenizas y empezar otra vez a hacer crecer las cosas. Era por eso que ahora podía ser tan desenfadado con respecto al Afuera. Sessa sonrió de mala gana, recordando lo duro que le había parecido tener que usar alimentos crudos, no elaborados y no procesados. La primera vez que había visto una patata recién arrancada de la tierra había lanzado una carcajada, en parte por asombro e, incredulidad y en parte por repugnancia. La había sostenido en su mano y se había preguntado con desconcierto qué había que hacer para que resultara comestible.

Sessa parpadeó y alejó los recuerdos de su mente. Sus manos se tensaron sobre el borde de la ventana. ¡Allí! Kiltie apareció ante la vista al rodear la enorme roca de granito que se encontraba en el extremo del sendero. Muy pronto el momento...

«Te veo, Kiltie —pensó, como si Kiltie pudiera oírla—. Te encuentras bien, Kiltie. Te encuentras al alcance de la vista. Te vigilaré. No temas. ¡Hoy tengo una verdadera sorpresa para ti!»

Pero, al parecer, Kiltie ni siquiera se daba cuenta de que estaba casi sola. Caminaba lentamente hacia su casa, mirando a su alrededor, moviéndose poco a poco mientras no había nada ni nadie a su alcance, habiendo perdido completamente el contacto. Y sin que eso le importara en absoluto.

Sessa sonrió de mala gana. «Truro tiene razón-pensó—. Están creciendo en otro mundo. No debemos intentar contagiarles un temor que no pueden comprenden Más me valdría reconocer que vigilo a Kiltie por mi propia tranquilidad, no por la de ella.»

A mitad de camino de su casa, Kiltie se había puesto en cuclillas y con un palo escarbaba un montón de crujientes cenizas que estaban cerca del tercer árbol: El interés de Sessa se agudizó. Tal vez Kiltie había encontrado algunos otros muchos. Tal vez uno de color púrpura. Kiltie se puso laboriosamente de pie y echó a correr, con las dos manos apretadas por encima de su cabeza, precedida por el débil sonido de su entusiasmo.

Sessa estaba en la puerta. ¡Qué momento! ¡Dio un resuelto paso hacia el Afuera! ¡Estaba Afuera! ¡Ala luz del día! Sin aferrarse, sin apoyarse, de pie Afuera cuando Kiltie llegaba. Y Kiltie ni siquiera lo había notado. Estaba demasiado ansiosa por mostrar los muchos que había encontrado. La decepción empañó durante un instante la mirada de Sessa y embotó su placer ante el anuncio de Kiltie.

—¡La lluvia debe de haberlos lavado! —gritó—. ¡Mira! ¡Cuatro! ¡Y dos son de color púrpura! ¿Podemos guardar los púrpura para el acento de mañana? ¡Por favor mamá, por favor! ¡Con dos más será suficiente! —Bailó presa de la ansiedad, mientras los cuatro muchos, aún cubiertos de barro, brillaban sobre sus palmas vueltas hacia arriba.

Sessa dejó a un lado su drama personal sin remordimientos y volvió a convertirse en madre y rió mientras hacía pasar a Kiltie al interior. Cerró la puerta rápidamente, echando las cortinas de la puerta y de la ventana con un experto tirón de la cuerda. Su alma se relajó en la integridad de la habitación cerrada.

—Cuando quieres algo te acuerdas de tener buenos modales, ¿verdad? —la regañó—. Ahora me dices «mamá» aunque esta mañana cuando te despediste de mí, yo era «Sessa».

—Lo siento, mamá —dijo Kiltie, rodeando la cintura de Sessa con los brazos—. Intentaré recordarlo.

—Bien, ahora puedes dejar de apretarme y ver si los muchos se pueden lavar.

Kiltie hizo saltar cuidadosamente las canicas semejantes a joyas y las miró con expresión concentrada. A veces se rompían en la mano, o en el agua, dejando sólo los restos de una delgada cáscara, y tal vez un corte ensangrentado en el dedo o en la palma de la mano. Pero éstas eran pesadas y sólidas, redondas y encantadoras. ¡Y dos de ellas eran de color púrpura!

Volvieron a sacar los muchos del recipiente y los reordenaron con la debida ceremonia. ¡No todas las casas podían tener un acento de color púrpura!

Kiltie se puso en cuclillas y observó el recipiente con verdadera satisfacción.

—Mamá, ¿de dónde salen los muchos? —preguntó—. Quiero decir que ya sé que uno los saca de los montones de cenizas, ¿pero cómo se forman? ¿$e cultivan? ¡No, por supuesto que no! —Se respondió ella misma—. ¡No están vivos! ¿Pero de dónde vienen? ¿Los teníais en el Antes?

—No, no los teníamos —respondió Sessa, procurando evitar que sus reacciones emocionales condicionaran sus respuestas—. Se formaron en el Durante. —Los pequeños músculos de la articulación de la mandíbula se tensaron y se estremecieron—. Hubo mucho calor y fusión. No sabemos exactamente cómo llegaron a surgir, pero la fusión que caía desde lo alto se hizo redonda en el momento de solidificarse y caer sobre la tierra. Los colores son diferentes porque la fusión era de diferentes... de diferentes materiales.

Cogió uno de los muchos de color púrpura y ahuecó la palma de su mano alrededor; la luz se aplastó contra sus dedos. «¿Qué? —pensó— ¿o quién?»

—Pero dime —dijo mientras volvía a colocar los muchos en el recipiente—. ¿Cómo te fue en la escuela?

—Oh, supongo que bien. Pero te aseguro que me alegraré cuando construyan la otra aula, y así tendremos dos en lugar de una. Ahora estamos tan espantosamente apiñados que tenemos que movernos de costado para ir de un lado a otro. La maestra dice que.no apreciamos las ventajas que tenemos, pero no considero que sea una ventaja tener a ese maldito y viejo Conty Kimpart tropezando conmigo veinte veces al día. ¡Y además es gordo!

«¡Apiñados! —pensó Sessa con melancolía—. ¡Apiñados! ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que algún hombro, salvo el de alguien de mi familia, ha tocado el mío? O desde que siento otro aliento distinto al mío o al de ellos. ¡Cielos, hace meses y meses que no me veo reflejada en los ojos de nadie!».

—¡Eh, Sessa! ¡Quiero decir mamá! —Sessa parpadeó y volvió a la realidad—. ¡El transmisor está parpadeando! ¿Puedo responder? ¿ Puedo, puedo? —Kiltie saltaba, impaciente, delante del panel.

—De acuerdo —respondió Sessa, acomodándose el pelo y alisándose la túnica a la altura de las caderas, mientras su corazón se aceleraba de confundido placer. ¡Una llamada! ¡No un noticiero ni un programa! ¡Una llamada!—. ¿Recuerdas la orden?

—¡Oh, claro! —respondió Kiltie, asintiendo con la cabeza y tocando los botones lenta y decididamente mientras murmuraba—: Azul dos, rojo tres, verde dos, y... ¡ya está!

La pantalla de nueve por doce se iluminó. La luz parpadeo, hizo una pausa, volvió a parpadear y apareció el rostro de Kressie.

—¡Sessa! Oh, Sessa —gritó—. ¡Quiero decir, hola, mamá!

—¿Ocurre algo, Kressie? ¡Tus exámenes!

Kressie se echó a reír.

—No, mamá, no ocurre nada. Creo que me fue bien en todos los exámenes. Hola Kiltie.

—¡Hola, Kressie! Hoy encontré cuatro muchos y dos de ellos eran de color púrpura. Si tuviéramos un transmisor a color te mostraría...

—Los veré cuando regrese a casa durante las vacaciones del semestre —le aseguró Kressie. Luego volvió su mirada ansiosa hacia Sessa—. Mamá, tenía que hacer la llamada aunque con ella quedáramos arruinados. Anoche asistí a una Reunión de verdad. ¡Oh, mamá! ¡Fue simplemente encantadora! Se celebró en la sala del gremio y había veinte personas. ¡Imagínate! ¡Veinte personas!

—¿Y? Nosotros somos quince en la escuela y apuesto lo que quieras a que nuestra aula es más pequeña que la sala del gremio —intervino Kiltie.

—Sí, pero aquí éramos personas, no niños —replicó Kressie en tono arrogante—. ¡Y no había ningún gordo Conty Kimpart!

»¡Oh mamá! —exclamó con expresión soñadora—. ¡Igual que Antes! Incluso pudimos bailar la Cadena de Hombros! ¿Lo recuerdas? Y además, mamá —añadió Kressie con voz tímida—, estábamos tan apretados que se me enganchó el pelo en el botón de una guerrera y... bueno, me contaste que tú y papá...

—¡Oooh! ¡Qué monada! —se burló Kiltie.

—¡Kiltie! —Sessa apartó a la niña del transmisor—. Vete a contar tus muchos.

En ese momento la cortina se agitó y Kiltie echó a correr gritando:

—¡Papi! ¡Papi! ¡Mira! Encontré cuatro muchos y dos de ellos son de color púrpura...

—Después los miraré, cariño. —Truro sostuvo la cortina con el brazo—. ¡Venid a ver la puesta de sol! Es la más maravillosa... daos prisa. ¡Sessal Oh, hola Kressie. ¿Cómo van tus cosas? —preguntó acercándose al transmisor.

—Muy bien, papá —respondió Kressie—. ¿La puesta de sol? ¿Quieres decir que todavía...?

—¡Todavía! —respondió Truro con una carcajada—. Incluso después de los tres meses largos que llevas fuera de aquí. Sessa, ¿quieres...?

—No, Truro, gracias —respondió, contenta de tener una excusa—. Kressie me esta hablando de una Reunión...

—Claro —respondió Truro—. Ven, cariño, nosotros dos iremos a ver la puesta de sol.

La oscuridad caía sobre la casa cuando Sessa apartó lentamente la cortina y se asomó por la ventana para ver a Kiltie y a Truro. La noche hacía que el valle pareciera más cerrado, más pequeño y más soportable. Al otro lado de la oscura silueta del padre y de la hija se extendía el difuminado magenta del oeste. Por encima de sus hombros se encontraban las pequeñas púas de luz que llegaban desde Valley Town y, más arriba, las estrellas que empezaban a titilar en un cielo eternamente desprovisto de luna. Sessa abrió la puerta, y oyó los comentarios estridentes de Kiltie y el estruendo de las respuestas de Truro. Salió con decisión a la noche y, mientras se alejaba de la casa, escudriñó deliberadamente el lejano y borroso horizonte y el vacío del mundo que la rodeaba.

«Podría ser maravilloso —pensó—. Posee una extraña belleza que podría llegar a gustarte.»

Y allí estaba... Fuera. Otra vez. En el enorme vacío de la noche. ¡Disfrutando! ¡Aunque pareciera imposible! ¡Absolutamente imposible! Bueno, si alguna vez alguien le hubiera dicho que algún día saldría... sola... y observaría el valle desprovisto de su encantadora plenitud, de los colores vividos, los sonidos, el calor, el movimiento, y que casi le gustaría... Sessa sacudió la cabeza, sorprendida.

Le dio un vuelco el corazón al darse cuenta. Se había olvidado de hablarle a Kressie de su salida al Afuera.

—De todas formas —se quejó en voz baja—, Kiltie ni siquiera lo notó, y eso que estaba allí. Kressie habría dicho «fantástico», pero no lo habría considerado tan importante como me parece a mi. Seguramente ella, en la escuela, tuvo muchas ocasiones de estar Afuera. Ése es el inconveniente de ser tan lenta para alcanzar un hito. Los demás ya han estado allí y se sorprenden por tu lentitud, no por tus progresos. —Dio un paso indeciso en la oscuridad, alejándose de la casa, pero la costumbre la hizo retroceder, un poco jadeante, hasta la puerta.

«La cuestión es que mi querida familia espera que yo cambie y crezca. No piensan "¡qué maravilloso!", sino "¡por fin!" ¡Mañana, —pensó, apretando los puños—. Bueno, tal vez mañana no, pero cuando llegue la primavera... —Adoptó una expresión severa—. Aquí mismo prometo ante Dios que cuando llegue la primavera iré a buscar a Kiltie hasta la parada del autobús.»

Sintió que una oleada de excitación y temor crecía en su interior y se hacía tan intensa como su decisión. Suavizó su furiosa amenaza hasta que ésta se convirtió en una ligera náusea en la boca de su estómago. Sólo entonces regresó hasta la puerta y entró en la seguridad de la habitación.

Se relajó observando las multiplicidades... los ladrillos, los muchos, los Lectores... todas las conocidas seguridades. El transmisor parpadeó brevemente cortando la llamada de Kressie. Sessa se sentó lentamente en el sofá y sonrió tiernamente ante los recuerdos que había evocado en ella la Reunión de Kressie, y por las pautas que se repetían una y otra vez a pesar del Cambio. Oyó las pisadas de Truro en el sendero de entrada y encendió otra luz.

«Ahora volveremos a ser una unidad —pensó encantada, abrazándose para recibir el violento ataque de una Kiltie maravillada por la puesta del sol—. ¡Casi como Antes!»¡Y falta tanto para la primavera!»