DILUVIO

... y alzaron el arca, y se elevó sobre la tierra. Génesis, 7:17.

—¿Los niños ya se han levantado, Eva-Lee? —preguntó David, reclinándose hacia atrás en su silla después de dar un buen trago a su taza de la mañana.

—David, ésa es una pregunta tonta para el Día de la Recolección —dije, riendo—. Están levantados desde antes del amanecer. ¿Acaso has olvidado cómo te sentías tú?

—Por supuesto que no. —Mi hijo cogió la taza entre las dos manos para calentárselas y la observó distraídamente hasta que el humo se elevó, impregnado de aroma—. Simplemente había olvidado... y te aseguro que sólo fue algo pasajero... que hoy era el Día de la Recolección. Hasta ahora no se ha notado mucho que es la época de las failovas.

—No, no se ha notado —respondí, arrugando la frente con expresión pensativa—. Este año ha sido... raro. El verde no es como... Oh, buenos días, 'Chell —le dije a mi nuera—, supongo que esos pequeños diablillos te despertaron temprano.

—Al menos media hora antes de lo normal —dijo 'Chell bostezando—. Supongo que yo hacía lo mismo. Pero ya verás, cuando sean padres, serán ellos los que bostezarán.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Papá! ¡Abuela!

La puerta se abrió bruscamente y los chicos entraron como en una avalancha, todos hablando al mismo tiempo y a gritos hasta que David movió la taza delante de ellos y levantó una ceja. ‘Chell rió ante el repentino silencio.

—Eso está mejor-dijo—. ¿Qué es todo este alboroto?

Los chicos se miraron y entre todos empujaron a Eve, la pequeña de cinco años; pero, como de costumbre, fue David el que empezó a hablar:

—Estábamos recogiendo hojas de panthus para hacer nuestros cestos para la Recolección y de repente... —Se interrumpió y empujó otra vez a Eve—. Cuéntales tú, Eve. Después de todo, eres tú...

—¡Oh, no! —gritó 'Chell—. ¡No mi hija más pequeña! ¡Todavía no!

—Mira —dijo Eve en tono solemne—. Miradme.

Se puso de puntillas y se tambaleó durante un instante con los brazos extendidos para conservar el equilibrio; luego se elevó lenta y cuidadosamente hasta los brazos de su madre.

Todos reímos y aplaudimos e incluso 'Chell, después de secar las lágrimas de sorpresa que había derramado sobre los rizos de Eve, rió con nosotros.

—¡Bendita seas, pequeña! —le dijo, abrazándola con fuerza—. ¡Ya sabes elevarte tú sola... y además en el Día de la Recolección! No todo el mundo puede tener su Día Feliz precisamente el Día de la Recolección. —Se puso seria y le dio los solemnes besos ceremoniales en cada mejilla—. Que te eleves felizmente durante toda tu vida, Eve —declaró.

Eve se unió a la solemnidad de sus padres mientras su padre completaba el ritual.

—Por la Presencia y el Nombre y el Poder, elévate para el Bien y la Gloria hasta el momento en que recibas la Llamada. —Todos nos unimos formando la Señal.

—Ahora me toca hablar a mí —dije, extendiendo los brazos—. ¿Crees que puedes elevarte hasta donde está la Abuela, Eve?

—Bueno... —Eve estudió el espacio que había entre ella y yo, contempló la silla, la mesa del desayuno y todos los obstáculos que se encontraban delante de mis brazos. Entonces sonrió—. Mírame —dijo—. Allá voy, Abuela.

Se elevó cuidadosamente por encima de la mesa, arqueándose a tal altura que los volantes que rodeaban la cintura de su ceñida malla rozaron el cielorraso. Un instante después estaba a salvo, en mis brazos.

—¡Eso es mejor que lo que yo hice! —afirmó Simón entre las carcajadas de los demás—. Yo aterricé directamente sobre la mermelada flahmen.

—Así es hijo —dijo David riendo, al tiempo que revolvía el pelo cobrizo de Simón—. Y el plato estaba lleno.

—Ahora que eso está resuelto, organicémonos. ¿Iréis todos juntos a la Recolección?

—No. —Lytha, la adolescente de la familia, se sonrojó ligeramente—. Yo... nosotros... nuestra fiesta será más bien... —Hizo una pausa y se apartó el pelo oscuro de la cara—. Timmy y yo vamos a ir con Beckie y con Andy. Iremos a la Montaña.

—¡Vaya!-David enarcó las cejas con fingida consternación—. Madre, ¿sabías que nuestra hija sale en pareja?

—En realidad no, papá —se apresuró a decir Lytha, incapaz de resistir la provocación, aunque sabía que él estaba bromeando—. En realidad somos cuatro.

— Adonday veeah! -suspiró David, mostrando un enorme alivio—. Tendría que ser sólo la mitad de la preocupación —le dijo, sonriendo—. Disfruta —añadió—, pero me hace sentir muy viejo que una hija mía salga en pareja... bueno, perdón, que salga de a cuatro.

—Los demás iremos juntos —aclaró David—. Iremos a la pradera del Laberinto. El año pasado estaba cubierta de failova. ¡Pero nosotros tres recogeremos más que Lytha y su pareja de cuatro! ¡De todos modos ellos se dedicarán sobre todo a buscar flahmen! -añadió con el enorme desdén de un niño de diez años por las actividades de los adolescentes.

—Podría ser —dijo David—. Pero, después de todo, vuestro único propósito el Día de la Recolección es el de reuniros, sencillamente.

—Me he dado cuenta de que no desprecias los flahmen cuando se convierten en mermelada —señaló Lytha—. Y espera, jovencito, hasta que te llegue el momento... y te llegará —sus mejillas se encendieron ligeramente—, el momento en que desees compartir un flahmen con alguna de esas chicas que no hacen más que reírse como tontas.

— ¡Flahmen! -murmuró David—. ¡Chicas!

—Ambas son absolutamente dulces, hijo —dijo David, riendo—, espera y verás.

Diez minutos más tarde, 'Chell, David y yo nos acercamos a la ventana para observar la partida de los chicos. Después de poner y quitar, acomodar y reacomodar nerviosamente al menos una docena de veces sus adornos del Día de la Recolección, Lytha fue recogida por un risueño trío que se marchó convertido en cuarteto y desapareció elevándose con pasos largos y bajos en dirección a la Montaña densamente poblada de árboles.

David intentó llevar a Eve como lo había hecho hasta ese momento, pero ella se negó tercamente a que la levantaran y dijo con insistencia:

—¡Ahora puedo elevarme! Déjame que lo haga, ¡boy grande! David puso los ojos en blanco con expresión exasperada, luego sonrió y los tres partieron hacia la pradera del Laberinto elevándose en pequeños saltos; entretanto, Eve apenas empezaba a elevarse cuando ellos bajaban, o bajaba mientras ellos se elevaban, haciendo saltar su pequeña cesta del Día de la Recolección. Sin embargo, antes de que desaparecieran David la cogió con su mano libre y los saltos se hicieron más regulares y cada vez más largos. Mis pensamientos se fueron con ellos al recordar los años en que yo había Recolectado las encantadoras y luminosas flores que brotaban en una sola noche, sin hojas, casi sin tallo, como si se formaran con el rocío o cayeran como la luz de la luna concentrada. Ahora nadie sabe cómo surgió la costumbre de que los enamorados compartan un flahmeny pero está firmemente arraigada en las tradiciones del Pueblo. Compartir esa.luminosa belleza pétalo por pétalo, uno para mí y uno para ti y todos para nosotros...

—¡Qué agradable resulta que el Día de la Recolección nos devuelva nuestro amor! —dije suspirando soñadoramente mientras me detenía en la cocina y hacía chascar los dedos para que los platos del desayuno se acercaran a mí—. Personas que de otro modo estarían completamente olvidadas regresan vividamente todos los años...

—Sí —dijo 'Chell, contemplando el mantel que se sacudía por la ventana, amontonando las migas para arrojarlas en la parte de atrás de la casa—. Y es una buena forma de señalar un aniversario. La mayoría de nosotros encuentra su amor en el Festival de la Recolección... o lo descubre allí. —Cogió el mantel que se deslizaba hasta ella y lo dobló.— Cuando hacía tonterías y jugaba con David a las casas de muñecas, jamás me habría imaginado que alguna vez, el Día de la Recolección, florecería de amor por mí.

—¿Florecer yo? —David se asomó por la puerta—. ¿Acaso has olvidado qué aspecto tenías antes de ese florecimiento? Rodillas nudosas, pelo desgreñado, una sonrisa desdentada...

—¡Bájame de una vez, David! —'Chell se resistió mientras era elevada hasta quedar apretada contra el cielorraso—. Somos demasiado grandes para estas tonterías.

—Entonces baja tú misma, Anciana —respondió él desde la otra habitación—. Si soy demasiado viejo para estas tonterías, también lo soy para trenzar los haces y bajarte.

—No importa, gracioso —dijo—. Lo haré yo misma. —Estiró la mano hacia la ventana y logró coger un puñado del sol de la mañana. Lo trenzó rápidamente deslizándose hasta el suelo y se fue de puntillas a la otra habitación, con una expresión traviesa en los ojos y un dedo sobre los labios, en señal de silencio.

Sonreí al oír el grito de David y la risa alegre de 'Chell, pero sentí que mí sonrisa se desvanecía en la tristeza. Apoyé los brazos en el alféizar de la ventana y miré con cariño la familiaridad que me rodeaba. Antes de que Thann recibiera la Llamada, habíamos vivido muchas horas felices en la pradera, bajo los cielos de este amado rincón del Hogar.

«Y aún esta aquí —pensé, consolándome—. La hierba aún cruje bajo sus pies, las hojas aún se separan a su paso, las aguas siguen ondulándose con su roce, y mi corazón aún acuna su nombre.»

«¡Oh, Thann, Thann! —pensé, sin permitir que se me llenaran los ojos de lágrimas. Sonreí—. ¡Me pregunto qué clase de Abuelo habría sido!» Apoyé la frente sobre mis brazos cruzados y luego me dispuse a ordenar las habitaciones. Seis sandalias sin pareja amontonadas por alguna razón desconocida sobre la cama de Simón me sacaron de mi rutina diaria; la que estaba más arriba flotaba a varios centímetros de las demás, movida por la brisa que entraba por la ventana.

La extrañeza que habíamos sentido durante el día se convirtió en algo más que una incomodidad pasajera y los adultos apenas nos sorprendimos cuando los chicos regresaron varias horas antes de lo habitual.

Los saludamos desde lejos, elevándonos hacia ellos con la intención de ayudarlos con su brillante cargamento, pero los chicos no respondieron a nuestro saludo. Se acercaron a la casa con paso Pesado, arrastrando lentamente los pies entre la abundante hierba.

—¿Qué creéis que habrá ocurrido? —preguntó 'Chell, jadeando—. No creo que Eve...

— Adonday veeah! -murmuró David, con la mirada fija en los chicos—. Ha ocurrido algo, pero desde aquí veo a Eve.

—Hola, jovencitos —los saludó alegremente—. ¿Cómo está la cosecha este año?

Los chicos se detuvieron y se apretaron unos contra otros, casi atemorizados.

—Mirad. —David les mostró el cesto. En su interior brillaban débilmente cuatro failova deformadas. No parpadeaban ni brillaban. Y sus pétalos no se sonrojaban ni palidecían. No había ningún capullo comestible. Sólo un brillo apagado, un pestañeo taciturno, un desmoronamiento nada apetecible.

—Eso es todo —dijo David, con voz ahogada—. ¡Eso es todo lo que encontramos! —Estaba asustado y ultrajado... ultrajado al ver que su mundo era diferente de lo que él había esperado.

Eve gritó:

—¡No, no! Yo tengo una. ¡Mirad! —Su única flor era un capullo de flahmen apretado con una sola mancha de luz en la punta.

—¿No hay failovas? -'Chell cogió el cesto que David le ofrecía—. ¿Ni flahmen? Pero siempre florecen el Día de la Recolección. Tal vez los capullos...

—No hay capullos —dijo Simón con el rostro terriblemente pálido bajo el brillo de su pelo. Lo miré rápidamente. Rara vez se mostraba preocupado por algo. ¿Qué era lo que le inquietaba de este desconcertante acontecimiento?

—¡David! —'Chell volvió su rostro preocupado hacia él—. ¿Qué ocurre? ¡Siempre ha habido failovas!

—Lo sé —le respondió David, tocando el capullo de Eve y viendo cómo se desmigajaba bajo sus dedos—. Tal vez sólo es algo que ocurre en la pradera. Es posible que en las colinas haya unos cuantos.

—No —dije—. Mirad.

Vimos que desde las colinas llegaban los adolescentes con paso lento, apretados unos contra otros, arrastrando sus cestos de panthus.

No hay failovas -anunció Lytha mientras se acercaban. Puso su cesto boca abajo y mostró una expresión preocupada—. Ni failovas ni flahmen. Ni una pista en todas las colinas donde el año pasado había tantas. Oh, papá, ¿por qué no? ¡Es como si el sol no hubiera salido! Está ocurriendo algo.

—Nada catastrófico, Lytha. —David la consoló con una sonrisa—. Planeamos el tema en la próxima reunión de los Ancianos Alguien tendrá la respuesta. Es algo extraño, ya sabes. —Tendría que haber dicho que nunca se había oído hablar de algo así—. Entonces lo averiguaremos. —Levantó a Eve hasta su hombro—. Vamos, jovencitos, el mundo no se ha terminado. ¡Aún es el Día de la Recolección! Os echo una carrera hasta la casa. El primero que llegue tendrá seis koomatka para él solo. Uno, dos, tres...

Cuando los vociferantes niños salieron corriendo a toda prisa, Eve golpeó con los talones el pecho de David. Los adolescentes siguieron durante unos metros y luego se concentraron en otro proyecto y se despidieron de 'Chell y de mí con la mano. Las dos nos encaminamos lentamente hacia la casa sin pronunciar una sola palabra.

No me sorprendió encontrar a Simón esperándome en mi habitación. Estaba acurrucado en mi cama, apretando y aflojando las manos y temblando; pero era un temblor que se había instalado más allá de sus músculos y sus tendones. Tenía la cara tan blanca que casi parecía iluminada y las pecas doradas que cubrían el puente de su nariz parecían metálicas.

—¿Simón? —Le toqué suavemente el pelo, que se parecía mucho al de Thann.

—Abuela. —Su respiración se quebró en una especie de hipo. Se aclaró la garganta cuidadosamente como si cualquier movimiento súbito pudiera romper algo frágil—. Abuela —susurró—. ¡Puedo Ver!

—¡Ver! —Me senté a su lado porque de pronto se me aflojaron las rodillas—. ¡Oh, Simón! No querrás decir...

—Sí, así es, Abuela. —Se frotó los ojos con las manos—. Acabábamos de encontrar la primera failova y nos preguntábamos qué le ocurría, cuando todo pareció desaparecer y yo estaba... en algún lugar... ¡Viendo! —Levantó la vista, aterrorizado—. ¡Es mi Don!

Estreché entre mis brazos al pequeño que sollozaba desconsoladamente y lo abracé hasta que su terror se desvaneció y noté que se apartaba. Lo solté y observé su rostro húmedo y enrojecido hasta que recuperó la expresión normal.

—Oh, Abuela —dijo—. Todavía no quiero tener un Don. Sólo he cumplido diez años. David ya tiene doce y aún no ha encontrado el suyo. No quiero un Don... y menos éste. —Cerro los ojos y se estremeció—. ¡Oh, Abuela, si supieras lo que he visto! Incluso la felicidad me asusta porque ocurre ante la Presencia.

—No le es dado a muchos —dije, sin saber cómo consolarlo—. Simón, tendríamos que remontarnos mucho en la historia de nuestra familia para encontrar algún Antepasado al que se le haya permitido Ver. Es un honor... ser capaz de apartar la cortina del tiempo... —¡Yo no quiero hacerlo! —Los ojos de Simón volvieron a iluminarse—. No me parece nada divertido. ¿Tengo que quererlo?

—¿Tienes que respirar? —le pregunté—. Podrías dejar de hacerlo, si quisieras, pero tu cuerpo moriría. Puedes rechazar tu Don, pero una parte de ti morirá, la parte de ti que el Poder honra, tu lugar junto a la Presencia, tu sílaba del Nombre. —Él sabía todo aquello conscientemente, pero noté que encontraba consuelo en mis palabras.— ¿Te das cuenta de que el Pueblo no ha tenido a nadie que Vea desde... bueno, desde los tiempos de la Paz? Y ahora tú puedes hacerlo. ¡Oh, Simón, estoy tan orgullosa de ti! —Me reí ante mi propio arrebato—. ¡Oh, Simón! ¿Puedo tocar a mi nieto triplemente honrado?

Se arrojó a mis brazos con un grito mudo y nos estrechamos con fuerza hasta que se apartó de mí. Entonces me miró y lentamente quitó los brazos de alrededor de mi cuello. Vi la madurez en el topacio de sus ojos, y su nueva singularidad. Aquello me ayudó a darme cuenta otra vez de lo cerca que está la Presencia de nosotros y de la estrecha relación que tenía con Simón. En mi corazón temblaba también el recuerdo de que el Pueblo nunca había tenido alguien que Viera, salvo que tuviera ante sus ojos cosas prodigiosas.

Ambos cerramos los ojos, Simón para ocultar la mirada que tan cerca estaba de la Presencia, y yo por temor a quedar encandilada por la Gloria reflejada en su rostro.

—Lo cual me recuerda —dije en un tono decididamente informal— que ahora escucharé la explicación de por qué estas seis sandalias quedaron flotando esta mañana por encima de tu cama.

—Bueno —dijo con voz temblorosa—, las rojas son demasiado pequeñas. —Volvió hacia mí sus afligidos ojos—. Jamás seré capaz de decirle a nadie algo más, a menos que el Poder lo quiera-exclamó. Volvió a sonreír—. Y a las verdes hay que cambiarles los cordones...

Una semana más tarde fue convocada la Reunión habitual y David y yo, que estábamos entre los Ancianos de nuestro Grupo, nos pusimos las túnicas. Sentí una punzada mientras estiraba la tela brillante sobre mis caderas, apretando los pliegues entre dos dedo, para adaptarla a mi nuevo peso. La última vez que me la había puesto había sido durante el Festival del año en que Thann recibió la Llamada.

Desde aquella ocasión me había negado a asistir a las reuniones de rutina del Grupo; no deseaba hacerlo sin Thann. No me había dado cuenta de que había perdido peso.

'Chell se aferró a David.

—Ahora desearía también ser una Anciana —declaró—. Siento en la boca del estómago una preocupación indescifrable lo suficientemente pesada para dejarme anclada el resto de mi vida. ¡Volved rápido a casa!

Me volví para mirar mientras nos elevábamos en el desvío. Sonreí al ver que las luces de las ventanas empezaban a hacerse más intensas. Entonces mi sonrisa se desvaneció. También sentí en mi corazón la sombra que hacía sentir a 'Chell que la hora de la luz empezaba antes de que las estrellas aparecieran en el cielo.

El golpe, cuando se produjo fue casi físico, tanto que me llevé las manos al pecho y empecé a respirar con dificultad, intentando demasiado tarde evitar la conmoción. David me puso una mano en el hombro para tranquilizarme, pero noté que él también temblaba. Sentí a mi alrededor la incredulidad y el desconcierto compartidos por los otros Ancianos del Grupo.

El Más Anciano extendió las manos mientras quedaba abrumado por un torrente de preguntas apenas formuladas.

—Ha sido Visto. Nuestro Hogar ya ha quedado tan alterado que hsfailova y los flahmen no pueden florecer. Tal como aceptamos el hecho de que este año no hubo failova ni flahmen, debemos aceptar el hecho de que para nosotros ya no habrá Hogar.

En el silencio que aleteó tras sus palabras, sentí los latidos que se debilitaban aún más, y de pronto mi corazón empezó a palpitar más lentamente, hasta que me pregunté si el Poder estaba haciendo que se detuviera ahora, en medio de este temor y este desconcierto.

—¿Entonces todos hemos recibido la Llamada? —No reconocí la voz estrangulada que planteaba la pregunta—. ¿Cuánto tiempo antes de que el Poder nos convoque?...

—No somos nosotros los que recibimos la Llamada —dijo el Más Anciano—. Sólo el Hogar. Nosotros... nos vamos.

—¡Nos vamos! —La idea sacudió a todos los presentes en la sala.

—Sí-dijo el Más Anciano—. Lejos del Hogar. Fuera.

¿La vida lejos del Hogar? Sentí que me hundía. Era demasiado para asimilarlo tan pronto. Entonces recordé. ¡Simón! ¡Oh, pobre Simón! Si él ya Veía con claridad... y por supuesto lo hacía. ¡Era él quien se lo había dicho al Más Anciano! No era extraño que estuviera aterrorizado. «Simón», le dije mentalmente al Más Anciano. «Sí, respondió el Más Anciano. «No se lo comuniques a los demás. Él apenas puede soportar la carga. El hecho de que se sepa multiplicará su sufrimiento. Mantén el secreto... absolutamente.»

Volví a concentrarme en el espantoso remolino de pensamientos que me rodeaba.

—Pero —tartamudeó alguien, expresando lo que todos pensaban—, ¿el Pueblo puede vivir lejos del Hogar? ¿No moriremos como plantas desarraigadas?

—Podemos vivir —dijo el Más Anciano—. Esto lo sabemos, igual que sabemos que el Hogar ya no puede ser nuestro lugar.

—¿Qué es lo que está mal? ¿Qué ocurre? —Era la voz de Neil, el padre de Timmy.

—No lo sabemos —respondió el Más Anciano, avergonzado—. Desde la Paz hemos olvidado demasiado para establecer el mecanismo de lo que está ocurriendo. Pero uno de nosotros ve que nos marchamos y que el Hogar queda destruido, tan pronto que no tenemos tiempo para averiguar el motivo.

Como todos estábamos unidos en una conferencia en la que la comunicación era en parte mental, todas nuestras protestas y gritos fueron emitidos y resueltos rápidamente, dejándonos tiempo para intentar planificar algo sobre lo que no teníamos ningún conocimiento.

—Si debemos irnos —dije, sintiendo un pequeño arrebato de excitación en medio de la conmoción—, tendremos que hacer todo otra vez. Crear una herramienta. No, ésa no es la palabra. Aún tenemos herramientas. El hombre se las arregla con las herramientas. No, lo que tendremos que hacer es una... una máquina. Las máquinas convienen al hombre. No hemos sido poseídos por las máquinas...

—Durante generaciones —intervino David—. No ha sido así desde... —Hizo una pausa para dejar que la historia de nuestra familia desfilara por su mente—. Desde los tiempos del tercer bisabuelo de Eva-Lee.

—De cualquier manera —dijo el Más Anciano—, debemos construir naves —Vaciló al pronunciar la palabra que no se utilizaba hacia mucho tiempo—. He estado en contacto con los otros Ancianos del Hogar. Nuestro Grupo debe construir seis.

—¿Cómo lo haremos? —preguntó Neil—. No tenemos planos Ya no sabemos ese tipo de cosas. Lo hemos olvidado casi todo Pero sé que para separarnos del Hogar necesitaremos algo que ni siquiera todos juntos podremos conseguir.

—Tendremos el... el combustible —anunció el Más Anciano— cuando llegue el momento. Mis antepasados conocían el combustible. Nosotros no lo necesitaríamos si nuestros Movilizadores hubieran desarrollado plenamente su Don, pero como no lo han hecho...

»Cada uno de nosotros debe recorrer la corriente de Antepasados de su vida y encontrar los detalles que debemos conocer en este momento de necesidad. Por la Presencia, el Nombre y el Poder, recordemos.

La noche cayó casi en silencio mientras cada mente se abría y se volvía sensible al flujo de la memoria racial que escondía en su interior. Todos tomamos parte en forma general de esa corriente que surgía de los albores del Hogar. Cada familia en particular tenía algún área especializada de la memoria más desarrollada que los demás. De vez en cuando oíamos un suspiro o un grito y luego alguien anunciaba: «Mis Antepasados conocían los metales», o «Los míos conocían los instrumentos».,. Las palabras nos resultaban desconocidas... «Los instrumentos para medir la presión y la temperatura.»

—Los míos —me oí decir con un suspiro— conocían el montaje final de los cascos de las naves.

—Sí —dijo David, asintiendo—, y además, a través de los antepasados de mi padre, los ajustes... los mecanismos que guían la nave.

—La navegación —dijo Neil con voz profunda—. Mis antepasados conocían la construcción de los motores de navegación que los tuyos sabían poner en marcha.

—Y todo este retroceso hasta el parvulario habría sido innecesario si no nos hubiéramos dormido tan cómodamente y durante tanto tiempo en los laureles de nuestros Antepasados. —Sentí que algunos de los que me rodeaban se mostraban indignados, pero mayoría asentía.

Cuando la velada concluyó, cada uno de los Ancianos no solo soportaba la carga de la muerte del Hogar sino una parte del pasado que en la quietud de cada hogar debía ser analizado una y otra r vez con la ayuda del Poder, hasta...

—Hasta que... —El Más Anciano se levantó repentinamente, aferrándose a la mesa como si acabara de darse cuenta de la gravedad de lo que decía—. Hasta que contemos con los medios necesarios para abandonar el Hogar... antes de que éste se convierta en una franja de polvo entre las estrellas...

Cuando David y yo regresamos, Simón y Lytha nos esperaban junto a 'Chell. Al ver nuestra expresión, Simón se fue corriendo a su dormitorio y despertó a David, y los dos volvieron a deslizarse en silencio en la habitación.

El pensamiento de Simón se había adelantado a él. «¿Lo dijo?» Y el mío lo tranquilizó: «No. Y no lo hará.»

Y a pesar de la excitación que había acumulado durante toda la velada o tal vez a causa de ella, me sentí repentinamente agotada y débil. Me senté en una silla y oculté el rostro entre las manos.

—Díselo tú, David —le pedí, luchando con un extraño vértigo.

David se estremeció y tragó saliva.

—No encontrasteis failovas porque el Hogar se está desintegrando. El año próximo, para el Día de la Recolección, no habrá Hogar. Se está destruyendo. Ni siquiera podemos decir por qué. Hemos olvidado demasiado y ya no hay tiempo para buscar la información, pero mucho tiempo antes de que llegue el próximo Día de la Recolección estaremos lejos.

'Chell jadeó audiblemente.

—¡El Hogar desintegrado! —dijo, abriendo desmesuradamente los: ojos—. ¿El Hogar desintegrado? Oh, David, no bromees. No intentes asustar...

—Es la verdad —dije en tono firme—. Ha sido Visto. Debemos construir naves y buscar refugio entre las estrellas. —Mi corazón dio un perverso vuelco de excitación—. El Hogar ya no existirá. Seremos exiliados sin Hogar.

—¡Pero el Pueblo lejos del Hogar! —'Chell arrugó el rostro, al borde de las lágrimas—. ¿Cómo es posible que vivamos en algún otro sitio? Somos parte del Hogar, como el Hogar es parte de nosotros. No podemos amputar...

—¡Papá! —dijo Lytha en voz demasiado alta. Y repitió—. Papá ¿vamos a ir todos en la misma nave?

—No —respondió David—. Cada Grupo se irá solo. —Lytha se relajó visiblemente—. Nuestro Grupo tendrá seis naves —añadió David.

Las manos de Lytha se tensaron.

—¿ Quién irá en qué nave?

—Aún no se ha decidido —respondió David, irritado—. ¿Cómo puedes preocuparte por un detalle como ése cuando el Hogar... el Hogar pronto habrá desaparecido?

—Es muy importante —le aseguró Lytha, sonrojándose—. Timmy y yo...

—Oh —dijo David—. Lo siento, Lytha. No lo sabía. Eso es algo que habrá que decidir cuando llegue el momento.

Gracias a la resistencia propia de la infancia, a los chicos no les llevó demasiado tiempo superar la conmoción de la noticia que recibieron el Día de la Recolección. La risa volvió a sonar en las colinas y en la pradera con el mismo brillo de siempre. Pero David y 'Chell se aferraron uno al otro, como todos los adultos del Hogar, compartiendo la pesada carga de la partida. En algunas ocasiones yo también pensaba, llena de optimismo, que aquello era una pesadilla de la que finalmente despertaríamos. Pero otras veces tenía la sensación de que el despertar era esto. Este era el amanecer posterior a un largo crepúsculo... un prolongado crepúsculo de rayos del sol inclinados y sombras relajadas. En otras ocasiones me sentía tan ajena a la situación que el asombro crecía en mi interior y veía las repentinas estrellas, el súbito apretón de las cosas conocidas que entre nosotros se había convertido en una especie de pauta mientras la comprensión nos alcanzaba y nos abandonaba. Y había momentos espantosos en los que sentía que la debilidad fluía en mi interior como un río, un río que se llevaba todo el Hogar en una ola muda. Estaba casi más concentrada en el desconcierto que había en mi interior que en el desconcierto de la agonía el Hogar... y no me gustaba.

David y yo asistíamos con frecuencia a la Reunión y trabajábamos con el resto del Grupo en los planos preliminares de las naves.

Una noche él se inclinó sobre la mesa hacia el Más Anciano y le Preguntó:

—¿Cómo sabremos cuánta comida necesitaremos para sustentamos hasta encontrar refugio?

El más Anciano lo miró fijamente.

—No lo sabemos —respondió—. No sabemos si alguna vez encontraremos refugio.

—¿No lo sabemos? —David abrió los ojos, sorprendido.

—No —dijo el Más Anciano—. No encontramos ningún otro mundo habitable antes de la Paz. No tenemos idea de la distancia que tendremos que recorrer, ni de si alguno de nosotros vivirá para ver otro Hogar. A cada Grupo se le asignará un sector distinto del cielo. El Día del Cruce diremos adiós, tal vez para siempre, a todos los demás Grupos. Es posible que un solo Grupo plante la semilla del Pueblo en un nuevo mundo. Es posible que todos recibamos la Llamada antes de encontrar un nuevo Hogar.

—Entonces —preguntó David—, ¿por qué no nos quedamos aquí y esperamos a recibir la Llamada junto al Hogar?

—Porque el Poder ha dicho que debemos marcharnos. Se nos dará tiempo para recuperar las máquinas. El Poder está abriendo para nosotros las puertas que conducen a las estrellas. Debemos aceptar el regalo y hacer con él lo que podamos. No tenemos derecho a privar a nuestros hijos de todos los años que podrían quedarles.

Cuando David le transmitió el mensaje a 'Chell, ella apretó los puños contra su pecho angustiado y gritó:

—¡No podemos! ¡Oh, David! ¡No podemos! ¡No podemos dejar el Hogar por... por la nada! ¡Oh, David! —Se aferró a él; humedeciéndole el hombro con las lágrimas.

—Podemos hacer lo que debemos —le dijo él—. Todo el Pueblo comparte esta pena, de modo que ninguno de nosotros debe hacer que la carga sea más pesada para los demás. Los chicos aprenden de nosotros a tener coraje, 'Chell. Debes ser una buena maestra.-Le acarició la cabeza y acomodó su pelo revuelto mientras su mirada angustiada buscaba la mía.

—Madre... —empezó a decir David. Eva-Lee era como me llamaba en situaciones normales—. Madre, tengo la impresión de que la Presencia nos está empujando deliberadamente fuera del Hogar y destrozándolo como si fuera un cascarón vacío para que no podamos volver a meternos en él. Hemos echado muy pocas plumas desde los tiempos de la Paz. Creo que somos empujados fuera deL nido y obligados a volar. Este huevo ha sido demasiado cómodo.

—Rió un poco mientras apartaba a 'Chell de su hombro y le secaba las mejillas con las palmas de las manos. Temo haber hecho una tortilla con mi analogía del huevo, ¿pero se te ocurre algo nuevo que hayamos aprendido sobre la Creación en nuestro tiempo»

—Bueno —dije, buscando en mi mente, inmensamente satisfecha al oír mis propias ideas en labios de mi hijo—. No, la verdad es que no se me ocurre nada nuevo.

—Entonces, si recibieras la Llamada ahora mismo para acudir ante la Presencia y ésta te preguntara: «¿Qué sabes de mi Creación?», lo único que podrías decir sería: «Sé todo lo que sabían mis Antepasados... es decir mis Antepasados inmediatos, mi padre...,» —David extendió las manos, abarcando el vacío—. ¡Oh, madre! ¡Cuántas cosas hemos olvidado! ¡Y cómo nos hemos conformado con tan poco!

—Pero tiene que haber otra forma... —gritó 'Chell—. ¡Esto es muy drástico y cruel!

—Todos los pichones tiemblan —sentenció David, cogiendo las maos frías de ella—. ¡Echa una pluma, 'Chell!

Y la planificación llegó a un punto en el que podía dejar paso al trabajo. Las tiendas de sandalias estaban desiertas. Los centros fabriles y los talleres de cerámica cerraron sus puertas. La luz del sol se deslizaba una y otra vez sin proyectar ninguna sombra en los demás talleres, y las semillas comenzaron su invasión vacilante de los jardines.

En las colinas de los alrededores, los miembros del Pueblo que sabían cómo hacerlo flotaban en el cielo haciendo retroceder lentamente la gruesa cubierta verde de las laderas para dejar al descubierto el rico metal que había bajo la superficie. Luego los Ancianos, haciendo solemnes visitas masivas de un Grupo a otro, se concentraban serenamente en las colinas peladas y arrancaban de las entrañas mismas del Hogar las brillantes y burbujeantes comentes de metal, las hacían salir hasta que fluían en forma líquida por las laderas hasta los talleres... y las rampas de lanzamiento. Y el ímpetu y el clamor y el ruido de las multitudes apresuradas rompió el silencio de las colinas del Hogar e hizo temblar todas nuestras ventanas... y nuestras almas atormentadas.

A menudo me quedaba junto a las ventanas de nuestra casa, contemplando los monstruos de metal que apuntaban al cielo y que poco a poco adquirían forma. Desde lejos tenían una especie de belleza severa que aliviaba mi corazón del daño que le causaba. ¡Pero resultaba tan excitante! A veces me maravillaba lo que pensábamos y lo que hacíamos antes de iniciar esta incursión en el espacio. En los días en que ayudaba a colocar en su sitio las diferentes y extrañas partes que habían sido modeladas por otros Ancianos a partir de los recuerdos de los Antepasados, el aumento de la energía y la sensación de ser una parte de esa gigantesca empresa me hadan comprender que habíamos olvidado, sin ser siquiera conscientes de ello, el bienestar y la fortaleza que proporcionan el trabajar juntos. Oh, el Pueblo está incluso más unido que las hojas de un árbol o las escamas de un dolfeo, ¿pero trabajar juntos? Sabía que ésta era mi primera experiencia con su agradable fuerza. Mis pulmones parecían respirar más profundamente. Mi alcance era más amplio, mi comprensión mayor. Extraños e inacabados sentimientos crecían en mi interior y quería hacer. Tal vez era el escozor que me producían las plumas que empezaba a echar. Y en ocasiones, cuando me sentía tan exultante que casi me elevaba en el aire, me invadía la debilidad, el decaimiento, el repentino deseo de ceder a las lágrimas y aislarme. Me preocupaba el hecho de que tal vez llegaría un momento en que no podría seguir ocultándolo.

El Cruce se había convertido en un juego nuevo y absorbente para los chicos. Por la noche, temblando con una temperatura impropia de la época, fría aunque no lo suficiente para protegernos con nuestros escudos, ellos se sentaban a contemplar el cielo escarchado de gloria y elegían la estrella en la que querían instalar su nuevo Hogar, aunque sabían que en realidad no sería ninguna de las que ellos veían. Eve siempre escogía la que titilaba con más brillo y afirmaba que era suya. David eligió una que brillaba firme aunque débilmente. Pero cuando le preguntaron a Lytha cuál elegía, restó importancia a la cuestión y supe que para ella cualquier estrella sería el Hogar si estaba con Timmy.

Simón solía sentarse solo, un poco apartado de los demás, y fijaba la vista en el brillo del cielo.

—¿Cuál es tu estrella, Simón? —le pregunté una noche, sintiendo que me inmiscuía pero conociendo la cautela con que él actuaba al no poder hablar libremente.

—Ninguna —respondieren tono maduro—. Para mí no hay ninguna estrella.

—¿Quieres decir que esperarás y verás qué ocurre? —le pregunté.

—No —dijo Simón—. No habrá ninguna para mí.

Me dio un vuelco el corazón.

—Simón, no has recibido la Llamada, ¿verdad?

—No —respondió Simón—. Todavía no. Conoceré un nuevo Hogar, pero recibiré la Llamada desde su cielo.

—Oh, Simón —dije sollozando, intentando encontrar consuelo para él—. ¡Qué maravilloso es poder Ver un nuevo Hogar!

—No queda mucho más por ver —aclaró Simón—. Nada para lo que existan palabras. —Vi que un destello del Otro Lado brillaba en sus ojos—. ¡Pero, Abuela, tendrías que ver el Hogar cuando llega el último momento! Eso es algo para lo que no tengo palabras.

—Pero entonces tendremos un nuevo Hogar —razoné, volviendo a un tema que esperaba poder comprender—. Tú dijiste...

—No puedo ver más allá de mi Llamada —señaló Simón—. Conoceré un nuevo Hogar. Recibiré la Llamada desde su cielo desconocido. No puedo Ver lo que hay allí para el Pueblo. Tal vez todos sean Llamados conmigo. Para mí hay llamas, resplandor y dolor... y luego la Presencia. Es todo lo que sé.

»Pero Abuela —añadió en un tono que volvía a ser el tono normal en un niño de diez años—, Lytha se siente muy mal. Ayúdala.

Los chicos reían y retozaban en la delgada capa de nieve que cubría las colinas y la pradera, y su risa cristalina y despreocupada entraba por las ventanas y llegaba hasta mis oídos y los de 'Chell, que con los labios apretados abría los baúles con la ropa de invierno que había quedado guardada hacía tan poco tiempo. 'Chell pasó un dedo por la puntera de unos botines.

—¿Qué necesitaremos en el nuevo Hogar, Eva-Lee? —me preguntó, desesperada.

—No tenemos forma de saberlo —repuse—. No tenemos idea de qué clase de Hogar encontraremos.

«Si encontramos alguno, si encontramos alguno», dijeron nuestros pensamientos vibrando al mismo tiempo.

—He estado pensando en eso —dijo 'Chell—. ¿Cómo será. ¿Podremos vivir como ahora, o tendremos que regresar a las maquinas y a los tiempos que desaparecieron con las máquinas? ¿Seguiremos siendo un Pueblo, o estaremos separados en mente y atoa. —Apretó un jersey y una lágrima se deslazó por sus mejillas—. ¡Oh, Eva-Lee, tal vez allí ni siquiera podamos sentir la Presencia.

—Por supuesto que sí! —la regañé—. La Presencia estará siempre con nosotros, aunque tengamos que ir al fin del universo. Y como ahora no podemos saber cómo será el nuevo Hogar, no derramemos lágrimas por él. —Sacudí una falda de dibujos alegres—. Quién sabe —dije, riendo—, tal vez sea un mundo acuático y todos nos convirtamos en peces. ¡O un mundo de fuego y nos convirtamos en llamas!

—¡No! ¡No podemos adaptarnos hasta ese extremo! —protestó 'Chell, sonriendo al tiempo que se secaba la cara en el jersey—. Pero es una alegría saber que podemos cambiar un poco para adaptarnos al entorno.

Me agaché para coger otra falda y me detuve con la mano estirada.

—'Chell —dije, asaltada por una idea repentina—, ¿y si el nuevo hogar ya está habitado? ¿Y si allí ya hay vida?

—En ese caso, mucho mejor —reflexionó 'Chell—. Amigos, ayuda, casas donde vivir...

—Podría ser que no nos aceptaran —sugerí.

—¡A unos refugiados sin hogar! —exclamó 'Chell—. Si al Hogar llegara alguien necesitado...

—¿Aunque fuera diferente?

—Ante la Presencia todos somos iguales —sentenció 'Chell.

—Pero recuerda —dije apretando la falda entre mis manos—. Sólo remóntate lo suficiente en el tiempo y verás los Días de la Diferencia anteriores a la Paz.

Y 'Chell recordó. Volvió su rostro convulso hacia mí.

—¿Crees que tal vez no nos recibirían bien si encontráramos un nuevo Hogar?

—Si pudimos tratar de esa forma a nuestra propia gente, ¿cómo podrían tratar otros a unos desconocidos? —pregunté mientras sacudía la falda roja—. Pero, si el Poder quiere, no será así. Lo único que podemos hacer es rezar.

Resultó que no tuvimos que preocuparnos por el tipo de ropa o por las cosas que debíamos llevar. Tendríamos que marcharnos casi sin nada... sólo había sitio para los efectos personales absolutamente indispensables. Se produjo un verdadero alboroto y muchos lamentos cuando Eve descubrió que no podría llevar consigo todos sus juegos del Pueblo y, enfrentada a la necesidad de elegir uno solo, los arrojó en un rincón de su habitación y dijo gritando que no cogería ninguno. David le dio una palmada en el muslo para cortar su rabieta y un par de abrazos para consolarla y ella se trago as lagrimas y acomodó sus juguetes en una tambaleante fila. Le llevó tres días tomar la decisión final. Eligió el que llamaba el Oyente.

—Ella no es él y él no es ella —explicó—. Este juguete del Pueblo es para escuchar.

—¿Para escuchar qué? —le preguntó David, provocándola.

—Cualquier cosa que yo tenga que decirle y que no pueda decirle a nadie más —respondió Eve con gran dignidad—. Ni siquiera tienes que verbalizar con el Oyente. Lo único que tienes que hacer es tocarlo y el Oyente sabe lo que sientes y te dice por qué no es bueno, y lo que está mal desaparece.

—Bueno, pregúntale al Oyente cómo lograr que desaparezcan tus errores gramaticales —sugirió David, riendo—. Construyes mal todas las frases.

—¡Oyente sabe lo que quiero decir, y tú también! —replicó Eve.

Así que cuando Eve hizo su elección y se quedó abrazando a Oyente y mirando con los ojos muy abiertos y expresión solemne los demás juguetes del Pueblo, David le sugirió como al pasar:

—¿Por qué no entierras los demás? Ahora es como si hubieran recibido la Llamada, y nunca dejamos los restos sueltos.

Y desde entonces hasta el último día, Eve fue feliz enterrando y desenterrando sus juguetes del Pueblo, encontrando siempre sitios más convenientes o bonitos para su tumba en miniatura.

Lytha fue a buscarme una noche, mientras yo estaba apoyada en la pared que rodeaba el corral, escuchando los cloqueos y arrullos de satisfacción. Ella se apoyó a mi lado, sobre la tosca piedra gris y, cogiendo una pluma entre sus manos, deslizó los dedos de un extremo al otro, sin pronunciar una sola palabra. Oímos hablar a Eve y David. Conversaban en algún lugar cercano al corral, entre los arbustos de koomatka.

—¿Qué le ocurrirá al Hogar cuando nos marchemos? —preguntó Eve en tono distraído.

—Oh, se sacudirá y se partirá por la mitad, y saldrá fuego y lava y todo se romperá y se quemará —dijo David, sin más emoción que Eve.

—¡Oh...! —respondió ella, atrapada por la imagen—, ¿entonces que les ocurrirá a mis juguetes del Pueblo? ¿No estarán bien aquí abajo? Nadie puede verlos.

—Bueno, se incendiarán y se elevarán envueltos en gloria —repuso David.

—Envueltos en gloria. — Eve lanzo un suspiro de felicidad— Envueltos en gloria! ¡Envueltos en gloria! ¡Oh, David! Me gustaría verlos. ¿Puedo verlos, David? ¿Puedo?

—¡Toola tonta! —se mofó David—. Si estuvieras aquí para verlo, tú también te elevarías envuelta en gloria. —Y se apartó de los arbustos de koomatka porque debía ir a ocuparse de atender a los animales.

—¡Envueltos en gloria! ¡Envueltos en gloria! —cantó Eve, feliz—. ¡Todos mis juguetes envueltos en gloria! —Su voz se perdió en un desentonado canturreo mientras también ella se iba alejando.

—Abuela —dijo Lytha—, ¿es verdad?

—¿Qué es verdad? —le pregunté.

—Que el Hogar no existirá más y que todos nos iremos.

—Bueno, sí, Lytha, ¿por qué lo dudas?

—Porque... porque... —Señaló la pared con la pluma—. Mira, es todo tan sólido... las piedras están tan perfectamente unidas, parecen tan... tan... eternas. ¿Cómo es posible que todo se destruya?

—Sabes muy bien que de Este Lado nada es para siempre —le recordé—. Absolutamente nada salvo el Amor. E incluso eso está tan enredado en las cosas de Este Lado que cuando tu amor recibe la Llamada... —El recuerdo de Thann era una pesada carga para mí—. ¡Oh, Lytha! Mirar a tu amado a la cara y saber que Algo se ha destrozado y que nunca más lo encontrarás completo de Este Lado...

Entonces supe que había dicho lo que no debía. Vi los jóvenes ojos de Lytha contemplar con horror dilatado la visión de su amor, su aún-no-amor destrozado por lo mismo que estaba destrozando el Hogar. Cambié de tema.

—Quiero ir al lago para despedirme —comenté—. ¿Te gustaría acompañarme?

—No, gracias, Abuela —dijo con voz de niña dócil; sin duda era demasiado joven para estar preocupada por el amor—. Los adolescentes iremos a ver el fundido del metal al otro lado de la colina. Es fascinante. Me gustaría ser capaz de hacer cosas así.

—Puedes... podrías haberlo hecho —dije—, si hubiéramos preparado a nuestros jóvenes como debíamos.

—Quizás aprenda —aventuro Lytha, con la mirada fija en la pluma. Lanzo un profundo suspiro y la pluma desapareció en una débil bocanada de humo azul—. Quizás aprenda. —Y supe que no estaba pensando en el fundido del metal.

Se alejó y se volvió hacia mí.

—Abuela, el Amor... —se interrumpió. Me di cuenta de que buscaba las palabras adecuadas—. El Amor es para siempre, ¿verdad?

—Sí —le respondí.

—El amor de Este Lado es parte del Amor, ¿no es así?

—Como una vela encendida con el sol —le aseguré.

—Pero la vela se apagará —gritó—. ¡Oh, Abuela! ¡La vela se apagará con los vientos del Cruce! —Apartó su rostro de mí y musitó—: Sobre todo si nunca ha estado encendida.

—Hay otras velas —murmuré, sabiendo que para ella eso debía sonar a mentira.

—¡Pero nunca será lo mismo! —Se apartó bruscamente de mi lado—. ¡No es justo! ¡No es justo! —Y se alejó como un rayo por la pradera cubierta de escarcha.

Mientras ella se marchaba tuve la deliciosa visión de dos jóvenes cruzando a la carrera un pequeño lago, tambaleándose y girando mientras bajo sus pies las olas se elevaban y se arremolinaban, formando un encaje blanco alrededor de sus delgados tobillos bronceados. Todo era azul y plateado, todo era risa y diversión. Quedé atrapada en el asombro y el placer hasta que de pronto me di cuenta de que eso no era mi recuerdo. Thann y yo habíamos tenido otro lago que nos gustaba más. Había visto el Lugar Feliz de otra persona que se disolvería como el mío. Pobre Lytha.

Los rayos inclinados del sol derretían las últimas nieves del día cuando todos los Ancianos nos reunimos junto a los encumbrados armazones de las naves. Cada Anciano estaba abrigado para soportar el viento gélido. Ese día no abrimos los escudos de protección. Necesitábamos más energía para enfrentarnos a la tarea que nos esperaba que para abrigarnos. Por encima de nosotros, los enormes y brillantes cuadrados curvos de metal, unidos entre sí con las viejas bisagras, componían la centelleante longitud.de cada nave. Casi me habría echado a llorar al ver la tierra marcada debajo de ellas, las pisadas que nunca más se cubrirían de hierba, las cicatrices que nunca se curarían. Parpadeé al ver el brillo de la nave más cercana que se elevaba hacia el cielo, y aparté la vista de su aire de extrañeza.

—Queda poco tiempo —dijo el Más Anciano—. Una semana.

—Una semana. —Todo el Grupo suspiró.

—Esta noche debe decidirse qué cargas llevará la nave. Mañana debe estar acabado el interior de los motores. Pasado mañana pondremos el combustible. —El Más Anciano se estremeció y se envolvió en su capa escarlata—. El combustible que apartamos tan definitivamente de nuestras mentes después de la Paz. Su capacidad para el mal era mayor que el servicio que nos prestaba. Pero allí está. Aún existe. —Se estremeció una vez más y se volvió hacia mí.

—Dilo otra vez —me pidió—. Debemos acabar los armazones.

Y volví a decirlo, sin palabras, sólo formulando el pensamiento para el pensamiento. Entonces la compañía de Ancianos se elevó lentamente por encima de la primera nave, cogiéndose de las manos en círculo, como un grupo de niños que bailaban y, después de inclinarse hacia el interior del círculo, pensaron el pensamiento que yo había formulado para ellos.

Durante un tiempo sólo se oyó el agudo silbido del viento frío que pasaba junto a la punta de la nave, y luego toda la estructura de metal se estremeció, se debilitó y se volvió fluida. Durante unos pocos segundos quedó así y volvió a endurecerse, completa, lisa, sin grietas, un todo cohesivo desde el extremo hasta la base, quebrado sólo por las portillas redondas abiertas a intervalos a lo largo de su superficie.

A continuación las otras cinco naves fueron construidas en conjunto, pero los intervalos entre las naves se hacían cada vez más grandes y grises a medida que se nos agotaban las fuerzas, y antes de que termináramos, el sol se había ocultado tras una nube y todos éramos sombras inclinadas sobre sombras, revoloteando como sombras.

Cuando terminamos la última nave, la debilidad se apoderó de mí. David me cogió cuando empecé a caer, impotente, y me doblé. Me acomodó sobre la hierba quebradiza y se sentó a mi lado, jadeando, con la cabeza agachada. Me quedé tendida, como si me hubiera convertido en un fluido, y supe que lo que me había dejado agotada era algo más que la fatiga de la tarea que acabábamos de concluir.

—¡Pero tengo que ser fuerte! —dije, desesperada, sabiendo que entre las estrellas no hay lugar para la debilidad. Contemplé el cielo gris mientras una lágrima deslizaba su frío dedo desde el rabillo del ojo hasta mi oreja.

—No estamos acostumbrados a utilizar el Poder —dijo David en tono suave.

—Lo sé, lo sé —dije, sabiendo que él no lo sabía. Cerré los ojos y sentí el susurro de la nieve que caía sobre mi rostro: cada copo del tamaño de la palma de mi mano se fundía convertido en una lágrima.

Lytha nos miró a mí y a David con ojos desorbitados y expresión de incredulidad.

—¡Pero tú lo sabías, papá! ¡Te lo dije! ¡Te lo dije la Noche de la Recolección!

—Lo lamento, Lytha —se disculpó David—. No había otra forma de hacerlo. Las naves se caen con frecuencia, y la familia de Timmy y la nuestra viajarán en naves distintas.

—¡Entonces déjame viajar en su nave, o dejar que él venga a la nuestra! —dijo llorando, con las mejillas encendidas y poniéndose pálida.

—Las familias deben permanecer unidas —dije, sintiendo que se me desgarraba el corazón—. Cada nave deja el Hogar con la suposición de que está sola. Si tú viajaras en la otra nave, tal vez nunca volveríamos a estar juntos.

—Pero Timmy y yo... algún día podríamos ser una familia; Podríamos... —La voz de Lytha se quebró. Apretó el dorso de sus manos contra las mejillas e hizo una pausa. Luego añadió en tono sereno—: Aún así, iré con Timmy.

'Chell y David intercambiaron una mirada de preocupación.

—No hay sitio para que ninguno de vosotros cambie de lugar. Las cargas están calculadas, los arreglos decididos —dije, sintiendo lo mismo que si hubiera abofeteado a Lytha.

—Y además —dijo 'Chell, cogiendo las manos de Lytha—, no es lo mismo que si Timmy y tú fuerais amantes. Sólo habéis empezado a salir juntos. Oh, Lytha, hace tan poco tiempo que tuviste tu Día Feliz. ¡No te apresures tanto a crecer!

—¿Y si te digo que Timmy es mi amor? —gritó Lytha.

—¿Puedes asegurarlo de verdad, Lytha —le preguntó 'Chell—, y decir que Timmy piensa que tú eres su amor?

Lytha bajó la vista.

—No definitivamente —susurró—. Pero con tiempo... —Echó la cabeza hacia atrás y la luz iluminó su pelo oscuro— No es justo ¡No hemos tenido tiempo! —añadió, llorando—. ¿Por qué tenía que ocurrir esto ahora? ¿Por qué no más adelante? ¿O antes? —Vaciló—. ¡Antes de que empezáramos a salir! Si tenemos que separarnos ahora, tal vez nunca sepamos... o tengamos que vivir sin amor porque él es realmente... yo soy... —Se volvió y salió corriendo de la habitación, tapándose la cara.

Suspiré y me levanté lentamente de la silla.

—Estoy vieja, David —dije—. Con la vejez empiezo a tener dolores. Este tipo de cosas me agotan terriblemente.

A la noche siguiente, después de medianoche, oí que Neil me llamaba. La urgencia de su voz me hizo ponerme la bata a toda prisa y salir en silencio, para no despertar al resto de la familia.

—Eva-Lee. —Apoyó sus manos en mis hombros y a través de la bata noté que las tenía frías. El viento inusualmente glacial agitó el ruedo de la bata contra mis tobillos desnudos—. ¿Lytha está en casa?

—¿Lytha? —Lo inesperado de la pregunta arrancó la última telaraña de sueño de mi mente—. Por supuesto. ¿Por qué?

—Creo que no está —opinó Neil—. Timmy se ha ido con todo nuestro equipo de camping y creo que ella se ha marchado con él. Mi mente regresó precipitadamente a la casa, buscando. Antes de que mis presurosos pies pudieran llegar a su habitación, supe que Lytha se había marchado. Pero tuve que tocar la almohada intacta y levantar la ropa estirada para convencerme. Otra vez en el jardín, que brillaba con destellos negros y dorados mientras las nubes hinchadas pasaban a toda velocidad delante de la luna llena, Neil y yo intercambiamos una mirada de preocupación.

—¿A dónde habrán ido? —preguntó—. Pobrecillos. Yo ya he buscado en todo el vecindario y he enviado a Rosh a la colina en busca de algo... o eso cree él. Lo trajo, pero no me dijo nada de los chicos.

Vi que los músculos de su mandíbula se tensaban mientras levantaba la barbilla como solía hacerlo, mirándome a la luz de la luna.

—¿Timmy te dijo algo acerca de... de algo? —dije, en tono vacilante.

—Nada... lo único que remotamente podría... bueno, ya sabes que ellos dos estaban preocupados por tener que viajar en naves diferentes, y Timmy... bueno, se puso nervioso y dijo que no creía que al Hogar pudiera ocurrirle algo, que sólo era una primavera tardía y que pensaba que éramos unos tontos por salir corriendo al espacio...

—Lytha pensaba lo mismo —señalé—. Tenemos que encontrarlos.

—Carla está frenética. —Neil arrastró los pies y se puso las manos en los bolsillos, hundiendo los hombros para protegerse del viento frío—. Si al menos tuviéramos alguna idea. Si no los encontramos esta noche, mañana tendremos que avisar a todo el Grupo. Timmy nunca soportará la humillación...

—Lo sé: «Un adolescente es un ser delicado...» —cité distraídamente, mientras en mi mente vibraba algo tiempo atrás olvidado, o apenas notado—. Espera —murmuré, y Neil no dijo lo que estaba a punto de decir y esperó pacientemente que los destellos vagos y aislados de mi mente reprodujeran la idea que buscaba.

«Como encaje blanco alrededor de sus bronceados tobillos desnudos...»

—Lo tengo —dije—. Al menos tengo una idea. Ve a decirle a Carla que he ido a buscarlos. Dile que no se preocupe.

—Bendita seas —dijo Neil, poniéndome ambas manoseen los hombros—. Tú y Thann siempre fuisteis nuestra capa contra el viento, la mano que nos ayudaba a subir la colina... —Y se alejó en dirección a la pradera, para reunirse con Carla.

«Tú y Thann... tú y Thann.» Me elevé en la oscuridad y mi escudo personal se activó para protegerme de la aceleración de mi avance. Incluso Neil olvida a veces que Thann ya se ha ido, pensé mientras mi corazón se aligeraba al recordar la energía de Thann. Y de pronto la noche se llenó con la imagen de Thann, con la imagen de Thann junto a mí, riendo en el cielo, subiendo por las colinas, soñando a la luz de la luna. Paseando con Carla y Neil. Saliendo en pareja después del Día de la Recolección. Los recuerdos agridulces llegaron tan de prisa que estuve a punto de estrellarme contra los pinos susurrantes de la ladera. Me elevé por encima de ellos justo a tiempo. La rama más alta de la copa de uno de los árboles rozó la planta de mi pie descalzo.

«¡Tal vez Timmy tiene razón! —pensé repentinamente—.Tal vez Simón y el Más Anciano están" equivocados. ¿Cómo podría dejar el Hogar mientras Thann aún está aquí, esperando?» Entonces me sacudí, casi literalmente, y di un vigoroso salto en el aire. ¡Qué ocurrencia tan tonta, intentar someter a Thann otra vez a las limitaciones de una existencia que ya había superado!

Descendí inclinándome sobre la copa que formaban las colinas en dirección al pequeño lago que había reconocido a través dedos pensamientos de Lytha. Esta conflictiva noche no tenía resplandor ni brillos. Sus olas eran demasiado turbulentas para caminar o bailar, o incluso para intentarlo. Aterricé sobre una pálida franja de arena de la orilla y me estremecí cuando una ola disolvió con un temblor la arena que tenía bajo los pies y luego se retiró para dejar que se solidificara otra vez.

—Lytha! —llamé suavemente, buscando por delante de mis palabras-¡Lytha! —No hubo respuesta en la oscuridad azotada por el viento. Me elevé hasta la siguiente franja de arena pálida, sintiendo que yo misma era una nube que se deslizaba—. ¡Lytha! ¡Lytha! —volví a llamar en la frecuencia de la familia para que sólo ella pudiera escuchar mi voz y Timmy no lo supiera hasta que ella se lo dijera—. ¡Lytha!

—¡Abuela! —La sorpresa le había arrancado la respuesta—. ¡Abuela! —Le resultó doblemente difícil mostrar indignación debido a la primera respuesta involuntaria.

—¿Puedo acercarme a ti? —le pregunté, protegiéndome de mis propias emociones con preguntas rituales que dejaran a Lytha al menos los últimos retazos de su orgullo. No obtuve respuesta inmediata—. ¿Puedo acercarme a ti? —repetí.

—Puedes hacerlo. —Sus pensamientos eran remotos y fríos ¡mientras ella me guiaba por la curva de la colina y la playa.

Ella y Timmy estaban abrigados y a salvo y muy desdichadamente inquietos en la pequeña tienda de campaña. Incluso habían encontrado unos Brilladores en algún sitio. La mayor parte había muerto por la ausencia de verano, pero este pequeño racimo colgaba con sus piernas de aspecto frágil del techo de la tienda y proyectaba una cálida luz dorada sobre la pequeña zona. Se me encogió el corazón de pena y sentí un escozor en los ojos cuando vi que habían acomodado la tienda como si fuera una casa de muñecas, con dos sacos de dormir cuidadosamente separados por una cortina colocada en el medio.

Cuando entré se levantaron ceremoniosamente y mostraron una expresión cuidadosamente respetuosa porque yo era una Anciana, no porque era la abuela. Me acomodé en el suelo y ellos volvieron a sentarse y se cogieron de la mano para sentirse mejor.

—No queda mucho tiempo para hacer excursiones —comenté en tono informal, levantando un dedo hacia los Bailadores Uno de ellos se soltó y cayó apretando sus duros pies alrededor de mi dedo. Su brillo disminuyó y llameó, y ocultó cualquiera de nuestras expresiones reveladoras. Detrás de mi charla ociosa percibí el grito de dos criaturas que deseaban encontrar una manera honrosa de salir de ese callejón sin salida. O yo encontraba la forma de que lo hicieran, o ellos seguirían obstinadamente...

—Tenemos toda la vida por delante. —La voz de Timmy fue cuidadosamente inexpresiva.

—Una breve temporada, si vais a vivirla en el Hogar —puntualicé—. Tenemos que salir antes de que concluya la semana.

—Nosotros no elegimos creer eso. —A Lytha le temblaba un poco la voz.

—Respeto vuestras convicciones —dije en tono formal—, pero me temo que no tenéis pruebas suficientes para sustentarlas.

—Aun así —estaba a punto de empezar a sollozar—, aun así, por corta que sea, la viviremos juntos...

—Sí, sin vuestra madre, sin vuestro padre, y sin ninguno de nosotros —dije plácidamente—. Y finalmente, y muy pronto, sin el Hogar. Aunque eso tiene su atractivo. No todo el mundo puede estar en... presenciar la muerte de un mundo. Lo triste es que no tendréis a quién contárselo. Ésa es la mejor parte de todo, ya sabéis, contarlo... compartirlo.

Lytha arrugó la cara y apartó la mirada. —Y si el Hogar no muere —continué—, realmente nos habrán gastado una broma pesada. Ni siquiera podremos reírnos de ello porque no podremos regresar, habrá pasado mucho tiempo desde nuestra partida y no lo sabremos. Así que tendréis todo el Hogar para vosotros. ¿Os imagináis? ¡Todo el Hogar! Un mundo nuevo para volver a empezar... a solas. —Vi que los dos chicos se sacudían y que Timmy se atragantaba. A mí me ocurrió lo mismo. Conocía el dolor de tener que empezar una nueva vida... a solas. Lo había hecho después de que Thann recibió la Llamada —. ¡Pero tanto espacio! Un vacío de horizonte a horizonte, de un polo a otro, para vosotros dos. Nadie más en ninguna parte, en ninguna parte. Eso si el Hogar no muere...,.

Los hombros delgados de Lytha empezaron a sacudirse y ambos se volvieron hacia mí. Estuve a punto de tambalearme bajo la avalancha de su mudo llanto. Desahogaron toda su melancolía, su inseguridad, su protesta y su rebelión. Sólo los jóvenes pueden acumular tanta angustia y tener la fuerza suficiente para soportarla. Finalmente, Timmy logró hablar:

—Sólo queremos una oportunidad. ¿Es demasiado pedir? ¿Por qué tiene que ocurrimos esto, ahora?

—¿Y quiénes somos nosotros —pregunté en tono severo— para atrevernos a preguntar por qué al Poder? Durante toda nuestra vida hemos estado aceptando la felicidad, el bienestar y la dicha sin preguntar jamás por qué, pero ahora que ese mismo Poder nos envía la pena y la separación, el dolor y el desconsuelo, gritamos por qué. ¡Hemos tomado sin pensar todo lo que se nos dio sin que lo pidiéramos, pero ahora que debemos sufrir una pena durante un tiempo, vosotros os negáis a aceptarla, como criaturas estúpidas y caprichosas!

Capté una oleada de desolación y perplejidad en ambos y me apresuré a añadir:

—Pero no creo que el Poder os haya olvidado. Ahora estáis tan completamente protegidos como siempre. ¿Podéis confiar vuestro amor... o vuestro posible amor al Poder, que es quien os sugirió el amor a vosotros en primer lugar? Yo os prometo, os prometo que vayáis donde vayáis, juntos o separados, si el Poder os permite vivir, encontraréis el amor. Y si resulta que no lo encontráis juntos, jamás olvidaréis estos primeros pasos mágicos que habéis dado juntos, cada uno hacia su auténtico amor.

Dejé que la risa inundara mi voz.

—¡Las cosas cambian! Recuérdalo, Lytha, no hace tanto tiempo Timmy era... si me perdonas la expresión, «¡un poodah piernas largas, y preferiría morirme antes que salir con él, para no hablar de ser su pareja!»

—¡Y era verdad! —exclamó Lytha indignada, aunque también con una semisonrisa.

—Tú tampoco eras una belleza —replicó Timmy—. Jamás vi un pelo tan tieso...

—Se supone que ése era el aspecto que tenía que tener...

La discusión fue como una bocanada de aire fresco después de la incómoda y poco natural crisis emocional que habían soportado.

—Es muy posible que ambos cambiéis. —Me interrumpí bruscamente—. ¡Un momento! —dije—. ¡Escuchad!

—¿Que? —Lytha mostró una expresión de desconcierto. ¿Cómo iba a decirle que oía a Simón gritar «¡Abuela! ¡Abuela!». Simon estaba en casa, en la cama, a varios kilómetros de distancia.

—¡Fuera, rápido! —Me levanté con dificultad—. ¡Oh, daos prisa! —El pánico crecía en mi interior. Los chicos recogieron rápidamente sus escasas pertenencias mientras yo los empujaba hacia la negrura de la violenta noche. Me detuve durante un aterrorizado instante a observar atentamente la oscuridad, intentando interpretar las señales. Entonces grité—: ¡Elevaos! ¡Elevaos! —Y los cogí a ambos y los impulsé hacia arriba conmigo, fuera del borde del lago.

Las nubes se alejaron de la luna y la luz de ésta se derramó sobre el lago convulsionado. Se oyó un crujido que pareció un trueno, un sonido chirriante, el rugido de las aguas poderosas, y el lecho del lago se abrió limpiamente de una colina a la otra, separándose bruscamente e inclinándose hasta verter sus aguas brillantes como la luna en la oscuridad de la gigantesca brecha abierta en el suelo. Y la luna brillaba sólo en el fango resplandeciente que quedaba en el fondo del lago. Con una velocidad delirante que pareció absolutamente lenta cogí a los chicos y me elevé con ellos a tanta altura como pude antes de que el trueno ensordecedor del vapor que volvía a brotar nos empujara aún más lejos. Giramos vertiginosamente, apartándonos, hasta que, tropezando, atravesamos la cima de una colina. Nos abrazamos, aterrorizados, mientras el poderoso penacho de vapor se elevaba sin parar, abría las nubes y seguía elevándose, blanco e impresionante. Entonces, tan casualmente como se cierra una puerta, el lecho del lago volvió a inclinarse y se cerró. En el silencio que se produjo a continuación creí oír la lluvia cálida que empezaba a caer hasta llenar nuevamente el lago, convertido en un charco del tamaño de mi puño.

—¡Oh, nuestro pobre Hogar! —susurró Lytha—. ¡Nuestro pobre y lastimado Hogar! ¡Se muere! —Entonces, en la frecuencia de la familia, Lytha me susurró: «Timmy es mi amor, abuela, te lo M aseguro, y yo soy su amor, pero estamos dispuestos a dejar que el Poder retenga nuestro amor hasta que tu promesa se cumpla,»

Acerqué a los dos chicos a mi pecho y creo que los tres lloramos un poco; pero no teníamos palabras que intercambiar, m lugares comunes, sólo la promesa, el asentimiento, la confianza y la pena.

Nos fuimos a casa. Neil salió a nuestro encuentro mas allá del corral y recibió a Timmy con callada gratitud y ambos se fueron a casa. Lytha y yo nos encaminamos primero al Lugar Sereno de nuestra familia y luego a nuestra cama.

Me quedé de pie junto a los demás Ancianos en lo alto del acantilado y contemplé con ellos el tosco montón de piedras y tierra que arcaba el fondo liso del estrecho valle. Todos los ojos estaban atentos a la excavación y las mentes tan unidas a la del Más Anciano, mientras éste se alejaba hasta quedar fuera de la vista, que nuestra concentración se hizo casi visible en forma de llamas sobre nuestras cabezas.

Me oí jadear con los demás mientras el Más Anciano emergía lentamente; su pesado escudo obstaculizaba su elevación. La fresca brisa de la montaña silbó al rozar los escudos personales que se activaron súbitamente cuando reaccionamos ante el posible riesgo, aunque, de quedar sueltos, nuestros escudos se habrían convertido en un papel agitado por un tornado. El Más Anciano se apartó del agujero dando un paso atrás hasta que la roca desnuda lo hizo detenerse. En las oscuras profundidades se produjo un movimiento lento y el pesado cuadrado que protegía el bloque del tamaño de un pulgar se elevó en el interior de la luz. Éste tembló y giró y se acomodó en la gruesa caja de metal preparada para la ocasión. La tapa se cerró herméticamente. Cuando seis cajas quedaron llenas, sentí la antigua o, más bien, la dolorosamente nueva fatiga que se apoderaba de mí y me aferré al brazo de David. Él me dio unas palmaditas en la mano pero observaba fijamente lo que ocurría ante sus ojos; me obligué a erguirme. «Ya no me gusto —pensé-¿Por qué hago cosas como ésta? ¿Dónde están mi entusiasmo y mi asombro? Soy realmente vieja, y sin embargo...» Me sequé el sudor del labio superior y, elevándome con los demás, floté por encima del cañón antes de trasladar las seis cajas a los seis cascos de las naves que empezaban a cobrar vida.

Era el último día. El sol resplandecía con un brillo que no había mostrado durante varias semanas. Los vientos que soplaban desde las colinas eran cálidos y suaves. El suelo, que últimamente había aprendido a temblar y moverse, permaneció inmóvil durante un breve lapso. De pronto todo el Hogar era algo tan querido que parecía un delirio pensar que la muerte le llegaría en menos de una semana. Tal vez sólo se trataba de una conducta preadolescente y sin pautas... Pero con sólo mirar a Simón me convencí. Sus ojos expresaban dolor por todo lo que había tenido que Ver. Su rostro se veía duro bajo los suaves contornos de la infancia y sus manos temblaron cuando las cogí. Lo estreché contra mi pecho y él sonrió con gratitud y se relajó un poco.

'Chell y yo ordenamos la casa y llenamos los floreros con agua fresca y hojas de color escarlata porque no había flores. David abrió la puerta del corral y contempló a los animales que se alejaban lentamente por las praderas deslustradas. Abrió de par en par la puerta del gallinero y vio la confusión de plumas, el tanteo curioso, el vacilante paso hacia la libertad. Sonrió mientras el amo del gallinero se pavoneaba ruidosamente delante de las gallinas. Entonces Eve recogió los cuatro huevos rosados y recién puestos que había en los nidos, los llevó hasta la casa y los guardó en la bandeja de los huevos.

Todos guardamos silencio.

—Id a despediros —dijo David—. Cada uno debe decir adiós al Hogar.

Cada uno fue a su lugar preferido. Incluso Eve desapareció entre los arbustos de koomatka, donde las hojas se unían por encima de su cabeza formando un verde crepúsculo del tamaño de ella misma. Logré oír su suave canturreo: «¡Envueltos en gloria, juguetes míos! ¡Envueltos en gloria!»

Suspiré al ver que Lytha se elevaba veloz como una flecha en dirección a la casa de Timmy. Timmy también había salido a buscarla. Sentí una punzada de dolor y me volví. Suponiendo que incluso después del lago ellos... No, me dije para consolarme. Ellos confían en el Poder...

Me detuve junto a las ventanas de mi habitación y me pregunté cómo podía ir a un solo lugar. Todo el Hogar era demasiado querido para dejarlo. Cuando me fuera, estaría dejando realmente a Thann... todos los senderos que él había recorrido conmigo, la hierba que se había doblado bajo sus pies, los árboles que le habían dado sombra en el verano, el suelo que albergaba sus restos. Caí de rodillas y apoyé la mejilla contra el costado de la ventana. «¡Thann, Thann! —susurré.—. Ven conmigo. Ven conmigo, pues debo irme. ¡Dame fuerzas!» Uní las manos y apreté los pulgares contra mi boca, ahogando el llanto.

Volvimos a reunimos; todos teníamos expresión seria y llorosa. Lytha aún arrugaba el rostro y tragaba saliva intentando contener los sollozos. Simón la miró con sus ojos enormes y afables, pero no dijo nada y se volvió. 'Chell salió de la habitación en silencio y, antes de que regresara, el suave sonido de la música broto de las paredes. Todos hicimos la Señal y rezamos la oración del Último Adiós, porque realmente estábamos muriendo para este mundo. Toda la casa, todo el Hogar era hoy un Lugar Sereno y cada uno de nosotros, sin palabras, dejó ante la Presencia la angustia de ese día y recibió consuelo y fuerzas.

Luego cada uno cogió sus efectos personales y se preparó para partir. Dejamos la casa acompañados por la música. Sentí que una parte de mí moría cuando ya no pudimos oír la melodía.

Nos unimos a las familias vecinas que iban en busca de las naves, y hubo murmullos y ademanes, e incluso alguna risa nerviosa. Nadie parecía sentir deseos de elevarse. Nuestros pies saboreaban cada paso de esta última caminata por el Hogar. Nadie se elevó excepto Eve, que aún sentía curiosidad por su nuevo logro. Sus breves saltitos divertían a todos y después de levantarla tres veces del suelo y de desenredarla en dos ocasiones de las ramas que colgaban, se había acomodado en los hombros de David; para ese entonces todos sonreían o reían suavemente y el camino se volvió más luminoso a pesar de las nubes que volvían a formarse.

Me detuve al pie de la prolongada elevación que nos separaba de la puerta de la nave y miré hacia arriba. Todos pasaban a mi lado rozándome, pero para mí sólo eran murmullos y sombras.

«¿Cómo pueden? —pensé—. ¿Con desesperación y la debilidad se apoderó de mí y me obligó a pegarme contra la pared. «¿Cómo pueden hacerlo? ¡Dejar el Hogar como si nada!» Entonces una mano cálida se deslizó dentro de la mía; bajé la mirada y vi los ojos de Simón.

—Vamos, Abuela —me dijo—. Todo saldrá bien.

—Yo... yo. —Miré a mi alrededor con impotencia y arrodillándome rápidamente cogí un puñado de tierra, un puñado del Hogar, y sujetándolo con todas mis fuerzas me elevé con Simón por la larga pendiente.

Una vez dentro de la nave dejamos nuestras cosas en el sitio que les había sido asignado y Simón me tironeó del brazo para llevarme al pasillo y a una sala llena de diales e interruptores, con la amplia gama de cosas incomprensibles que habíamos puesto en funcionamiento para esa terrible ocasión. En la sala no había nadie más que nosotros dos. Simón se acercó rápidamente a una silla que había delante de un panel y se sentó.

—Está todo dispuesto —dijo— para la zona del cielo que nos asignaron, pero es incorrecto. —Antes de que pudiera detenerlo, sus manos se deslizaron por el panel moviendo ajustando, cambiando. —Oh, Simón! —susurre—. ¡No debes hacerlo!

—Sí debo hacerlo —insistió Simón—. Ahora está dispuesto para que llegue al cielo que yo Veo.

—Pero se darán cuenta y volverán a cambiarlo —dije, temblando.

—No —me aseguró Simón—. Es un cambio tan pequeño que no lo notarán. Y nosotros estaremos donde debemos estar, en el momento en que debemos estar.

Fue en ese momento, mientras nos encontrábamos en la sala de control, cuando dejé el Hogar. Sentí que se desdibujaba y se volvía tan vago como un sueño. Le dije adiós tan completamente que me sobresalté al percibir la visión de la cima de una montaña mientras atravesábamos una de las portillas y regresábamos a toda prisa a nuestro sitio. De pronto mi corazón se volvió ligero y se elevó hasta tal punto que mis pies ni siquiera rozaban el suelo. ¡Oh, qué maravilloso! ¡Cuántas aventuras nos esperaban! Sentí que ascendía en espiral en una gloria resplandeciente que eclipsaba el brillo del sol...

Entonces, súbitamente, la debilidad se apoderó de mí. Mis huesos se disolvieron y me desplomé. La oscuridad me invadió y respirar se convirtió en una tarea que me debilitaba. Sentí vagamente que unas correas se cerraban a mi alrededor y luego el apretón de Simón sobre mi puño tenso.

—Media hora —murmuró el Más Anciano.

—Media hora —repitió el Pueblo, ampliando el sonido de la voz.

Sentí que me deslizaba en la frecuencia colectiva de comunicación, percibiendo con todo el Grupo la increíble duración y la sobrecogedora brevedad del tiempo.

Entonces volví a perder el mundo. Quedé encerrada en la oscuridad. Me sentí suspendida y esperé, casi sin sorprenderme.

Entonces se produjo: la Llamada.

¡Qué inconfundible! ¡Recibí la Llamada para acudir ante la Presencia! Mis horas habían acabado. Todo había llegado a su fin. Este Lado era algo que ya no me preocupaba. Mi rostro debió de iluminarse como lo había hecho el de Thann. Toda la lucha, toda la pena, toda la separación... se acabaron. Ahora vendrían esos tres o cuatro días durante los que debía prepararme, deshacerme de mis pertenencias, decir adiós... ¿Adiós? Luché por librarme de las correas que me ataban. ¡Pero estábamos partiendo! ¡En menos de media hora me quedaría sin un lecho sereno y fresco que me albergara cuando abandonara mi cuerpo, me quedaría sin hierba fragante para cubrir mis restos, mi familia no me recordaría con Solemnidad y cariño en el Festival que se celebrara para los que habían recibido la Llamada durante ese año!

«Simón», lo llamé mentalmente. «¡Tú sabes!», grité. «¿Qué debo hacer?»

«Veo que te quedas», fue su plácida respuesta. ¿Quedarme? ¡Oh, con qué rapidez capté la imagen! ¡Con qué rapidez mis propias palabras volvieron a mí, gélidamente blancas contra la oscuridad de mi confusión. «Tanto espacio y vacío de horizonte a horizonte, de polo a polo, desde lo alto del cielo hasta el suelo. Y sólo yo. ¡Nadie más en ninguna parte, en ninguna parte!» «¿Quedarme aquí sola?», le pregunté a Simón. Pero él ya no me Veía. Yo ya estaba sola. Sentí que las lágrimas de miedo empezaban a brotar y entonces oí la voz confiada de Lytha que decía: «Hasta que tu promesa se cumpla.» Y todo mi temor se desvaneció. Todo mi pánico y mi temor resplandecieron súbitamente en una repetición de la Llamada.

—¡Escuchad! —grité en voz alta y excitada, mientras mi corazón se sentía arrebatado de deleite—. ¡Escuchad!

¡Oh, David! ¡Oh, 'Chell! ¡He recibido la Llamada! ¿No habéis oído? ¿No habéis oído?

—¡Oh, madre, no! ¡No! ¡Debes de estar equivocada! —David se desató y se inclinó sobre mí.

—No —susurró 'Chell—. Yo lo siento. Ha recibido la Llamada.

—Ahora puedo quedarme —dije, tocando las correas—. Ayúdame, David, ayúdame.

—¡Pero no debes acudir ahora mismo! —gritó David—. Papá lo supo cuatro días antes de ser recibido ante la Presencia. ¡No podemos dejarte sola en un mundo desierto y condenado!

—¡Un mundo desierto! —Me puse de pie rápidamente, aferrándome a David para mantener el equilibrio—. ¡Oh, David! ¡Un mundo lleno de tantas cosas queridas y cercanas, lleno de recuerdos. ¿Condenado? Aún queda una semana. Y seré recibida antes de eso. ¡Déjame salir! ¡Oh, déjame salir!

—¡Quédate con nosotros, madre! —gritó David, tomando mis dos manos entre las suyas—. Te necesitamos. No podemos dejarte ir. Todo el tumulto y la agitación que se desatarán muy pronto en el Hogar...

—¿Cómo sabemos cuánta agitación tendréis que soportar durante el Cruce? —pregunté—. Pero, ocurra lo que ocurra, existe posibilidad de que os espere una nueva vida. Y en mi caso... ¿qué ocurrirá dentro de cuatro días? ¿Qué haríais con mis restos? ¿Qué podríais hacer, salvo arrojarlos a la nada? Que se queden en el Hogar. ¡Que al menos se conviertan en un polvo conocido! —Me sentía tan entusiasmada como una adolescente—. ¡Oh, David! ¡Estar otra vez con Thann!

Me volví hacia Lytha y desabroché rápidamente su cinturón.

—Ahora en esta nave habrá lugar para uno más —dije.

Nos miramos a los ojos durante un instante y luego, sin pensarlo dos veces, Lytha se levantó y corrió hacia la puerta principal. Mis pensamientos iban delante de ella, y antes de que sus pies se elevaran en el aire todos los Ancianos de la nave supieron lo que había ocurrido y sus pensamientos la acompañaron. Antes de que Lytha estuviera a medio camino de las colinas que separaban una nave de otra, Timmy apareció ante nuestros ojos, se acercó a ella y juntos se deslizaron en dirección a nuestra nave. Los minutos corrían como las cuentas de hielo que se escapan de un hilo roto, pero finalmente empecé a descender de la nave; tenía las mejillas humedecidas por mis propias lágrimas y por las de mi familia. Por encima del ruido de la puerta que se cerraba oí la llamada de Simón: «¡Adiós, abuela! Te dije que todo saldría bien. ¡Hasta pronto!»

«De prisa, de prisa, de prisa», susurraban mis pies mientras corría. «De prisa, de prisa, de prisa», susurraba el viento mientras yo me elevaba, alejándome de las naves. «Ahora, ahora, ahora», susurró mi corazón cuando me volví desde una distancia prudente y mi falda se agitó al viento y el pelo me golpeó la cara.

Las seis naves alargadas que apuntaban al cielo eran como agujas de plata contra las nubes negras. De pronto sólo quedaron cinco... luego cuatro... y finalmente tres. Antes de que pudiera secarlas! lágrimas de mis ojos, las demás ya se habían marchado y el césped en el que se habían apoyado volvió a recuperar su textura.

Los dedos de la música me llevaron de vuelta a la casa. Respiré profundamente para percibir los queridos y conocidos olores. Enderecé una rama de las hojas rojizas que había colocado en el florero azul. Me enderecé al sentir un repentino movimiento bajo mis pies y mi escudo se activó mientras el granizo entraba brevemente por la ventana. Miré hacia fuera, inundada por una paz infinita, y contemplé la ondulación de las colinas, la nieve que cubría lo alto de las montañas y los árboles brillantes cuyas hojas eran agitadas por un viento helado. «¡Mi Hogar!», susurré, sabiendo cuál habría sido mi terror y mi soledad si me hubiera quedado allí sin recibir la Llamada.

Lancé un suspiro; fui hasta la cocina y conté los cuatro huevos rosados que había en la bandeja. Toqué la cocina con los dedos para encenderla y, levantando uno de los huevos, lo golpeé enérgicamente contra la sartén.

Esa noche no hubo estrellas, pero las densas nubes quedaron iluminadas por los relámpagos y en algún lugar del horizonte las montañas se cubrieron de matices rojizos y anaranjados. Me tendí en la cama y dejé que la debilidad me invadiera como una corriente que pronto me llevaría consigo.

El alma es una viajera solitaria, pero el hecho de saber que yo era la última persona que quedaba en un mundo agonizante me aplastó como un terrible peso. Luchaba con ese sentimiento cuando percibí una llamada clara y definida. —¡Abuela! —¡Simón!

—Estamos todos bien, abuela, y acabo de Ver a Eve con dos niños suyos, de modo que les irá bien en el nuevo Hogar.

—¡Oh, Simón! ¡Me alegro tanto de que me lo hayas dicho! —Me aferré a la cama, que empezaba a sacudirse. Oí las piedras que caían de la pared del jardín y luego una de las paredes de mi dormitorio se desplomó levantando un polvo que despidió un brillo rojizo antes de asentarse.

—Aquí las cosas están un poco agitadas —dije—. Tendré que poner otra manta. Hay mucha corriente de aire.

—Estarás bien, abuela. —El pensamiento de Simón me llegó como una ola tibia—. ¿Me esperarás cuando llegues al Otro Lado? —Si puedo, sí-le prometí. —Buenas noches, abuela —se despidió Simón. —Buenas noches, Simón. —Apoyé la cabeza en la almohada llena de polvo—. Buenas noches.

—¡Oh! —exclamó Meris, absorta—. ¡Quedarse tan sola! La última de todos...

—Pero se quedó en el Hogar más tiempo que todos los demás —señaló Valancy—. Pudo cerrar los ojos rodeada de sus cosas más queridas antes de abrirlos ante la Presencia.

—¿Pero cómo es posible que Bethie recuerde...? — empezó a decir Meris.

—Eso es algo que no podemos explicar totalmente —respondió Jemmy—. Es la conciencia del Grupo lo que nos une a través del tiempo y la distancia. Supongo que el hecho de que Simón se comunicara con Eva-Lee antes de que él mismo recibiera la Llamada hizo que para nosotros la Evocación resultara más directa. Como sabes, Eve era la madre de Bethie.

—Es impresionante —comentó Karen en tono grave—. Por supuesto, sabemos todo lo referente al Hogar y cómo quedó destruido, pero hasta que vives realmente una emoción no puedes comprenderla de verdad. ¡Imagina lo que dignifica saber que la sólida tierra que tienes bajo tus pies se convertirá muy pronto en polvo y se dispersará por el cielo!

El Grupo guardó silencio durante un instante prestando atención a los recuerdos y a un pasado que estaba muy presente.

De pronto el silencio quedó quebrado por un rugido que hizo que todos se sobresaltaran y tomaran conciencia de la realidad.

—¡Dios mío! ¿Qué es eso? —gritó Meris.

— Adonday veeah! -exclamó Jemmy—. Otra vez ese viejo cacharro. Johannan debe hacer algo drástico al respecto.

—Bueno, lo encendió justo a tiempo para pararlo —comentó Valancy—. Tenemos que hacer un largo viaje y será mejor que comamos y nos marchemos. Karen, ¿está todo preparado?

—Sí —respondió Karen mientras se encaminaba hacia la casa—. Meris tiene una cocina encantadora. Yo llevaré allí lo que haga falta para comer. Aquí fuera empieza a hacer frío. Jemmy, ¿quieres ir a buscar a los chicos?..

—¡Yo pondré la mesa! —gritó Lala, lanzándose por el aire hacia la puerta de la cocina.

—Lala —la llamó Valancy con voz serena, y Lala se detuvo en el aire y se apoyó en el suelo tambaleándose.

—¡Oh! —dijo, tapándose la boca con las manos—. Lo olvidé, pero lo había prometido.

—Sí, lo olvidaste —coincidió Valancy en tono decepcionado—, pero lo habías prometido.

—Creo que necesito un poco mas de disciplina —dijo Laia en tono solemne—. Una promesa no se rompe tan alegremente.

—¿Qué sugieres? —preguntó Karen desde la puerta de la cocina, con expresión tan solemne como la de Lala.

—¿No poner la mesa? —sugirió Lala, evidentemente de mala gana—. Al menos esta noche —añadió, calibrando atentamente la reacción de los adultos—. ¿Durante toda una semana? —Lanzó un suspiro y se dio por vencida—. No poner la mesa durante un mes entero. Y recordar con cada comida que una promesa no se rompe tan alegremente. Es necesario dominarse. Y cuando estoy separada del Grupo no actuar nunca como si no perteneciera a la Tierra, a menos que me lo digan. —Entró en la casa con Karen, con paso deliberadamente pesado.

—¿No es un poco duro? —preguntó Meris—. Le gusta tanto poner la mesa...

—Fue ella quien eligió el castigo —señaló Valancy—. Debe aprender a no actuar sin pensar. Tal vez ella tenga más cosas que recordar que cualquier otro chico con respecto a las reglas, pero debe convertirse en parte de su conducta.

—Pero a los seis años... —dijo Meris y luego se echó a reír—. ¡O a los cinco!

—Tenga cinco o seis, igualmente comprende —opinó Valancy—. Una criatura indisciplinada es horrible en cualquier circunstancia. Y más aún cuando puede hacerse ver tan espectacularmente como podría hacerlo Lala. Debbie tenía un verdadero problema para dominarse cuando regresó del Nuevo Hogar, y no era ninguna niña.

—¿Cuándo regresó del Nuevo Hogar? —preguntó Meris mientras se detenía junto a la puerta—. ¿Alguien más? Oh, Valancy ¿tenéis que iros a casa esta noche? ¿No podríais quedaros un rato y contarme algo más? De todas formas vais a hacer una Evocación, ¿verdad? ¿No podríais hacerlo ahora? ¡No podéis dejarme así!

—Bueno. —Valancy sonrió y siguió a Meris a la cocina-! Es una buena idea. Empezaremos después de la cena.

Jemmy bebió su café y se echó hacia atrás en la silla.

—He estado pensando en ese asunto de la Evocación —comentó—. Ya hemos recordado nuestra historia desde el momento en que Valancy se unió al Grupo hasta el momento en que llegaron Lala y su nave. Lo hicimos mientras todos intentábamos decidir si abandonaríamos la Tierra o nos quedaríamos. La grabadora de Davy lo ha conservado para nosotros. Creo que sería una excelente idea tener grabada también la historia de Eva-Lee y cualquier otra que esté a nuestro alcance.

—Mi madre recordaba con frecuencia porque quedó separada del Pueblo cuando era muy joven —explicó Bethie tranquilamente—. Los recuerdos eran casi su único consuelo sobre todo antes de que conociera a papá y después de su muerte. No sabía nada del resto de su familia... —Bethie se puso pálida—. Oh, ¿debemos recordar los malos tiempos? ¿Los momentos dolorosos y crueles?

—Ya sabes que para nosotros los momentos crueles se mezclaron con el amor y el sacrificio —puntualizó Jemmy—. Si nos negamos a recordar aquellos tiempos, automáticamente nos negamos a recordar todo lo bueno que encontramos junto con lo malo.

—Sí —reconoció Bethie—. Sí, por supuesto.

—Bien, si no puedo convenceros a todos de que os quedéis, ¿por qué no se queda Bethie un rato más y hace una Evocación? —preguntó Meris—. Así, cuando llegue a casa, tendrá a punto una buena cantidad de material para la grabadora de Davy.

Así fue como Meris, Mark y Bethie se quedaron de pie en el sendero de entrada, contemplando al resto del grupo que se alejaba formalmente en el coche, en dirección al cañón, si es que se puede llamar formal al traqueteo y al balanceo del Overland, que ahora sonaba estrepitosamente después de una prolongada tarde de silencio.

Hacer una Evocación no es lo mismo que abrir un grifo y esquivar un torrente de recuerdos. Bethie pasó varios días yendo de un lado a otro, en silencio, y tal vez a millones de kilómetros de distancia; recorrió toda la casa, atravesó el patio, subió y bajo por la apacible calle y regresó al patio. A la hora de la comida se acercaba a la mesa y a veces comía. En otras ocasiones tenía los ojos demasiado fijos en la distancia y en algún punto del pasado para reparar j en la comida. A veces las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y una noche despertó a Mark y a Meris con un terrible grito.

A medida que pasaban los días, Meris se sentía más preocupada por la palidez de la joven y por su expresión sombría.

Entonces, finalmente, llegó el día en que los ojos de Bethie volvieron a enfocarse repentinamente y, tendida en su litera, lanzó un suspiro de alivio y le sonrió a Meris.

—¡Hola! —dijo tímidamente—. He regresado. —Y sigues entera —comentó Meris—. Y, además, has llegado a tiempo. A 'Licia le ha crecido el pelo. Y sonrió una vez, aunque supongo que lo que tenía era dolor de barriga.

Así, aquella noche después de la cena, Mark y Meris se sentaron en el patio, ambos tomados de la mano de Bethie.

—Ésta —comentó Bethie con una débil sonrisa— es una historia con la que no disfruto. Al menos no con toda la historia. Pero, como dice Jemmy, también tiene cosas buenas.

Se tomaron fuertemente de la mano y se relajaron mientras escuchaban a Bethie, que evocaba sus recuerdos mentalmente.