INTRODUCCIÓN — ZENNA HENDERSON: UNA EVALUACIÓN

Durante los años cincuenta y principios de los sesenta, cuando devoraba la ciencia ficción que aparecía en quioscos y librerías, los relatos de El Pueblo, de Zenna Henderson, eran el tipo de historias que me habría gustado escribir.

Recibía cada nuevo relato de Zenna Henderson con expresiones de gran júbilo y expectación porque eran historias surgidas del corazón: amables, inteligentes,- delicadas, comprensivas, compasivas, que hablaban del perdón ante el prejuicio ignorante... de la persona extraordinaria que sólo desea vivir en paz consigo misma y con sus semejantes gravemente amenazados por el hombre común que a su vez, en cierto modo, se siente amenazado por la «diferencia».

De entre los libros del Science Fiction Book Club que atesoro, uno de los que más aprecio es El Pueblo: sin diferencias. Es el que está más gastado y tiene la sobrecubierta rota, pero ocupa mi estante preferido. Cuando me enteré de que su saga del Pueblo sería reeditada sentí una enorme satisfacción y tuve la sensación de que se hacía justicia con una autora muy olvidada.

A veces, un escritor surge en el momento menos adecuado para ser realmente apreciado. Sin embargo, desde el principio, en la-década de la amable y clemente gente de las flores, los relatos de Zenna Henderson eran adecuados.

Al igual que muchos lectores de aquellas dos décadas, sentí que El Pueblo de Zenna Henderson, era, en espíritu y alma, de mi propia familia, aunque no fueran de mi sangre. Porque la de ellos no era distinta a la nuestra. Eran «nosotros», pero mucho más. Henderson también daba a la fantasía un alto contenido emocional, obligando al lector a compartir la tremenda tristeza del Pueblo por la pérdida del maravilloso mundo que era su hogar. La atmósfera que proyectaba alcanzaba al lector como una bendición y éste prometía ser más compasivo y clemente.

Muchas veces acaricié la idea de que la señorita Henderson era el «testaferro» del Pueblo que vive en los alrededores de su Arizona, donde, por cierto, ambienta gran parte de sus relatos. Pensé que por medio de éstos intentaba dar a conocer al Pueblo, y yo deseaba desesperadamente que existieran seres humanos como los que ella describía.

La esencia misma de su preocupación, porque muchos de ellos poseen poderosos dones para la curación, les exige ayudar cada vez que pueden, al margen del riesgo que corran. A diferencia de otras poblaciones de emigrantes, no llegaron para imponer sus criterios y juicios de valor a otros grupos.

Realmente me ha llevado todo este tiempo, desde que releí el legado literario de Zenna Henderson, darme cuenta de cuál era el motivo por el cual me sentía tan atraída por sus temas altruistas discretamente impresionantes: no predica, sino que ilustra con historias tiernas, amables y profundamente conmovedoras. El lenguaje que utiliza es muy sencillo: se esfuerza por no recurrir a efectos estilísticos extraordinarios, no emplea ninguna táctica impresionante y siempre escribe con el corazón. Pero, dado que lo hizo en los años sesenta, su voz amable y a menudo sentimental quedó ahogada por los gritos estridentes del movimiento de liberación de la mujer. Fue criticada por su propia fortaleza, «por tener un estilo excesivamente sentimental y suavemente religioso»[1]. Los lectores de la floreciente liberación podrían haber aprendido mucho de ella.

Como hacen muy pocos escritores, Zenna Henderson escribió sobre un mundo que conocía íntimamente: el desierto y las montañas de Arizona y sus alumnos de primer año. «Pastorales serenamente extraordinarias»[2], como las describió Ben Bova. Sus percepciones, porque sus oídos oían, sus ojos veían y su corazón escuchaba, eran inusualmente agudas, y nos presentó, incluso en sus historias de El Pueblo, raras visiones del goce humano y el dolor de ser «excepcional».

Ed Ferman, de Fantasy and Science Fiction, calificó sus relatos sobre el Pueblo como «probablemente la serie más popular que jamás hemos hecho». Treinta y dos de sus relatos fueron publicados por F Galaxy, Universe y Fantastic Stories también editaron varios relatos de Zenna Henderson.

Los relatos de El Pueblo llamaron la atención del innovador cineasta Francis Ford Coppola, que hizo una película para la televisión con el mismo título, protagonizada por Kim Darby y William Shatner. El relato corto «Ararat» fue incluido para su estudio en los textos de literatura de la escuela secundaria, Viewpoint, publicado por Houghton-Mifflin. Se encuentra entre los de John Steinbeck y Jack London; ella seguramente habría estado encantada de ocupar ese lugar. También fue publicado en diez idiomas.

A título póstumo, la Universidad de Alabama, en Birmingham, solicitó autorización para utilizar «Cautividad» en una producción de aficionados con música y danza, utilizando la mayor cantidad posible del texto de Zenna Henderson[3].

Según comenta su hermana, era una persona muy reservada y utilizaba sus escritos para expresar sus sentimientos. «Pensaba que la mayoría de nosotros no utilizamos toda nuestra capacidad, y se limitaba a ampliarla un poco más.»[4]

Ahora que las actitudes han cambiado en todo el mundo, tal vez al leer y releer a Zenna Henderson apreciaremos realmente la voz de El Pueblo.

Zenna Henderson murió de cáncer el 11 de mayo de 1983, después de librar una larga batalla contra la muerte. Su tumba, en el cementerio St. David, con las montañas que ella amaba como fondo, está bordeada de tablas de secoya, y Alvina Cole, su hermana, plantó en ella sus cactus preferidos. Por lo que tengo entendido, siguen creciendo. ¿Quién sabe? ¡Quizá fue el Pueblo el que preparó su última morada!

Arme McCaffrey

Dragonhold, 1990