García se va.-
Jueves. 8.30 A.M.
Acabo de dejar a García en la estación. Se ha ido excitada por el reto que representa este nuevo trabajo, sin duda el m?s importante que le han encargado desde que se independiz?. Al subir me ha lanzado no menos de diez recomendaciones sobre cuestiones dom?sticas pero, ante todo, "Ni se te ocurra hurgar en Chencho. Si fallara el sistema lo desconectas y punto". En fin, mientras agitaba la mano viendo alejarse el tren, se me ha ido la vista al cielo, como intentando adivinar por dónde vendrá el dichoso avión. Por otro lado, Frida llegará esta tarde, poco antes de que aparezcan las fieras. Hoy es, sin duda, uno de esos días en que resulta fundamental haber dormido bien, disponer hasta la última micra de esos nutrientes que el organismo pueda precisar para funcionar correctamente; tener, en definitiva, la mente bien despierta y repleta de energía. Resulta gracioso lo pulido y ordenado que aparece todo cuando se planean las cosas. Por la noche sólo me arrullaban buenos propósitos, ganas de cruzar estos dos días de la manera más discreta. Esta mañana, sin embargo, tenía el cerebro tan revuelto como el pelo. No dormir ayuda. Esa mujer... y García... y Frida. ¡En fin! un mantra pendular que no he logrado sacudirme hasta el amanecer, cuando los primeros rayos joden tanto que te duermes de puro fastidio.
—Venga, Florián, tómate esto que te quite el sueño.
Juan, el marido de la Boya, acaba de plantarme en la barra un trifásico con menos café que una papaya. El pestazo a brandy garrafón debe de llegar hasta la calle pero, inexplicablemente, la gente sigue entrando.
—Todo el mundo necesita cosas fuertes para meterse en el jaleo —me dice ahora sin dejar de atender a los demás clientes.
—¿Tú crees en el destino? —le pregunto con gran interés.
—Yo sólo creo en la Boya. Si ella me dice que salte, pues salto y ya está. Llámalo destino si quieres.
¿Qué esperaba? ¿Una escena a lo "Bergman" que me abriera los ojos? Intento pagar y me voy medio cocido. Entre este hombre y yo se ha establecido una amistad contranatura.
El día está gris, pero de un gris limpio, alegre, lleno de bullicio y actividad. Da gusto andar por la calle y sentir una fresca brisa intentando quitarme la modorra. Me entran hasta ganas de pensar qu? diantre voy a hacer con la dichosa cita. Reconozco lo agradable que resulta dejarse llevar por los acontecimientos, como una rana diminuta en un nenufar, r?o abajo; pero?qu? har?a esa misma rana si comenzara a o?r un rumor lejano de aguas turbulentas??seguir? despreocupadamente sobre la hojita al comprender que una enorme catarata, cien metros m?s abajo, la va a convertir en musgo navideño?
—Perdonadme, señor —me aborda un joven con varias chinchetas en la cara y un fuerte acento alemán—. ¿Seríais tan amable de indicarme si hay por aquí cerca alguna tienda donde adquirir navajas de buen artesano?
—Dos calles más abajo encontrarás una cuchillería —le respondo con cierta inquietud y, acto seguido, no puedo evitar un reflejo complaciente y servil —. Pero si quieres algo bonito, en la plaza del Pi tienes una de las mejores que hay en la ciudad —¡Eso, cómprale un bazooka!, me digo.
—En mi favor, señor, habéis dado la sentencia, y así pienso me satisfaréis otra pregunta: ¿sabéis acaso qué longitud de hoja permiten las leyes de vuestro reino?
—Me temo que no, pero calculo que debe de ser la justa para no hacer daño a nadie —Comprendo enseguida la estupidez que acabo de soltar.
—Ya —sonríe como si acabara de comerse todas mis ovejas—. Os suplico perdonéis mis ignorancias. Tened buen día.
No se ha alejado ni tres pasos cuando reparo en el inconfundible marchamo de Renato. Sólo alguien como él puede ser capaz de restaurar la lengua del imperio utilizando al bárbaro extranjero. Su denominación de origen rezuma gentil naftalina, aunque el alumno se dedique a tricotar muslos con navaja.
Enseguida recobra mi cabeza la preocupación que lleva rondándome durante días. Poco antes de entrar en la oficina ya han pasado por ella casi todas las combinaciones posibles. He pensado en acudir a la cita y hacerla desistir de lo nuestro pero, dejando a un lado que a esa mujer le da igual lo que yo piense, est? claro que acabar?a cantando en arameo si ella me lo pide. Tambi?n podr?a aparecer por all?, pegar un polvo y largarme por donde he venido; complacido el capricho, seguramente no volver?a a llamarme. Finalmente decido que lo mejor es pasar de ir, porque seguro que ella a los dos d?as no se acuerda de mi nombre, pero mi relaci?n con Garc?a podr?a quedar liofilizada hasta la paz mundial, y eso no lo vale ni un polvo con la Vúlvara Cretense.
Cuenta la leyenda que Vulvar era un reino a medio camino entre el Olimpo y la Grecia clásica, habitado fundamentalmente por pequeñas criaturas de bellos cuerpos femeninos. Doménico era un joven y apuesto pescador que se pasaba el día recogiendo sus redes sin más trofeo que la mierda acumulada por los desastres navieros de la época: vasijas con vino rancio, canastas podridas, sandalias y telas destrozadas a dentelladas por los peces que jamás caían en sus redes. Un día, la originalidad de todas las historias quiso que pescara un ánfora repleta de vúlvaras, que así se llamaban las adorables criaturas. Al destaparla y ver surgir de ella decenas, centenas de diminutos seres casi exánimes, a Doménico por poco le da un soponcio. Desparramadas sobre cubierta, el joven pescador las fue recogiendo con delicadeza, depositándolas sobre un terciopelo rojo que guardaba en un arcón y reanimándolas con agua y miel. Poco después, con ayuda de un cristal que aumentaba los objetos enfocados, el griego pudo descubrir la extraordinaria belleza de aquellas féminas que acababa de rescatar: unos cuerpos estilizados, de un rosa pálido desconocido para él, con unas facciones que se le antojaban m?s que hermosas, enmarcadas por un precioso cabello de color dorado que le recordaba los amaneceres en la isla de Corfú. "Queremos agradecerte que nos hayas salvado, pescador" le dijeron cuando se hubieron repuesto. Las vúlvaras le hablaban con una sola voz, de un timbre extraordinariamente sugestivo que, sin rozar sus oídos, le llegaba claramente al cerebro. "Queremos hacerte el amor" continuaron diciendo. "¡Por Apolo! ¡Estáis locas?" exclamó el joven. Lógicamente, la diferencia en ciertos parámetros le hacía albergar serias dudas; y no por falta de ganas, no: todas aquellas chicas le parec?an escandalosamente atractivas. "No te preocupes por nada" le dijeron entonces. "Tenemos el poder de fundirnos en un solo cuerpo, la V?lvara Cretense, que se amoldar? al tuyo como el agua del mar cuando te ba?as. Cada una de nosotras vibrar? de placer con s?lo rozarte. Cuando se junten nuestros pechos, cientos de nosotras buscar?n tus pezones para lamerlos con sus bocas diminutas. Cuando nos penetres, otras tantas paladear?n tu aroma dulz?n mientras la vagina te presiona dulcemente las zonas m?s placenteras de tu miembro. Sentir?s el?xtasis m?s all? de tu imaginaci?n, de la cabeza a los pies, en los talones, rodillas, muslos, perineo; subiendo por tu espina dorsal, abrazando tu cintura, sorbiendo tus axilas, tus hombros, tus sienes... Haremos que tu orgasmo dure tanto que olvidarás tu nombre por tres días.". "Perdonad..." dijo entonces el joven pescador, "Es que... me he derramado. ¿Podríais esperar un poco?". Lamentablemente no. Las vúlvaras tenían un punto de cohesión muy inestable, y aquello las desconcentró de inmediato. Por eso, porque hasta el momento nadie a podido constatar si aquello que le prometieron era cierto, el famoso polvo pendiente con la Vúlvara Cretense ha quedado como un estándar en los cuarenta de Onán.