Poesía.-

Lunes por la tarde; los últimos restos del domingo acaban de esparcirse por el cosmos. Comienzo a sentir ese estado de ánimo positivo y creciente cuyo punto álgido ronda la noche del jueves. Al poco rato me interrumpe García cuando estoy cosiéndome una cremallera.

—Esta tarde he hablado con el tutor de Félix.

Félix es el de "enmedio". Jamás le he visto con una consola entre las manos. Preocupante.

—Su profesor de lengua les pidió una poesía sobre la vida. Lee lo que escribió tu hijo —me tiende una hoja.

"Lo que no existe no muere,

ni tan siquiera ha nacido.

Sin principio, sin final,

la eternidad pues, no existe.

Mi razón son mis recuerdos,

morirán cuando yo muera.

¿Qué quedará?"

—Ah.

Lo tengo delante. Con ese aire recatado y amistoso que se gasta cualquiera pensar?a que su mente es tan manipulable como la de cualquier mocoso. Lo cierto es que el chaval es de lo m?s simp?tico, y muy ocurrente. No es el t?pico ni?o que cuando hace algo gracioso luego lo repite hasta que se casa; ni siquiera es egoísta, es... práctico; eso es: el pragmatismo se ha encarnado en mi hijo, y mi deber como padre ser? seguramente cuidar de?l hasta que pueda propagar su doctrina por todo el orbe.

—Me has sorprendido, Félix. No te sabía tan nihilista.

—No sé que es eso —me responde.

—Bueno, que eres descreído, que no crees en lo que la mayoría.

—Eso no es cierto. Sí que creo en cosas.

—Claro, lo supongo, pero me refiero a la religión. No sé..., tienes tan sólo once años y esa manera tuya de pensar me sorprende. ¿Cómo se te ocurrió algo así?

—A veces lo hablamos con los amigos. Lo que te espera cuando mueres y eso.

—Ya. ¿Y qué piensan tus compañeros?

—La mayoría piensan como yo, que no hay nada.

—Pero... y en clase... ¿no habláis nunca con los maestros de este tema?

—Sí, a veces, pero es un rollo; utilizan palabras extrañas y nadie les entiende. Dicen cosas como "trascendencia" o "energía cósmica".

—¿Y no crees que puede haber algo más allá de tu comprensión?

—¿Qué quieres decir?

—Pues que tal vez tu cerebro no esté capacitado para entender qué es lo que sucede con el hombre cuando muere.

—Ya —me mira fríamente—. Si lo que quieres decir es que cuando muera entenderé lo que pasa, entonces esa persona tan lista ya no seré yo, sino otro, y a ese otro no le importarán ni mis recuerdos ni nada de nada.

A medida que anochece, el sal?n de casa va oscureci?ndose tambi?n, pero las palabras de mi hijo siguen aleteando en mi cerebro sin que yo acierte a clasificarlas. Me lo imagino jugando por ahí como un energúmeno.

Cuando dan las nueve veo a Garc?a cruzar la puerta con la bandeja de bikinis calentitos y crujientes. Los deposita con cuidado en la mesa, junto al tablero. Estamos en plena partida del "peque?o Lama", un divertido juego al que siempre ganan nuestros hijos. Acabo de reencarnarme en un precioso cochinillo para delicia de mis contrincantes. Mi hijo pequeño está a un paso de convertirse en Lama. Si cae en la casilla de limpieza kármica nos ganará en un santiamén. Miro a García: ha caído en el talmud y lleva tres turnos sin tirar, verdadera mala suerte. Juli?n dice: "Salvo al Papa por dos milagros", y tira los dados. Esta es mi familia.