Hotel Amnios.-

Estoy con una mujer muy exuberante que baila desnuda sobre un camastro antiguo, en un hotel de pueblo, junto a una carretera secundaria. La habitación es pequeña y muy sencilla. El día está gris y el dormitorio resulta quizá más acogedor debido a eso. Sobre una mesita aguarda un plato repleto de lasaña, pero no siento hambre, sino una excitación creciente que la mujer intuye, porque comienza a sonreírme de esa forma. Al girar el talle, la curva de su embarazo alcanza el clímax circular; sólo le falta un pezón para ser la teta más grande que haya visto jamás. Comenzamos a follar sobre la cama, sentada a horcajadas sobre mí. En cada embestida el somier chispea contra el suelo de cerámica, y emite un ruido peculiar y excitante. En pleno éxtasis, con la mujer crecida sobre mí, casi agigantada, comienza la rotura de aguas más espectacular que nadie pueda ver. Una enorme catarata se precipita sobre mi cuerpo, sin posibilidad de maniobra ante la tenaza de sus robustas piernas sin depilar. La riada amniótica no tiene fin y las aguas sobrepasan ya el cabezal de la cama, que apenas puedo distinguir desde mi obligada inmersión. No respiro, pero a ella le es igual, sigue moviéndose con ecuestre delirio. Estoy muerto y con la rigidez intacta, como un pueblo sumergido del que sólo sobresale el campanario. ¡Flop!

No me despierto sobresaltado ni sudoroso. Mi estado es plácido, aunque reconozco que el argumento regalaba ansiedad. García duerme; instintivamente palpo las sábanas: están secas.

Sin saber cómo ni porqué aterriza en mi mente una hipótesis descabellada: ¿Qué pasaría si después de engañarla en todas las posturas imaginables, una alteración electromagnética en el microondas borrara de mi mente lo ocurrido a partir de ahora? ¿Seguiría siendo culpable de infidelidad y, por tanto, merecedor de las más adversas consecuencias? En realidad la pregunta es más fina: si apareciera una circunstancia que, excepcionalmente, rompiera la continuidad de nuestra percepci?n y memoria,?ser?a imputable un crimen cometido en ese lapso de tiempo a quien permanece ignorante de lo sucedido, a pesar de ser el actor f?sico?, o, por el contrario, ¿se consideraría verdadero responsable a una parcela inaprehensible de ese mismo individuo? Resumiendo: ¿somos culpables de nuestra potencialidad o sus esclavos? Quizás nuestra existencia sea algo más que una línea continua de experiencias y emociones que sedimentan nuestra realidad; tal vez esa onda la formen corpúsculos independientes, como fotogramas aislados que mientras siguen circulando nos dan la impresión de continuidad, como la luz o el sonido. Pudiera ser que el pensamiento sea tan f?cil de confundir como la vista y yo no sea yo, sino una sucesi?n de extra?os que se van pasando la identidad de un segundo a otro.

He desayunado bastante bien para lo mal que he dormido; adem?s, Garc?a me ha alcanzado cuando cruzaba la puerta y se ha despedido a lo grande, con lengua y todo. Hay algo enternecedor en una mujer con bata y zapatillas, un desali?o m?gico y especial que no comparte con cualquiera; mucho m?s preciado que un pa?uelo de gestas medieval: sus lega?as. Me llevo una puesta en la mejilla.

En un vaivén del autobús mi cerebro se despierta y comprende toda la carga simbólica que encierra el beso efusivo de García: ayer me dio vinagre, hoy moscatel. Quisiera ser un ratón aplicado y no perderme en este laberinto repleto de hormonas.