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La primera noche de Hacha en el Barracón 10: incómoda.
Nada de pullas ni de chistes verdes ni de bravatas de machitos. Contamos los minutos que quedan hasta que apaguen las luces como si fuésemos un puñado de frikis nerviosos en su primera cita.
Puede que en otros pelotones haya chicas de su edad; nosotros tenemos a Tacita. Hacha no parece darse cuenta de nuestra incomodidad: se sienta en el viejo catre de Tanque, y se pone a desmontar y a limpiar su fusil. A Hacha le gusta su fusil. Mucho. Se nota por el cariño con el que pasa el trapo engrasado por el cañón, abrillantándolo hasta que el frío metal reluce bajo los fluorescentes. Ponemos tanto empeño en no mirarla que casi resulta doloroso. Ella vuelve a montar el arma, la coloca con cuidado en la taquilla que hay junto a la cama y se acerca a mi catre. Algo se me contrae en el pecho. No he hablado con ninguna chica desde… ¿Cuándo? Antes de la plaga. Y no pienso en mi vida de entonces. Aquella era la vida de Ben, no la de Zombi.
—Eres el líder del pelotón —me dice. Su voz carece de entonación alguna, de emoción, como sus ojos—. ¿Por qué?
Respondo a su reto con otro.
—¿Por qué no?
Solo lleva puesta la ropa interior y la camiseta sin mangas del uniforme; el flequillo le llega justo hasta el borde de las oscuras cejas. Me mira. Dumbo y Umpa dejan de jugar su partida de cartas para mirarnos. Tacita sonríe: nota que se cuece una pelea. Picapiedra, que estaba doblando la ropa, deja caer un uniforme limpio en lo alto de la pila.
—Tienes muy mala puntería —dice Hacha.
—Tengo otras habilidades —respondo, y cruzo los brazos sobre el pecho—. Deberías verme con el pelapatatas.
—Tienes un buen cuerpo —dice, y alguien se ríe entre dientes, creo que Picapiedra—. ¿Eres atleta?
—Lo era.
Ella se coloca frente a mí, plantando los puños sobre las caderas y los pies descalzos, en el suelo. Lo que me afecta son sus ojos. Su profunda oscuridad. ¿Están vacíos… o lo contienen todo?
—Fútbol americano —dice.
—Buena suposición.
—Y probablemente béisbol.
—Cuando era más pequeño.
—El tío al que sustituyo se volvió Dorothy —dice, cambiando de tema.
—Sí.
—¿Por qué?
—¿Importa? —pregunto, encogiéndome de hombros.
Ella asiente con la cabeza. Pero no, no importa.
—Yo era la líder de mi pelotón.
—No me cabe duda.
—Solo porque tú seas el líder no quiere decir que vayan a hacerte sargento después de graduarnos.
—Espero que tengas razón.
—Sé que la tengo. Lo he preguntado.
Se vuelve sobre sus talones descalzos y regresa a su catre. Me miro los pies y me doy cuenta de que me hace falta un corte de uñas. Los pies de Hacha son muy pequeños, con dedos nudosos. Cuando levanto la vista de nuevo, se dirige a las duchas con una toalla al hombro. Se detiene en la puerta.
—Si alguien del pelotón me toca, lo mato.
No lo dice en tono amenazador ni gracioso, sino como si estableciera un hecho, como si dijera que hace frío fuera.
—Correré la voz —digo.
—Y cuando esté en la ducha, esta queda vedada. Intimidad total.
—Recibido. ¿Algo más?
Hace una pausa y se me queda mirando desde el otro lado del cuarto. Noto que me tenso.
¿Qué vendrá ahora?
—Me gusta jugar al ajedrez. ¿Juegas?
Sacudo la cabeza.
—Eh, pervertidos, ¿alguno de vosotros juega al ajedrez? —les grito a los chicos.
—No —responde Picapiedra—, pero si le apetece una partida de strip póquer…
Sucede antes de que pueda apartarme cinco centímetros del colchón: Picapiedra está en el suelo, sosteniéndose el cuello y dando patadas, como si fuera un bicho al que acaban de pisar; Hacha está de pie, a su lado.
—Además, nada de comentarios degradantes, sexistas o seudomachistas.
—¡Cómo molas! —suelta Tacita, y lo dice en serio.
A lo mejor necesita reconsiderar todo el tema de Hacha. A lo mejor no es tan mala idea tener cerca a otra chica.
—Lo que acabas de hacer te va a costar comer media ración durante diez días —le digo a Hacha.
Puede que Picapiedra se lo tuviera merecido, pero sigo siendo el jefe cuando Reznik no está por aquí, y es importante que Hacha lo sepa.
—¿Te vas a chivar? —pregunta, sin miedo en la voz. Ni rabia. Ni nada.
—Es una advertencia.
Ella asiente con la cabeza, se aparta de Picapiedra y pasa rozándome de camino a recoger su neceser. Huele… Bueno, huele a chica, y por un segundo me siento algo mareado.
—Recordaré tu consideración cuando me nombren líder del nuevo Pelotón cincuenta y tres —dice mientras se aparta el flequillo con un movimiento de cabeza.