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—¿Y bien? —pregunto al cabo de varios minutos, viendo que Ben no baja, ni poco a poco ni de golpe.
—Creo… que hay… el sitio… justo —dice, con un hilo de voz—. Se alarga bastante, pero veo luz al final.
—¿Luz?
—Luz brillante, como de focos. Y…
—¿Y? ¿Y qué?
—Y este montón de hormigón no es demasiado estable; creo que empieza a desmoronarse bajo mis pies.
Me agacho frente a Sammy, le digo que se me suba encima y que me rodee el cuello con los brazos.
—Agárrate fuerte, Sam —le pido, y él me hace una llave de estrangulación—. Aaah —me quejo con un jadeo—, no tanto.
—No me sueltes, Cassie —me susurra al oído cuando empiezo a subir.
—No te soltaré, Sam.
Aprieta la cara contra mi espalda, absolutamente confiado en que no lo dejaré caer. Ha vivido cuatro ataques alienígenas, ha sufrido Dios sabe qué en la fábrica de la muerte de Vosch, pero mi hermano sigue confiando en que, de algún modo, todo saldrá bien.
«En realidad no hay esperanza, ¿lo sabes, verdad?», dijo Vosch. He oído antes esas palabras, con otra voz, mi voz, en la tienda del bosque, bajo el coche de la autopista: «Imposible, inútil, sin sentido».
Creía lo mismo que dijo Vosch.
En el búnker vi un mar infinito de rostros alzados. De haberme preguntado, ¿les habría dicho que no había esperanza, que nada tenía sentido? ¿O les habría dicho: «Subíos a mis hombros, no os soltaré»?
Subir la mano, agarrarse, impulsarse, poner el pie, descansar.
Subir, agarrarse, impulsarse, pie, descansar.
«Subíos a mis hombros, no os soltaré».