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Algo volcaba en mis entrañas, una sensación áspera y corrosiva que contaminaba cada rincón de mi pensamiento. No podía dormir y combatía el insomnio viendo películas en el ordenador. Mientras estuve en el extranjero, salir por las noches y acostarme con una chica, no resultaba demasiado complicado. Durante aquellos meses, aprendí que el sexo cambia a las personas. Los tíos que follan con continuidad, se enfocan en otras cosas hasta que son abandonados. Los que no, se reprimen a diario, pensando en cómo lograrlo. Luego, pierden el norte por la primera mujer que acepta, y acaban masturbándose con videos de tipos que sacan su polla por una caja de pizza. Tenía eso muy claro. Nadie era especial. En mi caso, eyacular dentro, era un proceso para hallarme vivo. Una cuestión de ego.
Sentirse útil es importante.
Saber que tu miembro funciona, es necesario.
No sirve de nada tener un brazo y no usarlo, es ilógico.
Los superhéroes no tienen sexo. Solo se besan. Tienen que enfocar su energía. El sexo está socialmente sobrevalorado.
Las chicas con las que estuve nunca fueron lo suficiente interesantes ni importantes en mi vida. No estaban a la altura. No me interesaba que lo estuvieran. Cuando alguna declaraba sus intenciones, utilizaba alguna excusa pobre o descolgaba el teléfono. Siempre había sido un tipo solitario. Me gustaba serlo, me hacía fuerte y libre. Pero, como todo, el desamparo tiene sus inconvenientes.
A nadie le gusta estar solo.
Saltamos una verja oxidada, encendió una linterna y se adelantó. Hacía frío. Estaba muy oscuro y solo veía la silueta de Marta. Vivía en una escuela abandonada. La maleza había levantado el cemento de las pistas deportivas. Cruzamos una puerta de cristal. Cogió mi mano y subimos unas escaleras amplias de caracol. Al llegar al primer piso, advirtió que esperara mientras encendía las velas. El resplandor de los candiles dejaba ver un pasillo repartido en tres puertas dobles. Los urinarios estaban al fondo y el resto eran aulas. Recordé momentos de mi infancia.
En el techo colgaban restos de cableado eléctrico y un fuerte hedor que provenía de los baños. Todo era de verde, un campo de pizarra y azulejos enmohecidos.
Entramos en una clase y Marta subió una persiana. Había una nevera, un colchón de matrimonio usado, un escritorio con fotos, libros y un tocadiscos. Junto a una de las ventanas, apoyaba un atril casero y varios lienzos sin terminar. Al fondo colgaba una pizarra destrozada y varias sillas apiladas. Marta sacó de la nevera una botella de vino y dos vasos de plástico. Luego me lanzó un sándwich de salmón envasado y puso un vinilo de soft pop. Movimos el colchón hacia la ventana y nos sentamos. El brillo lunar clareaba nuestras caras y el soplo de la noche oxigenaba el cuarto.
—Jamás imaginé que acabaría haciendo esto —dije.
—Lo sé. Eran los últimos sándwiches que quedaban. Lo siento —contestó Marta.
—No. Me refiero a esto. Estar aquí. Un colegio… ya sabes.
—Vaya. No es romántico. No soy una chica romántica. Quieres decir eso —replicó ella.
—No. Eres problemática. Vas en serio. Temo confiar en ti —comenté mientras abría el envase del sándwich.
—Eh, para. No juzgo lo que haces con tu vida, no me interesa. Me gusta estar contigo. Es divertido —dijo y bebió un poco de vino.
—Tú haces lo que quieres. Nadie puede hacer lo que quiere. La gente estudia, trabaja, consigue dinero. A veces pierde y otras gana —expliqué—. Mi madre siempre dice eso.
—El dinero no es importante. Es como una bolsa de marihuana o un paquete de tabaco. El dinero es divertido. No es algo sobre lo que uno piensa con temor y odio —soltó ella.
—Simplemente es extraño, solo eso. Es guay, pero diferente. Eres rara.
—Tienes miedo. No voy dañarte —dijo Marta con voz maternal. Cogió una cámara desechable y me fotografió. El silencio se apoderó de las palabras y nos miramos con complicidad durante unos segundos. Rellenó los vasos de vino, sacó marihuana de una bolsa transparente, la mezcló con tabaco y fumamos.
La cola de un gato me rozó el brazo y desperté. La luz quemaba y me pesaban las articulaciones. Marta dormía acurrucada a mi lado, la observé respirar durante unos minutos y me largué de allí.