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Marta aparecía algunos días antes de cerrar. Bebíamos cervezas en la pizzería cuando mi jefe marchaba y luego comprábamos croquetas de tofu y refrescos, en un kebab que había a dos manzanas. Era divertido. Nos sentábamos en un banco cerca de casa y observábamos a los viandantes. Las tardes se diluían inventando vidas anónimas.

—Vuelve de cenar con su novio. Ella quiere cortar porque ha conocido a un chico interesante, pero no se atreve a hacerlo. Mañana cenará de nuevo y tampoco lo dejará —dijo Marta acerca de una chica delgada.

—Es como la chica de 500 Days of Summer —dije y encesté la lata de naranjada.

—Se parece a Zooey Deschanel —contestó Marta.

‹‹Tú te pareces a Zooey Deschanel›› pensé, pero no lo dije.

—También salió en Manic —dijo Marta—. Y en esa con Jim Carrey sobre talleres de autoayuda.

—¿Cuántas películas has visto? —pregunté.

—Todas —contestó con la boca llena de tofu.

—Imposible. Hay demasiadas películas en el mundo.

—Ya he dicho que las he visto todas.


Una tarde insistió en acompañarla de compras. Buscaba unas zapatillas. Me negué y continuó mientras me pegaba en el brazo. Aquel día sonreía, llevaba un camisón negro con lunares blancos y unos vaqueros cortísimos con los bolsillos por fuera. Paseamos separados varias calles. Yo tenía las manos en el pantalón y ella me zarandeaba a veces. Marta tarareó In the Sun de She & Him y luego preguntó si los conocía. Le dije que se parecía a Zooey Deschanel y lo negó. A ratos me cogía, acariciaba mis dedos y los soltaba. Yo me acercaba y la cogía por el hombro tímidamente. Como adolescentes primerizos. En fin, cosas que pasan.

Estaba atardeciendo, la luz se apagaba y los coches encendían las calles. Las vías centrales se abarrotaban de gente y el corazón de la ciudad era un hervidero. Cogimos un bus y nos sentamos al final. Siempre íbamos al fondo. Miramos por el cristal los edificios altos y las luces de colores.

—Nos conocimos ahí. Recuerdas —dijo ella señalando a una anciana sentada.

—Sí. Ibas a casa —contesté.

—No. No tengo casa —respondió con tono lineal—. No necesito una casa. No necesito un coche. No necesito una familia. Tú tampoco lo necesitas.

—Por qué dices eso.

—El apego te hace sufrir. El apego a las cosas, a la gente. Si mueres, no pienso sufrir. Si muero, tú sufrirás por mí. Es así. No hay más. Me gustaría haber nacido un millón de años atrás. Sin idiomas, sin prejuicios. Sin conciencia. Vivir en sociedad no tiene sentido. La sociedad te hace sufrir.

Durante el trayecto, Marta contó que no tenía relación con sus raíces. Se crio en el norte de España en el seno de una familia acomodada. A los trece, el hijo mayor de unos amigos de sus padres, abusó de ella en el colegio. Su familia quiso evitar escándalos y todo quedó en un pacto económico. Marta visitó a varios terapeutas, pero prefirió escapar de casa. Durante cinco años vivió en un centro auto gestionado de Barcelona.

‹‹Siempre atraigo a chicas raras o feas›› pensé.

—Sé qué estás pensando.

—No. No lo sabes —dije.

—He perdido mi feminidad. No importa —dijo Marta.

‹‹Eres femenina›› me dije.

—Te gustará ver dónde vivo —dijo asintiendo—. No voy a acostarme contigo hoy. Solo quiero estar acompañada.

Y cruzó los brazos. No supe qué decir y me limité a mirarle a la cara. ‹‹Es preciosa›› volví a pensar.

—No dices nada. Di algo. Deja de mirarme así —replicó mientras me pellizcaba el brazo—. No te enamores de mí. Yo no lo haré.