LOS DIOSES DE PEGANA[1]
PREFACIO
Hay islas en el Mar Central, cuyas aguas no confina ningún litoral ni surca nave alguna: ésa es la fe de su pueblo.
EN las brumas anteriores al Comienzo, el Destino y el Azar echaron suertes para decidir a quién tocaba jugar; y el ganador traspuso las brumas, fue a MANA-YOOD-SUSHAI, y dijo: «Ahora haz dioses para Mí, pues he ganado, y he de ser Yo el que Juegue». Quién había ganado, y si fue el Destino o el Azar quien traspuso las brumas anteriores al Comienzo y fue ante MANA-YOOD-SUSHAI, nadie lo sabe.
Antes de que los dioses ocupasen el Olimpo, y de que Alá fuese Alá, había trabajado MANA-YOOD-SUSHAI, y se había retirado a descansar.
En Pegana están Mung, Sish y Kib, y el hacedor de todos los dioses menores, que es MANA-YOOD-SUSHAI. Además, creemos en Roon y en Slid.
Y se dice de antiguo que todas las cosas que han existido y existen han sido hechas por los dioses menores; con la sola excepción de MANA-YOOD-SUSHAI, que hizo a los dioses y descansa desde entonces.
Y nadie puede rezar a MANA-YOOD-SUSHAI, sino sólo a los dioses que él ha hecho.
Pero al Final, MANA-YOOD-SUSHAI olvidará su descanso, y volverá a hacer nuevos dioses y otros mundos, y destruirá a los dioses que ha hecho.
Y desaparecerán los dioses y los mundos, y sólo quedará MANA-YOOD-SUSHAI.
DE SKARL, EL TAÑEDOR DEL TAMBOR
CUANDO MANA-YOOD-SUSHAI hubo hecho a los dioses y a Skarl, Skarl se hizo un tambor, y se puso a batirlo como si fuese a hacerlo eternamente. Entonces MANA-YOOD-SUSHAI, fatigado de hacer a los dioses, y del constante batir de tambor de Skarl, sintió sueño y se durmió.
Y cuando los dioses vieron descansar a MANA enmudecieron, y el silencio se extendió por toda Pegana, salvo el batir de tambor de Skarl. Skarl está sentado sobre la bruma, a los pies de MANA-YOOD-SUSHAI, y encima de los dioses de Pegana; allí bate su tambor. Algunos dicen que los Mundos y los Soles no son sino ecos del tambor de Skarl; otros dicen que son los sueños que el batir de tambor de Skarl suscita en el espíritu de MANA, como los que tiene aquel cuyo descanso turba el rumor de una canción. Pero nadie lo sabe con certeza; pues, ¿quién ha oído la voz de MANA-YOOD-SUSHAI, o quién ha visto a su tañedor de tambor?
Sea invierno o verano, sea de mañana o de noche en los Mundos, Skarl bate constantemente su tambor; pues aún no se han cumplido los designios de los dioses. A veces se cansa el brazo de Skarl; sin embargo, no cesa de batir el tambor para que los dioses puedan hacer su trabajo de dioses, y sigan girando los mundos; pues si lo deja un solo instante, despertará MANA-YOOD-SUSHAI, y los mundos y los dioses dejarán de existir.
Pero cuando al fin el brazo de Skarl deje de batir su tambor, el silencio sobresaltará a toda Pegana como el trueno en una caverna, y acabará el descanso de MANA-YOOD-SUSHAI.
Entonces Skarl se echará a la espalda el tambor, y emprenderá su camino hacia el vacío que hay más allá de los mundos; pues será EL FIN, y el trabajo de Skarl habrá terminado.
Quizá surja otro dios al que Skarl pueda servir; o puede que perezca, si no. Pero eso no importa a Skarl, porque habrá cumplido el trabajo de Skarl.
DE LA CREACION DE LOS MUNDOS
CUANDO MANA-YOOD-SUSHAI hubo hecho a los dioses, sólo había dioses, y se hallaban en medio del Tiempo; pues tenían tanto Tiempo delante como detrás, el cual carecía de fin y de principio.
Y Pegana estaba sin calor, y sin luz, y sin sonido, salvo el constante batir de tambor de Skarl; por lo demás, Pegana ocupaba el Centro de Todas las Cosas, pues había debajo de Pegana lo mismo que encima de ella, y delante se extendía lo mismo que detrás.
Entonces hablaron los dioses —haciendo los signos de los dioses y expresándose con la mano, no fuese a ruborizarse el silencio de Pegana—, y se dijeron, hablando con las manos: «Hagamos mundos para divertirnos mientras MANA descansa. Hagamos mundos, y Vida y Muerte, y colores en el cielo; pero cuidemos de no quebrar el silencio que hay sobre Pegana».
Entonces, alzando la mano cada dios según su signo, hicieron los mundos y los soles, y encendieron una luz en cada casa del cielo.
A continuación se dijeron los dioses: «Hagamos a uno que busque, que busque y no encuentre jamás, el porqué de la creación de los dioses».
Y alzando la mano cada cual según su signo, hicieron al Lucífero, de cola llameante, para que buscase de un extremo al otro de los mundos, y regresase pasados cien años.
Hombre: cuando veas el cometa, sabe que hay otro que busca, además de ti, que tampoco encontrará.
Entonces dijeron los dioses, hablando otra vez con las manos: «Haya ahora una Vigilante que observe».
E hicieron la Luna, con la cara arrugada de montañas y surcada por mil valles, para que observase con ojos pálidos el juego de los dioses menores, y se encargase de vigilar el descanso de MANA-YOOD-SUSHAI, de mirar y observar todas las cosas, y permaneciese en silencio.
Luego se dijeron los dioses: «Hagamos a una que esté quieta. A una que no busque como el cometa, que no orbite como los mundos, que descanse mientras MANA descansa».
E hicieron la Estrella Permanente, y la pusieron en el Norte.
Hombre: cuando veas en el Norte la Estrella Permanente, sabe que esa estrella descansa como MANA-YOOD-SUSHAI, y que en algún lugar entre los Mundos hay descanso.
Por último se dijeron los dioses: «Hemos hecho mundos y soles, y a uno que busque y a otra que observe; hagamos ahora a alguien que se pregunte».
Y alzando cada dios la mano según su signo, hicieron la Tierra para que se preguntase.
Y la Tierra Existió.
DEL JUEGO DE LOS DIOSES
UN millón de años transcurrió con el primer juego de los dioses. Y aún descansaba MANA-YOOD-SUSHAI en medio del Tiempo, mientras los dioses jugaban con los Mundos. La Luna observaba, y el Lucífero buscaba y regresaba de su búsqueda.
Entonces Kib se cansó del primer juego de los dioses; y alzó su mano en Pegana, haciendo el signo de Kib, y la Tierra se pobló de animales con que jugar Kib.
Y Kib jugó con los animales.
Pero los otros dioses se dijeron, hablando con la mano: «¿Qué ha hecho Kib?»
Y preguntaron a Kib: «¿Qué son esos seres que se mueven sobre La Tierra, aunque no en círculos como los Mundos, y que, sin embargo, no brillan?»
Y Kib dijo: «Son Vida».
Pero los dioses se dijeron: «Si Kib ha hecho animales, con el tiempo hará Hombres, y pondrá en peligro el secreto de los dioses».
Y Mung tuvo celos de la obra de Kib, y envió a la Muerte entre los animales; pero no pudo aniquilarlos.
Un millón de años transcurrió con el segundo juego de los dioses, y aún era la Mitad del Tiempo.
Y Kib se cansó de este segundo juego, y alzó la mano en El Centro de Todas las Cosas, haciendo el signo de Kib, e hizo a los Hombres; de los animales los hizo, y la Tierra se pobló de Hombres.
Entonces los dioses tuvieron gran temor por la suerte que podía correr el Secreto de los dioses, y extendieron un velo entre el Hombre y lo que ignoraban, para que no pudiese comprender. Y Mung encontró ocupación entre los Hombres.
Pero cuando los otros dioses vieron a Kib jugar a su nuevo juego, acudieron a jugar también. Y seguirán haciéndolo hasta que MANA se levante para amonestarles, diciendo: «¿Qué hacéis jugando con los Mundos y los Soles y los Hombres y la Vida y la Muerte?» Y entonces se avergonzarán de jugar en la hora de la risa de MANA-YOOD-SUSHAI.
Fue Kib el primero que quebró el Silencio de Pegana, hablando con la boca como un hombre.
Y todos los dioses se enojaron con Kib, porque había hablado con la boca.
Y ya no hubo silencio en Pegana ni en los Mundos.
EL CÁNTICO DE LOS DIOSES
SE elevó la voz de los dioses, entonando el cántico de los dioses; y cantaron: «Nosotros somos los dioses: somos los pequeños juguetes de MANA-YOOD-SUSHAI, que ha jugado y ha olvidado.
»MANA-YOOD-SUSHAI nos ha hecho, y Nosotros hemos hecho los Mundos y los Soles.
»Y jugamos con los Mundos y los Soles y la Vida y la Muerte, hasta que MANA se levante para amonestarnos, y nos diga: “¿Qué hacéis jugando con los Mundos y los Soles?”
»Es muy grave que haya Mundos y Soles; sin embargo, aún es más mortificante la risa de MANA-YOOD-SUSHAI.
»Y cuando deje, al Final, su descanso, y se ría de nosotros por jugar con los Mundos y los Soles, nos apresuraremos a esconderlos detrás de nosotros, y no habrá más Mundos».
LAS PALABRAS DE KIB
(SENDERO DE LA VIDA DE TODOS LOS MUNDOS)
DIJO Kib: «Yo soy Kib. No soy otro que Kib.
»Kib es Kib. Kib es él y no otro. ¡Creedlo!»
Kib habló cuando el Tiempo era primevo, cuando era verdaderamente primordial, y sólo existía MANA-YOOD-SUSHAI. MANA-YOOD-SUSHAI fue antes del principio de los dioses, y será después que ellos se hayan ido.
Y dijo Kib: «Después que se vayan los dioses, no habrá mundos pequeños ni grandes».
Dijo Kib: «MANA-YOOD-SUSHAI estará solo. Porque así está escrito, ¡creedlo! Pues, ¿acaso no está escrito, o acaso sois más grandes que Kib? Kib es Kib».
ACERCA DE SISH
(DESTRUCTOR DE LAS HORAS)
EL Tiempo es el perro sabueso de Sish.
A una orden de Sish, las horas corren delante de él cuando marcha por su camino.
Jamás ha dado Sish un paso atrás, ni se ha demorado; jamás se ha ablandado por cosas que conoció en otro tiempo, ni volvió otra vez sobre ellas.
Delante de Sish marcha Kib, y detrás va Mung.
Muy agradables son las cosas ante el rostro de Sish; pero detrás de él, todas se ajan y envejecen.
Y Sish prosigue sin pausa su camino.
Una vez anduvieron los dioses sobre la Tierra como andan los Hombres, y hablaron con la boca como ellos. Eso fue en Wornath-Mavai. Ahora no andan ya.
Y Wornath-Mavai era un jardín más hermoso que todos los jardines de la Tierra.
Kib se mostraba propicio con él, y Mung no levantaba la mano en su contra, ni Sish lo acometía con sus horas.
Wornath-Mavai está en un valle que mira hacia el sur. Y en las laderas de ese valle descansó Sish, entre las flores, cuando Sish era joven.
De allí entró Sish en el mundo para destruir las ciudades, y azuzar a sus horas a fin de que lo atacasen todo, y lo enmoheciesen con el polvo y la herrumbre.
Y el Tiempo, que es el perro de Sish, devoró todas las cosas; y Sish hizo que creciera la yedra, y propagó la maleza, y la mano de Sish derramó polvo, cubriéndolo todo solemnemente. Sólo dispensó al valle, donde Sish se había solazado cuando él y el Tiempo eran jóvenes, de los ataques de sus horas.
Allí sujetó a su viejo perro, el Tiempo; y en sus límites detuvo Mung sus pasos.
Aún mira Wornath-Mavai hacia el sur, jardín entre los jardines; aún crecen flores en sus laderas, como crecían cuando los dioses eran jóvenes; aún revolotean mariposas, también, en Wornath-Mavai. Pues el espíritu de los dioses es clemente con sus recuerdos primeros, aunque no lo es con todo lo demás.
Aún mira Wornath-Mavai hacia el sur. Y si alguna vez lo encuentras tú, serás más afortunado que los dioses, pues ellos ya no están allí.
Una vez, el profeta creyó divisar a lo lejos, más allá de las montañas, un jardín hermosísimo y florido; pero le salió al paso Sish, le señaló con la mano, y mandó a su perro sabueso que le persiguiese; y desde entonces no ha cesado de correr tras él.
El Tiempo es el perro de los dioses; pero se ha dicho que un día se volverá contra sus amos, y tratará de matarlos a todos excepto a MANA-YOOD-SUSHAI, cuyos sueños son los dioses mismos… soñados hace mucho tiempo.
LAS PALABRAS DE SLID
(CUYA ALMA ESTÁ EN EL MAR)
SLID dijo: «Que nadie rece a MANA-YOOD-SUSHAI; pues, ¿quién está autorizado a turbar a MANA con quejas mortales, ni a molestarle con las aflicciones de todas las moradas de la Tierra?
»Que no se haga tampoco sacrificio ninguno a MANA-YOOD-SUSHAI; pues, ¿qué gloria encontrará él en el sacrificio, ni en los altares que los dioses se han erigido a sí mismos?
»Reza a los dioses menores, que son dioses de la Acción; pues MANA es el dios de lo que Está Hecho: el dios de Lo Hecho y del Descanso.
»Reza a los dioses menores, y ten esperanza en ser escuchado. Sin embargo, ¿qué clemencia pueden tener los dioses menores, cuando son ellos los que han hecho la Muerte y el Dolor; o cómo van a sujetar a su viejo perro, el Tiempo, por ti?
»Slid es sólo un dios menor. Sin embargo, Slid es Slid: así está escrito y se ha dicho.
»Reza, pues, a Slid, y no olvides a Slid; tal vez así se acuerde él de enviarte la Muerte cuando más la necesites».
Y dijeron los Pueblos de la Tierra: «Hay una melodía sobre la Tierra, como de diez mil arroyos cantando juntos de añoranza por el hogar que dejaron en los montes».
Y dijo Slid: «Yo soy el Señor de las aguas que corren, y de las que se agitan y forman espuma, y de las quietas. Yo soy el Señor de todas las aguas del mundo, y de las que guardan los largos ríos en los montes; pero el alma de Slid está en el Mar. A él va a parar todo lo que se desliza sobre la Tierra, y el término de todos los ríos es el Mar».
Y dijo Slid: «Las manos de Slid han jugado con las cataratas, sus pies han hollado el fondo de los valles, y sus ojos miran desde los lagos de las llanuras; pero el alma de Slid está en el Mar».
Gran homenaje recibe Slid en las ciudades de los hombres; gratos son los senderos de los bosques y los caminos de las llanuras, y mucho más los altos valles entre los montes donde danza; pero a Slid no le sujetan diques ni fronteras… por ello, su alma está en el Mar.
Allí puede Slid descansar bajo el sol, y sonreír, con todas las sonrisas de Slid, a los dioses que están encima de él, y ser un dios más dichoso que los dioses que gobiernan los Mundos, de cuyas manos salieron la Vida y la Muerte.
Allí puede estar, y sonreír, y deslizarse entre las naves, o gemir y suspirar alrededor de las islas con gran contento… dueño codicioso de una fortuna más cuantiosa en perlas y rubíes que la que puedan sumar todas las fábulas.
O puede arrojar sus armas tremendas, cuando se siente exultante, o sacudir su cabeza poderosa de innumerables brazas de balanceante cabellera, y entonar con voz tumultuosa los cantos fúnebres de los naufragios, y sentir en todo su ser el peso aplastante de Slid y el balanceo del mar. Entonces el mar, como una legión venturosa que en vísperas de la batalla expresa su júbilo aclamando a su jefe, concentra su fuerza bajo todos los vientos, y ruge y canta y avanza y arremete ansioso por dominar todas las cosas… obediente a la voz de mando de Slid, cuya alma está en el Mar.
Hay tranquilidad en el alma de Slid, y calma en el mar; hay también tormentas en el mar, y desasosiego en el alma de Slid, pues los dioses tienen muchos estados de ánimo. Slid está en muchos lugares, ya que mora en la alta Pegana. También anda Slid a lo largo de los valles, por donde las aguas discurren o se estancan; pero la voz y el grito de Slid vienen del Mar. Y aquél a quien le llega ese grito debe de necesitar seguir y seguir, y abandonar todo lo estable, y unirse a Slid para siempre, y vivir con todos los estados de ánimo de Slid, y no hallar descanso hasta que Slid llegue al Mar. Con la llamada de Slid delante, y los montes originales detrás, han marchado cien mil hasta el mar, sobre cuyos huesos llora Slid con la voz del dios que llora por su pueblo. Incluso los arroyos de las tierras interiores han oído el grito remoto de Slid, y todos juntos han abandonado prados y arboledas para dirigirse a donde Slid se recoge, y gozar donde goza Slid, cantando el canto de Slid, igual que se juntarán al Final todas las Vidas de los Pueblos a los pies de MANA-YOOD-SUSHAI.
LOS HECHOS DE MUNG
(SEÑOR DE TODAS LAS MUERTES ENTRE PEGANA Y EL BORDE)
UNA vez, recorriendo Mung la Tierra y sus ciudades y llanuras, topó con un hombre que se asustó cuando le dijo: «¡Yo soy Mung!»
Y dijo Mung: «¿Acaso te fueron insoportables los cuarenta millones de años anteriores a tu venida?»
Y dijo Mung: «¡No menos soportables te van a ser los cuarenta millones de años que vendrán después!»
Entonces hizo Mung el signo de Mung contra él, y la Vida del Hombre dejó de estar atada de pies y manos.
Al final del vuelo de la saeta está Mung, así como en las moradas y ciudades de los Hombres. Mung camina por todos los lugares y en todos los tiempos. Pero casi siempre prefiere hacerlo en la oscuridad y el silencio, envuelto en las brumas de los ríos, cuando el viento ha calmado, poco antes de que la noche se cruce con la madrugada en el camino que hay entre Pegana y los Mundos.
A veces Mung entra en la casa del pobre; también se inclina profundamente ante El Rey. Entonces hace que las Vidas del pobre y del Rey viajen entre los Mundos.
Y dijo Mung: «Muchas son las vueltas que tiene el camino que Kib ha asignado a cada hombre sobre la Tierra. Detrás de una de esas vueltas acecha Mung».
Andaba, un día, un hombre por el camino que Kib había dispuesto para él, cuando topó súbitamente con Mung. Y cuando Mung dijo: «¡Yo soy Mung!», el hombre exclamó: «¡Desdichado de mí, que he escogido este camino; pues de haber seguido cualquier otro, no me habría tropezado con Mung!»
Y Mung dijo: «Si hubieses podido ir por otro camino, entonces el Plan de las Cosas habría sido otro, y los dioses habrían sido otros dioses. Cuando MANA-YOOD-SUSHAI deje su descanso y haga nuevos dioses, quizá te envíen Ellos otra vez a los Mundos; entonces puede que elijas otro camino, y que no te encuentres con Mung».
Seguidamente, Mung hizo el signo de Mung. Y la Vida de aquel hombre, con todas las penas de ayer, y todos sus viejos sufrimientos y cosas olvidadas, fueron… a donde Mung sabe.
Y prosiguió Mung su tarea de separar la Vida de la carne, y dio con otro hombre que se sintió desfallecer de angustia al ver la sombra de Mung. Pero Mung le dijo: «Cuando, al signo de Mung, tu vida se aleje flotando, desaparecerá también tu sufrimiento, al abandonarlo». Pero el hombre exclamó: «¡Oh, Mung!, espera un poco y no hagas ahora el signo de Mung contra mí, pues tengo familia en la Tierra en la que perdurará el dolor, aunque a mí me desaparezca por el signo de Mung».
Y dijo Mung: «Para los dioses, ahora es Ahora. Y antes de que Sish haya desterrado muchos años, el dolor de tu familia por ti habrá emprendido tu mismo camino». Y el hombre vio a Mung hacer el signo de Mung ante sus ojos, que no volvieron a ver más.
EL CÁNTICO DE LOS SACERDOTES
Éste es el cántico de los Sacerdotes,
De los Sacerdotes de Mung.
Éste es el cántico de los Sacerdotes.
Todo el día claman a Mung, pero Él no escucha. ¿De qué valen, pues, las plegarias del Pueblo?
Antes bien, traed ofrendas a los Sacerdotes, a los Sacerdotes de Mung.
De ese modo clamarán más fuerte a Mung de lo que suelen.
Y quizá les oiga Mung.
Ya no caerá, entonces, la Sombra de Mung sobre las esperanzas del Pueblo.
Ya no oscurecerá el Paso de Mung los sueños del Pueblo.
Ya no se desasirán las vidas del Pueblo a causa de Mung.
Traed ofrendas a los Sacerdotes, a los Sacerdotes de Mung.
Éste es el cántico de los Sacerdotes.
Es cántico de los Sacerdotes de Mung.
Éste es el cántico de los Sacerdotes.
LAS PALABRAS DE LIMPAN-TUNG
(DIOS DEL JÚBILO Y DE LOS MÚSICOS MELODIOSOS)
Y dijo Limpan-Tung: «Los caminos de los dioses son extraños. La flor crece y la flor se desvanece. Quizá sea ésa una sabia disposición de los dioses. El hombre crece desde su nacimiento, y muere un tiempo después. Quizá sea una medida muy sabia también.
»Pero los dioses juegan de acuerdo con un extraño plan.
»Enviaré bromas al mundo y un poco de alegría. Y mientras la Muerte se te antoje lejana como el borde púrpura de las colinas, y la tristeza tan ajena como la lluvia en los días azules del verano, reza a Limpan-Tung. Pero cuando seas viejo, o vayas a morir, no reces a Limpan-Tung; porque habrás pasado a formar parte de un plan que él no comprende.
»Sal a la noche estrellada, y Limpan-Tung danzará contigo como ha danzado desde que los dioses eran jóvenes; él, dios del júbilo y de los músicos melodiosos. U ofrécele una broma a Limpan-Tung; pero no le reces cuando te embargue la tristeza; pues dice de la tristeza: “Quizá es una sabia disposición de los dioses”; pero no la entiende».
Y dijo Limpan-Tung: «Yo estoy por debajo de los dioses; así, pues, reza a los dioses menores, no a Limpan-Tung.
»Sin embargo, a pesar de que entre Pegana y la Tierra fluctúan diez mil millares de plegarias que agitan sus alas contra el rostro de la Muerte, jamás ha sido sujetada la mano de La que Golpea, ni han sido retardados los pasos de la Inexorable en favor de ninguna de ellas.
»¡Pronuncia tu plegaria! Quizá tenga efecto, aunque hayan fracasado esos diez mil millares.
»Limpan-Tung está por debajo de los dioses, y no comprende».
Y dijo Limpan-Tung: «Para que los hombres de los grandes Mundos no se aburran de mirar siempre un cielo inmutable, pintaré colores en él. Y lo pintaré dos veces al día, mientras los días duren. Tan pronto como surja la luz en los hogares del alba, pintaré sobre el Azul para que los hombres puedan ver mis colores y se deleiten en ellos; y antes de que el día se hunda en la noche, volveré a pintar sobre el Azul, no vayan los hombres a caer en la tristeza».
«Algo es —dijo Limpan-Tung—, incluso para un dios, proporcionar algún placer a los hombres de los Mundos». Y Limpan-Tung ha jurado que jamás serán iguales los cuadros que él pinte mientras haya días; y lo ha jurado con el juramento de los dioses de Pegana, que ningún dios puede quebrantar, con la mano sobre el hombro de cada uno de los dioses, y por la luz que hay detrás de los ojos de todos ellos.
Limpan-Tung ha sonsacado a los ríos con engaño una melodía, y ha robado un himno a los bosques; por él ha gemido el viento en parajes solitarios, y ha entonado el océano sus cantos fúnebres.
Hay música para Limpan-Tung en el rumor de la yerba que se mueve, en la voz de las gentes que se quejan, y en los gritos de los que gozan.
En un territorio montañoso del interior jamás hollado, ha tallado en roca los tubos de su órgano; y allí, cuando sus siervos los vientos acuden de todas partes, ejecuta la melodía de Limpan-Tung. Pero la música, elevándose en la noche, corre como un río y serpea por el mundo, y se oye aquí y allá, entre los pueblos de la tierra; y al punto, todo ser que tiene voz entona el mismo canto a su alma.
Otras veces, caminando en la oscuridad con pasos inaudibles para el hombre, y bajo una forma invisible a los ojos humanos, Limpan-Tung recorre los mundos; y, deteniéndose detrás de los músicos, en las ciudades de canción, agita las manos por encima de ellos; y los músicos se inclinan, ocupados en su menester, mientras se eleva la voz de la música; y entonces rebosa de melodía y de júbilo esa ciudad de canción, y nadie ve a Limpan-Tung erguido detrás de los músicos.
Pero envuelto en brumas, hacia el amanecer, cuando los músicos aún duermen a oscuras, y descansan el júbilo y la melodía, Limpan-Tung regresa a su tierra montañosa.
DE YOHARNETH-LAHAI
(DIOS DE LOS PEQUEÑOS SUEÑOS Y FANTASIAS)
YOHARNETH-LAHAI es el dios de los pequeños sueños y fantasías.
Todas las noches envía pequeños sueños de Pegana a las gentes de la Tierra para deleitarlas.
Envía pequeños sueños al pobre y al Rey.
Tanto se afana en enviar sueños a todos, antes de que la noche termine, que olvida quién es el pobre y quién el Rey.
Aquél a quien Yoharneth-Lahai no lleva pequeños sueños y descanso, debe soportar toda la noche las burlas de los dioses en Pegana con sus risas más sonoras.
A lo largo de la noche, Yoharneth-Lahai difunde la paz por las ciudades, hasta la hora del alba y de la partida de Yoharneth-Lahai, momento en que los dioses comienzan a jugar de nuevo con los hombres.
Si son falsos los sueños y fantasías de Yoharneth-Lahai y reales las Cosas que acontecen durante el Día, o falsas las Cosas del Día y ciertos los sueños y fantasías de Yoharneth-Lahai, es algo que nadie sabe salvo MANA-YOOD-SUSHAI, que no ha hablado.
DE ROON, DIOS DE LA ANDADURA
(Y DE LOS MIL DIOSES DOMÉSTICOS)
ROON dijo: «Hay dioses del movimiento y dioses de la inmovilidad; pero yo soy el dios de la Andadura».
Es por Roon, por lo que los Mundos jamás se detienen; pues las lunas y los mundos y el cometa se mueven por el espíritu de Roon, que dice: «¡Anda! ¡Anda! ¡Anda!»
Roon topó con los Mundos en el mismo amanecer de las Cosas, antes de que hubiese luz sobre Pegana; y Roon danzó ante ellos en el Vacío, y no han vuelto a estar inmóviles desde ese instante. Roon envía todas las aguas al Mar, y todos los ríos al alma de Slid.
Hace Roon el signo de Roon ante las aguas, y he aquí que éstas abandonan las montañas; y Roon ha hablado al Viento del Norte en el oído para que no permanezca quieto nunca más.
Se han oído los pasos de Roon, al anochecer, alrededor de las casas de los hombres, y desde entonces no conocen el sosiego y la estabilidad. Por delante de ellas pasa el camino a todas las tierras, a lo largo de millas, sin un descanso entre el lugar de nacimiento y la sepultura… y todo por mandato de Roon.
A Roon no le han puesto límites las Montañas, ni confines todos los mares.
A donde Roon quiere, allí ha de ir el pueblo de Roon, y los mundos con sus ríos y sus vientos.
Yo he oído el susurro de Roon, al anochecer, que decía: «Hay islas de las especias en el Sur», y la voz de Roon diciendo: «Ve».
Y dijo Roon: «Hay mil dioses domésticos, dioses pequeños que permanecen sentados ante el hogar y cuidan del fuego… Pero hay un solo Roon».
Roon dice en un susurro, en un susurro que nadie oye, cuando el sol está muy bajo: «¿Qué hace MANA-YOOD-SUSHAI?» Roon no es un dios al que se puede adorar junto a la chimenea, ni será benevolente con tu casa.
Ofrece tu esfuerzo y tu diligencia a Roon, cuyo incienso es el humo de los fuegos de campamento del Sur, cuya canción es el rumor de la marcha, y cuyos templos se elevan más allá de las colinas más lejanas, en su territorio detrás del Este.
Yarinareth, Yarinareth, Yarinareth, que significa Más Allá: estas palabras están escritas con letras de oro en el arco del gran pórtico del Templo de Roon, que los hombres han construido mirando hacia Oriente, sobre el Mar, y que guarda una efigie de Roon en forma de gigante tocando la trompeta, con la cual señala hacia Oriente, más allá de los Mares.
Quienquiera que oye su voz, la voz de Roon al anochecer, al punto abandona a los dioses domésticos sentados en torno al hogar. Éstos son los dioses del hogar: Pitsu, que acaricia al gato; Hobit, que sosiega al perro; y Habaniah, señor de las ascuas ardientes; y el pequeño Zumbiboo, señor del polvo; y Gribaun, que se sienta en el mismo hogar para convertir la leña en ceniza… todos éstos son dioses domésticos, y no viven en Pegana, y son inferiores a Roon.
También está Kilooloogung, Señor del Humo Ascendente, el cual recoge el humo de las chimeneas y lo envía hacia el cielo, y se siente satisfecho cuando llega a Pegana, de manera que los dioses de Pegana, hablando entre sí, puedan decir: «Kilooloogung cumple el trabajo de Kilooloogung en la tierra».
Todos ellos son dioses tan pequeños que su estatura es inferior a la humana; pero son dioses que gusta tener junto al fuego; y los hombres han rezado a menudo a Kilooloogung, diciendo: «Tú, cuyo humo se eleva hasta Pegana: manda con él nuestras plegarias, que puedan oírlas los dioses». Y Kilooloogung, a quien place que recen los hombres, se despereza en su ascenso, tenue y gris, con los brazos en alto, y manda a su siervo el humo que suba hasta Pegana, a fin de que los dioses de Pegana puedan saber que las gentes les rezan.
Y Jabim es el Señor de las Cosas Rotas, y está sentado detrás de la casa donde llora las cosas que se desechan. Allí seguirá llorando por todo lo que se estropea hasta el fin de los mundos, o hasta que alguien venga a repararlas. O, a veces, se sienta a la orilla del río a llorar por las cosas olvidadas que el río arrastra en su superficie.
Un dios amable es Jabim, cuyo corazón se aflige cuando algo se pierde.
También está Triboogie, Señor del Crepúsculo, cuyos hijos son las sombras, el cual está sentado en un rincón, apartado de Habaniah, y no habla con nadie. Pero una vez que Habaniah se ha retirado a dormir, y el viejo Gribaun ha parpadeado cien veces hasta olvidar qué es la leña y qué la ceniza, Triboogie manda a sus hijos que anden por la habitación y dancen por las paredes, pero que no turben el silencio.
Pero cuando vuelve la luz a los mundos, y llega bailando el alba por el camino de Pegana, entonces Triboogie se retira a su rincón con sus hijos, como si nunca hubiesen danzado por la habitación. Y vienen los esclavos de Habaniah y del viejo Gribaun, y los despiertan de su sueño sobre el hogar; y Pitsu acaricia al gato, y Hobit tranquiliza al perro, y Kilooloogung estira los brazos hacia Pegana, mientras Triboogie se sosiega y sus hijos se echan a dormir.
Y cuando oscurece, a la hora de Triboogie, sale Hish del bosque con sigilo, Señor del Silencio cuyos hijos son los murciélagos, los cuales han quebrantado el mandato de su padre, aunque en voz siempre muy baja. Hish acalla los rumores de la noche; apaga todos los ruidos. Sólo el grillo se rebela. Pero Hish ha arrojado un hechizo sobre él, de manera que cuando haya cantado mil veces, su voz dejará de oírse y se convertirá en parte del silencio.
Y después de matar los ruidos, Hish se inclina profundamente en el suelo. Entonces entra en la morada, sin un susurro de pies, el dios Yoharneth-Lahai.
Pero allá, en el bosque remoto de donde ha venido Hish, despierta en su madriguera Wohoon, Señor de los Ruidos de la Noche, y sale reptando y recorre el bosque para ver si es cierto que Hish no está.
Entonces, en algún valle frondoso, Wohoon eleva su voz, y grita, de modo que toda la noche pueda saber que es él, Wohoon, quien anda ahora por el bosque. Y el lobo y el zorro y el búho, y las grandes y pequeñas alimañas, elevan sus voces también para aclamar a Wohoon. Y hay entonces rumores de voces y agitar de follaje.
LA REBELIÓN DE LOS DIOSES DOMÉSTICOS
HAY tres grandes ríos de la llanura, nacidos antes de la memoria o la fábula, cuyas madres son tres cumbres grises, y cuyo padre es el temporal. Son sus nombres Eimes, Zanes y Segastrion.
Y Eimes es la alegría de los mugientes rebaños; Zanes ha sometido su cerviz al yugo del hombre, y acarrea madera desde el bosque, en las remotas alturas, hasta el pie de la montaña; en cuanto a Segastrion, canta a los jóvenes pastores antiguas canciones que hablan de su infancia en un barranco solitario, de cómo saltó por los flancos de la montaña y se adentró en la llanura deseoso de ver mundo, y cómo un día se encontrará finalmente con el mar. Ésos son los ríos de la llanura, en los que la llanura se recrea. Pero cuentan los viejos, y sus padres lo oyeron de los ancianos, que en otro tiempo los señores de los tres ríos de la llanura se rebelaron contra la ley de los Mundos, rebasaron sus propios bordes, y se unieron, y sumergieron ciudades y destruyeron hombres, diciendo: «Ahora jugamos nosotros al juego de los dioses, y matamos hombres por gusto, y somos más grandes que los dioses de Pegana».
Y toda la llanura quedó anegada hasta las colinas.
Y Eimes, Zanes y Segastrion se sentaron en lo alto de las montañas, extendieron la mano sobre sus ríos, y éstos se rebelaron por mandato de ellos.
Pero la plegaria de los hombres, elevándose más arriba cada vez, llegó hasta Pegana, y clamó a los oídos de los dioses: «Hay tres dioses domésticos que nos matan por divertirse, y dicen que son más poderosos que los dioses de Pegana, y juegan al juego de los dioses con los hombres».
Entonces se enojaron todos los dioses de Pegana; pero no pudieron ahogar a los señores de los tres ríos, porque siendo dioses domésticos, aunque pequeños, eran inmortales.
Y nuevamente extendieron los dioses domésticos la mano por encima de sus ríos, con los dedos separados, y las aguas subieron y subieron, y la voz de sus torrentes se hizo atronadora, gritando: «¿Acaso no somos Eimes, Zanes y Segastrion?»
Entonces Mung descendió a un paraje desolado de Afrik, y encontró a Umbool, Señor de la sequía, tendido en el desierto, sobre rocas de hierro, atenazando con garra codiciosa unos huesos humanos y exhalando su aliento abrasador.
Y Mung se plantó ante él, inflando y desinflando sus secos costados, y levantando ramas y huesos con cada resoplido.
Entonces dijo Mung: «¡Amigo de Mung!, ve y enseña los dientes a Eimes, Zanes y Segastrion, y hazles ver si es prudente rebelarse contra los dioses de Pegana».
Y Umbool contestó: «Soy la bestia de Mung».
Y fue Umbool y se apostó en una colina, al otro lado de las aguas, y enseñó los dientes a los dioses domésticos rebeldes.
Y cada vez que Eimes, Zanes y Segastrion extendían la mano sobre sus ríos, veían ante sus caras la mueca de Umbool; y dado que era como la mueca de la muerte en una tierra ardiente y espantosa, se retiraron, y no volvieron a extender la mano sobre sus ríos; y las aguas fueron bajando y bajando.
Pero cuando Umbool hubo sonreído así durante treinta días, las aguas volvieron al cauce de sus ríos, y los señores de los ríos se escabulleron y regresaron a sus moradas; sin embargo, Umbool siguió sentado sonriendo.
Y enflaqueció Eimes, y fue olvidado, al punto de que decían los hombres de la llanura: «Por aquí pasaba en otro tiempo Eimes»; y Zanes apenas tuvo fuerzas para conducir su río hasta el mar; en cuanto a Segastrion, que jadeaba tendido en su lecho, cruzó un hombre por encima de él, pisando sus aguas; y se dijo Segastrion: «Un pie humano cruza pisándome el cuello; a mí, que pretendía ser más grande que los dioses de Pegana».
Entonces dijeron los dioses de Pegana: «Basta. Somos los dioses de Pegana, y nadie puede igualarse a nosotros».
Entonces mandó Mung a Umbool que regresase otra vez a su paraje desolado de Afrik, y siguiera exhalando su aliento sobre las rocas, y abrasara al desierto, y secara el recuerdo de Afrik en el cerebro de todo el que saliese de allí con sus huesos.
Y Eimes, Zanes y Segastrion volvieron a cantar, y a frecuentar sus lugares de costumbre, y a jugar al juego de la Vida y la Muerte con los peces y las ranas; pero jamás volvieron a intentarlo con los hombres, como hacen los dioses de Pegana.
DE DOROZHAND
(CUYOS OJOS OBSERVAN EL FINAL)
POSADO sobre las vidas de las gentes, y vigilante, observa Dorozhand lo que ha de venir.
El dios del Destino es Dorozhand. Aquél a quien han mirado los ojos de Dorozhand camina hacia el final sin que nada le pueda detener: se convierte en saeta lanzada por el arco de Dorozhand a una diana que no ve… a la diana de Dorozhand. Más allá del pensamiento de los hombres, más allá de donde alcanza la vista del resto de los dioses, llega la mirada de Dorozhand.
El dios del destino ha escogido a sus esclavos. Y los hace caminar por donde quiere, mientras ellos, que no saben adónde ni por qué, sienten sólo su látigo detrás, u oyen sus voces delante.
Hay algo que Dorozhand quiere cumplir ardientemente, algo en lo que hace a las gentes poner todo el empeño, y por lo cual no deja a nadie pararse ni descansar en los mundos. Y dicen los dioses de Pegana, hablando entre ellos: «¿Qué es lo que tanto desea Dorozhand llevar a cabo?»
Se ha dicho y escrito que no sólo tiene Dorozhand las riendas de los destinos humanos, sino que ni siquiera a los dioses de Pegana les es indiferente su voluntad.
Todos los dioses de Pegana han sentido temor; pues han visto cierta expresión en los ojos de Dorozhand, cuya mirada llega más allá que la de ellos.
El objeto y destino de los Mundos consiste en contener Vida; y la Vida es el instrumento con que Dorozhand quiere llevar a cabo su designio.
Así, pues, los Mundos giran, los ríos corren al mar, la Vida surge y se propaga por igual en los Mundos, y los dioses de Pegana cumplen su trabajo de dioses… todo por Dorozhand. Pero una vez que el designio de Dorozhand se haya cumplido, no será necesaria ya la Vida en los Mundos, ni hará falta que jueguen a nuevos juegos los dioses menores. Entonces Kib cruzará Pegana con sigilo, entrará en la Pegana Suprema donde descansa MANA-YOOD-SUSHAI, y tocando reverente su mano —la mano que ha dado el ser a los dioses—, dirá: «MANA-YOOD-SUSHAI: ya has descansado bastante».
Y MANA-YOOD-SUSHAI dirá: «No es así; pues he descansado sólo cincuenta evos de los dioses, cada uno de los cuales apenas sobrepasa los diez millones de años mortales de los Mundos que vosotros habéis hecho».
Y entonces los dioses sentirán temor, cuando descubran que MANA sabe que han estado haciendo Mundos durante su descanso. Y contestarán: «No; sino que los Mundos surgieron por sí mismos».
Entonces MANA-YOOD-SUSHAI, como el que ha estado ocupado en algo enojoso, hará un gesto de impaciencia con la mano —con la mano que ha hecho a los dioses—, y no habrá más dioses.
Cuando haya tres lunas en el Norte, encima de la Estrella Permanente, tres lunas que ni crecen ni menguan, sino que miran hacia el Norte; o cuando el cometa cese de buscar, y deje de moverse entre los Mundos, y se detenga como el que se detiene después de una carrera, entonces se levantará de su descanso, porque será EL FIN, el Más Grande, el que descansa desde lo más antiguo: MANA-YOOD-SUSHAI.
Entonces dejarán de ser los Tiempos que fueron; y quizá, del otro lado del Borde, vuelvan los viejos días pasados, y los volvamos a ver, los que los hemos llorado, como el que, al regresar tras un largo viaje, tropieza de pronto con cosas que recordaba con cariño.
Pues nadie sabe si es MANA, que ha descansado tanto tiempo, un dios clemente o riguroso. Tal vez tenga piedad, y se cumplan estas cosas.
LOS OJOS EN LA INMENSIDAD DESOLADA
SIETE desiertos se extienden más allá de Bodrahán, ciudad donde terminan las caravanas: ninguna la pasa y continúa. En el primer desierto hay huellas de viajeros poderosos procedentes de Bodrahán, algunas de las cuales regresan. En el segundo hay tan sólo pisadas que se alejan; ninguna de retorno.
El tercero es un desierto jamás hollado por los pies de los hombres.
El cuarto es el desierto de arena, el quinto el desierto de polvo, el sexto el desierto de piedras; y el séptimo, es el Desierto de Desiertos.
En el centro del último de los desiertos que se extienden más allá de Bodrahán, del Desierto de Desiertos, se yergue la imagen esculpida, hace muchísimo tiempo, en la roca viva del monte que llaman Ranorada: los ojos en la inmensidad desolada.
Al pie de Ranorada hay escrito con místicas letras, más grandes que los lechos de los ríos, estas palabras:
Al dios que sabe
Ahora bien, más allá del segundo desierto no hay huella alguna, ni hay agua en los siete desiertos que se extienden más allá de Bodrahán. Por donde ningún hombre pudo ir a esculpir esa efigie en la roca viva de los montes: Ranorada es una obra labrada por la mano de los dioses. Cuentan los hombres de Bodrahán, donde terminan las caravanas y descansan los camelleros, cómo en otro tiempo esculpieron los dioses la efigie de Ranorada en la roca viva, martillando la noche entera, más allá de los desiertos. Y cuentan, además, que Ranorada se asemeja al dios Hoodrazai, el que ha descubierto el secreto de MANA-YOOD-SUSHAI, y sabe por tanto el porqué de la creación de los dioses.
Dicen que Hoodrazai permanece solo en Pegana, y que no habla con nadie porque conoce lo que está oculto a los dioses.
Por lo que los dioses esculpieron su imagen en una tierra solitaria, y lo representaron meditando en silencio, con los ojos clavados en la inmensidad desolada.
Dicen que Hoodrazai había oído los murmullos de MANA-YOOD-SUSHAI hablando para sí, le había llegado el sentido de alguna palabra suelta, y había comprendido; y de ser el dios de la alegría y el gozo exultante, se volvió desde entonces un dios taciturno, impasible como su efigie contemplando los desiertos que se extienden más allá de las últimas huellas del hombre.
Y dicen los camelleros que escuchan al anochecer, mientras descansan sus bestias, las historias que cuentan los viejos del mercado de Bodrahán: «Si Hoodrazai, pese a lo sabio que es, está siempre tan triste, bebamos vino, y desterremos el saber a los desiertos que hay más allá de Bodrahán». Y así, hay fiestas y risas, por las noches, en la ciudad donde terminan las caravanas.
Todo eso cuentan los camelleros cuando vuelven las caravanas de Bodrahán; pero ¿quién da crédito a las historias que los camelleros han oído a los viejos de tan remota ciudad?
DEL SER QUE NO ES NI DIOS NI BESTIA
VIENDO el profeta Yadin que la sabiduría no está en las ciudades, ni la felicidad en la sabiduría, y dado que antes de nacer había sido predestinado por los dioses a ir en pos de ella, siguió a las caravanas que iban a Bodrahán. Allí, al anochecer, donde descansan los camellos cuando el viento diurno se retira al desierto exhalando entre palmeras su última despedida y deja en paz las caravanas, envió con él su plegaria al desierto, clamando a Hoodrazai.
Y bajo el viento, elevó su plegaria diciendo: «¿Por qué siguen los dioses jugando así con los hombres? ¿Por qué Skarl no deja de batir su tambor, y no abandona MANA su descanso?» Y el eco de los siete desiertos respondió: «¿Quién sabe? ¿Quién sabe?»
Pero su plegaria fue oída en la desolada inmensidad, más allá de los siete desiertos, desde donde se recorta enorme Ranorada en el crepúsculo; y del borde de la desolada inmensidad, adonde había llegado su plegaria, surgieron volando tres flamencos; y sus voces decían: «Al Sur. Al Sur», a cada golpe de sus alas.
Pero al pasar por encima del profeta, le parecieron a éste tan frescos y libres, y el desierto tan cegador y abrasado, que alzó los brazos hacia ellos. Entonces sintió, dichoso, que volaba, y que podía seguir tras las grandes alas blancas; y se reunió con los flamencos, arriba en el frescor, por encima del desierto, y sus voces gritaban delante de él: «Al Sur. Al Sur»; y abajo, el desierto murmuraba: «¿Quién sabe? ¿Quién sabe?»
Unas veces, la tierra subía hacia ellos con los picos de las montañas; otras, descendía en abruptos barrancos; y los ríos azules les cantaban cuando cruzaban por arriba, o les llegaba débilmente la canción de las brisas que soplaban en los huertos apartados; y a lo lejos, el mar entonaba poderosos cantos fúnebres de antiguas islas abandonadas. Y no parecía en el mundo sino que había que ir hacia el Sur.
Parecía que el Sur, en alguna parte, llamaba hacia sí; y que iban hacia él.
Pero cuando el profeta vio que cruzaban el borde de la Tierra, y que al Norte de ellos estaba la Luna, comprendió que no eran aves mortales las que seguía, sino extraños mensajeros de Hoodrazai, cuyos nidos se hallaban en los valles de Pegana, al pie de las montañas donde habitan los dioses.
Sin embargo, fueron hacia el Sur, sobrevolando todos los Mundos y dejándolos al Norte, hasta que delante de ellos sólo quedó Araxes, Zadres e Hyraglion, donde el gran Ingazi parecía un mero puntito de luz, mientras que Yo y Mindo se habían perdido de vista.
Y siguieron volando, dejando atrás el Sur, y llegaron al Borde de los Mundos.
Allí no existe el Sur, ni el Este ni el Oeste, sino sólo Norte y Más Allá: sólo hay Norte, que es donde se encuentran los Mundos; y Más Allá de él, que es donde se halla el Silencio. Y el Borde lo forma una masa rocosa que nunca tocaron los dioses cuando hicieron los Mundos, en la cual habita Trogool. Trogool es el Ser que no es ni dios ni bestia, que ni aúlla ni respira, y sólo pasa las hojas de un gran libro, negras y blancas, negras y blancas, y así hasta EL FIN.
Todo lo que ha de venir está en ese libro, igual que todo lo que fue.
Cuando llega a una página en negro, se hace de noche; y cuando llega a una página en blanco, se hace de día.
Y porque está escrito que hay dioses, los dioses existen.
También hay cosas escritas sobre ti y sobre mí, hasta que ÉL llegue a la página en donde ya no figuran nuestros nombres.
Y el profeta vio a Trogool en el momento en que pasaba una página… una página en negro; y concluyó la noche, y el día asomó sobre los Mundos.
Trogool es el Ser al que llaman los hombres de muchas maneras en muchos países; es el Ser que está detrás de los dioses, y cuyo libro es el Plan de las Cosas.
Pero entonces vio Yadin que los viejos días recordados se hallaban sepultados en la parte del libro que el Ser había pasado, y supo que había quedado mil páginas atrás la última alusión al nombre de uno sobre el que ya no había nada escrito. Entonces murmuró su oración a Trogool, que sólo pasa hojas y jamás responde a las plegarias. Y suplicó a Trogool: «Sólo te pido que vuelvas tus páginas hacia atrás, hasta el nombre sobre el que ya no hay nada escrito, y en un remoto lugar llamado Tierra se elevarán las plegarias de un pueblo pequeño aclamando el nombre de Trogool; pues existe efectivamente un lugar remoto llamado Tierra donde los hombres rezarán a Trogool».
Entonces habló Trogool, que pasa las páginas y jamás responde a las oraciones, y su voz fue como los murmullos de la inmensidad desolada cuando se pierden en ella los ecos de la noche: «Aunque el torbellino del Sur tirase con sus garras de una página pasada, no podría volverla».
Entonces, a causa de las palabras del libro, que decían que sería así, Yadin descubrió que se encontraba tendido en el desierto, y que alguien le estaba dando agua; después, fue subido a un camello y llevado a Bodrahán.
Allí dijeron algunos que había estado delirando, al dominarle la sed, cuando vagaba entre las rocas del desierto. Pero ciertos ancianos de Bodrahán afirman que allí, efectivamente, en alguna parte, habita un Ser al que llaman Trogool, que no es ni dios ni bestia, y que pasa las hojas de un libro, una blanca y otra negra, una blanca y otra negra, hasta que llegue a las palabras: MAI DOON IZAHN, que significan Fin Definitivo, y el libro y los dioses y los mundos dejen de existir.
EL PROFETA YONATH
YONATH fue el primero de los profetas que habló a los hombres.
Éstas son las palabras de Yonath, el primero de entre los profetas:
Hay dioses en Pegana.
Una noche, estaba yo durmiendo. Y en mi sueño, vi que tenía Pegana muy cerca. Y Pegana estaba llena de dioses.
Vi a los dioses junto a mí, como puede ver uno las cosas cotidianas.
Únicamente no veía a MANA-YOOD-SUSHAI.
Y en esa hora, en la hora de mi sueño… comprendí.
Y el fin y principio de mi conocimiento, con todo su contenido, era éste: que el Hombre Ignora.
Busca si quieres, de noche, el borde absoluto de la oscuridad, o el punto original de donde arranca el arco iris; pero no trates de buscar el porqué de la creación de los dioses.
Los dioses han dotado de esplendor el extremo más lejano de las Cosas por Venir, de manera que parezcan más venturosas que las Cosas que Son.
Para los dioses, las Cosas por Venir no son sino como las que Son, y nada cambia en Pegana.
Los dioses, aunque no son clementes, tampoco son feroces. Destruyen los Días que Fueron; pero dotan de un aura gloriosa a los Días que Serán.
El hombre debe soportar los Días que Son, pero los dioses le han dejado su ignorancia como consuelo.
No busques el saber. Tu búsqueda te cansará, y regresarás consumido a descansar al fin al lugar de donde emprendiste la búsqueda.
No busques el saber. Yo mismo, Yonath, el más viejo de los profetas, cargado con la sabiduría de múltiples años, y cansado de buscar, sé tan sólo que el hombre ignora.
Una vez salí dispuesto a aprender todas las cosas. Ahora sé sólo una, y ya no tardarán los Años en llevárseme.
El sendero de mi búsqueda, que conduce a la búsqueda otra vez, será hollado por muchos otros cuando Yonath no sea ya Yonath.
No pongas los pies en ese sendero.
No busques el saber.
Éstas son las Palabras de Yonath.
EL PROFETA YUG
CUANDO los Años se llevaron a Yonath, y Yonath hubo muerto, dejó de haber profetas entre los hombres.
Sin embargo, los hombres querían saber.
Así que dijeron a Yug: «Sé tú nuestro profeta; aprende todas las cosas, e infórmanos acerca del porqué de Todo».
Y Yug dijo: «Yo sé todas las cosas». Y los hombres se mostraron satisfechos.
Y dijo del Principio que estaba en el jardín del propio Yug; y del Fin, que estaba a la vista de Yug.
Y los hombres olvidaron a Yonath.
Pero un día Yug vio a Mung, detrás de las colinas, que hacía el signo de Mung. Y Yug dejó de ser Yug.
EL PROFETA ALHIRETH-HOTEP
CUANDO Yug dejó de ser Yug, dijeron los hombres a Alhireth-Hotep: «Sé tú nuestro profeta, y sé tan sabio como Yug».
Y Alhireth-Hotep dijo: «Ya soy tan sabio como Yug». Y los hombres tuvieron gran contento.
Y dijo Alhireth-Hotep de la Vida y de la Muerte: «Ésos son asuntos de Alhireth-Hotep». Y los hombres le trajeron ofrendas.
Un día Alhireth-Hotep escribió en su libro: «Alhireth-Hotep conoce Todas las Cosas, pues ha hablado con Mung».
Y Mung salió de detrás de él; y haciendo el signo de Mung, dijo: «¿Así que conoces todas las cosas, Alhireth-Hotep?» Y Alhireth-Hotep pasó a formar parte de las Cosas que Fueron.
EL PROFETA KABOK
CUANDO Alhireth-Hotep estuvo entre las Cosas que Fueron, como los hombres seguían queriendo saber, dijeron a Kabok: «Sé tan sabio como Alhireth-Hotep».
Y Kabok se hizo sabio ante sí mismo, y a los ojos de los hombres.
Y dijo Kabok: «Mung hace su signo contra los hombres, y se abstiene de hacerlo por consejo de Kabok».
Y dijo a uno: «Tú has pecado contra Kabok, así que Mung hará el signo de Mung contra ti». Y a otro: «Tú ofrendas a Kabok, así que Mung se abstendrá de hacer contra ti el signo de Mung».
Una noche en que Kabok se estaba regalando con los presentes que los hombres le habían traído, oyó los pasos de Mung en el jardín, alrededor de la casa, en la oscuridad.
Y dado que la noche era tranquila, le pareció muy mal a Kabok que Mung anduviese por su jardín, sin consentimiento suyo, dando vueltas a la casa a tales horas de la noche.
Y Kabok, que sabía Todas las Cosas, sintió temor, ya que las pisadas eran muy sonoras y la noche muy callada, e ignoraba qué traía Mung tras de sí, cosa que jamás había visto nadie.
Pero cuando creció la claridad de la mañana, y hubo luz en los Mundos, y Mung dejó de rondar por el jardín, Kabok olvidó sus temores, y se dijo: «Quizá era sólo un rebaño que andaba por el jardín de Kabok».
Y se abismó en sus asuntos, que consistían en saber Todas las Cosas, e informar de Todas las Cosas a los hombres, y no hizo caso de Mung.
Pero esa noche volvió Mung a rondar por el jardín de Kabok, y a andar alrededor de la casa, en la oscuridad; y se detuvo ante la ventana como una sombra enhiesta, de manera que Kabok tuvo la certeza de que era efectivamente Mung.
Y un gran temor le atenazó la garganta a Kabok, al punto de que le salió áspera la voz al gritar: «¡Tú eres Mung!»
Y Mung inclinó levemente la cabeza, y siguió merodeando por el jardín de Kabok, y dando vueltas alrededor de la casa, en la oscuridad.
Y Kabok, acostado, escuchaba con el corazón encogido de terror.
Pero cuando comenzó a clarear la segunda madrugada, y se derramó la luz sobre los Mundos, Mung se retiró del jardín de Kabok; y durante unos momentos, Kabok sintió renacer sus esperanzas, aunque esperó con temor la llegada de la tercera noche.
Y cuando llegó la tercera noche, y acudieron a su casa los murciélagos, y amainó el viento, la oscuridad se llenó de una gran quietud.
Y acostado, Kabok, para quien las alas de la noche volaban demasiado lentas, se puso a escuchar.
Pero antes de que la noche se cruzara con la mañana en el camino entre Pegana y los Mundos, en el jardín de Kabok, los pasos de Mung se acercaron a la puerta de Kabok.
Y Kabok huyó de su casa como animal perseguido, y corrió a precipitarse sobre Mung.
Y Mung hizo el signo de Mung, señalando hacia El Fin.
Y los temores de Kabok dejaron de turbar a Kabok, pues uno y otros pasaron a formar parte de las cosas acabadas.
DE LA DESGRACIA QUE ACAECIÓ A YUN-ILARA CERCA DEL MAR, Y DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA TORRE EL FINAL DEL DÍA
CUANDO Kabok y sus temores hubieron hallado descanso, la gente buscó un profeta que no temiese a Mung, cuya mano estaba contra los profetas.
Por fin hallaron a Yun-Ilara, que cuidaba ovejas y no tenía miedo alguno de Mung; y le trajeron al pueblo para que fuese su profeta.
Y Yun-Ilara construyó una torre cerca del mar que miraba hacia poniente. Y la llamó Torre del Final del Día.
Y hacía el final del día, subía Yun-Ilara a lo alto de su torre a contemplar la puesta del Sol, y clamar contra Mung, gritando: «¡Ah, Mung, cuya mano se alza contra el Sol, y a quien los hombres abominan, aunque adoran por el miedo que te tienen, aquí está y te habla un hombre que no te teme! Señor aborrecible y despiadado del asesinato y las acciones tenebrosas: haz el signo de Mung cuando quieras; pero hasta que el silencio selle mis labios por el signo de Mung, te maldeciré en tu cara». Y las gentes de la calle miraban con asombro hacia arriba, a Yun-Ilara, que ningún temor tenía de Mung, y le llevaban presentes. Sólo en sus hogares, al caer la noche, volvían a rezar con devoción a Mung. Pero Mung decía: «¿Acaso puede un hombre maldecir a un dios?» Y seguía visitando las ciudades, y segando las vidas de las gentes.
Sin embargo, no se acercaba Mung a Yun-Ilara, a pesar de sus maldiciones contra Mung desde lo alto de su torre junto al mar.
Y Sish, arrojó al Tiempo de todos los Mundos, mató a las horas que tan bien le habían servido, llamó a otras del desierto intemporal que se extiende más allá de los Mundos, y las azuzó para que atacasen todas las cosas. Y Sish derramó su blancura sobre los cabellos de Yun-Ilara, y cubrió de yedra su torre, y cargó de cansancio sus miembros, mientras Mung pasaba junto a él calladamente.
Y cuando Sish se convirtió para Yun-Ilara en un dios menos soportable de lo que nunca fuera Mung, dejó de tronar contra Mung, desde lo alto de su torre, cada vez que el sol se ocultaba; hasta que llegó un día en que el hastío del regalo de Kib se volvió una carga demasiado pesada para Yun-Ilara.
Entonces, desde la Torre del Final del Día, gritó Yun-Ilara a Mung, diciendo: «¡Ah, Mung, el más amable de los dioses! ¡Ah, Mung, el más caramente deseado! Tu regalo de Muerte es la herencia del Hombre con la que viene el alivio y el descanso y el silencio y el retorno a la Tierra. Kib no da sino trabajo y agobios; y Sish envía pesares con cada una de las horas con que acomete al Mundo. Yoharneth-Lahai no se acerca ya más. Ya no puedo volver a alegrarme con Limpan-Tung. Cuando los otros dioses abandonan a un hombre, a éste sólo le queda Mung».
Pero Mung dijo: «¿Acaso debe un hombre maldecir a un dios?»
Y día tras día, a lo largo de la noche, clamaba Yun-Ilara: «¡Ojalá fuese la hora de la aflicción de los amigos y deudos, y de las gratas coronas de flores y las lágrimas, y de la tierra húmeda y negra! ¡Ojalá llegase el descanso bajo la yerba, donde el pie poderoso de los árboles agarra al mundo con firmeza, donde jamás pasará el viento que ahora sopla entre mis huesos, y la lluvia llegará cálida y goteante, no arrojada por la tormenta, y donde resulta sedante la progresiva dispersión a oscuras de los huesos!» Así rezaba Yun-Ilara, que en su locura y juventud había maldecido a Mung, y no había hecho caso de él.
Sin embargo, del montón de huesos que son Yun-Ilara, al pie de la torre ruinosa que en otro tiempo construyera, aún se eleva, con el viento, una voz vibrante que suplica clemencia a Mung, si es que la puede tener.
DE CÓMO LOS DIOSES ANEGARON SIDITH
LA aflicción reinaba en el valle de Sidith.
Durante tres años había habido una pestilencia, y al final de esos tres años había llegado el hambre y por si eso fuera poco, había amenaza de guerra.
Entretanto, los hombres de Sidith morían día y noche; y día y noche, en el Templo de Todos los dioses excepto Uno (pues nadie puede rezar a MANA-YOOD-SUSHAI), rezaban con fervor los sacerdotes de los dioses.
Pues se decían: «Un hombre puede oír durante mucho tiempo el zumbido de los pequeños insectos, y sin embargo, no tener conciencia de ello. Así mismo pueden los dioses no oír nuestras plegarias al principio, hasta haberlas repetido muchas veces. Pero cuando tus oraciones llevan turbando el silencio mucho tiempo, puede ocurrir que algún dios, paseando por los claros del bosque de Pegana, tropiece con una de esas plegarias perdidas que aletean como mariposas de alas rotas arrastradas por la tormenta; quizá entonces ese dios, si es clemente, se digne apaciguar los temores que nos asaltan en Sidith; o puede aplastarnos si es un dios irritable, por donde dejaremos de ver las zozobras de Sidith, con su pestilencia y su mortandad y sus presagios de guerra».
Pero al cuarto año de la pestilencia y segundo de la plaga de hambre, y cuando había sensación de guerra inminente, acudió el pueblo entero de Sidith a las puertas del Templo de Todos los dioses excepto Uno, donde nadie puede entrar, salvo los sacerdotes, sino a depositar su ofrenda y retirarse.
Y allí exclamó el pueblo: «¡Oh, Sumo Profeta de Todos los dioses excepto Uno, Sacerdote de Kib, Sacerdote de Sish y Sacerdote de Mung, Narrador de los misterios de Dorozhand, Receptor de las ofrendas del Pueblo, y Señor de las Plegarias!, ¿qué haces en el Templo de Todos los dioses excepto Uno?»
Y Arb-Hadith, que era el Sumo Profeta, respondió: «Rezo por todo el Pueblo».
Pero el pueblo replicó: «¡Oh, Sumo Profeta de Todos los dioses excepto Uno, Sacerdote de Kib, Sacerdote de Sish y Sacerdote de Mung, Narrador de los misterios de Dorozhand, Receptor de las ofrendas del Pueblo, y Señor de las Plegarias: cuatro años llevas rezando con todos los sacerdotes de tu orden, mientras nosotros traemos ofrendas y morimos sin cesar. Ahora, ya que Ellos no te han oído en estos cuatro años terribles, debes ir y llevar a Su presencia la plegaria del pueblo de Sidith, ahora que van a arrojar los truenos sobre los pastos de la montaña Aghrinaun; de lo contrario, no habrá más ofrendas a las puertas de tu templo, a la caída del rocío, con que engordéis tú y tu orden!»
»Así que irás a decirles: “¡Oh, Todos los dioses excepto Uno, Señores de los Mundos, cuyo hijo es el eclipse: llevaos de Sidith vuestra pestilencia, pues demasiado tiempo habéis jugado al juego de los dioses con el pueblo de Sidith, que de buena gana acabaría con todos los dioses!”»
Entonces, con gran temor, respondió el Sumo Profeta, diciendo: «¿Y si los dioses se enojan con Sidith y lo anegan?» Y el pueblo respondió: «Antes acabaremos con la pestilencia y el hambre y los presagios de guerra».
Esa noche, los truenos aullaron sobre Aghrinaun, que alzaba un pico por encima de todos los montes de territorio de Sidith. Y las gentes sacaron a Arb-Rin-Hadith de su templo y lo llevaron a Aghrinaun; pues se dijeron: «Esta noche andan por la montaña Todos los dioses excepto Uno».
Y Arb-Rin-Hadith fue tembloroso a los dioses.
A la mañana siguiente, pálido y tambaleante, regresó Arb-Rin-Hadith de Aghrinaun al valle, y habló a las gentes, diciendo: «Los rostros de los dioses son de hierro, y sus bocas permanecen apretadas. Nada puede esperarse de ellos».
Entonces dijeron las gentes: «Pues ve ahora a MANA-YOOD-SUSHAI, a quien nadie puede rezar: búscale en la cumbre del monte Aghrinaun, cuando se recorta claramente en la quietud que precede a la mañana; y allí, donde todas las cosas parecen descansar, descansa también MANA-YOOD-SUSHAI. Ve a él, y dile: “Has hecho dioses malvados, y se ensañan con Sidith”. Quizá se ha olvidado de sus dioses, o no sabe nada de Sidith. Has escapado de los truenos de los dioses, así que sin duda escaparás también de la quietud de MANA-YOOD-SUSHAI».
Y una madrugada, cuando el cielo y los lagos se mostraban transparentes, y Aghrinaun estaba más silencioso que el mundo, Arb-Rin-Hadith se encaminó lleno de temor hacia las laderas del monte Aghrinaun, apremiado por las gentes.
Los hombres estuvieron observando su ascensión durante todo el día. Al llegar la noche, descansó cerca de la cima. Pero antes de que despuntase el día siguiente, los que madrugaron pudieron verle en el silencio, como una mota en la montaña azulenca, extender los brazos, sobre la cima, hacia MANA-YOOD-SUSHAI. A continuación, instantáneamente, dejaron de verle; y no volvieron a ver nunca más al que había osado turbar la paz de MANA-YOOD-SUSHAI.
Los que hoy hablan de Sidith cuentan que cierta tribu poderosa y feroz aniquiló a todo un pueblo debilitado por una pestilencia, en un valle donde se alza un templo dedicado a «Todos los dioses excepto Uno», el cual carece de sumo sacerdote.
DE CÓMO IMBAUN LLEGÓ A SER, EN ARADEC, SUMO PROFETA DE TODOS LOS DIOSES EXCEPTO UNO
IMBAUN iba a ser exaltado, en Aradec, a Sumo Profeta de Todos los dioses excepto Uno.
De Ardra, Rhoodra y de las tierras situadas más allá, acudieron todos los Sumos Profetas de la Tierra al Templo de Aradec dedicado a Todos los dioses excepto Uno.
Y entonces le contaron a Imbaun cómo El Secreto de las Cosas se hallaba en el punto más alto de la bóveda que forma la Morada de la Noche, aunque estaba débilmente escrito, y en una lengua desconocida.
A medio camino de la noche entre la puesta y la salida del sol, condujeron a Imbaun a la Morada de la Noche; y le dijeron, salmodiando todos juntos: «Imbaun, Imbaun, Imbaun; mira hacia el techo, donde está escrito El Secreto de las Cosas, aunque débilmente, y en lengua desconocida».
E Imbaun miró hacia arriba; pero era tan intensa la oscuridad en el interior de la Morada de la Noche que Imbaun no veía siquiera a los Sumos Profetas que habían llegado de Ardra, Rhoodra y de las tierras de más allá, ni nada de cuanto había de la Morada de la Noche.
Entonces le preguntaron en voz alta los Sumos Profetas: «¿Qué ves, Imbaun?»
E Imbaun dijo: «No veo nada».
A continuación le preguntaron los Sumos Profetas: «¿Qué sabes tú, Imbaun?»
E Imbaun respondió: «Nada sé».
Entonces habló el Sumo Profeta de Todos los dioses excepto Uno, venido de Eld, el cual es primero de los profetas de la Tierra: «¡Oh, Imbaun!, todos hemos mirado, en la Morada de la Noche, hacia el Secreto de las Cosas, y siempre ha habido oscuridad, y ha estado el Secreto escrito débilmente, y en una lengua desconocida. Ahora ya sabes lo que saben todos los Sumos Profetas».
E Imbaun respondió: «Comprendo».
Así, pues, Imbaun fue exaltado, en Aradec, a Sumo Profeta de Todos los dioses excepto Uno; y rezó por todas las gentes que ignoraban que la oscuridad inundaba la Morada de la Noche, o que el secreto se hallaba escrito débilmente y en lengua desconocida.
Éstas son las palabras que Imbaun escribió en un libro que el pueblo pudo conocer:
«En la vigésima noche de la noningentésima luna, cuando descendió la oscuridad sobre el valle, ejecuté los ritos místicos de cada uno de los dioses del templo según mi costumbre, a fin de que ninguno de ellos se enojase esa noche y nos ahogase mientras dormíamos.
»Y al pronunciar la última palabra secreta, me quedé dormido en el templo, pues estaba cansado, con la cabeza apoyada sobre el altar de Dorozhand. Entonces, en el silencio, mientras dormía, entró Dorozhand por la puerta del templo con apariencia de hombre, me tocó en el hombro, y desperté.
»Pero cuando vi que sus ojos refulgentes y azules llenaban de luz todo el templo, supe que era un dios, aunque venía bajo forma mortal. Y dijo Dorozhand: “Profeta de Dorozhand, cuida que las gentes puedan saber”. Y me mostró los senderos de Sish que se extienden hacia los tiempos futuros.
»Entonces me mandó que me levantase, y me encaminase hacia donde él me señalaba, sin decir una sola palabra, sino ordenándome con los ojos.
»Así que la vigésima noche de la noningentésima luna marché con Dorozhand por los senderos de Sish hacia los tiempos futuros.
»Y siempre, junto al camino, los hombres mataban a otros hombres. Y el número de aquellas muertes era mayor que el producido por la pestilencia y ninguno de los males que envían los dioses.
»Y surgían ciudades, se deshacían en polvo sus casas, y el desierto volvía sin cesar por sí mismo, y cubría y sepultaba hasta el último edificio de cuantos habían turbado su paz.
»Y los hombres seguían matando hombres.
»Y por fin llegué a un tiempo en que los hombres dejaron de imponer su yugo a los animales, e hicieron animales de hierro.
»Después de lo cual, los hombres siguieron matando hombres con nieblas.
»Y entonces, debido a que el número de muertes excedía a sus deseos, llegó la paz al mundo de la mano del asesino; y los hombres dejaron de matarse.
»Y se multiplicaron las ciudades, hicieron retroceder al desierto, y dominaron su silencio.
»Y de repente, comprendí que EL FIN estaba cerca, pues había agitación sobre Pegana como de Alguien cansado de dormir; y vi al perro Tiempo encogerse para saltar, con la mirada puesta en la garganta de los dioses, estudiando una garganta tras otra, mientras se debilitaba poco a poco el batir del tambor de Skarl.
»Y si es que un dios puede tener miedo, parecía que había miedo en el semblante de Dorozhand; y me cogió de la mano, y me llevó de regreso por los senderos del Tiempo, para que no viese EL FIN.
»Entonces vi alzarse del polvo ciudades, y ser sepultadas otra vez por el desierto del que habían surgido; y otra vez me dormí en el Templo de Todos los dioses excepto Uno, con la cabeza apoyada contra el altar de Dorozhand.
»Nuevamente estaba el templo iluminado, aunque no con la luz de los ojos de Dorozhand: sólo el amanecer emergía azul del Oriente, y entraba a través de los arcos del Templo. Entonces desperté, y ejecuté los ritos y misterios matinales dedicados a Todos los dioses excepto Uno, a fin de que ninguno de ellos se enojase ese día y se llevase el Sol.
»Y comprendí que, puesto que yo, habiendo estado tan cerca de él, no había visto EL FIN, ningún hombre debía presenciarlo jamás, ni conocer el destino de los dioses. Ellos mismos lo han ocultado».
DE CÓMO IMBAUN SE ENCONTRÓ CON ZODRAK
EL profeta de los dioses descansaba tendido junto al río, y observaba correr el agua junto a él.
Y mientras descansaba, meditaba sobre el Plan de las Cosas, y sobre las obras de todos los dioses. Y encontraba el profeta de los dioses, observando el discurrir de las aguas, que era un buen Plan, y que los dioses eran benévolos; sin embargo, había sufrimiento en los mundos. Parecía que Kib era generoso, que Mung calmaba todo dolor, que Sish no azuzaba a sus horas con demasiada crudeza, y que todos los dioses eran buenos. Sin embargo, había sufrimiento en los mundos.
Entonces dijo el profeta de los dioses, mientras observaba el discurrir de la corriente: «Debe de haber algún otro dios del que no existe nada escrito». Y de repente, el profeta se dio cuenta de que había un anciano que se lamentaba en la orilla del río, el cual se quejaba: «¡Ay de mí, ay de mí!»
Tenía el rostro marcado por el signo y el sello de numerosos años; no obstante, había vigor en su cuerpo. Y éstas son las palabras que el profeta escribió en su libro: «Le dije: “¿Quién eres tú, que te lamentas a la orilla del río?” Y el anciano contestó: “Yo soy el loco”. Y le dije: “Tu frente ostenta las marcas del saber que se ha ido acumulando en los libros”. Y dijo él: “Soy Zodrak. Hace miles de años, cuidaba ovejas en una colina que descendía hasta el mar. Los dioses tienen muchos cambios de humor. Hace miles de años, estaban alegres. Y se dijeron: ‘Llamemos un hombre a nuestra presencia, a fin de podernos reír en Pegana’.
”Me arrebataron de mis ovejas, que tenía en la colina cuyas laderas descienden hasta el mar. Me llevaron a lomos del trueno. Me presentaron, cuando no era yo más que un pastor, a los dioses de Pegana, y los dioses se rieron. No se reían como los hombres, sino con ojos solemnes.
”Y Sus ojos, al mirarme, no sólo me veían a mí, sino también el Principio y EL FIN y todos los Mundos. Entonces dijeron los dioses, hablando como hablan los dioses: ‘Vete, vuelve a tus ovejas’.
”Pero yo, el loco, había oído en la tierra que quienquiera que vea a los dioses en Pegana se vuelve como ellos, si así lo pide ante Ellos, de manera que no se puede matar a quien les ha mirado a los ojos.
”Así que yo, el loco, dije: ‘He mirado a los dioses en los ojos, y pido lo que puede pedir un hombre a los dioses cuando les ha visto en Pegana’. Y los dioses inclinaron la cabeza; y dijo Hoodrazai: ‘Es la ley de los dioses’.
”Pero yo, que no era más que un pastor, ¿qué podía saber?
”Así que dije: ‘Haré ricos a los hombres’. Y los dioses dijeron: ‘¿Qué es ser rico?’
”Y yo dije: ‘Les enviaré amor’. Y los dioses dijeron: ‘¿Qué es amor?’ Y envié oro a los Mundos; y con él, ¡ay!, envié la pobreza y la discordia. Y envié amor a los Mundos, y con él envié la aflicción.
”Y ahora he mezclado el oro y el amor de la manera más dolorosa, y jamás podré reparar lo que he hecho, pues las acciones de los dioses quedan hechas para siempre, y nadie las puede deshacer.
”Entonces dije: ‘Concederé sabiduría a los hombres para que puedan estar alegres’. Y los que recibieron mi sabiduría descubrieron que no sabían nada; y, de ser felices, pasaron a no conocer nunca más la alegría.
”Y así, queriendo hacer felices a los hombres, les he hecho desgraciados, y he echado a perder el hermoso plan de los dioses.
”Y ahora mi mano seguirá eternamente puesta sobre la esteva de Su arado. Yo era sólo un pastor; así que, ¿cómo iba yo a saber lo que sucedería?
”Ahora vengo a ti, que descansas junto al río, a pedirte perdón, ya que lo que más ansío es el perdón de un hombre”.
»Y yo contesté: “¡Oh, Señor de los siete cielos, cuyos hijos son los temporales!, ¿puede un hombre perdonar a un dios?”
»Y respondió él: “Los hombres no han pecado contra los dioses como ellos lo han hecho contra los hombres, desde que yo intervine en Sus consejos”.
»Y yo, el profeta, contesté: “¡Oh, Señor de los siete cielos cuyo juguete es el trueno, tú estás entre los dioses! así que, ¿qué necesidad tienes de las palabras de ningún hombre?”
»Y dijo él: “En verdad, estoy entre los dioses, los cuales me hablan como hablan al resto de los dioses, aunque siempre hay una sonrisa en Sus bocas, y una mirada en Sus ojos que dice: ‘Tú eres hombre’”Y yo dije: “¡Oh, Señor de los siete cielos a cuyos pies los Mundos son como arena a la deriva, porque me lo pides, yo, un hombre, te perdono!”
»Y él contestó: “Yo sólo era un pastor, y no podía saber nada”. Y desapareció a continuación».
PEGANA
EL profeta de los dioses alzó la voz y clamó a los dioses: «¡Oh, Todos los dioses excepto Uno! (pues nadie puede rezar a MANA-YOOD-SUSHAI). ¿Adónde irá a parar la vida del hombre cuando haga Mung contra su cuerpo el signo de Mung?, pues las gentes con las que jugáis quieren saber».
Pero los dioses respondieron, hablando a través de la niebla:
—Aunque tuvieses que contar tus secretos a las bestias, y aunque las bestias comprendiesen, no te confiarían los dioses, a ti, el secreto de los dioses, para que, sabiendo las mismas cosas, dioses y bestias y hombres fueran iguales.
Esa noche Yoharneth-Lahai fue a Aradec, y dijo a Imbaun: «¿Por qué quieres saber el secreto de los dioses, cosa que los dioses no te pueden revelar?
»Cuando el viento no sopla, ¿dónde está?
»O cuando no estás vivo, ¿dónde estás tú?
»¿Qué le importan al viento las horas de calma, o a ti la muerte?
»Tu vida es larga; la Eternidad, corta.
»Tan corta que, si murieses y pasase la Eternidad, y tras su paso volvieses a vivir, dirías: “Se me han cerrado los ojos un instante”.
»Hay una Eternidad detrás de ti, lo mismo que hay otra delante. ¿Acaso has llorado los evos que han transcurrido sin ti, para tener miedo a los que han de pasar después?»
Entonces dijo el profeta: «¿Cómo diré a las gentes que los dioses no han hablado, y que su profeta ignora? Pues entonces dejaré de ser profeta, y otro recibirá las ofrendas de las gentes en mi lugar».
Entonces dijo Imbaun a la gente: «Los dioses han hablado, diciendo: “¡Oh, Imbaun, profeta Nuestro! es tal como la gente cree, cuya sabiduría ha descubierto el secreto de los dioses: cuando el pueblo muera, irá a Pegana, y allí vivirá con los dioses, y allí tendrá placeres sin dolor. Y Pegana es un lugar de picos de montaña enteramente blancos, con un dios sobre cada uno de ellos, y las gentes se tenderán en las laderas, cada uno al pie del dios que más ha venerado cuando su destino estaba en estos Mundos. Y allí, te llegará una música que jamás has soñado, con la fragancia de los huertos de los Mundos, cuando alguien cante, en alguna parte, una antigua canción que sonará como algo semirrecordado. Y habrá jardines perpetuamente soleados, y arroyos que no correrán a perderse en el mar bajo cielos eternamente azules. Y no habrá lluvia ni pesar. Sólo las rosas, que en la Pegana suprema han alcanzado su plenitud, dejarán caer pétalos en forma de lluvia a tus pies; y de muy lejos, de la olvidada Tierra, llegarán hasta ti las voces que alegraron tu niñez en los jardines de tu juventud. Y si, al oír esas voces no olvidadas, suspiras por algún recuerdo de la Tierra, entonces los dioses enviarán mensajeros alados para que te consuelen en Pegana, diciéndoles: ‘Hay uno que suspira porque se acuerda de la Tierra’. Y harán Pegana aún más seductora para ti, y te cogerán de la mano y susurrarán en tu oído hasta que olvides esas viejas voces.
»Y además de las flores de Pegana, habrá crecido hasta allí el rosal que trepaba junto a la casa donde naciste. Y allí llegarán también los ecos errabundos de toda la música que en otro tiempo te encantó.
»Y cuando estés sentado en el césped que tapiza las montañas de Pegana, y oigas la melodía que adormece el alma de los dioses, verás desplegarse a lo lejos, a tus pies, la Tierra desventurada; y contemplando sus aflicciones desde ese arrobamiento, te alegrarás de hallarte muerto.
»Y de las tres grandes montañas que descuellan por encima de todas las demás —Grimbol, Zeebol y Trehagobol—, descenderá el viento matinal, y el viento del crepúsculo, y el de mediodía, llevados por las alas de todas las mariposas que han muerto en los Mundos, a refrescar a los dioses y Pegana.
»Muy dentro de Pegana, una fuente argentina, atraída con encantos por los dioses desde el Mar Central, lanzará su agua hacia arriba, más alto que los picos de Pegana, por encima de Trehagobol, que se pulverizará en una bruma centelleante, cubriendo la Pegana Suprema y formando un velo en torno al lugar donde descansa MANA-YOOD-SUSHAI.
»Solo, inmóvil y remoto, al pie de una de las montañas del interior, se encuentra el gran estanque azul.
»Quienquiera que se asome a sus aguas puede contemplar entera su propia vida, tal como fue en los Mundos, con todas las obras realizadas.
»Nadie anda junto a ese estanque, ni mira sus profundidades, pues todos en Pegana han sufrido y cometido algún pecado, y todo lo tienen allí.
»Y en Pegana no existe la oscuridad; pues cuando la noche ha vencido al sol, y ha acallado a los Mundos, y ha vuelto grises los blancos picos de Pegana, entonces brillan los ojos azules de los dioses, como el Sol sobre el mar, mientras descansa cada dios sobre su montaña.
»Y al Final, una tarde, quizá en verano, dirán los dioses hablando con los dioses: “¿Cómo será MANA-YOOD-SUSHAI, y cómo será EL FIN?”
»Y entonces MANA-YOOD-SUSHAI apartará con la mano las brumas que ocultan su descanso, y dirá: “Éste es el Rostro de MANA-YOOD-SUSHAI y éste es EL fin”».
Entonces dijeron las gentes al profeta: «¿No habrá un círculo de montes negros en alguna tierra abandonada, en forma de caldero del ancho de un valle, en el que ruja y hierva la roca derretida, y salgan lanzados hacia arriba peñascos de montaña para hundirse otra vez en medio del borboteo, donde puedan hervir allí eternamente nuestros enemigos?»
Y el profeta respondió: «Al pie de las montañas de Pegana, sobre las cuales descansan los dioses, está escrito: “Tus enemigos son perdonados”».
LAS PALABRAS DE IMBAUN
DIJO el Profeta de los dioses: «Allá junto al camino hay sentado un falso profeta; y a todo el que anda detrás de conocer los días ocultos le dice: “Mañana te hablará el Rey, cuando pase en su carro”».
Pero además, todo el pueblo le trae presentes; y el falso profeta recibe más de los que escuchan sus palabras que el Profeta de los dioses.
Entonces dijo Imbaun: «¿Qué sabe el Profeta de los dioses? Sólo sé que los hombres y yo no sabemos nada acerca de los dioses ni acerca de los hombres. ¿Debo decir esto a las gentes, yo, que soy su profeta?
»Pues, ¿por qué eligen las gentes a sus profetas, sino para que alienten las esperanzas del pueblo, y digan que sus esperanzas son ciertas?»
El falso profeta dice: «Mañana te hablará el Rey».
¿No puedo decir yo: «El día de Mañana, cuando descanses en Pegana, los dioses hablarán contigo?»
Y el pueblo será feliz; y sabrán, los que han creído en las palabras del profeta al que eligieron, que sus esperanzas son ciertas.
Pero ¿qué sabe el Profeta de los dioses, al que nadie va a decirle: «Tus esperanzas son ciertas», al que nadie puede hacer signos extraños ante sus ojos que conjuren su miedo a la muerte, y para quien todo es vano, salvo el cántico de sus sacerdotes?
El Profeta de los dioses ha cambiado su felicidad y sabiduría, y ha renunciado a sus esperanzas en favor del pueblo.
Dijo también Imbaun: «Cuando, de noche, te encuentres enojado, observa lo tranquilas que están las estrellas; ¿van a murmurar los seres pequeños cuando hay esa paz entre los grandes? Y cuando, de día, te sientas enojado, contempla los montes lejanos, y observa la calma que adorna sus rostros. ¿Vas a seguir en tu enojo cuando ellos están tan serenos?
»No te enojes con los hombres, pues son empujados como tú por Dorozhand. ¿Acaso se acometen unos a otros los bueyes cuando van uncidos al mismo yugo?
»Y no te enojes con Dorozhand, porque será como golpear tus dedos desnudos contra un peñasco de hierro.
»Todo es así porque así debía ser. No murmures, pues, contra lo que es, puesto que así tiene que ser».
Y dijo Imbaun: «El Sol se eleva y cubre de luz gloriosa las cosas que ve; y, gota a gota, convierte el humilde rocío en toda suerte de pedrerías. Y viste los montes de esplendor.
»También nace el hombre. Y una luz gloriosa ilumina los jardines de su juventud. Uno y otro hacen un largo viaje para cumplir lo que Dorozhand desea de ellos.
»No tardará ahora en ponerse el sol, y muy suavemente empezarán a parpadear las estrellas en la quietud.
»También el hombre muere. En silencio, junto a su tumba, llorarán sus amigos y deudos.
»¿No volverá a surgir su vida en algún lugar de los mundos? ¿No volverá a contemplar los jardines de su juventud? ¿O acaso camina hacia su fin?»
DE CÓMO IMBAUN HABLÓ DE LA MUERTE AL REY
HABÍA llegado tal pestilencia a Aradec que el Rey, desde su palacio, veía morir a los hombres. Y viendo la Muerte, temía el Rey que un día muriese él también. Así que mandó a sus guardias que trajeran ante él al profeta más sabio que pudiesen hallar en Aradec.
Entonces fueron los heraldos al templo de Todos los dioses excepto Uno, y alzaron la voz, tras ordenar silencio primero, diciendo: «Rhazahan, rey de Aradec, príncipe por derecho de Ildun e Ildaun, príncipe por conquista de Pathia, Ezek y Azhan, y Señor de los Montes, envía saludos al Profeta de Todos los dioses excepto Uno».
Seguidamente, lo condujeron ante el Rey.
Y el Rey dijo al profeta: «¡Oh, Profeta de Todos los dioses excepto Uno!, ¿moriré yo también?»
Y el profeta contestó: «¡Oh, Rey, tu pueblo no puede vivir en eterna alegría, y un día el Rey morirá!»
Y respondió el Rey: «Bien puede ser; pero lo que sí es cierto, es que tú vas a morir. Tal vez yo muera algún día; pero hasta entonces, las vidas de mis súbditos están en mis manos».
Y seguidamente, los guardias se llevaron al profeta.
Y surgieron profetas en Aradec que no hablaron de la muerte a los reyes.
DE OOD
DICEN los hombres que si llegas al Sundari, más allá de todas las llanuras, y asciendes a su cumbre sin ser sepultado por los aludes que siempre acechan en sus laderas, verás ante ti numerosos picos. Y si los escalas, y cruzas sus valles (de los que hay siete, como siete son los picos), llegarás finalmente a la tierra de los montes olvidados, donde en medio de múltiples valles y blanca nieve se alza el «Gran Templo de Un Solo dios».
En él hay un profeta que no hace nada, y un grupo de soñolientos sacerdotes a su alrededor.
Son los sacerdotes de MANA-YOOD-SUSHAI. Dentro del templo está prohibido trabajar; tampoco se permite rezar. En su interior no existe diferencia entre la noche y el día. Todos descansan como descansa mana. Y su profeta se llama Ood.
Ood es el profeta más grande de toda la Tierra, y se ha dicho que si Ood y sus sacerdotes rezasen y elevasen juntos sus cánticos invocando a MANA-YOOD-SUSHAI, entonces despertaría MANA-YOOD-SUSHAI, pues sin duda oiría las plegarias de su profeta… Y los Mundos dejarían de existir.
Hay también otro camino que conduce a la tierra de las colinas olvidadas, llano y recto, que atraviesa el corazón de las montañas. Pero por ciertas razones ocultas, es mejor que elijas cruzar por la nieve y los picos, aun a riesgo de perecer en la empresa, y no pretendas llegar hasta Ood por ese camino llano y derecho.
EL RÍO
NACE un río en Pegana que no es río de agua ni de fuego, el cual fluye por los cielos hasta el mismo Borde de los Mundos: es un río de silencio. De un extremo al otro de los Mundos hay sonidos, ruidos de movimiento, y ecos de voces y de canciones; pero en ese Río no se ha oído jamás rumor alguno, pues en él mueren todos los ecos.
Ese Río brota del batir de tambor de Skarl, y discurre perpetuamente entre riberas de truenos, hasta que llega a la inmensidad desierta que está más allá de los Mundos, detrás de la estrella más lejana, al Mar de Silencio.
Yo me hallaba tumbado en ese desierto, lejos de todas las ciudades y ruidos; y por encima de mí corría el Río de Silencio, de parte a parte del cielo; y en el borde del desierto, la noche luchaba con el Sol, hasta que súbitamente lo venció.
Entonces vi en el Río la nave construida de sueños del dios Yoharneth-Lahai, alzando su enorme proa gris en el aire, sobre el Río de Silencio.
Sus tablas eran antiguos sueños, soñados hacía mucho tiempo, sus altos y rectos mástiles eran fantasías de poetas, y su aparejo lo formaban las esperanzas de las gentes.
En la cubierta iban remeros agarrados a sus remos de onírica solidez; remeros que eran hijos de la fantasía de los hombres, príncipes de antiguas historias, y gente muerta o que jamás existió.
Se inclinaban adelante y atrás, llevando a Yoharneth-Lahai por los mundos, sin hacer jamás ruido alguno con sus remos. Pues con cada soplo de viento que llega hasta Pegana, llegan esperanzas y fantasías de las gentes que carecen de hogar en los Mundos; y Yoharneth-Lahai teje sueños con ellas, para así devolverlas a quienes les dieron origen.
Y cada noche zarpa Yoharneth-Lahai en su onírica nave, con todo su cargamento de sueños, para llevar de nuevo a las gentes sus viejas esperanzas y todas sus olvidadas fantasías.
Pero antes de que el día regrese, y que los victoriosos ejércitos del amanecer arrojen sus rojas lanzas al rostro de la noche, Yoharneth-Lahai abandona los Mundos dormidos, y retorna por el Río de Silencio que va de Pegana al Mar de Silencio, el cual se halla más allá de los Mundos.
Y ése es el río que llaman Imrana, Río de Silencio. Los que están cansados del ruido de las ciudades y hastiados de clamor, se acercan de noche a la nave de Yoharneth-Lahai, suben a bordo de ella y, abriéndose paso entre los sueños y fantasías de otro tiempo, se tumban en su cubierta; y durmiendo, entran a formar parte del Río, mientras Mung, detrás, hace el signo de Mung, porque así lo han de recibir. Y echados en la cubierta entre sus propias fantasías recordadas y canciones que nunca se cantaron, remontan antes de amanecer el río Imrana, adonde no llega el rumor de las ciudades, ni se oye la voz del trueno, ni el aullido nocturno del Dolor que roe los cuerpos de los hombres, ni los lejanos y olvidados gemidos de los pequeños sufrimientos que afligen a los Mundos.
Pero en las puertas de Pegana, donde el Río fluye entre las grandes constelaciones gemelas Yum y Gothum, y Yum se yergue centinela a su izquierda y Gothum a su derecha, está Sirami, señor de Todo Olvido. Y cuando la nave se acerca, Sirami escruta con sus ojos de zafiro los rostros —y más adentro de ellos— de los que llegan cansados de las ciudades; y al mirarlos, como el que mira ante sí y no recuerda nada, saluda blandamente con la mano. Y en medio del saludo de su mano, aquél a quien mira Sirami queda despojado de todo recuerdo, salvo de ciertas cosas que no puede olvidar ni aun más allá de los Mundos.
Se ha dicho que cuando Skarl deje de batir su tambor, y despierte MANA-YOOD-SUSHAI, y sepan los dioses de Pegana que ha llegado EL FIN, embarcarán todos ellos en galeras de oro, cuyos soñados remeros les llevarán por el curso del Imrana (quién sabe por qué), hasta que el Río desemboque en el Mar de Silencio, donde no serán dioses de nada, donde nada es, y adonde jamás llegará un solo ruido. Y a lo lejos, en las riberas del Río, ladrará el Tiempo, el viejo perro sabueso, deseoso de destrozar a sus amos; entretanto, MANA-YOOD-SUSHAI meditará algún plan sobre otros dioses y otros mundos.
EL AVE DEL DESTINO Y DEL FIN
POR último, el trueno, tratando de escapar al destino de los dioses, rugirá horriblemente entre los Mundos, mientras el Tiempo, el perro sabueso de los dioses, ladrará hambriento a sus amos, porque la vejez lo habrá dejado flaco.
Y de los valles más recónditos de Pegana, Mosahn, el ave del Destino cuya voz es como la trompeta, se elevará con enérgicos aletazos por encima de los dioses y de los montes de Pegana, y una vez arriba, con su voz de trompeta, proclamará EL FIN.
Entonces, en medio del escándalo y furia de Su perro, los dioses harán todos, por última vez en Pegana, el signo de los dioses, bajarán con sosegada dignidad a sus doradas galeras, y emprenderán Su viaje por el Río de Silencio para no volver ya más.
Entonces se desbordará el Río, subirá una marea del Mar de Silencio que anegará todos los Mundos y cielos, mientras MANA-YOOD-SUSHAI, en el Centro de Todas las Cosas, permanecerá sumido en profunda meditación. Y el Tiempo, una vez suprimidos los Mundos y ciudades donde él solía saciar su hambre, al no encontrar qué devorar, morirá súbitamente.
Pero hay quienes sostienen —y ésta es la herejía de los saigoths— que cuando los dioses suban finalmente a sus galeras de oro, Mung, solo, dará media vuelta; y dando la espalda a Trehagobol, y blandiendo la Espada Cortante llamada Muerte, se enfrentará por última vez al Tiempo, con su vaina de Sueño golpeando vacía en su costado.
Allí, bajo Trehagobol, lucharán solos cuando todos los dioses se hayan ido.
Y dicen los saigoths que el perro acechará con malicia a Mung durante dos días y dos noches… días y noches en los que no alumbrará ningún sol ni luna, pues se irán hundiendo en el cielo con todos los mundos cuando las galeras se alejen; porque salieron de los dioses, y los dioses ya no estarán.
Y entonces el perro saltará sobre Mung y le destrozará la garganta; y éste, haciendo por última vez el signo de Mung, descargará con la Muerte su golpe, hendiéndole la cruz; y esa Espada, manchada con la sangre del Tiempo, enmohecerá, desaparecerá.
Entonces MANA-YOOD-SUSHAI se habrá quedado solo, sin la Muerte y sin el Tiempo, y no volverán a silbar las horas en su oído, ni oirá sisear en el aire las vidas fugaces.
Y las galeras de oro se llevarán a los dioses muy lejos de Pegana, y sus rostros reflejarán una completa serenidad, porque habrán comprendido que es EL FIN.