42.

Julio de 2004

La noche en que murió Luke, la ciudad de Madison no pudo dormir.

Los vecinos se apiñaban a lo largo de las cintas de la policía tratando de espiar unas cuantas briznas del espectáculo. Los haces de las luces de los coches patrulla barrían la calle. Varios agentes de la división criminal de la policía del estado de Connecticut llegaron desde New Canaan para hacerse cargo de la investigación.

A Woody lo detuvieron y lo trasladaron a la comisaría central del estado, en New Canaan. Tenía derecho a hacer una llamada telefónica, que fue para Tío Saul.

Este último llamó a un abogado amigo suyo de New Canaan y se puso en camino inmediatamente hacia allí con Hillel. Llegaron a la una de la madrugada y pudieron hablar con Woody. Tenía heridas superficiales que los sanitarios de la ambulancia le habían curado en la comisaría central. A Colleen la habían tenido que llevar al hospital. Había recibido una buena paliza.

Woody, conmocionado, contó detalladamente lo que había pasado en casa de Luke.

—No tuve elección —explicó—. Iba a matarnos a los dos.

—No te preocupes —lo tranquilizó Tío Saul—. Estabas en situación de legítima defensa. Te vamos a sacar de aquí.

Tío Saul y Hillel se quedaron a pasar la noche en un hotel de New Canaan. Woody iba a comparecer ante el juez al día siguiente. Dadas las circunstancias, quedó en libertad bajo fianza de cien mil dólares, que pagó Saul. La fecha del juicio se fijó el 15 de octubre.

Hillel me avisó de lo que había pasado y me fui inmediatamente a Connecticut. Woody tenía prohibido salir del estado pero tampoco se podía quedar en Madison después de lo que había ocurrido.

Hillel y yo le encontramos una casa de alquiler modesta y tranquila en una ciudad cercana, donde Colleen se reunió con él al salir del hospital.

*

Los dos meses y medio que faltaban hasta el juicio de Woody pasaron bastante rápido.

Hillel y yo nos turnábamos para hacerle compañía. Era mejor no dejarlo solo. Por suerte, estaba Colleen, que era tan dulce con él. Se anticipaba a sus necesidades. Velaba por él. Era su salvavidas.

Pero la única persona capaz de hacerlo reaccionar de verdad era Alexandra. Lo vi cuando acudió a su vez a la casa de Connecticut.

Con nosotros, Woody solía quedarse callado. Respondía educadamente a las preguntas que le hacíamos y se esforzaba por poner buena cara. Cuando quería estar solo, se iba a correr. Cuando Alexandra estaba con él, sí que hablaba. Era distinto.

Comprendí que la quería. Igual que yo, desde siempre, desde que la conocimos en 1994, la quería. Apasionadamente. Tenía sobre él el mismo efecto que sobre mí. Tenían las mismas charlas interminables. En varias ocasiones, se pasaron charlando varias horas en la terracita de madera que había delante de la casa.

Yo daba la vuelta por detrás y me sentaba en el suelo, en la hierba, en una esquina donde no podían verme. Los escuchaba. Woody se lo contaba todo. Le abría el corazón como nunca había hecho con nosotros.

—No es como con Anita —le explicaba—. Por Luke no siento nada. No estoy triste, no tengo remordimientos.

—Fue en legítima defensa, Woody —dijo Alexandra.

Él no parecía muy convencido.

—En realidad, siempre he sido violento. Desde pequeño, lo único que sé hacer es pegar a la gente. Así fue como conocí a los Baltimore, porque me peleaba. Y así es como los dejaré.

—¿Dejarlos? ¿Por qué? ¿Por qué dices eso?

—Creo que me van a condenar. Creo que este es el final.

—No digas esas cosas, Woody.

Alexandra le cogía la cara entre las manos, clavaba los ojos en los suyos y le decía:

—Woodrow Finn, te prohíbo que digas esas cosas.

Yo sentía celos de esos momentos de intimidad que espiaba. Alexandra le hablaba a él como me hablaba a mí. También a mí, cuando quería echarme alguna bronca cariñosa, me llamaba por el nombre y el apellido. Me decía: «Marcus Goldman, deja de hacer el tonto». Era su forma de hacerse la enfadada.

Algunas veces, se enfadaba de verdad. Tenía unos ataques de ira soberbios. Infrecuentes pero magníficos. Se puso furiosa conmigo al descubrir que yo espiaba los ratos que pasaba con Woody y que, de propina, me ponía celoso.

Cuando me sorprendió, para no montar una escena en casa, le dijo a Woody y a Colleen:

—Marcus y yo nos vamos al súper.

Nos subimos al coche de alquiler, condujo hasta que perdimos de vista la casa, se paró y empezó a chillar:

—Marcus, ¿te has vuelto completamente loco? ¿Estás celoso de Woody?

Tuve la mala ocurrencia de protestar. De decirle que estaba demasiado pendiente de él y que lo llamaba por el nombre y el apellido.

—Marcus, Woody ha matado a un hombre. ¿Entiendes lo que significa? Lo van a juzgar. Yo creo que necesita a sus amigos. ¡Y acumular resentimientos estúpidos contra tus primos no es portarse como un amigo!

Tenía razón.

Woody era el único que pensaba que iba a ir a la cárcel. Tío Saul, que fue varias veces a Connecticut para preparar la defensa, estaba convencido de lo contrario.

Hasta que tuvo acceso al expediente de la acusación no se dio cuenta de que la situación era más grave de lo que pensaba.

La oficina del fiscal no había aplicado la presunción de legítima defensa. Por el contrario, consideraba que Woody había allanado la vivienda de Luke, con el agravante de ir armado. Se podía considerar que era Luke quien había actuado en legítima defensa al intentar reducir a Woody. Así pues, la fiscalía acusaba a Woody de asesinato. En cuanto a Colleen, cabía la posibilidad de que la considerasen cómplice. Se iba a abrir una investigación penal al respecto.

En la casa de Connecticut, que hasta entonces había estado al margen de la agitación del caso, empezó a cundir el pánico. Colleen decía que no soportaría ir a la cárcel.

—No te preocupes —le repetía Woody—. No tienes nada que temer. Yo te protegeré, como me protegiste tú cuando murió Anita.

No comprendimos qué quería decir exactamente hasta que se inició el juicio. Woody, sin haber informado a Tío Saul ni a su abogado, se acusó de haber incitado a Colleen a acompañarlo a casa de Luke. Aseguró que ella había intentado disuadirlo y como, a pesar de todo, él había entrado en la casa, había ido tras él para obligarlo a salir. Y en ese momento llegó Luke y se les echó encima.

Durante el receso, el abogado de Woody intentó hacerlo entrar en razón.

—¡Estás loco, Woody! ¿Cómo se te ocurre acusarte así? ¿De qué sirve que yo te defienda si te saboteas a ti mismo?

—¡No quiero que Colleen vaya a la cárcel!

—Déjame a mí y nadie irá a la cárcel.

Basándose en el testimonio de varios vecinos de Madison, el abogado de Woody pudo establecer el calvario al que Luke tenía sometida a Colleen. Pero el fiscal volvió a la carga con más ímpetu: no era Colleen quien había matado a Luke y el hecho de que este la hubiera maltratado durante su matrimonio no era pertinente para determinar si Woody había actuado en legítima defensa. Para la acusación, Woody no había disparado para impedir un ataque, tal y como indicaba el principio de la legítima defensa. Había entrado en casa de Luke con un arma. Tenía intención de acabar con él desde el principio.

El juicio se estaba convirtiendo en una pesadilla. Después de dos días de debates, ya no cabía ninguna duda de que a Woody lo iban a condenar. Para evitar una pena excesiva, Tío Saul sugirió llegar a un acuerdo con la acusación: Woody se declararía culpable de asesinato a cambio de una condena reducida. Durante la reunión a puerta cerrada para establecer el acuerdo, el fiscal se mostró inflexible:

—No voy a pedir menos de cinco años de cárcel —dijo—. Woodrow estuvo esperando a Luke en su casa y luego lo mató.

—Usted sabe que eso no es cierto —vociferó el abogado de Woody.

—Cinco años de cárcel —repitió el fiscal—. Y usted sabe que le estoy haciendo un favor. Le podrían caer fácilmente diez o quince años.

Tío Saul, Woody y el abogado estuvieron luego hablando mucho rato. A Woody se le veía el pánico en los ojos: no quería ir a la cárcel.

—Saul —le dijo a mi tío—, ¿te das cuenta de que si digo que sí me van a esposar inmediatamente y a encerrarme durante cinco años?

—Pero si lo rechazas, te arriesgas a que te encierren buena parte de tu vida. Dentro de cinco años, aún no habrás cumplido los treinta y tendrás tiempo de volver a empezar.

Woody estaba hundido: era consciente desde el principio de a qué se exponía, pero ahora estaba pasando de verdad.

—Saul, pídeles que no me detengan en el acto —le suplicó Woody—. Pídeles que me dejen unos días de libertad. Quiero presentarme en la cárcel como un hombre libre. No quiero que me encadenen como a un perro en el próximo cuarto de hora y que me arrojen al fondo de un furgón policial.

El abogado le presentó la solicitud al fiscal, que aceptó el acuerdo. Así fue como condenaron a Woody a cinco años de cárcel con ingreso diferido; la fecha fijada para el encarcelamiento era una semana más tarde, el 25 de octubre, en el penal estatal de Cheshire, en Connecticut.