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Provisionalmente empleo el concepto «arte moderno» en un sentido amplio que abarca todo el arte innovador de este siglo. Me permito esta laxitud inicial porque creo que su multiforme, anárquica y desmelenada variedad forma un sistema que se puede estudiar estructuralmente como conjunto de posibilidades combinatorias y cuya unidad proviene, precisamente, de su vocación ingeniosa. Esta noción permite dar un sentido coherente a muchos fenómenos aparentemente inconexos, entre los que se encuentra la inestable combinación de desfachatez y seriedad que se da en el arte moderno. Soporta como puede las tensiones entre moralidad y libertinaje, gratuidad y obsesión por el dinero, despreocupación y compromiso político, y no siempre consiguió acordar tantas contradicciones. El coqueteo del arte moderno con lo político, por poner un ejemplo, no pasó de ser un flirteo, por más que Breton se afiliara al Partido Comunista y redactara en colaboración con Trotski un manifiesto titulado Para un arte revolucionario independiente. La radical huida de la seriedad, que su carácter ingenioso le imponía, no era compatible con la revolución. Sartre acusó con violencia a los surrealistas, afirmando que su único vínculo con el Partido Comunista era la idea de negatividad, el ímpetu de destruir lo dado.

Un picoteo rápido en la bibliografía sobre modernidad y posmodernidad permite recuperar todos los componentes del campo semántico del ingenio. La modernidad surge con la idea de un sujeto autónomo, y su tema constante es la libertad. Cuando Rimbaud dice que «es preciso ser absolutamente moderno», nos está diciendo que «es necesario ser relativos», y tanto él como Baudelaire exaltan «lo nuevo, lo desconocido, lo efímero, lo transitorio, fugitivo, contingente, ambiguo, aleatorio». En la modernidad culmina un proceso, iniciado en el Renacimiento, de culto por lo nuevo y original en el arte, que acaba delatando su profundo carácter emancipador (Vattimo, 1990). En 1931, Walter Benjamin escribía sobre el «carácter destructivo» de la cultura de su tiempo: «Sólo conoce una consigna: hacer sitio; sólo una actividad: despejar. (Guiño filológico: el “despejo” era una de las características que Gracián descubría en el ingenio). Su necesidad de aire fresco y espacio libre es más fuerte que todo odio» (Benjamin, 1931).

El concepto de arte ingenioso explica que la frivolidad del arte moderno, su desprecio sarcástico de la realidad e incluso del arte mismo, coexistan con una innegable vocación moralista, predicadora, proselitista. Tristan Tzara, Kandinsky, Warhol o Beuys no se conforman con ser artistas, y se consideran investidos de una dignidad profética. Son implacables maestros que predican la muerte del maestro. Como les sucede siempre a los escépticos o a los pensadores paradójicos, cada una de sus afirmaciones anula su derecho a hacer afirmaciones. Son constructores de solares, creadores de vacíos, es decir, liberadores. Lo que da sentido a su contradictoria actividad es la afirmación obsesiva de la libertad como valor máximo. Con frecuencia, el arte es sólo una parábola de esa libertad. Ahora bien, como se trata de una libertad desligada, que se funda en una sistemática devaluación de todos los valores existentes, es una libertad ingeniosa.

Elogio y refutación del ingenio
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