En 1894, Paul Valéry escribía a André Gide: «Entre los libros realmente indispensables y que nadie escribirá, hojeo frecuentemente en mi espíritu la Historia y filosofía de la ingeniosidad». Pues bien: aquí está. No lo he escrito por inspiración de Valéry, pero cito este texto porque es delicioso saberse tan esperado y necesario.
Mi interés por el tema procede de otras fuentes. Los estudios sobre inteligencia artificial han demostrado que el ingenio es una actividad demasiado compleja para los ordenadores. Decir una agudeza, hacer un juego de palabras o inventar un chiste continúan siendo, por ahora, exclusivas humanas. Así las cosas, pensé que sería interesante prolongar la obra de Kant, aunque no soy kantiano de estricta observancia, con una Crítica de la inteligencia ingeniosa que explicara las condiciones de posibilidad de una actividad tan extravagante. Kant se preguntó: ¿Cómo ha de ser el entendimiento humano para que la ciencia sea posible? Mi pregunta es: ¿Cómo tiene que funcionar la inteligencia humana para que sean posibles las ingeniosidades?
El asunto me atrajo por su carácter integrador, que me permitía disfrutar con los grandes ingeniosos y aplicar los hallazgos de los grandes científicos. Tengo a convicción de que la filosofía ha de salir de su invernadero, para incorporarse al grupo de ciencias de vanguardia. El mundo científico está en ebullición y la filosofía carece una ancianita que se entretiene mirando fotografías amarillentas, que son su propia historia, la psicología cognitiva, la lingüística, las ciencias de la computación, la neuropsicología, la psicolingüística, incluso la retórica, están estudiando temas tradicionalmente reservados a la filosofía. Hace falta una ciencia de síntesis que aproveche esos materiales dispersos. La filosofía ha sido siempre obra de hércules solitarios. Ya es hora de que los filósofos perdamos esa altanería, que tan frecuentemente conduce a la esterilidad.
Tropecé al dar el primer paso, porqué definir el ingenio resultó ser una tarea complicada, a la que tuve que dedicar el libro entero. Al final ha resultado ser un concepto existencial, psicológico y estético, además de una importante categoría cultural.
Agradezco a Álvaro Pombo, Paloma Ocaña y Eduardo Nadal la lectura del manuscrito y sus comentarios. A Julio Marina, su colaboración y la de sus ordenadores; a Eva Marina, la documentación sobre teatro de vanguardia y a Marisa López-Penas la elaboración del campe léxico del ingenio. Mi gratitud también para Manoli de Vega, que pasó a limpio pacientemente un manuscrito que cambiaba y crecía sin moderación alguna.