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De: hectorplm@gmail.com
Asunto: ¿Cómo está la enfermita?
El otro día Ana me comentó que tu cuello va mucho mejor. Está un poco triste, lo he notado en su voz. Bueno, también lo sé porque ella me lo ha contado. Dice que lo único que quiere es que yo sea su cuñado y el tío de su hijo. Me hizo reír al contarme que piensa que en cualquier momento va a reventar y el niño se le deslizará piernas abajo. La verdad es que a mí me gustaría estar en su parto, a tu lado, aunque ahora mismo sea imposible.
Le pregunté si no te molestaba que habláramos por teléfono y me confesó que no lo sabías. He preferido decírtelo. No sé, me parece que para ti será una prueba de que no quiero ocultarte nada más.
Espero que no te moleste que me haya tomado la libertad de escribirte un correo. Esto y las llamadas a tu hermana son las dos cosas que me mantienen ligado a ti, y necesito conservarlas. Pero bueno, si así no te permito pensar, si mis mensajes van a desconcertarte y a agobiarte más, entonces dejaré de enviártelos.
No es necesario que contestes, ¿de acuerdo? Es que, simplemente, escribirte me hace bien, me hace sentir que soy real.
Un beso,
Héctor
De: hectorplm@gmail.com
Asunto: Mi día
Aburrido, sin más. Me pregunto cómo habrá sido el tuyo. ¿Habrás decidido empezar la nueva novela que me comentaste? Me habría gustado encontrarte ante el ordenador, tecleando como una loca, cuando he entrado en casa. Ese ruido que hacen tus dedos, la forma en que los curvas para escribir… Dios, cuánto echo de menos cada uno de tus gestos.
Aarón y yo hemos estado hablando, y le he dicho que es mejor que deje pasar un tiempo para llamarte. Lo que sí quiero anunciarte es que está recibiendo apoyo psicológico. Es estupendo, ¿no? Por fin van a ayudarlo, Melissa. Por otra parte, Alice todavía está sopesando qué hacer con su relación, pero Aarón está decidido a luchar por ambos.
Como yo. Por eso, aunque no has contestado mis correos, continúo escribiéndote. Quizá ni siquiera los estés leyendo. Me da miedo preguntar a Ana si has querido saber de mí. Ella tampoco ha mencionado nada, así que lo más probable es que no hables de mí.
Ojalá este tiempo pase pronto.
Te quiero,
Héctor
De: hectorplm@gmail.com
Asunto: Tu piel
No sabes lo que ha sucedido hoy, Melissa. Estaba duchándome para ir al trabajo y tenía una prisa de cojones porque anoche me costó dormirme. Bueno, eso no es lo importante ni lo que quiero contarte. Lo que ha sucedido es que descubrí, detrás de unos frascos de gel, uno de los tuyos. Era ese de color rosa que huele a chicle de fresa, ¿lo recuerdas? Te lo regalé porque la chica de Carrefour me dijo que te encantaría, y la verdad es que acerté: adorabas ducharte con él.
Lo destapé y lo olí, no pude evitarlo. Y entonces fue como si estuvieras conmigo, como si me rodearas. Podía recordar el tacto exacto de tu piel, como si formara parte de mí de una manera totalmente lógica. Me quería dentro de ti, y me pareció que también lo estaba. Únicamente éramos tú y yo, a pesar de que me encontraba solo.
Cómo echo de menos tu piel, Melissa. Cuánto la necesito…
Héctor
De: hectorplm@gmail.com
Asunto: La injusticia. Esa encantadora pareja. Tú
Hoy he ido a pasear por los jardines del Real. Me senté en el mismo banco en el que puse el anillo en tu dedo. Vi a una pareja besándose, y luego se separaron y se agarraron de la mano, y ella al volverse se echó a reír, y entonces descubrí que sus dientes delanteros eran algo más grandes y que estaban un poquito separados, y me hizo pensar en los tuyos porque son los que amo tanto. Pensé que el mundo es injusto, que es un jodido cabrón por no permitirme estar en esos momentos pasando mi lengua por tus dientes. Quería golpear al mundo, y también insultar a esa pareja que se atrevía a sonreír delante de mí.
Sin embargo, cuando llegué a casa comprendí que somos nosotros los injustos.
Héctor
De: hectorplm@gmail.com
Asunto: Mis secretos
Cuando Naima y yo nos conocimos Ian ya estaba ahí. Naima había crecido en una familia en la que todo lo que hacía estaba mal. No había margen para el error. Supongo que lo que le llamó la atención de mí es que fuera un error andante. Ian, Naima y yo fuimos los mejores amigos durante un tiempo. A ellos no parecía importarles que yo acudiera al psicólogo una vez a la semana o que les fastidiara una noche de fiesta con mi mal humor. Ella empezó a darme luz, pero no supe cómo acoplarla a mi alma.
No pensé que sus ausencias significaran que estuviera en la cama de otro hombre, y menos en la de su mejor amigo, en la del mío. Bueno, en realidad no lo fue, está claro, pero en esa época pensaba que sí. Cuando me lo confesó lo achaqué a un error. Ella continuó viéndose con él, sin embargo. Le pedí que fuera sincera y me explicara qué quería. Estaba dispuesto a dárselo. Me dijo que nos amaba a los dos. Al principio no lo acepté, por supuesto… Pero entonces ella empezó a cambiar, a rechazarme continuamente. Me puso entre la espada y la pared. Me dijo que si no accedía, lo nuestro se acabaría. Y yo la amaba. No quería perderla. Por eso lo hice. Por eso accedí. Pero me he arrepentido durante mucho tiempo. No sé lo que hicimos. Realmente no sé qué nos ocurrió. Parecíamos poseídos por una fuerza impregnada de oscuridad, sufrimiento y furia.
Puede que a Naima le gustaran las relaciones destructivas, pero lo único que sé es que fue descomponiéndose con cada uno de nuestros encuentros. Fueron cinco, no más. Al sexto decidí que no hacía falta porque, de todas formas, la rabia me había abandonado pero no el dolor. No me servía de nada provocárselo a ella porque el mío continuaba ahí. A veces la detestaba. Otras la amaba con locura. Nuestra locura, la de los tres, fue la que nos llevó a ese trágico final.
Nunca golpeé a Naima, pero en muchas ocasiones le grité, y eso no estaba nada bien. La saqué de mi vida siempre que estaba deprimido, a pesar de que ella quería ayudarme. Algunas noches llegué borracho y la ignoré. La hice llorar otras. Le reproché demasiadas veces que no entendía mi dolor. La hacía sufrir con mis manías. Aguantó mi mal humor, mis quejas acerca de lo mierda que era mi existencia, y ni siquiera la tenía en cuenta cuando me ponía así.
Eso fue antes de lo de Ian. Después aún fue peor, porque los dos empezamos a hacernos la vida imposible. Me reprochaba que él era mejor que yo en la cama. Eso me daba igual; lo que me daba miedo es que se quedara con su corazón. Un par de veces vino con mordiscos y moratones en el cuerpo. Debí darme cuenta de lo que estaba ocurriendo. Naima ya no era una mujer, sino una muñeca rota. Un día sí que la golpeé con una fusta. Fue en uno de nuestros escasos tríos. Me di cuenta de que odiaba hacer algo así y no lo repetí. Pero a ella le gustaba todo eso, y yo no podía entenderlo. Lo único que deseaba era que estuviéramos juntos solos los dos, en nuestra cama, regalándonos caricias. Pero ella necesitaba a Ian, y también a otros hombres, y yo ya no podía más.
La noche antes de que muriese nos provocamos demasiado daño. Lloramos, gritamos, nos perdimos el respeto como nunca. Y, aun así, yo sabía que no podía estar sin ella. Pero entonces se fue, de repente. Estaba tan enojado que la culpé de todo, hasta de su muerte. Lo hice durante muchas noches en vela para sentirme mejor. Pasé a ser la víctima y ella fue la mujer malvada y promiscua. Mi madre me convirtió en un santo. Mi padre creo que me odió un poquitín por no defender a Naima. Ian desapareció de mi vida. La última vez que lo vi fue en el entierro. Debí haber sospechado al contemplar en su rostro una expresión burlona. Pero lo único que quería era olvidarme de él para siempre. Lo borré de mi vida hasta el momento en que nos envió esa foto.
A pesar de todo lo que ella buscaba en otros, espero que alguna vez se sintiera amada. A menudo pensé que no la merecía, que era inferior a ella, que no era feliz conmigo y, aun así, continuaba a mi lado. «¿Por qué, por qué?», me repetía. Y también espero que ella me amara a mí, a su manera.
He hecho sufrir a demasiada gente y tampoco creo poder excusarme. Pero ahora siento que ya no soy ése. Hay alguien que ha conseguido cambiarme de verdad, y has sido tú. Ahora ya conoces mis secretos y sabes qué tipo de persona fui con Naima. Ni todos los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos. Alguna vez se me ha pasado por la cabeza contar toda la verdad a mis padres, pero no deseo causarles más daño. Lo que me gustaría sería hacer que Naima, allá donde se encuentre, pueda respirar y hacerlo yo también.
Y por supuesto, lo que más deseo ahora es hacerte feliz, algo que jamás quise hacer con nadie. No al menos con tanta fuerza y tan en serio.
Héctor
De: hectorplm@gmail.com
Asunto: Verte. Verte ayer, hoy. Verte mañana. Verte nunca. Verte siempre. Verte, sobre todo, al cerrar los ojos
Melissa:
He estado sentado durante un buen rato pensando en todas las cosas por las que quiero disculparme. Sé que nos hemos causado mucho dolor mutuamente a pesar del poco tiempo que hemos pasado juntos. Te culpé de muchas cosas tal como hice con ella, y volví a equivocarme. Te dejé fuera sin tener en cuenta tus sentimientos. Lo hice por dos veces, y no sabes lo que me arrepiento. Pero permíteme decirte que siempre habrá una parte de ti dentro de mí, decidas lo que decidas. Te amé y te amo porque, aunque te parezca que no, hemos crecido juntos. Tú me has convertido en una persona distinta, justamente en esa que quería ser. Me ayudaste a ser el hombre que está escribiéndote este correo, y te lo agradeceré para siempre.
No me importa que arriesgaras tanto al acercarte a Ian. Tampoco me importa que fuera la desconfianza la que te llevó a él. Entiendo que te cerraras, que pensaras que yo no era del todo sincero. No me importa porque amo todo de ti. Te amo testaruda, descuidada, nerviosa, impaciente, curiosa, impertinente y caótica. También te amo sonriente, luminosa, empática, inteligente, cariñosa y divertida. Te amo cuando estás cerca y también cuando estás lejos. Te amo cuando te toco y cuando no lo hago. Te amo entera. Te lo dije desde el primer momento: jamás te querría por partes.
Lo que queda saber es si tú me quieres, si puedes amarme con mis errores y mis aciertos, si te gustaría construir una nueva vida en la que nosotros fuésemos los protagonistas. Sólo tú y yo. Melissa y Héctor, sin guantes, sin abrigos, sin máscaras. Sólo tu piel y la mía, con nuestra alma y nuestro corazón.
Necesito verte. Creo que me acercaré hoy a tu casa, Melissa. Lo necesito, en serio. Pero también quiero tu permiso. Estaré esperando tu respuesta. Si deseas verme mándame un correo. Da igual que lo hagas a las cinco de la mañana. Correré hasta tu casa para estrecharte.
Son ya tres semanas, Melissa, y te veo por todas partes, pero sin poder tocarte…
Héctor