11
Me quedo mirando a Aarón con una ceja arqueada y un interrogante en la cara. Me devuelve el gesto de forma huraña. Está pálido, ojeroso y sudado a pesar de que estamos en pleno invierno. ¿Tendrá puesta la calefacción a tope? ¿Estará haciendo ejercicio? Se relame los labios y a continuación se frota la nariz como si le picara mucho.
—Qué quieres —me dice brusco y cortante.
Su reacción me asombra porque Aarón jamás me había hablado así. Durante unos segundos no puedo reaccionar, hasta que alzo las manos y encojo los hombros demostrándole que no entiendo nada.
—¿Perdona? ¿Que qué quiero? He venido porque estoy preocupadísima, ¿y tú sólo me dices eso y de mala manera?
Suelta un suspiro y después se lleva una mano a los ojos y se los frota. Normalmente siempre los tiene muy blancos, algo que me encantó desde la primera vez que lo vi; hoy, sin embargo, se le ven rojísimos. No debe de haber dormido nada. Se habrá pasado la noche aquí, y a lo mejor hasta tiene resaca.
—Estoy cansado, Mel.
—Lo sé. Y también estás mal. Por eso he venido.
No parece caer en que alguien ha tenido que decirme que había desaparecido, así que al final soy yo quien se lo cuenta.
—Alice me ha llamado hace un rato. —Nada más mencionar ese nombre, Aarón abre mucho los ojos, como asustado.
—¿Está bien?
—El que no está bien eres tú… por haberte marchado de esa forma y haberla dejado sola después de lo que le ha ocurrido. —Callo durante unos segundos en espera de que diga algo, pero tan sólo desvía la mirada—. ¿Qué te pasa, Aarón? Tú no eres así. El Aarón que yo conozco se habría quedado con Alice y habría hecho que se sintiera segura.
—¿Has venido para largarme un sermón? —Su mirada cada vez es más fría. Sus pupilas, más dilatadas de lo normal, vuelven a llevarme a aquellos pensamientos que tuve sobre él.
—En serio, ¿por qué te fuiste? —insisto. Una ráfaga de aire frío me hiela las mejillas. Aarón tiembla pues sólo lleva un fino jersey y unos vaqueros.
Nos quedamos en silencio un instante, hasta que reacciona. Para entonces su mirada ha cambiado. Furia, incomprensión y abatimiento es lo que advierto en ella.
—¡Quería matar a ese cabrón! —me chilla a la cara como si yo tuviera alguna culpa. Se lo permito porque sé cómo se siente—. ¡Me marché porque si continuaba mirando lo que le había hecho, lo habría destrozado con mis propias manos! —Su voz va subiendo y subiendo más. Tiene los ojos muy abiertos, y esas pupilas dilatadas me provocan un escalofrío—. ¿Viste su cara, Mel? ¿Viste lo que ese hijo de puta hizo en su precioso rostro?
—Vamos adentro, Aarón. Es mejor que hablemos ahí. Y además, me estoy congelando… —Le suplico con la mirada.
Durante unos segundos parece no verme, como si estuviera en otro mundo. Le tiemblan los puños a causa del enfado. Al final accede a mi petición, aunque a regañadientes. Se aparta de la puerta y me permite que pase. El interior del Dreams está oscuro y vacío. Tan helado que me siento rara, pues casi siempre he venido cuando estaba repleto de gente. ¿Cómo es posible que Aarón esté sudando con el frío que hace aquí? Me dirijo hacia la barra y me siento en uno de los taburetes. Él la rodea y se coloca detrás de ella para prepararse una bebida. Está de espaldas, así que no puedo ver qué se ha puesto en el vaso, pero una vez que se la ha tomado y se acerca el olor me echa para atrás.
—¿Eso era absenta? ¿A estas horas de la mañana? —le pregunto asombrada.
—Me fui a los dieciocho años de casa porque no quería que nadie me controlara —gruñe.
Alzo las manos en señal de paz. Sin embargo, verlo así me recuerda a aquella horrible época que pasé con Héctor, aquélla en la que mi novio regresaba ebrio a casa a las tantas de la noche. Desde entonces me pone algo nerviosa ver a mis amigos con alcohol entre las manos. No es que sea algo extraño y terrible, por supuesto. No si estás de fiesta y bebes un poco. El problema viene cuando uno no se controla.
—Alice estaba muy preocupada —le digo tras unos minutos de silencio.
—Sé que he hecho mal, Mel. No necesito que me lo recuerdes. —Apoya los codos en la barra y cobija la cabeza entre las manos.
—No estés a la defensiva conmigo, anda. No he venido para regañarte, en serio. —Alargo un brazo y le acaricio su revuelto cabello oscuro—. Alice necesitaba saber que estás bien. Y yo… también lo necesito.
Nos quedamos así unos instantes. Él con la cabeza gacha, apoyado en la barra, y yo tocándole el pelo para intentar calmarlo. Cuando alza el rostro sus ojos están brillantes. ¿Aarón va a llorar? Titubeo, ya que jamás lo había visto flaquear de este modo. Sin embargo, se adelanta a las lágrimas y se lleva la mano derecha a los ojos para evitarlas.
—No sé si puedo lidiar con todo esto, Mel —dice con la voz más ronca de lo normal.
—Eres un hombre fuerte —le recuerdo inclinándome y acercando mi rostro al suyo—. Entiendo que te sientas mal. Es una situación dura.
—No encuentro la forma de ayudar a Alice y eso hace que me sienta frustrado, como un cero a la izquierda.
—No lo eres, Aarón. —Clavo mi mirada en la suya para hacerle entender que está equivocado—. ¿Sabes cómo tienes que ayudar a Alice? —Se encoge de hombros como un niño aturdido—. Amándola.
—Ni siquiera sé si puedo hacer eso.
—¡Por favor! —Sonrío, y me mira sin entender—. Hemos vivido juntos muchas cosas, y tanto a ti como a Dania os he calado. Estáis más preparados para amar de lo que pensáis. Es lo que necesitas, Aarón. ¿Por qué no con Alice?
—Yo no tengo hijos —murmura él, como si de verdad fuera una excusa—. No sabría cómo cuidarlos o tratarlos.
—Eso es mentira. —Niego con la cabeza—. Estoy segura de que cuando te conozcan bien estarán encantados contigo.
—Odio a ese hombre, Mel —dice al cabo de unos segundos. Por sus ojos pasa una sombra de rabia y también de pena—. No entiendo cómo una persona es capaz de hacerle eso a alguien que ama.
—Es que no la ama, ¿sabes? ¿Cuántas veces hemos oído eso de «hago esto porque te quiero»? —Suelto un suspiro desdeñoso—. Un insulto no es amor. Una bofetada tampoco. Son sólo muestras de la lucha de poder que algunos hombres establecen.
—Jamás se me pasaría por la cabeza tocar la piel de Alice más que para acariciarla. —Tras decir esas palabras, las mejillas se le sonrojan.
—¿Ves? —Le señalo con la palma abierta—. Eso es, Aarón. Eso es lo que me demuestra a mí, y también a ti y a Alice, que no eres como ese hombre que la destrozó. Tú puedes hacer que vuelva a sonreír.
—Hay tantos obstáculos, Mel… —Se da la vuelta de nuevo para prepararse otro chupito. Chasqueo la lengua pero no me oye porque eleva el volumen de la música.
—¿Estás escuchando Radiohead?
Asiente con la cabeza y deja el vaso en el fregadero. Presto atención a la letra de la canción. Recuerdo cuando alguna vez que otra me ponía los temas de este grupo. «That there that’s not me. I go where I please. I walk through walls… This isn’t happening… I’m not here. In a little while I’ll be gone». («Ese de ahí no soy yo. Yo voy donde quiero. Atravieso muros… Esto no está sucediendo… No estoy aquí. En un instante me habré ido»). La reconozco. Se titula How to Disappear Completely y es una de las canciones más tristes del universo.
—Joder, Aarón… ¿No tienes algo más deprimente que escuchar?
—Tal vez… —musita.
Me doy cuenta de que está poniéndose otra vez de mal humor.
—Anda, ponnos algo más animado —le pido, forzando una sonrisa.
—¿Sabes que Alice no puede hacer el amor?
Parpadeo asombrada porque no esperaba que me dijera eso así tan de repente. Me apresuro a coger una servilleta para mantenerme ocupada con algo. Espero a ver si continúa, pero como no dice nada soy yo quien comienza a hablar.
—Bueno… Supongo que es normal, después de todo lo que ha sufrido. —Rasgo un trocito de la servilleta y hago una bolita con él. Me vienen a la cabeza los recuerdos tras la marcha de Héctor, cuando intentaba abrirme y lo único que podía hacer era echarme a temblar en la intimidad.
—Tampoco es que sea algo terrible —se apresura a decir él—. No le pedí que lo intentáramos.
—Ya lo sé.
—Fue ella quien quiso. Estábamos en su casa y… —Se corta como si le diera vergüenza proseguir. Siempre me lo ha contado todo hasta ahora, pero está claro que Alice es especial para él, así que tampoco le pido detalles. Ni siquiera es momento para eso—. No pudo. Se puso muy mal. Lloró. Y no supe qué hacer ni qué decir para consolarla. Me quedé tumbado mirando el techo mientras ella se iba al baño.
—Poco a poco su piel se irá acostumbrando a ti, de verdad. —Apoyo una mano en su brazo y se lo froto, pero la aparta como si le quemara, algo que me sorprende muchísimo.
—¿Y crees que yo podré aguantar? ¿Y si le causo más daño que él? —Parece nervioso y asustado. Muy inquieto.
—Aarón…
—Voy al baño.
Lo sigo con la mirada mientras sale de la barra. Estoy a punto de dejar que se vaya, pero en ese momento algo en mi interior me sacude, así que salto del taburete, corro hacia él y lo cojo del brazo impidiéndole avanzar. Se vuelve hacia mí con expresión molesta.
—¿Qué pasa, Mel?
—Estoy muy preocupada por algo. —Ni siquiera sé cómo decírselo. Él se queda callado, con una ceja arqueada—. Ya sé que le aseguraste a Héctor que no, pero… —Bajo un momento la cabeza para tomar aire. Cuando la alzo, le pregunto decidida—: ¿Estás tomando drogas, Aarón?
Su cara se transforma por completo. Se pone muy muy serio, abre los ojos y niega una y otra vez con la cabeza. Pero justamente son esos gestos los que me comunican la verdad.
—Por favor… —le pido una vez más. Intenta soltarse de mis dedos y lo consigue con facilidad—. No voy a juzgarte, Aarón. Puedo llegar a entender que estés mal y…
—¿Qué tonterías dices? Eso es mentira, Mel. Es una puta mentira. ¿Quién coño te ha venido con el cuento de que me meto mierda?
Otra vez esa manera tan drástica de hablarme. Los ojos se me arrasan en lágrimas porque su reacción es desmesurada. Si de verdad no consumiera nada, podría decirme que no tranquilamente y listo, pero se ha puesto a la defensiva.
—Sólo quiero ayudarte.
Sin añadir nada más, se marcha al cuarto de baño y me deja con la palabra en la boca. Antes de que pueda hacer nada, ya me ha dado con la puerta en las narices. La golpeo con rabia, preguntándome en silencio qué le está pasando a Aarón.
—¡Vete! —ruge él a través de la puerta.
—¡Mierda, Aarón! —exclamo con la voz rota porque estoy a punto de echarme a llorar—. ¡Soy tu amiga! Sólo necesito que seas sincero conmigo.
Llamo un par de veces más, pero no abre. Oigo la cadena del baño y me pregunto si lo ha hecho a propósito, para que yo no pueda saber qué hace. Diez minutos después aún no ha salido, así que decido marcharme con la sensación de que he metido la pata. Acudo a la barra y recojo mi bolso del taburete. Los ojos me escuecen a causa de las lágrimas. No puedo creer que todo esto esté pasando. No hace ni dos años que estuve al lado de una persona con adicción —a otro tipo de sustancias, pero adicción al fin y al cabo—, y ahora mi amigo también ha caído en eso, a pesar de lo mucho que ayudó a Héctor a superar lo suyo. Yo debería estar ahí en estos momentos para levantarlo. Pero ¿cómo?, si es obvio que no me lo permitirá, tal como hizo Héctor.
La cabeza me da vueltas cuando cruzo la pista del Dreams en dirección a la puerta. Debo contárselo todo a Héctor. Quizá entre los dos podamos convencer a Aarón para que termine con lo que sea que esté haciendo. Estoy a punto de salir cuando noto una presencia a mi espalda. Al volverme descubro a Aarón con el rostro aún más pálido. Y, al mirar esos ojos azules que tanto quiero, sé que lo ha hecho. Espero su reprimenda, sus gritos, sus reproches. Sin embargo, me sorprende al inclinarse sobre mí y estrecharme entre sus brazos.
—Lo siento, Mel. De verdad, perdóname. Parece ser que lo único que hago últimamente es fallar a la gente que me quiere.
—Está bien, Aarón. No te preocupes —murmuro con mi rostro apretado contra su pecho, a punto de romper a llorar. Y si lo hago, no podré parar.
—Lo he hecho. —Sus palabras me hacen sentir peor. Es lo que quería, que me contase la verdad. Sin embargo, ahora noto que se me ha roto algo por dentro. Me aferro a su jersey y lo aprieto entre mis dedos. Él también me abraza con fuerza—. Pero te juro que casi nada. Un par de veces. Eso es todo, Mel. Sólo eso, créeme.
Asiento con la cabeza. Mi corazón ansía creerlo, pero mi cabeza está diciéndome que miente. No puedo mirarlo a la cara, así que me mantengo abrazada a él. Tan sólo la calidez de su cuerpo me hace sentir real.
—Sólo cuando no aguantaba más con todo esto del Dreams. Y ayer lo hice porque me estaba muriendo por dentro por lo de Alice.
—De acuerdo, Aarón —musito. Ahora sí levanto la cabeza y lo miro.
Intenta sonreírme, pero tiene lágrimas en los ojos.
—No volveré a hacerlo. Es una chorrada. Ni siquiera me gusta, en serio. Puedo acabar con eso en cualquier momento —continúa.
Me gustaría decirle que se calle de una vez porque todo me parecen excusas. No obstante, me mantengo en silencio.
—Está bien. Te creo. —Asiento con la cabeza.
«Pero ¿qué estás diciendo, Melissa? Sabes que ni tus palabras ni las suyas son verdad», me espeto.
—No le cuentes nada de esto a nadie, por favor —me suplica con aspecto abatido—. No se lo expliques a Héctor.
Estoy a punto de decirle que Héctor podría comprenderlo mejor que nadie, pero vuelvo a asentir con la cabeza. Aarón me estrecha aún con más fuerza entre sus brazos y deposita un beso en mi coronilla. No me hace sentir igual de bien que otras veces, sino un poco más inquieta y menos segura. Me quedo un rato más con él en el local hasta que ambos notamos que tenemos hambre y nos marchamos. Lo llevo en coche a su piso porque ni siquiera cogió el suyo la noche anterior. Una vez allí preparamos juntos la comida como en otras ocasiones. Son cosas que siempre han hecho que me sienta bien. Sin embargo, hoy la inquietud y el miedo se han apoderado de mí y no puedo disfrutar. Es como si algo hubiera cambiado entre nosotros, aunque él finja no haberse dado cuenta. Cuando voy a marcharme, me da un suave beso en la mejilla, distinto de ésos tan intensos que suele dar.
—Sabes que te quiero, ¿no? —Esboza una sonrisa. Por unos instantes es la de ese Aarón que adoro.
—Pues claro. Y yo a ti. —Nuestros dedos se rozan por última vez—. Prométeme que vas a trabajar menos y que quedaremos más. Todos te echamos de menos. Sabes que el Dreams va bien y que puedes dejarlo en manos de otros, como hacías al principio.
Aarón asiente y me guiña un ojo, intentando comportarse como si nada hubiera pasado.
En cuanto piso la calle la pesadumbre vuelve a agarrotarme los músculos. ¿Realmente ha consumido tan sólo un par de veces? ¿Por qué algo en su mirada me decía que no estaba siendo sincero conmigo? ¿Y por qué me ha mentido? Tiemblo. No quiero revivir aquel infierno de hace menos de dos años. Camino hasta el coche asombrada ante lo sencillo que es perder la felicidad. Dicen que lo malo nunca viene solo, pero también que después de la tormenta llega la calma. Repaso todo lo que ha sucedido en tan poco tiempo, lo bueno y lo malo, y llego a la conclusión de que la vida está hecha de golpes y caídas. ¿De verdad sirven para ayudarnos a aprender? ¿Para que después seamos capaces de levantarnos con más fuerza?
Debo ayudar a Aarón de alguna forma. No puedo permitir que destroce su vida.