26

Ladeo el rostro y me topo con la mirada de Ian: feroz, siniestra. Hay en ella algo que me resulta perturbador.

—Melissa… —Otra vez ha pronunciado mi nombre en tono irónico—. Pronto sabrás lo que a Naima y a mí nos gustaba.

Me quedo callada, muy rígida en el asiento. Al final aparto la mano de la suya porque ya empieza a incomodarme. Esboza una sonrisa burlona.

—A lo mejor a ti también te agrada…

—No lo creo —niego tratando de mostrarme convencida.

—¿Alguna vez has practicado sexo con más de una persona? Oh, claro, por supuesto que no. —Él mismo se ha contestado anticipándose a mí.

—No lo necesito.

—Toda la gente que vas a ver dentro de un rato no estaría de acuerdo con lo que crees.

—¿Y qué es lo que creo, si puede saberse? —lo reto. El enfado sustituye a la inquietud. ¿Cómo se atreve a juzgarme?

—Que si amas a alguien no necesitas a nadie más. Pero eso son tonterías cursis, querida. El amor va por un lado y el sexo por otro, y este último hay que disfrutarlo al máximo.

—¿Con eso te refieres a ser infiel? —suelto molesta.

—Se es infiel si uno quiere considerarlo de esa forma. Es la sociedad la que establece unas normas y marca unos límites, que por cierto me parecen estúpidos. Muchas personas mantienen relaciones abiertas en las que se acuestan con otras, y no por eso aman menos a su pareja.

—¿Hasta dónde se supone que llegan tus límites? —pregunto sarcástica.

—Yo no tengo. —Su respuesta me inquieta—. Me gusta probarlo todo.

Lo miro atónita. Echo un vistazo por la ventanilla para descubrir dónde nos encontramos, pero no reconozco la zona. «¿Qué estás haciendo, Melissa?», inquiere mi cabecita.

—¿Adónde vamos?

—Ya te lo he dicho. A un lugar en el que tampoco existen los límites. Al lugar en el que los tres compartimos mucho más que una amistad.

—¿Qué hay en ese lugar?

La curiosidad me vence. De todas formas, prefiero saber a qué atenerme. Dania me relató una vez experiencias de conocidos suyos que frecuentaban clubes de intercambio de pareja. Incluso ella acudió a uno en una ocasión y le pareció divertido. Lo que sucede es que me parece que lo de Ian es más que eso.

—Tranquila, es sólo un club —dice en voz baja al percibir mi inquietud—. Hay muchísimos. Por todas partes. Las personas que menos te lo esperas acuden a ellos para dar rienda suelta a su imaginación y hacer todo lo que de normal no pueden porque las tacharían de pervertidas o qué sé yo.

—¿Por qué vas tú?

—Porque mi vida es demasiado aburrida y allí puedo convertirme en alguien que no tiene que dar explicaciones a nadie de lo que quiere. —Advierto que está hablándome con cierta emoción. ¿Acaso le gusta contarme todo esto? Pero ¿por qué?

Todavía no sé qué cojones hago metida en este coche con un hombre a quien apenas conozco. Uno que me inquieta. ¡Joder, soy una incauta!

—A esos clubes se acude con o sin pareja. Puedes participar o mirar. Puedes decidirte por tener sexo light o sexo hardcore.

—¿Cuál prefieres tú? —Ay, Melissa, ¿por qué te empeñas en querer saber cosas que no debes? ¿Es que acaso no recuerdas las fotos y el vídeo?

—¿De verdad es necesario que conteste? —Abre mucho los ojos con una sonrisa enorme.

Aparto la mirada. Estoy empezando a sentirme desnuda. Ian se arrima un poco más a mí, situando su rostro muy cerca del mío. Lo ladeo, con el corazón acelerado, y me susurra al oído:

—En esos clubes hay gente de todas las edades. Hombres y mujeres poderosos, pero también sencillos, como tus propios vecinos. Unos de gustos refinados, otros de apetencias un poco más extrañas. Hay muchas salas y habitaciones para que desates tus deseos. —Su voz se torna más susurrante, con un tono seductor—. Imagina que vas con tu pareja y os calentáis al ver todo aquello. Entonces podéis ir a una de las habitaciones. No hay puertas, tan sólo una cadena. Si la pasas, nadie entrará, pero sí podréis ser observados. Si la dejas descorrida, estaréis permitiendo que cualquiera se una a vuestros juegos. —Se detiene unos segundos y después añade—: No sabes cuánto disfrutaba Naima sabiéndose observada… Bueno, quizá sí. ¿No te excitó el vídeo ni un poquito?

Una náusea me sube hasta la garganta, aunque logro controlarla. Cierro los ojos, presa de un molesto nerviosismo. «Vamos, Mel, esos lugares son comunes y lo sabes. Ya tenías claro que existían y quizá, como Ian dice, personas que conoces han asistido en alguna ocasión. No hay nada malo en ello… Aunque, claro, lo que te preocupa es lo que ellos pudieran hacer, no el lugar en sí».

—Naima fue alguna vez que otra ella solita. Estaba tan aburrida de su vida sexual con Héctor… —continúa Ian, dejándome sorprendida.

Lo miro de hito en hito, en completo silencio. Me devuelve una sonrisa.

—¿Acaso no te aburres tú del mismo sexo cada día?

—Mi vida sexual es satisfactoria —le digo. Y de inmediato agrego—: Y eso es algo que no te importa nada.

—Naima sabía que no podría ir a uno de esos clubes con Héctor porque la tacharía de zorra.

—¡Eso no es verdad! ¡Héctor no es así! —exclamo enfadada.

—¿En serio? Pues qué poco lo conoces.

Me quedo en silencio otra vez. Vuelvo el rostro hacia la ventanilla, notando que empiezan a temblarme las manos. El sexo que mantengo con Héctor es maravilloso. ¿Cómo se atreve Ian a decirme todo eso?

De repente percibo un movimiento por el rabillo del ojo. Miro disimuladamente y descubro que Ian ha sacado de su bolsillo una hoja doblada. Me la tiende con una sonrisilla.

—¿Qué es esto? —pregunto, dudando si cogerla o no.

—Otra prueba más. Una carta de Naima. Una de las muchas que me envió.

Dudo unos instantes más mientras observo a Ian y la carta alternativamente. Al fin la curiosidad me vence una vez más. Cojo el papel con la mano temblorosa y el corazón arrugado. Antes de desdoblarlo lanzo una nueva mirada a Ian. Sonríe y asiente, como animándome a que lea. Lo hago con la sensación de que me estoy metiendo en algo demasiado íntimo.

Ian:

No puedo contestar a tus llamadas. ¿Acaso quieres que todo se vaya al traste? Después de cuanto ha sucedido, ¿no crees que ya va siendo hora de comportarnos de manera adulta? Vale, está claro que no soy la más indicada para decir eso, pero tan sólo lo hago para que todo vaya bien.

Tras visitar esos lugares que te comenté… No sé, estoy emocionada. He descubierto un mundo tan distinto, tan perturbador y al mismo tiempo tan fascinante que sólo me apetece conocerlo y saber aún más.

Si te digo la verdad, algunos de esos clubes me parecieron soeces. Yo necesito algo más sutil, acorde a mí. Y he encontrado uno perfecto. Está alejado de la ciudad, pero no sólo eso, sino que allí puedes llevar capucha para que nadie te reconozca. Todavía no estoy preparada para liberarme por completo.

Siento que necesitaba esto desde hace mucho, pero no me atrevía a hacerlo. El sexo con él está bien, o al menos lo estuvo durante bastante tiempo, pero últimamente las cosas son diferentes. Este lugar lo veo como una forma de eliminar esa tristeza que me ha agarrotado el cuerpo. Sé que no me juzgas, que ya hemos hablado de esto muchas veces y que te gustaría ir a algún sitio conmigo y compartir las fantasías con las que tanto hemos soñado.

La cuestión es que ya no me bastas, Ian. Necesito más. Lo necesito a él. Quiero que apruebe lo que vamos a hacer y me encantaría que, además, participara. ¿Es una fantasía demasiado oscura? Sé que me dirás que no, pero ¿y él? ¿Cómo se lo tomaría? Me gustaría tanto pedírselo. Puedo imaginar su respuesta, su nerviosismo, su enfado. Héctor no querrá compartirme porque su forma de ver el mundo, su manera de entender el amor y el sexo, es muy diferente a la nuestra. Durante un tiempo yo también pensé como él… Pero ¡he estado tan equivocada! Mi mente se ha abierto, así como mi cuerpo.

Deja que te cuente algo de lo que vi en ese club, de las cosas que descubrí… ¡Te vas a morir! Puedes ir con tu pareja, o solo, por supuesto. La gente no te molesta ni te dice nada si no te muestras dispuesto a ello. Me pedí una copa y estuve curioseando un rato… Nada más entrar me topé con una enorme cama redonda en la que había una mujer —y entradita en años, ¿sabes?— en ropa interior… ¡y con ella un hombre joven acariciándola y besándola de la cabeza a los pies! Otras personas los miraban, y a ellos parecía gustarle. Tengo que reconocer que me dio algo de morbo.

Pregunté a una de las dueñas si podía visitar el lugar aunque no fuera a hacer nada y me dijo que por supuesto. Ella misma me acompañó. El local consta de una sola planta, pero es enorme. Hay muchas habitaciones, aunque sólo en las que se practica bondage están cerradas. Las otras están expuestas, y cualquiera puede ver lo que ocurre en ellas, aunque son los que juegan en su interior los que deciden si aceptan que los demás se unan a ellos. Descubrí parejas practicando sexo y gente que los miraba, en otras había tríos y en algunas incluso orgías. No me pareció nada forzado, más bien todo lo contrario. La verdad es que me gustó mirar cómo lo hacían y me pregunté qué sentiría si me miraban mientras me follabas… Pero también pensé en Héctor, y en que me gustaría que él estuviera con nosotros.

Tú siempre me animas a que le cuente lo nuestro. Es algo para lo que no sé si estoy preparada, aunque lo deseo. Siento como si estuviera viviendo una doble vida, y a veces creo que no voy a poder soportarlo mucho más. En algunas ocasiones me siento mal al pensar en todo esto, en especial porque me apetece ir más allá, sacarlo de mi cabeza y que se convierta en realidad. Me da miedo que Héctor no lo entienda, que se enfade muchísimo… Aunque supongo que sería algo normal, por otra parte. Me has repetido infinidad de veces que no estamos haciendo nada malo, que si lo amo no hay ningún problema y que muchas personas mantienen dos relaciones. Pero yo… noto que esto no está bien. La sociedad no lo aprobaría. Si alguien supiera de mis fantasías, me tacharían de pervertida o de loca. Tan sólo la gente de ese lugar podría aprobarlas. Por eso quiero regresar. Contigo. Pero… ¿debería antes confesarle la verdad a Héctor?

Por si acaso, mientras tanto nos comunicaremos por carta. Él no es tonto, y sospecha. Las excusas se me están acabando. ¿Y cómo se sentirá cuando sepa que mi amante eres tú? Dios, Ian, dime que esto está bien, que no estamos haciendo nada malo.

No me envíes más mensajes subidos de tono, ni fotos ni nada por el estilo. Sólo cartas, nada más. Tampoco me las mandes a casa… He abierto una dirección postal para que puedas enviarlas allí. Déjame un poco más de tiempo… Y entonces veremos qué ocurre. Tengo ganas de verte, pero esperemos unos días.

NAIMA

Las letras se me emborronan cuando estoy llegando al final. Descubrir la caligrafía de esa mujer ha hecho que la sienta aún más cerca. Pero lo que Ian acaba de descubrirme… ¡Joder! Es todo tan increíble… ¿Qué era lo que pasaba por la mente de Naima? No consigo entender por qué los necesitaba a los dos en sus fantasías.

Por un momento creo que esa carta la ha escrito Ian. Sin embargo, ¿por qué se tomaría tantas molestias? Las fotos son reales, también el vídeo. ¿Por qué no iba a serlo esta misiva?

Me doy cuenta de que está observándome con una sonrisa de oreja a oreja. No puedo evitar sentir un escalofrío. Le devuelvo la carta y me quedo en silencio, pensando en lo que voy a encontrarme.

Entonces el coche se detiene. El chófer se vuelve hacia nosotros y dice:

—Señor, ya hemos llegado. ¿Quiere que lo espere aparcado aquí fuera?

—Sí, por favor —responde Ian sin apartar los ojos de mí. A continuación me tiende la mano—. ¿Vamos, querida?

Rechazo ese gesto y salgo del vehículo sin darle una respuesta.