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Mi teléfono vibra al lado del ratón. ¡Ay, no…! No quiero cogerlo en estos instantes porque estoy en medio de una escena difícil que me ha costado mucho construir. Así que dejo que vibre y vibre, con la esperanza de que la persona que está llamando se canse. Sin embargo, casi un minuto después continúa insistiendo, y al dirigir los ojos al móvil descubro que es Aarón. Son las diez de la mañana de un domingo. Me alarma que esté despierto a estas horas. Descuelgo con toda la rapidez del mundo, preocupada por si recibo una mala noticia.

—¿Aarón?

—Dania me está tocando bien tocadas mis partes.

No sé muy bien por qué, pero desde hace unas semanas mi amigo está más educado y dice menos palabrotas.

—Espera, espera… No entiendo nada. ¿Qué pasa? —pregunto, y le doy al iconito del disco duro del ordenador para guardar el documento, por si acaso.

—Pues que anoche vino al Dreams y acabó como una cuba, y en uno de sus ataques de bipolaridad me dijo que no iba a celebrar su cumpleaños y que me fuera a la mierda. Así porque sí, ¿eh? —me explica en un tono de voz muy serio, algo extraño en él. Vamos, que le molestó un montón la respuesta de nuestra amiga.

—¿Seguro que fue «así porque sí»? ¿No le hiciste o dijiste nada?

Se queda callado unos segundos, hasta que insisto. Entonces suelta un suspiro resignado.

—A ver, estaba bailando con tres tíos a la vez.

—¿Y…?

—Se dejaba manosear.

—¿Y…?

—Mel, no me parece bien. Últimamente está más alocada que nunca.

—Pero ¿es que ahora eres su padre?

Me levanto del escritorio y me encamino a la cocina en busca de una pieza de fruta. Héctor ha salido a correr; supongo que no tardará en llegar.

—No, pero esa actitud puede acarrearle problemas.

—Dania es mayorcita.

Me decido por un melocotón. Para pelarlo, me pego el móvil a la oreja y me lo apoyo en el hombro, aunque al final decido conectar el altavoz.

—Habla con ella, Mel.

—Ya lo hago.

—Hace semanas que no os veis —dice como si reprobara mi actitud.

—Estoy ocupada, Aarón —alego. Me siento un poco atacada. ¿A qué viene esto?—. Dentro de unos días será su cumpleaños y podremos hablar cara a cara. Pero de momento tenemos que conformarnos con hacerlo por teléfono, WhatsApp o Facebook.

—Está muy rara. No es ella.

—Vale, quizá está un poquito más alocada, pero siempre le ha gustado salir de fiesta y cazar. —Me meto un pedazo de melocotón en la boca, apoyada en la encimera.

—No es eso. Está taciturna. No es la Dania alegre de antes.

Suelto un suspiro. Madre mía, ¡qué pesado! Al final, para que se calle, voy a tener que sacar un ratito y quedar con ella. Lo que pasa es que me he hecho un planning para cada día, y me viene fatal. Está claro que la amistad no debe descuidarse, pero Dania tampoco me ha propuesto vernos… Ahora que lo pienso, es raro. ¿Por qué no me insiste en ir de fiesta o comer juntas? Antes solíamos hacerlo, ya fuera para que me preguntara por mi relación o para que me contara las suyas. Va a ser cierto que está extraña.

—Esta tarde la llamo —digo a Aarón para que se quede tranquilo.

—Convéncela de que celebremos su cumpleaños. Joder, llevo semanas planeándolo todo para que salga bien. ¡Si hasta le he preparado un boy…!

—¿Cómo? ¡Creía que eso era para las despedidas de soltera! —Me echo a reír.

—En realidad el chico es uno de mis nuevos empleados. Pensé que a Dania le gustaría.

Me imagino a Aarón encogiéndose de hombros, como si fuera una idea maravillosa. Sólo a él se le ocurriría algo así.

—¿Has podido preguntar a esa banda si quieren tocar en el local?

Hace unos meses que unos jovenzuelos del pueblo de Dania han empezado a cosechar éxitos musicales. Tocan en varios locales y les está yendo bien. Sabemos que a ella le gustan bastante y pensamos que sería una buena idea que amenizaran su fiesta de cumpleaños.

—Me darán una respuesta durante esta semana —responde de mal humor—. Se les ha subido la fama a la cabeza a esos críos, y eso que aún no son nada. Parece mentira que no sepan con quién hablan.

—Vaya, no son los únicos a los que se les ha subido… —Me termino el melocotón y tiro la piel al cubo de la basura—. Bueno, piensa que a tu local no va el tipo de gente para la que ellos tocan. —Abro el grifo del fregadero y me lavo las manos.

—Mel —dice, y enfatiza mi nombre como si fuera una cría que no entiende las cosas—, el Dreams es la polla. Cualquiera se moriría por tocar o pinchar en él, delante de cientos de personas.

Pongo los ojos en blanco, suspiro para mis adentros y niego con la cabeza. Aarón cada vez está más obsesionado con el local. Está claro que ahora es uno de los más famosos y exclusivos de la ciudad, y entiendo que debe mantener esa reputación, pero, como todos nosotros, trabaja demasiado. Y el mundo de la noche es mucho más duro. ¡Él también necesita divertirse… y de otra forma!

—Bueno, Aarón, te dejo. Voy a ver si termino un capítulo que tengo a medias.

Observo el calendario de la cocina. Hoy le toca cocinar a Héctor. Menos mal, porque no me había planteado hacer nada. Cojo el móvil, quito el altavoz y me lo acerco a la oreja.

—¿Cómo llevas la nueva novela? —me pregunta. A pesar de estar muy centrado en lo suyo, Aarón siempre saca tiempo para interesarse por los demás, y lo hace de manera sincera.

—Pues… Me está costando sacarla adelante.

Salgo de la cocina y regreso al despacho, donde la pantalla del ordenador se ha apagado. Me siento ante el escritorio y pulso una tecla al azar para encenderla.

—¿Y eso por qué, Mel? Pero ¡si tú ya eres una superescritora!

—El problema es precisamente ése, que ya me conoce mucha gente. —Apoyo la barbilla en la mano libre, con cansancio—. Tengo un miedo atroz a defraudar.

—No lo harás. Si algo bueno hay en ti es que tienes un montón de ideas y todas estupendas.

—Sí, pero no quiero bajar la calidad.

—¡Deja las inseguridades! —exclama en tono cantarín—. A esa Mel no la quiero por aquí. —Se queda callado unos segundos y luego me pregunta—: Oye, ¿y qué tal con…?

—¡Eeeh, prohibido mencionar su nombre! —No le dejo terminar. Básicamente Germán y yo nos enviamos los correos de rigor para hablar de asuntos relacionados con las novelas, las presentaciones y poco más. Él ni siquiera ha venido a eventos en los que he participado. Y lo entiendo, vamos.

—Di a Héctor que esta noche lo llamo para charlar un rato.

—¡Díselo tú! —respondo. ¡Me trata como si fuera su mensajera!

Nos despedimos riéndonos, y en cuanto deposito el teléfono sobre el escritorio me pongo a releer las últimas frases del capítulo. No sé si ahora conseguiré retomar el ritmo tan bueno que tenía. Me rasco la cabeza en busca de las musas, pero parece que se han esfumado en tan sólo unos minutos de cháchara con Aarón. Como presiento que no seré capaz de continuar con esto, decido no esperar hasta la tarde para llamar a Dania. Es probable que esté durmiendo la mona, pero así la despierto. Que se tome un ibuprofeno y que se espabile.

Marco su número, que me sé de memoria por todas las veces que hablamos, y espero a que me dé señal, pero no sucede nada. O lo tiene apagado o se ha quedado sin cobertura. Tecleo el del fijo con la esperanza de que me lo coja, pero nada, no responde. Quizá no ha pasado la noche en su piso. Es algo totalmente normal en ella porque no suele llevarse hombres a casa; no le gusta.

Oye, que nuestra querida amiga ni responde al móvil ni al teléfono de su casa. Esta tarde volveré a intentarlo, ¿vale? Para que veas que no la dejo de lado ;(

Vuelvo a poner el móvil sobre el escritorio, pero Aarón no tarda ni dos minutos en contestarme. Ay, por Dios, esta mañana va a ser muy poco productiva.

Estará con una resaca horrible. En serio, no sabes cómo iba de mal. Espero que la regañes de lo lindo. Hablamos, nena.

Me levanto y voy a la cocina para prepararme un té. De normal me relaja, y escribo mucho más calmada cuando estoy bebiendo uno. Héctor tiene tal variedad que siempre me cuesta decidirme. Me quedo observando los sobrecitos hasta que al final elijo el té verde con sabor a jengibre y naranja. Cinco minutos después abandono la cocina con la intención de arrastrar de los pelos a mis musas, pero justo en el momento en el que estoy a punto de teclear me llega un correo a la bandeja de entrada. ¡Por favor! En otras circunstancias no lo miraría, pero he acertado a ver que se trataba de un mensaje de mi editorial. En concreto, de mi editor. De Germán, vamos. Ya no me preocupa que me envíe emails, aunque me resulta raro que lo haga un domingo. De repente me pongo blanca. ¿Y si me han adelantado el plazo de entrega? ¡Ay, madre, que me da!

Salgo del Word y me meto en el correo a toda prisa. No hay ningún asunto en su mensaje. Ni pone «urgente» ni nada; aun así, mi cabeza está convencida de que se trata de algún problema con mis novelas. Lo abro con la certeza de que voy a encontrarme con una horrible crítica… o algo peor.

De: germanm@editorlumeria.com

Asunto:

Hola, Melissa:

Siento enviarte un correo en domingo, pero me ha parecido absolutamente necesario. Estaba solo en casa, meditabundo, y he creído que era el momento más adecuado. No quiero que pienses que este mensaje es uno de los que te escribí durante un tiempo con tal de atraerte hacia mí. Sabes que eso ya quedó atrás y que, aunque me cueste reconocerlo, tengo más que aceptada tu decisión; fue la correcta.

La cuestión es que desde mañana ya no seré tu editor. Te preguntarás qué ha sucedido. Pues, básicamente, que pedí un traslado a otro sello. Creí que no me lo concederían, por eso no te había contado nada al respecto. Y aunque me lo notificaron hace ya unas semanas, reconozco que tampoco se me ocurría cómo comunicártelo. No voy a decirte algo que ya sabes, porque no es el momento y porque, realmente, ya no importa. Sólo deseo explicarte que lo hago porque necesito leer otro tipo de novelas. Vale, seré claro: cada vez que leo una tuya te descubro en la historia, en los personajes, en cada una de las palabras. Y me resulta duro, Melissa. Así que esto será lo mejor para los dos ya que imagino que a ti, después de todo, tampoco te resulta cómoda esta situación.

Además, ese sello se encuentra en Barcelona, así que me mudo allí. Para ser más exactos, el jueves ya estaré durmiendo en mi nuevo piso, que se encuentra muy cerca de las Ramblas. Aunque pienses que no, ¡lo he conseguido a muy buen precio! No es grande ni muy moderno, pero sí suficiente para mí. La verdad es que siempre soñamos con vivir en una ciudad como Barcelona, ¿eh? Es una oportunidad fantástica.

En cuanto a tu nueva editora, creo que os llevaréis bien. Es muy inteligente, adora leer y ya te adelanto que sabe muchísimo de literatura. Mucho más que yo, ya lo verás. Se llama Marta Hernández, y lo más seguro es que mañana o pasado te envíe ya un correo. Está al tanto de todo, de manera que no será necesario que le expliques nada. Eso sí: cumple con tus plazos de entrega porque es un poco más estricta que yo con eso. Pero bueno, como siempre llegas a tiempo, es algo de lo que no debemos preocuparnos.

En fin, Melissa, no quiero molestarte más, pues estoy seguro de que ahora mismo estás ocupadísima con la novela. Espero que me perdones si no continúo leyéndola. Los capítulos que me has ido enviando me han parecido increíblemente buenos, pero… Tenía una sensación rara, y el corazón me brincaba en el pecho sin que fuera capaz de detenerlo. De todos modos la leeré. Lo haré cuando pueda recordarte con serenidad… y mi maldito corazón se esté quietecito en su sitio.

Espero que todo te esté yendo fenomenal. Los correos que nos hemos escrito han sido meramente profesionales, así que no es que sepa mucho de ti ahora. Pero vamos, estoy más que seguro de que sí, de que estarás feliz y radiante.

Cuídate,

Germán

P. D.: ¿Sabes que estoy escribiendo otra vez? Un cuento para niños. Y dirás: «¿Cómo es posible, si él jamás mostró interés en eso?». Pues ya ves lo que son las cosas. Resulta que los hijos de un compañero de trabajo vienen, todos los viernes, a la oficina porque él se está separando de su mujer y le tocan los fines de semana. La cuestión es que se los lleva al Burger King y esas cosas, ya sabes… Un viernes me dijo que si quería acompañarlos, pues nos llevamos muy bien. Y no sé cómo, pero acabé contándoles cuentos, y ellos no dejaban de mirarme emocionados y me pedían más. Su padre me animó entonces a que intentara escribir algo. Le hice caso… y aquí estoy. Es una historia de terror para niños. Es difícil, pero me gusta. Ya sé que no es como lo de la novela histórica sobre Alejandro Magno, pero la verdad es que estoy disfrutando más con esto.

P. D. 2: El otro día ese compañero me descubrió una canción que me encantó. La comparto contigo. https://www.youtube.com/