27
—¿De verdad era necesario venir aquí?
Ian abre los ojos en ese gesto que va haciéndome acumular más y más cabreo. Asiento con la cabeza y me apresuro a ir a la barra para pedir una copa. Alguien me agarra del brazo y me impide avanzar. Me doy la vuelta enfadado, suponiendo que es ella quien me detiene, pero me sorprende comprobar que es él.
—¿Qué coño quieres?
—Si vamos a hacerlo, mantente sobrio. Por ella.
—¿Crees que podré soportarlo sin beber?
Naima se ha sentado en uno de los sofás, esperando a que acudamos, y cuando quiero darme cuenta ya hay un par de moscones revoloteando a su alrededor, intentando llevársela al huerto. Ian se coloca a mi lado y, aunque no estoy mirándolo, sé que ha esbozado esa sonrisa suya tan sarcástica que hace tiempo me gustaba y que ahora odio.
—¿De verdad es una buena idea estar en un lugar como éste? —repite.
—¿Y qué querías, hostia? ¿Que lo hiciéramos en tu cama? ¿En la nuestra? —Me froto los ojos, tratando de calmarme. Al fin y al cabo he sido yo quien ha accedido a esta mierda—. Eso sería mucho más de lo que podría soportar.
—Tampoco es fácil para mí —responde alzando la voz para que lo oiga a través de la música. Puto mentiroso. No me creo que no haya visitado nunca este club.
—Es lo que buscabas, ¿no? Poder continuar tocándola. —Le lanzo una mirada de desdén—. Pues lo has conseguido.
—Esto es tan jodido para mí como para ti.
—¿Estás insinuando que la amas tanto como yo? Porque si fuera así, jamás te habrías acercado a ella.
No soporto más escuchar su voz. Me gustaría no tener que ver su cara, aunque está claro que esta noche voy a tenerlo muy cerca de mí y eso me pone enfermo. Me dirijo a la barra y le digo a la camarera que me ponga lo más fuerte que tengan. Ella me regala un par de caídas de pestañas que ignoro totalmente. Mientras me tomo la copa, que me arde en la garganta y en el estómago, estudio el local. No puedo entender en absoluto a la gente que está aquí, a esas mujeres restregándose con hombres que no son su pareja, a esos tíos que están besándose con otras que no son su esposa. ¿Acaso todos han accedido para no perder a la persona que aman, tal como he hecho yo? ¿O es que realmente les pone la situación? Dios, no quiero juzgar, no debería hacerlo porque cada uno tiene sus gustos sexuales, pero pensar que Naima precisa de esto… me pone enfermo.
Me termino la copa y me marcho al cuarto de baño. Sé que lo que voy a hacer está mal, que si ella se entera se enfadará, pero me da igual. Necesito aliviar el dolor que empieza a agrietarme la piel. Sólo así podré soportar esta noche. Me encierro y saco el frasco de pastillas. Me trago tres. Dios mío, si mis padres y mi psiquiatra se enteraran, la armarían pero bien buena. ¿Qué pensaría ese loquero de lo que vamos a hacer?
Salgo del servicio con el deseo de pedir otra copa, pero a lo lejos distingo la mirada preocupada de Naima y me convenzo de que mejor no, de que de todos modos es preferible mantenerme consciente para saber que él no hace nada que yo no desee. Me planto ante ellos y les hago un gesto de impaciencia.
—¿Y bien?
—La mujer nos ha dicho que nuestra habitación está preparada.
Espero a que Ian se ponga de pie y nos conduzca hasta allí. Naima se coloca en medio y yo cierro la comitiva. Esto es patético, esto es… Ni siquiera sé cómo definirlo ni cómo expresar mis sentimientos. Una vez en la habitación, que es de lo más hortera y vulgar y que no tiene ni puerta (eso es lo que más me inquieta, que cualquiera pueda vernos), me quedo de pie mientras Ian se sienta en la cama. Naima posa su espectacular trasero —ese que antes sólo tocaba yo— en el borde y me lanza miradas inquisitivas. Me dijo que nos amaba a los dos, que no podía dejarnos a uno por el otro. Sé que esto la avergüenza, que la hace sentir inferior. Y, en cierto modo, me agrada pensar que estoy provocándole dolor.
—Nada de besos.
—¿Cómo? —Ian abre los ojos de par en par.
—No quiero que la beses.
—Pero…
—No lo harás delante de mí, ¿lo entiendes? —Sé que mi voz se va tornando amenazadora. Me coloco delante de él y lo miro desde arriba. Alza la barbilla con actitud desafiante. La tensión es tanta que Naima se levanta y se arrima a nosotros, pero la detengo con el brazo—. No sé cuántas veces la habrás besado, pero no lo harás más. Es un gesto demasiado íntimo.
—Tú no eres quien elige. —Ian me reta con las pupilas dilatadas y la mandíbula tensa.
—Soy su novio, ¿no? Es conmigo con el que vive, con el que comparte la vida, sus problemas, sus alegrías. ¿Qué coño es lo que comparte contigo? ¿Sexo? —Sé que estoy pasándome, que les falto el respeto a ambos. Pero ¿y ellos? ¿No han hecho lo mismo conmigo? ¿Me lo habrían contado alguna vez si no lo hubiera sospechado yo? Está claro que no, y mucho menos Ian. De ser por él, continuaría siendo un maldito cornudo inútil. Bueno, ahora soy un cornudo inútil, cabrón y permisivo.
Vuelve el rostro hacia Naima, que nos está mirando con expresión asustada. Parece a punto de echarse a llorar, y eso me hace sentir bien. Demasiado. Ansío que llore tanto como lo he hecho yo desde que supe la verdad.
—¿Quieres que él te bese? —le pregunto agarrándola de la muñeca en un apretón demasiado fuerte. Pero no se queja.
—Yo…
—Si lo hace, esto se habrá acabado. No me tendrás, aunque me muera sin ti. —Estoy mintiendo. Jamás la dejaría. No lo haré si ella no lo hace primero. La necesito a mi lado por mucho que todo esto sea una tortura. Por eso he accedido a esta locura, para no perderla.
—No lo besaré —murmura.
Eso despierta en mí cierta esperanza. Me ama a mí. Cree que lo quiere también a él, pero no. Tan sólo está equivocada. Haremos esto y después regresará a mi piel de nuevo, se dará cuenta de que fue un estúpido error caer en los brazos de otro hombre… De quien yo pensaba que era nuestro amigo.
—Esto es increíble… —dice Ian apretando los puños, visiblemente enfadado—. Vamos a hacer cosas mucho más…
No le dejo terminar. Las pastillas y el alcohol que me he tomado (en realidad en casa ya había ingerido alguna cerveza que otra, con lo que me está subiendo rápidamente) empiezan a hacerme efecto. Me noto más desinhibido. Tanto que le alzo los brazos a Naima y le quito la camiseta. No lleva sujetador, algo habitual en ella. Sus erguidos y hermosos pechos nos apuntan a ambos. Hace ademán de taparse, pero se lo impido. ¿Por qué cojones es tan tímida ahora? ¿No era esto lo que quería?
—Trae alcohol, lo que sea. Fuerte —ordeno a Ian.
Y, aunque duda unos segundos, al final accede y sale de la habitación, dejándonos solos. Naima me observa cohibida. Ella era valiente, segura de sí misma. ¿Quién es la mujer que tengo delante? ¿Soy yo el que ha provocado esto? ¿Ha sido Ian?
No me reconozco cuando la atrapo entre mis brazos y pongo mis labios sobre los suyos. Se muestra sorprendida al principio, para después soltarse, apoyar las manos en mis hombros y devolverme el beso. Mi lengua entra en contacto con la suya y, al reconocer su sabor, enloquezco. Le aprieto los pechos hasta que deja escapar un quejido. Me aparto, cogiendo aire, pasándome la lengua por los labios para encerrar en mi boca toda su esencia. La miro fijamente, descubro algo en sus ojos que no acierto a descifrar.
—Estoy haciendo esto por ti, Naima, porque te amo. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. Lo entiendes, ¿no? No concibo que estés con él a solas, no permitiré que te toque sin estar presente. De esta forma puedo establecer unos límites, saber que gozas más conmigo que con él, que esto es tan sólo un capricho. —La cojo de las mejillas, sacudiendo su cabeza—. ¿Lo entiendes? Me comprendes, ¿verdad?
Asiente, con los ojos muy abiertos y los labios plenamente expuestos a mí. Vuelvo a besarla, esta vez con más ímpetu, con esa rabia que se ha instalado en mí y que no quiere soltarme. Oigo la puerta abrirse, los pasos de Ian y su presencia a nuestro lado.
—¿Habéis empezado la fiesta sin mí?
Lo odio. Lo hago porque él no la ama como yo, porque no le importan nuestros sentimientos lo más mínimo, porque la ha engañado llevándosela a su terreno.
—¿Puedo unirme? —pregunta con esa sonrisa burlona.
Le arranco una de las botellas que lleva en la mano y doy un buen trago. Después se la paso a Naima y, aunque se muestra un poco reticente, también la prueba. Y mientras Ian le acaricia los brazos desnudos, mientras me la va quitando poco a poco, bebo más y más. Mucho más. Creo que al cabo de un rato, tras habernos tragado las dos botellas, los tres somos otras personas. Unas que no conocíamos. Puede que las auténticas, esas que habíamos escondido bajo la piel.
Ian alza la botella y, para mi sorpresa, vierte un poco de líquido por entre los pechos de Naima. Después se inclina sobre ellos y empieza a lamerlos. Lo observo todo como si mi cuerpo se hubiera desdoblado y flotara. Me provoca malestar ver que Ian tira del pezón de mi novia, que ella se contorsiona sobre la cama de forma libidinosa y, al tiempo, me causa cosquillas en el bajo vientre. Le ha quitado la falda y la ha dejado con tan sólo el tanguita. ¿Por qué no soy yo el que la está desnudando?
—Ven, Héctor… Por favor… —me pide Naima con la voz entrecortada.
Titubeo unos segundos, pero después me acerco y permito que tantee hasta encontrar mi polla. La acaricia por encima de mi pantalón. Con la mirada me pide que me lo quite. Accedo y me sorprendo al comprobar que mi sexo está despertando. Dios mío, ¿quién soy yo…? No me da tiempo a pensar en nada más porque mi novia me ha cogido de la polla y está masturbándome. Ian continúa bebiendo de sus pequeños pero bonitos pechos y ella suelta un gemido tras otro. No quiero oír cómo él la hace jadear, así que me inclino y la beso con rabia. Naima acelera los movimientos en mi sexo, logrando que me ponga de lo más duro.
—Joder, estás tan buena…
Ése es Ian, y me violenta muchísimo que esté dedicando esas palabras a mi novia. Ella parece darse cuenta porque sus caricias se tornan más lentas. Les he dicho que no se besen, pero supongo que no puedo estar prohibiéndoles todo. Intento abrir la mente y concentrarme únicamente en las sensaciones que la mano de Naima me provoca en la polla.
En ese momento Ian la atrapa y le da la vuelta, colocándola a cuatro patas. Naima tiene que soltarme y se muestra confundida aunque, en cierto modo, puedo apreciar que está húmeda a través de la tela de su tanga. Él se lo rompe de un tirón. No puedo evitar preguntarme si han follado siempre así, de esa forma tan sucia. No la deja ni respirar. Observo en silencio cómo mi ex mejor amigo clava su enorme polla en el coño de mi novia. Ella da un grito de sorpresa y cierra los ojos. Aprecio que está disfrutando. Y yo… estoy dolorosamente empalmado. Me está poniendo a mil ver el vaivén de Ian tras el trasero de Naima y también el balanceo de sus pechos con cada sacudida.
—¡Joder! Esto es la leche… —jadea Ian, sujetando a Naima de las caderas. Le asesta un cachete en el trasero. Uno que parece haber sido fuerte y doloroso por la mueca de mi chica.
Y, a pesar de todo, no me da pena. Pienso que se merece sufrir. Me masturbo con violencia observando cómo follan ellos dos. Sin embargo, Naima ladea su cara hacia mí y me suplica con la mirada que me acerque. No me lo pienso ni un segundo. Estoy borracho y colocado, y quiero meter mi polla en su boquita. Mientras me la come con toda su experiencia (y, joder, es mucha, lo hace tan bien…) me dedico a mirar a Ian, que está enfrente de mí. Me dedica una sonrisa burlona que hace que me cabree, de manera que echo el cuerpo hacia delante, introduciéndole el pene aún más a Naima. Oigo una arcada, pero ella no se detiene.
—Eres una guarra, Naima, pero sé lo mucho que te gusta así… —Otra vez es Ian, y ya ni siquiera me molestan esas palabras. Incluso me gustaría decírselas yo a ella.
Otro cachete aterriza en una de sus sexis nalgas. Me da un suave mordisquito en el glande. Muevo las caderas hacia delante y hacia atrás, posando una mano en su cabeza. Puedo ver las lágrimas en sus ojos. Seguramente le duele, pero también está disfrutando muchísimo. Ian le coge un par de mechones de cabello y tira de ellos hacia atrás. Voy hacia delante para que mi polla no salga de su boca. Estoy a punto de correrme y no me quitará ese placer.
Es como si Ian y yo estuviéramos compitiendo para ver quién le saca un gemido mayor, para comprobar quién hace que su espalda se arquee más, para entender quién roza su corazón.
El mío explota con cada caricia que él regala a la mujer que amo. Pero, para mi total incomprensión, estoy tan excitado que me corro en la boca de Naima como nunca lo había hecho, y disfruto al contemplar el líquido escurriéndosele barbilla hacia abajo. Después soy yo quien se la folla sin contemplación alguna. Me coloco sobre ella y la penetro con violencia. A continuación la pongo encima de mí, la trato como si no fuera nada… Luego Ian se coloca detrás de ella y yo delante, y nos restregamos, la lamemos, la acariciamos, la mordemos. Conquisto su sexo mientras Ian intenta introducirle un par de dedos en el trasero. Naima suelta un grito, se arquea, clava las uñas en mi hombro y me mira…
—¿Pedimos unas esposas y una fusta? —pregunta en ese momento Ian.
Lo miro sin entender. No espera la respuesta de ninguno de los dos. Sale de la habitación y nos deja allí. Regresa con tres objetos: una cuerda gruesa, una capucha con un orificio casi en el centro y un objeto que parece una pala. Para mi sorpresa, le coloca a Naima la capucha. De ella tan sólo se ven sus carnosos labios. Observo cómo le ata las manos a los barrotes de la cama, con unos nudos bien apretados que se clavan en su fina piel. Después me tiende la fusta y me la quedo mirando sin entender, aunque mi polla parece tener bien claro lo que significa.
—No hablamos de esto —murmuro con la cabeza dándome vueltas—. Así que no. —Intento devolvérsela, pero la rechaza.
—No me jodas. Ahora que hemos llegado hasta aquí, ¿vas a echarte atrás? —Ian esboza una tétrica sonrisa—. ¿No ves que ella lo desea? Quiere que se lo hagas tú.
Dirijo la mirada hacia el cuerpo desnudo de mi novia. Está temblando. Pero sé que no es de miedo, sino de expectación. Naima está excitada y deseosa de que participe en este despropósito. No quiero golpear a mi novia, ¿verdad? No podría soportar ver su piel enrojeciendo…
—O lo haces tú o lo hago yo. Conseguirás que se me baje, ¡joder! —interrumpe Ian en ese momento.
Lo miro de hito en hito. ¿Golpearla él? Niego con la cabeza, muy despacio. Agarro la fusta y la aprieto con fuerza hasta que los dedos se me ponen blancos. Ian sonríe… Naima se menea en la cama con las cuerdas clavadas en su piel y la boca entreabierta por la única rendija de la capucha. Y alzo la fusta… Oigo un grito, pero apenas veo nada. La golpeo unas cuantas veces en el vientre, los pechos, los muslos e incluso cerca de su sexo. Es Ian quien me detiene.
—¡Reserva un poco para después! —exclama riéndose.
Y de repente oigo algo que me pone la piel de gallina. Es Naima sollozando, pero enseguida suelta una carcajada. Está gozando porque su cuerpo le pide esto. Está consumiéndose en el dolor porque su alma se ha roto. Y yo soy el dueño de esos dos sentimientos, de los que (aunque no debería) me siento orgulloso.
—Héctor… —susurran sus labios rosados, húmedos por el placer.
La beso. Hay un sabor a arrepentimiento, a deseo, también a locura.
Me veo como por encima de tan borracho y colocado como estoy. Sí, puede que estemos locos.
Locos por esta mujer.
—Te quiero, Héctor…
—¡No!
Me incorporo con el corazón a punto de matarme. Me paso los dedos por la frente sudorosa y compruebo que todo mi cuerpo está bañado. Dios… Esa horrible pesadilla… ¿Por qué, cuando estaba otra vez mejor, tiene que aparecer?
Vuelvo a tumbarme en el sofá con una ligera jaqueca. Me cubro los ojos con el brazo, a pesar de que todo está oscuro. No sé qué hora es, pero seguro que tarde. Todavía no ha regresado.
Melissa… ¿Dónde estás para salvarme de mis propios demonios?