6
A pesar de haber contenido el llanto mientras calmaba a mi amiga, en cuanto llego a casa lo suelto todo. Jamás había visto a Dania como hoy, y ha sido terrible. Nunca se me habría pasado por la cabeza que lo que tenía que contarme era algo así. No puedo juzgarla porque sé lo doloroso que es que te abandonen cuando amas a alguien. Cometes locuras con tal de enterrar el horrible dolor que te atenaza cada músculo, en especial el corazón. Y encima puedo entender que haya sido mucho más difícil para ella, acostumbrada a hacerse la dura, a fingir que el amor no le interesa cuando en realidad se siente sola.
Dania es una persona como cualquier otra, que necesita amar y ser amada por alguien que la mime cuando esté enferma, que la abrace por las noches en la cama y que le diga lo bonito que es vivir a su lado. Quiso convencerse de que podía pasar sus días sin amor simplemente por miedo a arriesgar y, cuando se atrevió a dar un paso más, se ha derrumbado tal como ella había previsto. Quizá muchos piensen que se lo tenía merecido por haber jugado con los hombres. Pero eso no es cierto: Dania jamás los usó, ya que ellos buscaban lo mismo. Es más, me atrevo a decir que fue ella quien jugó consigo misma. Se sentía muy sola, y yo, que he sido una de sus mejores amigas, no me detuve a reflexionar sobre ello. Por eso ahora no puedo evitar sentirme una persona horrible.
De repente oigo las llaves en la cerradura. Me doy cuenta de que todavía estoy a oscuras en el salón, con la mirada fija en la ciudad que se extiende ante el amplio ventanal. Me he pasado toda la tarde con la mente en otra parte: en la tristeza de mi amiga.
—¿Melissa?
—Estoy aquí —atino a contestar con voz pastosa. Me llevo las manos al rostro y descubro en él rastros de lágrimas secas. Madre mía, tendré todo el maquillaje corrido.
—¿Qué haces a oscuras? —me pregunta Héctor cuando llega a la puerta del salón.
—Nada.
—¿Sucede algo? —Un matiz de preocupación en su voz.
Enciende la luz, que se me antoja demasiado brillante y me hace parpadear. Debo de tener una cara horrible porque me mira con gesto raro.
—¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? —Abandona su puesto en la puerta y corre hasta mí.
—Sí, sí… —Ladeo la cara, pero lo cierto es que ya no puedo ocultarme más.
—Has estado llorando. —Me pasa un dedo por debajo del ojo y, cuando lo retira, hay una mancha negra en él de mi máscara de pestañas.
—Sí.
—Pero… ¿por qué? ¿Acaso habéis discutido Dania y tú? —Me lanza una pregunta tras otra sin darme apenas tiempo a pensar.
—No, qué va… —murmuro con voz entrecortada.
Dania me ha pedido que no cuente nada a nadie todavía. No tiene claro lo que va a hacer con el embarazo. Se ha planteado distintas soluciones, alguna de ellas bastante dolorosa. Pero, como siempre digo, ¿quién soy yo para juzgarla?
—¿Entonces…? —El tono de Héctor aumenta en preocupación.
Alzo el rostro para mirarlo y así intentar calmarlo.
—Es sólo que me he puesto a escribir un capítulo muy duro y me ha dado la llorera tonta. —Héctor sabe que pongo el alma en mis historias y que alguna vez he llorado mientras escribía, así que suena bastante creíble.
—¿De verdad es sólo eso? —No parece muy convencido, pero asiento una y otra vez hasta que suspira y se encoge de hombros—. Cariño, no tienes que tomártelo tan a pecho. Ya sé que lo vives, pero a veces sufres… y no me gusta.
—Intentaré que la próxima novela sea una comedia. —Fuerzo una sonrisa.
—¿Quieres que te prepare algo para cenar? —Acoge mi rostro entre sus manos, hasta pasar los dedos por mi nuca, y me atrae para darme un beso.
—Claro —asiento, sin borrar esa sonrisa que es bien falsa y que no entiendo cómo es posible que Héctor crea.
Durante la cena dejo que sea él quien me cuente qué tal ha ido la visita a sus padres. Este año se van de viaje las dos semanas de Navidad y le han propuesto que los acompañemos.
—No sé… Déjame pensarlo unos días. —Lo que en realidad deseo decirle es que no tengo ganas de ir a ninguna parte porque quiero quedarme con mi amiga.
—Mi madre también ha dicho que te pregunte si te apetece ir a cenar con ellos para celebrar tu cumpleaños.
Alzo la cabeza, totalmente sorprendida. ¡Por Dios, pero si es el 26 de noviembre! Tan sólo quedan dos semanas y ni me acordaba. ¿Cómo puedo estar tan atolondrada últimamente?
—Claro. Me parece perfecto celebrarlo con ellos —respondo, y ataco sin ganas el último trozo de carne que quedaba en el plato.
Héctor me estudia un tanto extrañado, pero no dice nada. Tampoco quiero confesarle que cuando estoy cerca de su padre me siento incómoda. Y creo que es algo mutuo. Tanto Álvaro como yo aceptamos la situación e intentamos adaptarnos a ella, pero es difícil. Es más que probable que Héctor lo sepa, pero nunca me ha comentado nada al respecto.
—¿Y, al final, Dania qué quería? —me pregunta mientras me ayuda a recoger la mesa.
Agacho la cabeza con tal de que no descubra que todo lo que voy a decirle no es verdad.
—Nada, que está un poco triste por lo de su ex.
—Pero si fue ella quien lo dejó… —exclama, y no le da tiempo a terminar la frase porque se me caen el tenedor y el cuchillo al suelo con un gran estrépito. Se agacha para recogerlos y, al tendérmelos, me observa con una ceja arqueada—. ¿De verdad no pasa nada?
—Bueno… es que me sabe fatal que esté así —respondo ocultándome el rostro con el pelo. Voy hacia la cocina seguida por Héctor—. Dania no es la mujer dura que quiere hacernos creer.
—Eso está claro, Melissa —apunta poniendo su plato y sus cubiertos en la pila. Se arremanga y abre el grifo para fregar—. Y sé de lo que estoy hablando. Recuérdame a mí tiempo atrás.
—No entiendo por qué tendemos a ocultar nuestros sentimientos —opino al tiempo que cojo un trapo para ayudarle a secar los cacharros.
—A veces lo hacemos por miedo al rechazo —me dice sin apartar la vista del fregadero—. Casi siempre porque nos damos miedo e intentamos huir de nosotros mismos.
Niego con la cabeza, aunque sé que tiene razón. Lo sé porque durante mucho tiempo no fui capaz de afrontar mis problemas e intenté escapar de ellos. Aun hoy continúo haciéndolo. Y Héctor también. Si no fuera así, ambos podríamos hablar sin problemas de todo nuestro pasado. Sin embargo, hemos preferido acallarlo. Quizá sea lo que la mayor parte de las personas hacemos: esconder en el trastero esas historias que tememos recuperar por no encontrarnos con nuestro auténtico yo.
Antes de dormir hacemos el amor y, aunque procuro ponerle ganas, Héctor se da cuenta de que tengo la mente en otra parte. Me da miedo que dude de mí o algo por el estilo como sucedió antes; no obstante, se muestra de lo más comprensivo y me abraza hasta que consigo dormirme.
Los días siguientes todavía tengo en mí una tristeza extraña. Me siento fatal por mi amiga, pero también por ocultar a Héctor lo que está ocurriendo. No quiero fallar a Dania; tampoco quiero mentir a mi novio. Mientras él está en el trabajo me dedico a intercambiar whatsapps con ella. Se esfuerza por mostrarse como la antigua Dania, pero realmente ya nada es igual. Y es que ahora hay otra vida creciendo en su interior, y ella sabe todo lo que supone.
¿Has vuelto a pensar en eso?
Sí… Creo que sería lo mejor, Mel. ¿Estarías dispuesta a acompañarme?
Tardo más que otras veces en contestarle porque no sé qué decirle. Al final acepto, aunque no estoy segura. Ni siquiera sé si es lo que ella quiere. Creo que, en el fondo, está asustada y no ve otra solución. No es que esté siendo egoísta. Sé que ahora mismo ya le da igual perder esa vida suya de fiestas y de hacer lo que le da la gana. Lo que le pasa es que tiene mucho miedo a no ser una buena madre. No me lo ha confesado, pero lo intuyo.
Llega la noche en que Héctor y yo cenaremos con sus padres con motivo de mi cumpleaños. No tengo ganas. Es más, precisamente por eso ni siquiera he preparado una fiesta, a pesar de que Aarón no ha dejado de insistir.
—Eres peor que Dania —me dijo hace dos días cuando intentaba convencerme para celebrarlo—. ¿Qué os pasa últimamente?
—A ver, Aarón, voy a explicarte algo: hay cosas más importantes que las fiestas —respondí un tanto molesta.
—¡Pero es tu cumpleaños, Mel!
—Este año no me apetece un fiestón. Eso estaba bien cuando era una veinteañera —bufé, intentando explicarme—. Prefiero algo más tranquilo. No sé, podemos ir a cenar…
—Había pensado en prepararte algo espectacular en el Dreams.
—Joder, tío, ¡qué obsesionado estás con el local! —le medio grité. Y colgué.
Luego me sentí fatal por haberle hablado así, pero es que estaba sacándome de mis casillas. Entre lo de Dania y pensar que tenía que cenar con el padre de Héctor, cada vez me sentía más nerviosa. Al día siguiente le envié un mensaje de disculpa al que él no se ha molestado en contestar. ¡Pues muy bien, Aarón! Lo que me pide el cuerpo ahora es llamarlo y gritarle que se quede con sus fiestas y su Dreams, y que madure un poco.
—Estás preciosa, Melissa. —Héctor interrumpe mis pensamientos cargados de mala leche y me dibuja una sonrisa al agarrarme de la cintura—. Aunque la verdad es que siempre lo estás.
—Eres un adulador —respondo coqueta. Me llevo una mano al vientre y me cojo un michelín—. Mira, de tanto estar sentada escribiendo, he engordado.
—Aburrida… —Sonrío al oír el apodo que me dedicó desde que empezamos nuestra aventura—. Tus curvas me abren las puertas del cielo.
Me coge de las caderas y me arrima a él. Posa sus labios sobre los míos y me besa con un ardor que despierta todo mi cuerpo.
—Siempre haces que me ponga tontorrona cuando tenemos una cita.
Me separo de él porque, si no, al final me quedaré en casa para comérmelo enterito.
Estoy terminando de aplicarme el maquillaje cuando él entra en el cuarto de baño y se me queda mirando con una expresión que no logro descifrar. Le dedico una sonrisa a través del espejo, pero no me la devuelve.
—¿Te has tomado la pastilla? —le pregunto, pues justo acabo de acordarme.
Asiente con la cabeza. Se acerca a mí y se coloca a mi lado, estudiando mi rostro a través del cristal. Lo interrogo con la mirada.
—¿Sucede algo, Melissa?
—¿Por qué dices eso?
—Has estado muy seria estas semanas. —Me tiende el colorete. Se sabe de memoria todos los pasos que sigo para maquillarme y eso es algo que me hace sentir bien—. ¿No te apetece que vayamos a cenar?
—No, qué va. No es eso, Héctor —me apresuro a contestar.
—¿Te molesta la presencia de mi padre? No es sencillo, pero está intentándolo. Y sé que tú también.
—Que no es eso, créeme.
Dejo el colorete en el lavamanos y me vuelvo hacia Héctor, que no deja de observarme con preocupación.
—¿Entonces…?
No puedo mentirle más. Durante todos estos días se me ha hecho un mundo tener que ocultarle la verdad. Sé que Dania me pidió que no dijera nada, pero es que amo a Héctor más que a nada y necesito que me reconforte. Necesito que me diga que todo va a irle bien a mi amiga.
—Dania está esperando un bebé.
—¡¿Qué?! —Abre mucho los ojos, totalmente sorprendido. Asiento con la cabeza, temerosa. Él boquea un par de veces, hasta que al final logra preguntar—: ¿Y quién es el padre? ¿El ex?
—No lo sabe.
—Dios… —Se lleva una mano al rostro y se frota los ojos—. ¿Cómo ha podido pasar?
—No sé. —Me encojo de hombros, y comienzo a hacer girar el pintalabios entre los dedos—. Su ex le puso los cuernos. Es verdad, de un tiempo para acá ha hecho muchas locuras, pero no podemos enfadarnos con ella. Se sentía sola y perdida. Sabes lo que es estar muy jodido.
—Madre mía… —Héctor se revuelve el pelo, completamente confundido. Sé que él también aprecia muchísimo a Dania—. ¿Y qué va a hacer?
—Ha pensado en abortar. —Casi se me traba la última palabra.
—¡¿Qué?! —Héctor alza la voz. Le pido con un gesto que se tranquilice—. Pero ¿cómo va a hacer eso? ¡Es su hijo, joder!
—Está sola en esto, Héctor. ¡No sabe de quién es ese bebé!
—¡Pero no puede terminar con una vida así como así! —exclama, aparentemente muy nervioso.
—No entraré en ese debate —le digo levantando una mano—. Lo importante ahora es que nuestra amiga esté bien, y tenemos que apoyarla en la decisión que tome.
—¿Desde cuándo sabe que está embarazada?
—El mes pasado no le bajó la regla. Se hizo la prueba a principios de este mes y le salió positiva.
—¡Debería habernos contado algo antes!
No añadimos nada; no sabemos qué más decir. Sé que le he fastidiado la cena con sus padres, pero ya no podía callar el secreto de Dania. De todas formas, está a buen recaudo con Héctor. Nos marchamos en silencio, y también en el coche el mutismo nos envuelve.
—Si está preocupada por el dinero, nosotros podríamos ayudarla. —Es Héctor el que lo rompe.
—No es eso. Es sólo que está asustada, que no sabe cómo hacer frente a la situación. No sé si ella alguna vez se ha visto como madre. No aún, al menos. ¿Entiendes?
—Esto es una puta mierda.
—¡No hables así! —le regaño. Me recuerda a aquella vez, antes de salir juntos, en la que me dijo que era una malhablada.
—No puede hacer eso —murmura remarcando su opinión de antes.
Paso de contestarle porque jamás nos pondríamos de acuerdo. A mí también me parece algo precipitada la decisión de Dania, pero no sé cómo actuaría yo en su lugar.
Llegamos al restaurante con el silencio impregnado en nuestras pieles. Los padres de Héctor están esperándonos dentro. Hemos quedado en el Canalla Bistro, un local que en los últimos tiempos ha ido adquiriendo fama y está muy bien considerado. Su chef consiguió hace un par de años una estrella Michelin. Tiene un toque bastante moderno, divertido y dinámico, dirigido especialmente a clientes jóvenes. Vamos, que no es el restaurante donde los padres de Héctor están acostumbrados a comer, pero sé que Teresa lo ha elegido para mí.
—¡Hola! —Me saluda con su habitual cariño.
Le doy dos besos y un abrazo. Teresa me ayudó muchísimo cuando Héctor estuvo tan mal, y la aprecio. Siempre lo haré. Después me acerco a Álvaro y también lo beso, aunque sin apenas rozarlo.
—¿Lleváis mucho esperando? —les pregunta Héctor.
—Qué va, cielo. Acabamos de llegar. —Teresa le acaricia la mejilla en un gesto muy tierno—. ¿Cómo estáis? —Nos mira a ambos con una sonrisa que le desaparece en cuanto repara en nuestro semblante serio.
—Bueno, no muy bien. Es por una amiga, que está en un mal momento —le explica Héctor.
—Lo siento mucho. —También Teresa se pone seria. Es una mujer que, aunque a primera vista parece muy fría, es bastante empática—. Espero que las cosas se solucionen para vuestra amiga.
Un camarero se acerca a nosotros y nos invita a pasar. Mientras nos guía por las mesas, Álvaro nos informa de que nunca habían venido a este restaurante, tal como yo había imaginado.
—¿Qué tal? ¿Os gusta? —quiere saber Teresa.
—Está genial. Me encanta, de verdad —le digo con una sonrisa.
—Tuvimos que reservar porque suele estar lleno. —Teresa echa un vistazo a su alrededor una vez que nos hemos sentado—. Hay muchos jóvenes, ¿no? Me parece que tú y yo no pegamos aquí, Álvaro —dice a su marido con una sonrisa.
—Pero si vosotros estáis estupendos —los halago.
Héctor apoya su mano sobre la mía en un gesto cariñoso.
—Hay comida un poco rara, ¿no? —Álvaro echa un vistazo a la carta que nos ha traído el camarero—. ¿Qué es pizza Okonomiyaki? —pregunta casi sin poder pronunciar esa palabra.
—Tienes ahí los ingredientes, papá.
—Creo que me pediré un entrecot de vaca. —Se dirige a su mujer—. Y encima es ecológica.
—¡Y para dos personas! De acuerdo, pidamos eso. —Teresa alza la vista hacia nosotros—. Y vosotros, ¿qué queréis?
—Yo una piadina de lomo a la pimienta —dice Héctor sin apartar los ojos de su carta.
—Pues yo… —Uf, si es que hay tantos platos que me llaman la atención… No he probado ninguno y me gustaría degustarlos todos. Como me están esperando, digo el primero que había pensado—. Canelón de aguacate relleno de tartar de bonito.
—¿Y eso qué es? —pregunta Teresa.
—No lo sé seguro, pero suena bien —respondo.
Los cuatro reímos.
Observo a Álvaro con disimulo todavía con la carta delante de mi cara. En un momento dado presiente mi mirada y levanta la suya, posándola unos segundos en mí. He de reconocer que el padre de Héctor es un hombre que se conserva muy bien. Y es eso precisamente lo que me hace pensar que la aventura entre su exnuera y él puede que no fuera tan descabellada. Como no aparta los ojos, al final soy yo quien lo hago. Ladeo el rostro y me llevo una mano al cuello porque ha empezado a picarme. Héctor se da cuenta y me regaña en silencio.
—¿Qué tal va lo de tus libros? Por lo que nos ha contado Héctor genial, ¿no? —me pregunta en ese momento su madre.
—La verdad es que es un sueño hecho realidad —respondo esbozando una sonrisa—. Jamás habría imaginado que mi vida cambiaría tanto en tan poco tiempo.
—Eso es porque eres buena, Melissa —interviene su padre.
Abro la boca, sorprendida. Normalmente Álvaro no se dirige a mí de esta forma. Héctor me coge de la mano por debajo de la mesa y me la aprieta. Creo que lo que quiere decirme sin palabras es que su padre está intentando que tengamos una relación tranquila.
—Gracias —murmuro un poco nerviosa.
Mientras cenamos lanzo unas cuantas miradas disimuladas a Teresa y no puedo evitar preguntarme si ella se imaginó algo, en el caso de que hubiera existido lo que yo creo, claro. «Basta ya, Melissa. ¿Es que no puedes apartar todos esos pensamientos y centrarte en disfrutar de tu cumpleaños? Lo que sucediera es cosa de ellos. Tú no formas parte de eso. Y, además, quizá estás imaginándote cosas que no son, que tienes la imaginación demasiado suelta», me regaño a mí misma en silencio.
—Héctor nos ha hablado acerca de la buena noticia. —Teresa me saca de mis pensamientos y me deja atontada.
¿Perdón? ¿Qué buena noticia? Me vuelvo hacia mi novio y lo miro con los ojos bien abiertos. ¿Es que acaso les ha contado que me ha pedido matrimonio?
—¿Cómo? —La miro a ella otra vez.
—Me refiero a lo de la traducción de tu segundo libro. Es genial, ¿no? Quiere decir que va a viajar más, que podrán conocerte fuera de España.
—Ah, claro… Es fantástico, sí. —Asiento con una sonrisa forzada.
«En serio, Mel, ¡te estás obsesionando con tonterías! —me regaño—. Además, ¿qué habría de malo en que Héctor les hubiera contado que quiere que nos casemos? Es perfectamente normal, son sus padres. Lo que pasa es que tú sigues dándole vueltas a esa cabecita tuya y no sabes ni dónde estás».
—¿Os apetece que vayamos a tomar una copa? —propone Álvaro con los ojos fijos en mí una vez más. Y mi mano en el cuello rascándolo como si no hubiera un mañana.
—Podríamos acercarnos al bar de vuestro amigo, ¿no? —Teresa apoya la barbilla en las manos y nos mira con una sonrisa.
—Cierto. Vayamos a hacer una visitilla a Aarón —dice Héctor.
Alarga el brazo para llamar al camarero. Al final todos nos peleamos por ver quién paga la cena. Quiero hacerlo yo por ser la cumpleañera, pero Teresa se niega en redondo precisamente por eso, porque afirma que debo ser la invitada. Y la verdad es que ha sido una cena cara, para qué mentir. Ellos pueden permitírselo, pero me da vergüenza.
Cuando llegamos al Dreams Álvaro y Teresa se quedan anonadados. Supongo que al verlo desde fuera piensan que no es un lugar para ellos, pero lo cierto es que al local cada vez acude más gente de todas las edades. Excepto menores, claro. Aarón ha sabido captar a todo un abanico de clientes con sus diferentes salas con música variada.
—¡Vaya, esto es grandísimo! —grita Teresa una vez que hemos entrado. Como de costumbre, a pesar de no ser muy tarde, ya se encuentra lleno.
—¡Voy a buscar a Aarón! —exclamo al oído de Héctor—. ¿Qué os pido de beber?
—Tráenos un gin-tonic a cada uno. —Me da un beso en la mejilla antes de marcharme en dirección a la barra.
Tengo que abrirme paso a codazos. Madre mía, cómo está la peña dándolo todo al ritmo de Pitbull y su Fireball. Me muevo con cautela imaginando que en cualquier momento aparecerá Aarón y me agarrará con su habitual energía para bailar. Es más, yo misma tarareo la cancioncilla. ¡Es de lo más pegadiza! «I was born in a flame. Mama said that everyone would know my name. I’m the best you’ve never had». («Nací en llamas. Mamá dijo que todos conocerían mi nombre. Soy lo mejor que has tenido nunca»).
—Fireball! —canto a grito pelado cuando descubro a Diego en la barra preparando cócteles mientras baila.
—¡Eh, Mel! —exclama con una sonrisa de oreja a oreja. Se inclina hacia delante por encima de la barra para darme dos besos. Tiene el desparpajo de Aarón. Mi amigo ha sabido elegir a un buen camarero—. ¿Qué haces por aquí?
—¡Es mi cumpleaños!
—¡Vaya, pues muchas felicidades!
Sin decirle nada, ya está preparando unos chupitos a toda velocidad. Me entrega uno y él se queda otro. Nos los tragamos de golpe después de entrechocar los pequeños vasos.
—¡Diooos! —exclamo golpeando la barra con el culo del vasito. La garganta me arde—. ¿Qué es lo que me has dado? —le pregunto con cara de chupar limones.
—¡Se llama Desvirgator! —me grita Diego al oído.
—Sí, hijo, sí, ¡eso lo ha conseguido! ¡Me ha desvirgado la garganta por completo!
—Lleva ginebra, Martini y anís —me explica guiñándome un ojo y separándose para ir a atender a un par de chicos.
Unos minutos después regresa a donde estoy y se me queda mirando como si estuviese pensando algo y no se atreviera a decirlo.
—¿Qué pasa?
—¿Y tu amiga? ¿No viene hoy?
—¿Te refieres a Dania? —Diego asiente con la cabeza, con una sonrisilla que me indica lo mucho que le gusta la pelirroja—. Es que no he quedado con ella. He cenado con los padres de mi pareja. —Me quedo callada, observando a las otras camareras de aspecto provocador que atienden superanimadas a la clientela—. Oye, ¿y dónde está tu jefe mandón? —Me refiero a Aarón, por supuesto.
Diego se encoge de hombros. Sirve unos chupitos a unas muchachas que no tendrán más de dieciocho años y que van acompañadas de unos señores que ya tienen cierta edad. Luego me contesta:
—Pues la verdad es que no lo sé. Tendría que haber llegado hace un rato, pero no ha aparecido aún.
En ese momento me doy cuenta de que uno de los hombres que van con las chicas le está pasando una bolsita a una de ellas de forma disimulada. Pero ¡lo he visto! Y reconozco a la perfección ese polvito blanco. Me vuelvo hacia Diego y lo miro con los ojos muy abiertos.
—¿Te has dado cuenta?
—¿De qué, Mel?
Espero a que los cuatro clientes se marchen y me inclino hacia delante para susurrarle:
—Uno de esos viejos acaba de darle… algo a la chica rubia —explico, y recalco el «algo».
Diego no contesta. Me lo quedo mirando, insistiéndole en silencio, pero se hace el disimulado.
—¿Aarón sabe que…?
No me da tiempo a continuar porque justo entonces el móvil me vibra en el bolsito. Lo saco y al mirar la pantalla leo el nombre de Aarón. Hablando del rey de Roma… Descuelgo y me pego el móvil a la oreja, aunque no tengo claro que logre escuchar nada aquí dentro.
—¿Sí?
No soy capaz de entender lo que Aarón… Me tapo el orificio de la oreja libre con dos dedos y vuelvo a preguntar, hasta que consigo descifrar unas palabras que me ponen los pelos de punta:
—Dania está en el hospital.