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Estaba en casa, andando de un lado a otro de la habitación, dándole vueltas, intentando tomar una decisión. De repente lo vio claro, no podía hacer otra cosa, ya había decidido cuál iba a ser su siguiente paso. No podía demorarlo más, ella sabía demasiado, se estaba acercando y no podía permitirlo, tenía que hacer algo al respecto.
Se quedó mirando la caja de bombones que acababa de comprar en un supermercado de una cadena muy conocida, unos bombones que vendían en prácticamente todos los supermercados. Tenía todo preparado para manipularlos e introducir en su interior el cianuro de potasio. Se puso unos finos guantes de látex y comenzó cuidadosamente con su tarea.
Aún no podía creerse lo sencillo que había sido conseguir un veneno tan letal, una compra como cualquier otra por internet.
Cuando terminó de rellenar todos los bombones con el veneno, envolvió la caja con un papel de regalo barato, de esos que vendían en multitud de tiendas de todo a un euro. Había estudiado hasta el último detalle, sabía que no podrían seguir su rastro, nada delataba quién era.
Miró el reloj y se dio cuenta de que había llegado la hora.
Se vistió de negro, quería que su presencia no fuera advertida por la seguridad del edificio, en la oscuridad de la noche su figura pasaría desapercibida. Sonrió para sí disfrutando el momento previo, ya empezaba a notar la adrenalina corriendo por sus venas. Se puso un viejo chaquetón, una antigualla que había pertenecido a su padre y que estaba muy desgastada, algunas tallas por encima de la suya. Cogió la mochila y salió de su casa en dirección a MediaCorp.
Cuando llegó, dejó el coche a unas cuantas manzanas, fuera de la zona empresarial, donde sabía que no había cámaras que pudieran grabar el viejo utilitario en el que había llegado. No era suyo, ni había nada que los relacionara, pero no quería arriesgarse a estas alturas a cometer ningún error.
Como suponía, no tuvo ningún problema para acceder al interior del edificio. Sólo había un vigilante en la garita de la entrada, fácil de eludir. Saltó la valla y sigilosamente se acercó a la puerta principal. Entró por una puerta lateral no visible desde la garita. Según introdujo la tarjeta, todas las puertas se fueron abriendo a su paso. Ninguna alarma empezó a sonar, ni apareció la policía. El acceso de la tarjeta no había sido cancelado todavía. Un grave error por su parte, pensó.
En la oficina, el silencio resultaba opresivo. Unas horas antes, el ruido de la gente trabajando, yendo de un lado a otro era atronador, pero ahora no había nadie. Todas las luces estaban apagadas. Todos los equipos estaban apagados. Todo estaba a oscuras.
Llegó a una mesa en la que únicamente había un portátil, ni un bolígrafo, ni un papel, nada que advirtiera que en ella trabajaba alguien. Todo estaba recogido, guardado pulcramente en la cajonera que había al lado de la mesa. Sólo había una cosa más, una placa que revelaba quién trabajaba en ese puesto. En ella se podía leer con letras mayúsculas, Laura Valero.
Sacó un bonito ramo de flores de la mochila que llevaba a la espalda, lo colocó tumbado, cruzado encima de la mesa, con una breve dedicatoria escrita en una cursi letra impresa. La caja de bombones a su lado. Ella lo vería nada más llegar.
A la hora a la que llegaba Laura ya había mucho movimiento en la oficina, podría haber entrado cualquier repartidor a dejarle ambas cosas, y lo mejor de todo, es que nadie se habría dado cuenta de su presencia, por lo que tampoco se darían cuenta de que realmente no había entrado nadie, pensó optimista.
Echó un vistazo a la sala, seguía sorprendiéndole el silencio reinante a su alrededor. Por un breve momento, sintió lástima, Laura parecía una buena chica, pero ya no podía hacer otra cosa. Sin sentir remordimientos, se dio la vuelta y salió del edificio siguiendo el mismo camino por el que había entrado.