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Lunes, 26 de Diciembre
La fiesta empezaba a decaer, la gente comenzaba a irse a sus casas.
—Bueno chicas, nosotros nos vamos ya. —Tony apareció con su abrigo y el de Berta, a quien ayudó a ponérselo—. Estamos agotados. Ayer fuimos a una fiesta que organizaba un amigo de Tony y nos acostamos a las mil. Y hoy hemos madrugado para ir a comer a casa de mis padres.
—Oh, qué bonito. —Dijo Tanya—. Celebraciones en familia. —Laura y ella rieron la broma, y Berta les dio un suave empujón a ambas.
—Bueno, tendré que asentar la cabeza en algún momento. —Tony sonreía a su lado, pero no abrió la boca—. Y tú, ¿no dices nada? —Le preguntó Berta solicitando algo de apoyo.
—Prefiero mantenerme al margen en este tipo de conversaciones, sois tres contra uno, creo que tengo las de perder. —Berta negó con la cabeza como si Tony fuera un caso perdido, y las amigas soltaron una gran carcajada.
—Yo también me voy a ir. —Confirmó Tanya.
—Y yo. Pero antes tengo que pasar por el lavabo. —Laura estaba deseando llegar a casa y meterse en la cama, estaba derrotada con tanta fiesta en los últimos días.
—Acabo de pasar por delante del aseo del pasillo y hay una cola importante. —Comentó Tony. Laura resopló pensando en que no le quedaba más remedio que hacer la cola.
—Puedes pasar al baño que tiene Bea en el dormitorio principal. Yo he ido un par de veces, cuando me encontraba a mucha gente en el del pasillo, y nunca me he encontrado con nadie. —Le dijo Tanya. A Laura se le hizo la luz, al final, no tendría que esperar.
Después de despedirse de sus amigos, haciendo caso a Tanya, pasó al dormitorio principal donde efectivamente el baño estaba libre.
Cuando salió, le llamó la atención una foto que Bea tenía en una de las mesillas. En ella, aparecía con una morenaza muy guapa, Laura supuso que sería su hermana. La cogió para contemplarla más de cerca, y entonces, calló en la cuenta. Pero un segundo después, caía desplomada en el suelo.
A Jose se le empezaban a cerrar los ojos, le escocían de leer tanta documentación. Se estaba poniendo al día con todo lo que habían hallado en el caso de la red de coches robados. Ya no sólo era Madrid la involucrada. La red se movía por zonas de Levante, Salamanca y Puerto Banús. Estaba impresionado con la estructura, tenían una organización excepcional.
Se levantó de su escritorio para ir a la máquina a por un café, aún tenía mucho que leer, necesitaba cafeína para mantenerse despierto. Miró el reloj, ya pasaban de las doce de la noche. Supuso que Laura seguiría divirtiéndose en la fiesta que daba su amiga. Comprobó en el móvil que no tenía ningún mensaje. Estuvo a punto de enviarle uno, pero se contuvo, no quería ser uno de esos novios pesados que tenían que estar en constante comunicación con su pareja. Volvió a dejar el móvil encima de la mesa, en el mismo lugar en el que estaba unos segundos antes y salió de su despacho.
Solamente se encontró con Villa sentado delante del ordenador, escribiendo lo que le pareció un informe. Al ser el único que no tenía familia, se había presentado voluntario para trabajar ese día, liberando a sus compañeros para que pasaran el día en compañía de sus hijos y mujeres.
—¿Aún no te has ido? —Fue una pregunta retórica, puesto que era evidente que seguía allí—. Anda, vamos a tomar un café, invito yo. Creo que a ti también te hace falta. —La cara de Villa mostraba agotamiento, supuso que la suya no debía de ser muy diferente.
Estuvieron un rato en la sala de descanso, relajados. Hablando de todo un poco y de nada en particular, de cosas intrascendentales. No hablaron del caso para desconectar.
—¿Te queda mucho para irte? —Le preguntó Jose. Había empezado muy fuerte en el trabajo, no quería que se desinflara. Pero tenía que ir más despacio, el trabajo era duro y no podía estar obsesionado con él, se necesitaba desconexión para poder afrontar los complicados y crueles casos del día a día.
—Estoy terminando el informe con el que estoy. En cuanto acabe me voy. —Jose asintió mientras entraba en su despacho.
Se sentó en su cómoda butaca y se dispuso a continuar con el informe que había dejado a medias. Cuando estaba cogiendo la carpeta correspondiente, se dio cuenta de que el teléfono fijo de su mesa tenía una luz intermitente que le avisaba de llamadas perdidas, igual que el móvil. Carlos le había llamado varias veces a ambos teléfonos. Se preocupó, esperaba que su amigo se encontrara bien. Cogió el teléfono y lo llamó de inmediato.
Al despertar, lo primero que notó fue un fuerte dolor de cabeza. Al intentar mover la mano para tocar el golpe recibido, sintió otro intenso dolor, pero esta vez en las muñecas, las tenía firmemente atadas. Cuando abrió los ojos e intentó incorporarse, todo le daba vueltas. Intentó analizar la situación. Alguien le había dado un fuerte golpe en la cabeza que le hacía sentir un dolor espantoso, esperaba que no fuera nada grave. Estaba medio tumbada en una cama que no reconocía. Sus manos, atadas a la espalda. Se encontraba apoyada sobre uno de sus brazos, por lo que lo tenía completamente dormido. Al mover sus piernas comprobó que las tenía atadas a la altura de los tobillos. Las ataduras eran fuertes y estaban muy apretadas, cualquier leve movimiento le hacía sentir un dolor agudo. Pero lo peor de todo, era que estaba amordazada, tenía un pañuelo o un trozo de tela, no lo sabía con exactitud, introducido en la boca, lo que hacía que respirase con dificultad. Sentía que se ahogaba.
En cuanto se hubo acostumbrado a la poca luz de la habitación, echó un vistazo, le costó unos segundos reconocerla. Seguía en la habitación de Bea. El baño del que había salido un rato antes, no podía saber cuánto antes, puesto que desconocía el tiempo que había estado inconsciente, quedaba a su izquierda. La puerta, en ese momento, estaba cerrada, no sabía si había alguien allí, intentó aguzar el oído, pero no distinguió ningún sonido.
En la mesilla izquierda, una lamparita y la foto que había estado observando en el momento en que recibió el golpe en la cabeza, pero con la diferencia que ahora el cristal estaba partido en varios trozos, supuso que se habría roto en la caída, ya que en ese momento lo tenía entre sus manos.
En el otro lateral, había una mesilla gemela con la misma lamparita que en la otra, y un poco más allá, una cristalera con las cortinas prácticamente cerradas, sólo había una pequeña rendija entre ellas que mostraba la oscuridad de la noche. Enfrente de la cama, una gran cómoda y un espejo encima de ella, demasiado alto para que pudiera ver algún reflejo en él.
Intentó sentarse sobre la cama, pensó que quizás así podría respirar un poco mejor. Pero, aunque después de un gran esfuerzo lo consiguió, también logró que su dolor de cabeza fuera en aumento y se mareara levemente. Ahora no te desmayes, no es el momento, se dijo.
Apoyó las manos sobre la almohada y notó una sustancia viscosa, seguramente era sangre por el golpe recibido en la cabeza, pensó.
Tenía que estudiar la situación. Estaba completamente indefensa, sus pies y manos no le responderían. No sabía qué hacer. Se dijo a sí misma que no tenía que perder la calma.
Respiró profundamente e intentó relajar los músculos de sus brazos, a ver si conseguía que las cuerdas quedaran un poco sueltas, pero no parecía posible, estaban demasiado apretadas.
Miró en derredor, a ver si veía algún objeto cortante con el que poder cortarlas, pero no vio nada, hasta que volvió a fijarse en la foto. Esperaba que los cristales rotos le sirvieran.
Se acercó a la mesilla, moviéndose lentamente sobre la cama, arrastrando el cuerpo, sentada, con pequeños movimientos que hacían que le dolieran la cabeza, las muñecas y los tobillos de una forma terrible, pero ella respiraba todo lo hondo que le permitía la mordaza para aguantar el dolor.
Cuando ya estaba muy cerca de la mesilla y empezaba a pensar que podría coger el marco con el cristal roto, se abrió la puerta.
—Villa, vamos, te vienes conmigo. —Villa levantó la mirada sorprendido, pero hizo inmediatamente lo que le ordenaban. La cara de Jose no daba opción a rechistar, algo había pasado—. Ahora te informo en el coche.
Después de que Carlos le contara sus averiguaciones en el caso Blair, había intentado ponerse en contacto con Laura, pero ésta no le cogía el teléfono. A continuación, había llamado a Tanya, era la única de las amigas de la que tenía un teléfono de contacto, quien le había dicho que ya habían salido de la fiesta hacía cerca de una hora. Había dejado a Laura allí, pero se iba detrás de ellos, sólo iba a pasar antes por el baño. Así que Jose la llamó a casa, pero tampoco hubo respuesta.
Decidió ir a casa de Bea a comprobar si Laura seguía allí, no sin antes llamar a Rollón para que enviase refuerzos y estuviera enterado de las novedades.
En el coche, después de contarle un poco por encima a Villa a dónde se dirigían y por qué, se hizo el silencio. Jose estaba intranquilo, esa situación le recordaba mucho a otra muy parecida unos meses antes, sólo esperaba que en esta ocasión se encontrara a Laura disfrutando de la fiesta, era fácil de convencer para que se quedara un rato más, quizás Bea la había animado a quedarse. Pero sus tripas le decían que Laura estaba en peligro, y éstas nunca le fallaban.
Laura se quedó observando a su captora. Estaba muy sorprendida. Nunca había pensado en ella como posible culpable del asesinato de Blair, ni del de Marcel, hasta que vio la fotografía. Tenía un montón de preguntas que hacerle, pero amordazada como estaba no podía hablar. Intentó decir algo, pero lo que consiguió fue que el trapo se moviera en el interior de su boca y se atragantara. Así que procuró relajarse para que el trapo se colocara de forma que ella pudiera respirar de nuevo.
—Seguramente querrás hacerme algunas preguntas, no te preocupes porque te lo voy a contar todo. Tenemos tiempo. Jose no te echará de menos tan pronto. Si es como dices, y estoy segura de que sí porque os he observado, todavía estará en comisaría trabajando en alguno de sus casos. —Laura la miraba, la veía muy relajada. Bea le echó un vistazo de arriba abajo, parecía indefensa—. Supongo que te dolerán las muñecas y los tobillos. Sé que eres una buena karateka, así que no esperes que te afloje las cuerdas. Lo siento, pero no quiero cometer ningún error ahora que está todo a punto de terminar. —Se sentó a los pies de la cama, de forma que sus ojos quedaron a la misma altura que los de Laura. Negó con la cabeza como si estuviera regañando a un niño pequeño—. No, no, no. No habrás estado pensando en coger los cristales para cortar las cuerdas. —Soltó una carcajada—. Creo que eso sólo funciona en las películas. —Se levantó de la cama, cogió la fotografía y la guardó en el primer cajón de la cómoda—. Mejor así. —Volvió a sentarse a los pies de la cama.
Laura se estaba poniendo muy nerviosa, no sabía cómo iba a conseguir salir de esta situación. Ahora que todo le iba tan bien, iba a morir a manos de esta loca. Respiró hondo varias veces, intentando que el trapo no se le colara por la garganta, e intentó controlar sus nervios y tranquilizarse. Estar histérica no le ayudaría para escapar o defenderse.
—Como habrás imaginado al ver la foto, ya sabrás que Clara Lázaro era mi hermana. Mi nombre es Beatriz Lázaro Pérez. Utilizo únicamente mi segundo apellido, desde que empecé a preparar mi venganza contra Blair. —Hizo una breve pausa—. Ese hijo de puta nos destrozó la vida. Mi hermana era lo único que me quedaba, lo único que tenía y él la mató. De acuerdo, no le puso una pistola en la cabeza, pero ella era una persona muy sensible, todo le afectaba mucho más que al resto de nosotros. Sabes, cuando se tiró desde la terraza de mi casa, yo estaba en el ascensor, llegaba de hacer la compra cargada con varias bolsas. Cuando entré por la puerta, todavía pude oír cómo gritaba antes de caer sobre un coche aparcado. Supe inmediatamente que el grito era de ella, solté todas las bolsas que llevaba en la mano quedando desparramadas en la entrada de casa y fui corriendo al salón. —Bea estaba concentrada en un punto, mirando al infinito. En ese momento, volvió a mirar a Laura a los ojos—. Es curioso lo que registra la mente cuando algo te traumatiza, recuerdo perfectamente todas las naranjas esparcidas sobre el suelo de roble. —Su expresión se tornó triste al recordar aquel momento—. Esperaba equivocarme, pero en cuanto entré al salón y vi todas las fotos de ese cabrón tirándose a esa zorra, lo supe. El ventanal que daba a la terraza estaba abierto, anduve hacia él despacio, muy despacio, ese tiempo se me hizo eterno, aunque sólo debieron de pasar unos segundos. ¿Te imaginas cómo queda un cuerpo cuando se cae desde un duodécimo piso? Si hubiera llegado unos minutos antes, la hubiera detenido, podría haberla salvado. —Las lágrimas le rodaban por las mejillas, cuando se dio cuenta, se las quitó con la palma de la mano—. Pero bueno, eso ya fue hace mucho tiempo, para qué volver a recordarlo, ¿no crees?
Se levantó de la cama y se apoyó en la cómoda, mirando directamente a Laura, la cual estaba completamente desvalida.
—Tienes muy mala cara, creo que te di demasiado fuerte en la cabeza. Perdona por el golpe. —Sonrió. Laura no le quitaba ojo a sus movimientos—. Creerás que estoy trastornada, y quizás tengas razón. Cuando mi hermana murió, me volví loca de dolor. Pero un día lo vi todo claro. Mi hermana requería ser vengada. Lorenzo Blair tenía que pagar por lo que le hizo. Entonces, me sentí mucho mejor, tenía un objetivo. —Hizo una pausa, como si acabara de recordar algo—. Una vez oí en una película esta frase que se me quedó grabada, "La venganza nunca corre en línea recta, es como un bosque. En un bosque, es muy fácil desorientarse, perderse, olvidar de dónde venimos." —Laura reconoció la cita, era de Kill Bill, se la decía el maestro a Uma Thurman. Se le pusieron los pelos de punta al recordar las matanzas que se producían en ella. Si esa película era su máxima, estaba perdida—. Lo he seguido a rajatabla. He seguido mi camino sin perderme en el bosque, y no he olvidado de dónde vengo. Lo único, es que me ha llevado más tiempo del que hubiese querido. Pero no importa, lo importante es el resultado.
Salió de la habitación. Apareció poco después con un whisky con hielo en la mano, levantó la copa hacia Laura como si estuviera brindando y le dio un buen trago.
—No fue complicado. —Continuó—. Empecé a trabajar en la cadena como costurera, y fui promocionando hasta convertirme en la encargada. Así pude solicitar el cambio de edificio, de forma que me trasladé al mismo en el que se encontraban las oficinas de Blair, y luego, me dediqué a observar. Yo era una simple costurera para todo el mundo, nadie reparaba en mí, todos hablaban delante de mí sin preocuparse de lo que pudieran decir, obtuve mucha información en mi taller. Así me enteré que le gustaba tomarse un cóctel al terminar su jornada y que era el único que bebía de la botella de Angostura. Pasar a su despacho a introducir el veneno en la botella no fue complicado, al principio siempre que me acercaba estaba Maite trabajando en su mesa, hasta que me enteré que guardaba una llave del despacho en uno de sus cajones. Un día me acerqué a mover la cámara que grababa la zona, y estuve fijándome que nadie la volvía a colocar de forma correcta, pensé que nadie se había dado cuenta. Así que entré una noche, cuando ya se habían ido todos a casa. Como ves todo muy sencillo.
Laura, mientras escuchaba, seguía moviendo las muñecas intentando que Bea no la descubriera, aunque seguía siendo incapaz de aflojar las cuerdas. Recordaba que alguna vez su sensei en alguna clase de defensa personal le había enseñado cómo debían atarla para que ella pudiera desatarse, o al menos intentarlo. Recordaba que le había dicho, mantén tensos los músculos, así cuando los relajes habrá algo de holgura en las cuerdas, pero en este caso, al estar desvanecida, los músculos debían de haber estado de lo más relajado, porque era incapaz de encontrar ni un milímetro de holgura.
—Seguramente te preguntarás por Marcel, pobrecillo. Sabes, yo le tenía en alta estima, era encantador, pero muy cotilla, un entrometido. Eso fue lo que le mató. Me llamó un día, y me dijo que sabía que era hermana de Clara, no sé cómo lo descubrió. —Hizo una pausa y se quedó muy pensativa—. Se lo tenía que haber preguntado antes de matarlo. ¡Qué fallo! —Soltó una carcajada y se encogió de hombros—. Bueno, es algo que ya nunca sabremos. El caso es que quedamos en su casa, yo llevé para obsequiarle una caja de bombones. Siempre me han enseñado que si vas a casa de alguien hay que llevar un detalle. —Rio de forma irónica. Laura empezaba a pensar que realmente estaba loca—. Cuando llegué a su casa discutimos. Había adivinado que yo era la asesina de Blair, por supuesto, yo lo negué. Cómo era capaz de acusarme de tal atrocidad, le dije. Y él se echó a llorar y me pidió perdón, pero es que estaba muy nervioso, me dijo. Había estado chantajeando a Blair y temía que le culparan de su muerte. Estaba desesperado. También me contó que te había enviado un email y que os ibais a ver en un rato. Yo, para consolarle, le ofrecí un bombón. —Se empezó a reír y estuvo así unos segundos hasta que se recompuso y continuó—. No podía estar segura de todo lo que sabías, Laura. No tenía ni idea de lo te habría contado Marcel. Tampoco sabía lo que habías descubierto en tu investigación para salvar a Tanya. No quería matarte sin estar segura de que sabías algo. Me caes bien, me recuerdas a ella, a mi hermana. Aunque claro, ya no sirve de nada decirlo. —Era lo que le faltaba escuchar a Laura, la persona que la iba a matar parecía apreciarla, era irónico o mejor dicho absurdo, se dijo—. Más tarde, cuando fuimos a ver a Tanya, nos contaste algunas cosas de cómo llevabais la investigación, pero noté que no nos lo estabas contando todo. Ahí supe que sabías demasiado, no podía arriesgarme a que me descubrieras. Cuando dejé los bombones encima de la mesa, confirmé que no me había equivocado. No los probaste, fuiste corriendo a ver a ese novio tuyo con la caja para comprobar si estaban envenenados. Y ahora, ya lo sabes todo, por lo que tienes que desaparecer. —Lo dijo como si fuera una de sus tareas habituales en su día a día. Laura sintió un escalofrío en la nuca—. Pero no lo vas a hacer como el resto. No, esta vez, será más práctico.
Laura abrió los ojos sorprendida, ¿en serio le iba a contar cómo pensaba matarla? No hay peor terror que saber lo que te va a suceder, pensó, o quizás, ¿le ayudaría saberlo para trazar un plan? Continuó intentando aflojarse las ataduras de las muñecas, por ahora, lo único que había conseguido era que empezaran a sangrar, notaba la sangre resbalando por los dedos, debía de tener las muñecas en carne viva, le dolían tanto que empezaban a saltársele las lágrimas, pero tenía que soltarse como fuera si quería sobrevivir.