28
Esa mañana había sido una mañana de locos. Se había convocado una reunión de urgencia porque algunas secciones que se tenían que grabar para el programa de esa semana se habían caído. El departamento se estaba viendo aquejado de una gripe y había mucha gente de baja. Al final, se había decidido tirar de archivo. El año anterior se habían grabado algunas secciones que, por un motivo u otro, nunca se habían llegado a mostrar en el programa. Así que ahora, el departamento de montaje estaba trabajando a toda máquina para ocupar los minutos que faltaban para completar el programa.
Laura, por fin, pudo sentarse en su sitio con un café que acababa de sacar de la máquina de la sala de descanso.
Mientras se cargaba su correo electrónico, dio un gran sorbo al café a ver si la ayudaba a despejarse, se sentía embotada, empezaba a preocuparse por si había pillado la gripe como el resto, aunque esperaba que sólo fuera cansancio.
Revisó todos sus correos pendientes y los contestó de inmediato, casi todos eran de Manuela con dudas que le habían surgido de las facturas que le había enviado a lo largo de los últimos días. Era tan tiquismiquis, pensó. Cuando hubo terminado, se dio cuenta de que ya había llegado la hora de irse. Al ir a cerrar el correo, se dio cuenta de que tenía marcada en negrita la carpeta de correo no deseado, ésta indicaba que tenía un correo pendiente de leer.
Le extrañó, puesto que a esa carpeta no solía llegarle nada. Se había ocupado de no dejar registrada la dirección del trabajo en ningún sitio, además de las herramientas anti-spam que había en los servidores de la empresa.
Al abrir la carpeta, se fijó en que no había ningún adjunto en el correo, así que por lo menos no llevaba un ejecutable con un virus. La dirección de envío era desconocida para ella y no le daba ninguna pista de quién podía haber enviado el correo. El asunto decía, “URGENTE”. Estuvo a punto de borrarlo porque el asunto no le ofrecía ninguna confianza, pero al pasar el ratón por encima, le llamó la atención que había dos renglones escritos y dirigidos a ella.
“Hola Laura,
Sé que me has estado buscando. Necesito verte lo antes posible. Ven a mi casa mañana al salir del trabajo. Tengo información que te interesa.
M.”
Miró la fecha del correo, había entrado anoche, por lo que la cita era ya.
Pensó inmediatamente en Marcel. Había estado haciendo llamadas hacía no mucho para localizarlo, incluso le había indicado al portero de su edificio que le avisara que lo estaba buscando.
También recordó la reacción de Jose cuando le mencionó que quería ir a hablar con él.
Cerró todo lo que tenía abierto en su equipo y apagó el ordenador mientras pensaba rápidamente cuál sería su siguiente paso. Tenía claro que iba a ir a ver a Marcel. El problema era Jose, si no se lo decía y se enteraba, no se podía imaginar el cabreo que se iba a pillar. Por otro lado, era una insensatez ir a casa de un posible asesino y no decírselo a nadie. Así que decidió que lo llamaría para informarle.
En cuanto se puso en marcha hacia casa de Marcel, puso el manos libres para hablar con Jose mientras conducía. Cogió el teléfono enseguida.
—Marcel se ha puesto en contacto conmigo. —Ni siquiera le dejó saludar. Ella estaba muy nerviosa por su encuentro, le había dicho que tenía información que le interesaba, no podía dejar de pensar en ello—. He recibido un correo electrónico en el que me dice que tiene nuevos datos sobre la investigación y que quiere verme ahora en su casa.
—Y por supuesto, estás en camino. —Jose no esperó la respuesta—. Dame la dirección y voy para allá.
Laura había conseguido su dirección unas semanas antes, cuando estuvo intentado localizarlo.
—Y Laura, espera a que llegue. —Jose colgó.
Cuando llegó a la casa de Marcel, dio una vuelta con el coche por los alrededores para comprobar que no hubiera algo extraño, aunque no tenía claro qué era lo que esperaba encontrar. Como se imaginaba, todo era de lo más normal, niños que habían salido del colegio y volvían a sus casas a comer, algunas señoras cargadas con bolsas de la compra y poco más.
Unos minutos después, había aparcado y estaba en la esquina esperando a que Jose llegara, entonces vio en el portal a una señora mayor. La mujer llevaba unas cuantas bolsas y un enorme bolso de cuyo interior asomaba la cabeza de un caniche. Se fijó en que tenía problemas para entrar debido a lo cargada que iba, así que se acercó a ayudarla. La mujer se sintió muy agradecida.
En el interior del portal, había una mesa donde ella supuso que debería de estar el conserje, pero en ese momento no había nadie, así que Laura la acompañó por las escaleras hasta el tercer piso cargada con la mayoría de las bolsas, ya que el ascensor estaba estropeado. Según le dijo la señora, se averiaba semana sí y semana también, estaban cansados de llamar a la empresa de mantenimiento, que lo arreglaran y funcionara bien un par de días. En la siguiente reunión de vecinos tendrían que tratar ese tema, porque ella no podía seguir así, sus piernas ya no le funcionaban como cuando era joven y necesitaba un ascensor en condiciones, le estuvo contando.
La mujer invitó a Laura a pasar a tomar un café en agradecimiento por su ayuda. Ella dudó unos segundos, pero al final accedió, así esperaba tranquilamente a que Jose llegara y evitaba hacer una tontería.
Antes de que Jose diera señales de vida, Laura ya conocía casi todos los problemas que había en el edificio, y algún otro que había entre los vecinos. La mujer le había informado que en el primero vivían unas estudiantes que se pasaban todos los fines de semana organizando fiestas, con el consiguiente mal estar de todos los vecinos. Y una señora del segundo tenía un perro que más de una vez había orinado en las escaleras y no se había molestado en limpiarlo.
Se acababan de terminar el café, cuando sonó su teléfono.
—¿Dónde estás? —Jose parecía alterado, ella supuso que pensaría que estaba con Marcel y que finalmente no lo había esperado.
—Estoy en casa de una vecina de Marcel tomando un café. En el tercero. Anda sube. —Le colgó.
—¿Venís a ver a Marcel? —Laura asintió, mientras se acercaban ambas al telefonillo para abrir el portal a Jose—. Es un buen chico, aunque tiene mucha pluma. —Ambas rieron—. Eso debe de atraer mucho a las chicas de ahora, porque es un donjuán, como decíamos en mi época. —Laura ya había oído que lo de la pluma era una forma de venderse, quedaba mejor ser gay en su entorno laboral—. Cuando éramos jóvenes, a nosotras nos gustaban muy hombres. —Le dijo pícaramente.
Estaban en la puerta despidiéndose, cuando apareció Jose.
—Te presento a… —Laura se dio cuenta en ese momento que no sabía el nombre de la mujer.
—Josefa, llámame Josefa. —Laura le sonrió dulcemente.
—Yo soy Laura, y él es mi novio, Jose. —La saludó con un movimiento leve de cabeza.
—Guapetón, el mozo. —Laura se sonrojó y la mujer soltó una carcajada—. A mi edad, una ya no se calla nada. —A Jose le hizo gracia la situación por lo que sonrió sintiéndose más relajado, ya que al no ver a Laura esperándolo en la calle, había llegado algo intranquilo.
—Bueno, Josefa, nos tenemos que ir. Muchas gracias por el café. —Le volvió a agradecer Laura.
—De nada, hija. A ver si vienes algún día a verme y charlamos un poco. A estas edades ya no se tienen visitas y cualquier momento de charlar con alguien, se agradece. —Laura sintió un poco de lástima.
Dejaron a Josefa y subieron un piso más hasta llegar a la planta donde se encontraba el piso de Marcel. Llamaron varias veces al timbre, pero nadie les abrió. Siguieron insistiendo un rato y al final decidieron ir a hablar con el portero, que ya se encontraba sentado a su mesa escuchando las quejas de un vecino. El hombre protestaba porque el ascensor estaba estropeado de nuevo, y el conserje, sentado detrás de su mesa, le escuchaba con cara de no saber qué decir. Cuando se acercaron, el vecino continuó su camino despotricando por lo bajo contra la empresa de ascensores.
Al otro lado de la mesa, el conserje les sonreía cortésmente, ellos se presentaron y le preguntaron por Marcel.
—Según las indicaciones que me dio ayer, iba a pasarse toda la mañana en casa. Quería que cuando usted llegara se le permitiera subir, puesto que la estaba esperando.
—Pues no nos abre la puerta. —Informó Laura.
A todos les pareció raro, y a Jose y Laura también preocupante, por lo que pensaron en utilizar la llave que tenía el portero para abrir la casa.
Volvieron a subir con paso lento, puesto que el portero era un señor mayor y bastante grueso, al que cada escalón parecía resultarle un mundo. Llegar a la cuarta planta fue largo y tedioso, lo que hizo que Laura se sintiera más intranquila cada segundo que pasaba.
Cuando el hombre llegó al descansillo del cuarto piso, le faltaba el aire, así que se paró unos instantes hasta volver a respirar con normalidad. A continuación, sacó de su bolsillo un llavero, en el que había gran cantidad de llaves de diferentes modelos y tamaños. Laura se imaginó que cada una correspondería con cada uno de los pisos del edificio, cosa que le sorprendió, porque en su edificio el conserje no tenía llaves de la casa de nadie, y hasta donde ella sabía, en casa de Jose pasaba lo mismo.
El portero cogió una de las llaves, pero esa resultó no corresponder con la cerradura de la puerta. Estuvieron cinco minutos contemplando cómo el hombre introducía llave tras llave en la cerradura, hasta que por fin dio con la correcta.
Laura, en más de una ocasión, pensó en arrancarle las llaves de las manos y ponerse ella misma a intentar abrir la puerta, seguro que iba más rápido, pero se contuvo, sobre todo cuando el portero se disculpó por su lentitud, pero la artritis le estaba matando, les dijo. Después de oír eso, Laura se sintió fatal por sus pensamientos más recientes.
Cuando pasaron a la entrada de la casa, les llamó la atención que las puertas y cajones del mueble que había enfrente de la puerta, debajo de un gran espejo, estaban abiertos y las cosas del interior revueltas.
Siguieron al portero que les llevó al salón de la casa, una gran sala a continuación del hall. Allí, como en la entrada, los cajones de los muebles estaban abiertos y las cosas revueltas, los cojines de los sillones tirados por el suelo. Se acercaron a la mesa baja que había delante del gran sofá, llena de papeles esparcidos a sus anchas y una caja de bombones abierta. Al otro lado, se encontraron a Marcel tumbado en el suelo bocabajo. Jose se acercó de inmediato al cuerpo, le puso dos dedos en el cuello para comprobar las pulsaciones. Laura a su lado estaba estupefacta.
—Llamar a urgencias. —Jose no le localizaba el pulso, volvió a intentarlo en las muñecas. El portero cogió el móvil que llevaba en el bolsillo del pantalón y marcó inmediatamente el 112.
Jose miró en derredor cerciorándose que no hubiera nada que le llamara la atención, buscando alguna pista de lo ocurrido. Lo único extraño, aparte del desorden, era la caja de bombones que había abierta encima de la mesa, de la cual, faltaba un único bombón.
—Creo que ha sido envenenado. —Dijo señalándole a Laura los bombones con la mirada. Sacó su móvil e hizo algunas fotos, si algo le pasaba desapercibido en ese momento, por lo menos lo tendría registrado en las fotografías.
Laura no podía dejar de mirar a Marcel, aún recordaba su energía y su gran actividad, siempre de un lado a otro, moviendo la mano con su particular deje, riéndose de sí mismo y de todos, con su habitual tono irónico. Ahora lo observaba, ahí tirado, inerte, con sus pantalones rosas y su jersey crema de cuello vuelto con ochos, no llevaba puesto ningún calzado, sólo unos gruesos calcetines. No se lo podía creer.
Cuando Laura asimiló lo que Jose le acababa de decir, no se sorprendió.
—Sospecho que lo que quería contarme era realmente importante. Tenía que haber descubierto algo. —Jose pensaba como ella, tenía que tener información relevante para haber sido asesinado.
—Y tenía que tener pruebas, porque aquí alguien ha estado buscando algo. —Ambos volvieron a contemplar el desorden reinante a su alrededor. El asesino ya llevaba dos víctimas, pensó Jose.
—Creo que Tanya hoy tenía cita con su abogada, por lo que tiene coartada. Espero que esto haga que la policía investigue otros posibles asesinos. —Laura seguía en contacto con su amiga, aunque apenas se veían, mantenían largas conversaciones telefónicas, sobre todo para que supiera que no estaba sola, que ella estaba ahí apoyándola.
—Supongo que retomarán la investigación. —Jose se encogió de hombros—. Lo primero que estudiarán es el origen de la caja de bombones. —Jose, agachado sobre la mesa, con cuidado de no tocar nada, la estaba oliendo y estaba casi seguro de que los bombones contenían cianuro, notaba el olor amargo disimulado por el chocolate—. La reunión de Tanya con su abogada no la dejará fuera de sospecha, seguramente esta caja de bombones no haya sido recibida hoy.
Laura sabía que tenía razón, pero esperaba que reabrieran el caso y encontraran algo que dejara a su amiga libre de toda culpa.
—¿Le dejó algún mensaje para mí? —Después de colgar al servicio de emergencia, el conserje no había dejado de observar el cuerpo de Marcel. Laura lo miraba con la esperanza de que él supiera algo, cuando por fin reaccionó, negó con la cabeza, todavía en estado de shock.
Ahora, ella tendría que averiguar qué es lo que Marcel quería contarle. No le había dejado ni una pista. O quizás sí, pero el asesino ya se había ocupado de hacerla desaparecer.