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Lunes, 26 de Diciembre
Después de la llamada de Jose, Tanya se había quedado intranquila. Había estado llamando a Laura, pero no le cogía el teléfono. También lo intentó con el teléfono de Bea, pero ocurría lo mismo. No podía dormir, no dejaba de dar vueltas en la cama. Su imaginación estaba desbordada, le venían a la cabeza un montón de imágenes que ella pensaba que eran absurdas, pero, y si no lo eran.
Se le había pasado por la cabeza que quizás el asesino de su marido podría haber asistido a la fiesta y haber asesinado a Laura y a Bea. O quizás las tenía retenidas contra su voluntad. Al fin y al cabo, lo más probable es que fuera alguien que trabajaba en la cadena, y había habido muchos invitados del trabajo.
Y si fuera así, ¿sus amigas estarían en peligro? Laura había estado luchando esas últimas semanas por demostrar su inocencia, si la pasaba algo por su culpa, no se lo perdonaría nunca.
Se levantó, se vistió con lo primero que cogió del armario, y se fue a por el coche. Tenía que volver a casa de Bea.
—Supongo que te estarás preguntando qué es lo que voy a hacer contigo, ¿no? Vas a sufrir un accidente de tráfico. Aquí cerca, hay una curva que da a un precipicio, un buen lugar para despeñarse con el coche, de hecho, no serías la primera. Les diré que te quedaste un rato a hacerme compañía, hablar y esas cosas. Te tomaste alguna copa de más, y aunque te pedí encarecidamente que te quedaras a dormir, tú dijiste que estabas bien y que podías coger el coche. Todos sabemos lo cabezota que puedes llegar a ser, ¿no crees? Cuando el coche se incendie en la caída, no quedará nada para comprobar si ibas o no bebida. Ya he regado el interior con varias botellas de alcohol, hará que apeste a licor o por lo menos que arda con mayor facilidad. Supongo que cualquiera de las dos cosas me sirve, ¿verdad?
Nada más decir eso, salió de la habitación. Esta vez ni se molestó en cerrar la puerta. Laura no conseguía aflojar las cuerdas, estaba desesperada. Intentó levantarse de la cama para ir hacia la cómoda donde estaba el marco con el cristal roto, pero apenas le dio tiempo a poner los pies en el suelo.
Bea apareció por la puerta con una silla de ruedas. Se encontró a Laura sentada en el borde de la cama, pero no dijo nada, al fin y al cabo ella la iba a poner en esa posición para poder trasladarla a la silla de ruedas. Se acercó con la silla lo más cerca que pudo de Laura, fue a cogerla para acomodarla en ella, pero empezó a moverse compulsivamente para que Bea no pudiera trasladarla, con las piernas logró darle un empujón lo suficientemente fuerte como para que perdiera el equilibrio y cayera al suelo.
—Está bien, tú lo has querido. —Dijo frotándose el brazo izquierdo que se había llevado un buen golpe en la caída, y volvió a desaparecer.
Laura escuchó cómo abría alguna puerta, supuso que de un armario, y removía objetos en su interior, parecían frascos de cristal chocando. Reanudó su intento de ponerse en pie para acercarse a la cómoda, aunque sabía que si conseguía los cristales rotos le llevaría tiempo desatarse, tiempo que no tenía, pero no se iba a rendir ahora. Quizás los pudiera utilizar como arma.
Oyó las pisadas de Bea regresando a la habitación, ella todavía iba de camino a la cómoda dando pequeños saltitos. Ésta apareció con una botellita en una mano, que contenía algún líquido que no supo reconocer, y un trapo en la otra.
—Éter, un poderoso somnífero. —Explicó.
Laura abrió los ojos como platos. Estaba perdida, si la dormía ya no volvería a despertar, por lo menos, no sufriría, pensó. Le vinieron a la cabeza imágenes de sus padres, sus amigos, y por último, de Jose. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas cuando Bea le colocó el trapo en la cara.
Jose y Villa acababan de llegar a la garita del guardia de seguridad de la urbanización, éste se acercaba a ellos con paso decidido.
—Inspector jefe de policía Olalla. —Jose se identificó enseñando la placa. El vigilante se sorprendió, no sabía qué podría querer un inspector jefe de la policía en una urbanización en la que nunca ocurría nada. Las únicas quejas que se recibían constantemente eran sobre las cacas de los perros que no se recogían, cosa que sacaba de sus casillas al guardia, planteándose qué hacía trabajando ahí—. ¿Controlas las entradas y salidas de la urbanización?
—Sí, claro. —Llevaba la misma carpeta en la mano que había revisado en el momento en que entró Laura.
—¿Puedes comprobar si Laura Valero ha salido o sigue en casa de Beatriz Pérez? —El vigilante revisó el listado, aunque sabía perfectamente que ella seguía en la fiesta de la Srta. Pérez, no la había visto salir y había estado atento. Era una chica muy guapa como para no fijarse en ella. Morena, ojos azules y con unas piernas de infarto, que había visto cuando se asomó por su ventanilla, llevaba una falda corta que se le había subido en el asiento del coche.
—Es la única persona que continua en el interior, el resto ya ha pasado por aquí. Tengo anotada la salida de todos, menos la de ella. —Jose asintió. No era lo que quería oír, pero era lo que se esperaba.
—Levanta la barrera. Es un caso policial. —El vigilante se quedó parado sin saber qué hacer. Jose al percatarse del estado de duda del vigilante, le gritó—. ¡Ya!
Se movió rápidamente y levantó la barrera para que Jose y Villa pudieran pasar.
—En breve, vendrán refuerzos. Déjalos también entrar. —Gritó Villa mientras atravesaban la barrera.
Después de un último esfuerzo, Bea logró meter a Laura en su coche, en el asiento del copiloto. Dejó la silla de ruedas en su casa y cogió las pertenencias de Laura, las únicas que quedaban en la casa, puesto que el resto de invitados se había llevado lo suyo. Dejó el abrigo en el asiento de atrás del coche, junto con su bolso y arrancó.
Abrió la ventanilla para respirar el aire gélido de esa noche de invierno, el interior apestaba a alcohol. Todo estaba en silencio. Miró a su derecha y vio a una Laura dormida, parecía tranquila. Ya no tenía la mordaza, ni las ligaduras en muñecas y tobillos. Cuando se las quitó, se quedó muy sorprendida por las heridas que se había causado en su ansia por soltarse. Pero eso ya no importaba, ya no sentiría dolor. Así, dormida como estaba, no sufriría.
Quizás esa muerte que le había deparado a Laura era porque le recordaba a su hermana, o quizás simplemente porque le caía bien. No tenía ni idea, ni tampoco le importaba. Sabía que la muerte con cianuro, no era tan dulce.
Metió primera, y se puso en movimiento. Tenía que salir de la urbanización y dejar caer el coche por el barranco antes de que nadie se percatara de nada. Si la pillaban, se terminaba todo, y después de tantos años, tanto esfuerzo, no podía acabar así.
Salió de su casa y giró a la derecha, justo en sentido contrario a la entrada de la urbanización.
Jose iba a toda velocidad por la calle principal, cada vez que pasaba por encima de un badén temía que el coche se quedara sin bajos, pero le daba igual. El vigilante le había confirmado que Laura era la única persona que no había abandonado la fiesta. Ahora sí que estaba seguro de que había pasado algo.
Cuando llegó a la verja que daba acceso a la casa de Bea, pudo discernir unas luces al final de la calle que giraban a la izquierda, pero no se dio cuenta de que esas luces pertenecían al coche de Laura. Él, giró a la derecha, entrando en la propiedad.
Mientras se acercaba a la casa, comprobó que el coche de Laura no estaba a la vista.
—Rodea la casa, yo voy a revisar el interior. —Le dijo a Villa nada más salir del coche mientras se dirigía corriendo a la vivienda.
Jose se encontró con que una de las cristaleras de la casa estaba abierta, era la que accedía al salón desde la piscina, por lo que por ahí pudo entrar. Toda la casa estaba a oscuras, pero él había sacado una pequeña linterna que sujetaba con una mano, mientras que en la otra llevaba su arma reglamentaria.
Después de revisar toda la casa, verificó que no había nadie. Aunque en la habitación principal había encontrado un trapo húmedo con un fuerte olor, si no se equivocaba, lo que había olido era éter.
Al salir de la casa se encontró con Villa que negaba con la cabeza. Parecía ser que había tenido la misma suerte que él, ninguna, no había encontrado a Laura.
Jose no sabía qué hacer ni a dónde ir. Entonces se le ocurrió una idea. Cogió el móvil y con una aplicación comprobó el terreno de los alrededores. Laura no estaba, pero su coche tampoco, se imaginó que quizás quería que su muerte pareciera un accidente de tráfico. No tenía mucho sentido porque el asesino operaba con veneno, pero no se le ocurría otro motivo por el que el coche de Laura hubiera desaparecido cuando ella no había salido de la urbanización, y lo más probable, es que la hubiera drogado con éter.
Analizando el mapa, comprobó que a pocos kilómetros existía una carretera llena de curvas, y en el lateral, un profundo precipicio. Quizás la asesina la llevaba allí. Sabía que era muy arriesgado confiar en esa idea, pero era la única que tenía.
—Vámonos. —Le dijo a Villa mientras subía en su coche.
—¿A dónde? —No sabía qué se le podía haber ocurrido a su jefe.
—Guíame hacia el punto que he puesto en el navegador del móvil. —Villa asintió.
—Sal de la propiedad y gira a la derecha. En cuanto se termine la calle principal a la izquierda. —En ese momento Jose recordó el coche que había visto al llegar a la casa de Bea, quizás fueran ellas, pensó esperanzado. En cuanto salió de la propiedad pisó el acelerador, si era así, les sacaban unos minutos.
Jose seguía las indicaciones de Villa. Al no encontrarse con ningún coche en el camino, a la velocidad que iba, estaba perdiendo la esperanza. No podía asegurar que el coche que había visto de soslayo fuera el coche de Laura, tampoco podía asegurar que la idea de la asesina fuera tirarla por un terraplén simulando un accidente. Se estaba arriesgando mucho por una idea que se le acababa de ocurrir. ¿Y si no había mirado bien en la casa y tenía a Laura en una habitación oculta? ¿Y si estaba ya muerta? ¿Y si…? No podía dejar de pensar en posibles situaciones que él no había contemplado.
De repente, al tomar una curva, descubrió un coche a una distancia prudencial. Pensando que podía ser el coche de Laura, decidió apagar las luces para no ser visto y pisó a fondo el acelerador. Villa, al lado, se sujetó al asiento. La carretera era demasiado sinuosa para los 110 km por hora que marcaba el contador de velocidad del vehículo.
Cuando Jose ya se encontraba a distancia suficiente para poder distinguir el coche y la matrícula, respiró aliviado. Era el coche de Laura. Por lo que podía ver desde su posición, había dos personas en su interior. Alguien con el pelo corto conduciendo, que supuso sería Bea, y otra a su lado, con la cabeza caída sobre su hombro y una larga melena que la cubría, era Laura.
Encendió las luces y puso la sirena, para que se detuviera al reconocer un coche de la policía, pero como se imaginaba, en vez de detenerse, aumentó su velocidad.
Bea miró por el espejo retrovisor, no se podía creer lo que veía, había un coche de policía detrás de ella que le estaba indicando que se detuviera. Supuso que sería el novio de Laura, aunque no podía estar segura, puesto que el reflejo de las luces en el espejo le deslumbraba y no le dejaba ver a las personas del interior del coche que la seguía.
Pisó el acelerador y se dispuso a huir. Sabía que había una curva un poco más adelante en la que girando a la izquierda se salía a un camino que se internaba en el pinar. La salida era difícil de distinguir si no se conocía. Quizás ahí pudiera perderlos o por lo menos ganar el tiempo suficiente como para escapar.
Jose, detrás de ellas, estaba muy preocupado, parecía que a Bea le costaba dominar el coche a esa velocidad, más de una vez pensó que se salían de la carretera en alguna curva. No sabía qué hacer para detenerlas. Se le pasó por la cabeza ponerse delante y frenar, pero no le gustaba el choque frontal que se produciría, quizás así lo único que conseguiría sería matarlas a ambas. No era una opción.
En ese momento, apareció una curva muy pronunciada, Bea pisó el freno y dio la curva prácticamente derrapando. Jose y Villa detrás observaron preocupados como el coche había entrado en la cerrada curva. Todo el lateral chirrió por el fuerte roce que se produjo con el quitamiedos. Cuando salieron de la curva, al intentar estabilizarlo, vieron cómo una rueda se salía de la carretera y a punto estuvo de caer por el precipicio, aunque Bea pudo finalmente controlarlo. Ambos respiraron aliviados.
—Se van a matar. —Dijo Villa preocupado. Apenas conocía a Laura, pero las veces que habían coincidido había sido muy amable con él.
—Villa, dispara a las ruedas. Asegúrate que cuando lo hagas no haya caída al barranco. —Villa asintió a las órdenes de su jefe, sabía que no quería que el coche perdiera el control y acabara cayendo por el precipicio.
Se sintió agradecido por la confianza que depositaba en él, fue el primero de su promoción en prácticas de tiro, ahora que la vida de la novia del jefe estaba en peligro, no podía fallar. Ese era el momento adecuado, pensó, a la izquierda había un inmenso pinar y a la derecha un terreno en el que se podía ver un gran establo donde habría vacas y toros. Abrió la ventanilla, apuntó y, sin pensárselo dos veces, disparó.
La primera bala no rozó el coche, pero la segunda dio en una de las ruedas de atrás, lo que hizo que Bea perdiera el control, chocando con la valla que separaba el establo de la carretera. El capó del coche se abrió por el impacto.
Inmediatamente después, se abrió la puerta del conductor, por la que salió Bea trastabillando.
—Ocúpate de ella. Yo voy a por Laura. —Jose salió a toda prisa del coche, seguramente, Laura estaría dormida en el asiento del conductor a causa del éter.
Cuando se estaba acercando, notó un fuerte olor a alcohol, no supo distinguir si era whisky, ron o cualquier otro licor, quizás un poco de todos, pensó.
La puerta del copiloto había quedado pegada a la valla, por lo que se dirigió a la del conductor. El coche apestaba a alcohol, supuso que la idea de Bea era aparentar que Laura había tenido un accidente de tráfico por ir bebida. Como plan no era malo, se dijo. Cuando llegó, vio que los airbags frontales habían saltado. Se sorprendió que Laura llevara el cinturón abrochado y se lo agradeció en silencio a Bea, así que lo desabrochó, la cogió por debajo de las asilas y la arrastró fuera del coche. Cuando ya estaban ambos fuera, la cogió en brazos para meterla en su coche.
Villa había tenido que correr para coger a Bea, que se había adentrado en el pinar con idea de perder al policía, pero éste estaba en muy buena forma, por lo que no le costó ningún trabajo alcanzarla. Cuando la tenía a un par de pasos, se lanzó hacia ella agarrándola por los tobillos, y haciéndola caer de bruces, se sentó encima para que no se moviera y la esposó con las manos a la espalda. Villa pasó a detallarle que estaba siendo detenida, los hechos delictivos de los que se le acusaba y sus derechos.
Cuando llegó al coche, medio arrastrando a la detenida, Jose acababa de dejar a Laura acomodada en el asiento de atrás y estaba llamando a una ambulancia.