Introducción
Preparar una lista de las mejores historias de ciencia ficción del siglo XX es lo mismo que preparar una lista de las mejores historias de ciencia ficción del milenio. O, ya puestos, de las mejores de todos los tiempos, porque toda la historia de la ciencia ficción como comunidad literaria consciente de sí misma empezó en el siglo XX, cuando Hugo Gernsback publicó la primera revista dedicada a la «scientifiction», género de «historias científicas como las escritas por H. G. Wells».
H. G. Wells, Jules Verne y una plétora de escritores de aventuras (como A. Merritt, H. Rider Haggard y otros que se convirtieron en escritores de ciencia ficción de pleno derecho, como Edmond Hamilton) escribieron historias que desde el punto de vista actual forman parte evidente de la tradición de la ciencia ficción. Pero ellos no consideraban que sus historias perteneciesen a un nuevo género literario. Tampoco creían pertenecer a una comunidad literaria diferente por escribir historias que incluían especies alienígenas, extrañas invenciones o asombrosas reliquias del pasado.
Pero con la publicación de la revista Amazing Stories de Gernsback, la situación cambió. Ya había límites —que con el tiempo, al menos durante cierto periodo, se convertirían en los muros de un gueto, para beneficio de la ciencia ficción—, de forma que solo historias de cierto tipo podían aparecer publicadas en ella. Así se definió lo que era ciencia ficción y, por exclusión, lo que no lo era. Y había una sección de cartas.
En realidad, la sección de cartas creó la comunidad. Los entusiastas del nuevo género le escribían a Gernsback y luego leían con avidez las cartas publicadas de los demás lectores. Posteriormente, saltándose al intermediario, entablaron correspondencia directa y no tardaron en comenzar a reunirse para hablar sobre lo que era la ciencia ficción y qué podría ser o debía ser. Se pusieron a escribir sus propias historias y a compartirlas con los demás y, con el tiempo, acabaron fundando clubes y, posteriormente, creando convenciones a las que asistían los lectores serios del género venidos de lugares lejanos. En la actualidad la Convención Mundial de Ciencia Ficción atrae a participantes de docenas de países y de distintas lenguas (aunque el inglés sigue siendo la lengua franca… o si lo prefieren, la koiné del género).
A medida que los lectores se fueron convirtiendo en fans —participantes en el diálogo público de la comunidad de la ciencia ficción y los fans en escritores—, iniciaron el desarrollo de principios críticos bastante alejados de las ideas literarias que se enseñaban en las universidades norteamericanas, donde las teorías sobre la crítica literaria iban y venían, iguales solo en el hecho de que todas estaban concebidas para demostrar por qué las obras de los modernistas (la revolución literaria más reciente previa a la ciencia ficción) eran Arte Verdadero. Naturalmente, los académicos, que estaban totalmente concentrados en celebrar a Woolf, Lawrence, Joyce, Eliot, Pound, Faulkner, Hemingway y sus hermanos literarios, no tenían ni idea de lo que pasaba tras los muros del gueto de la ciencia ficción. Y cuando al final prestaron atención, porque sus estudiantes no dejaban de mencionar libros como Dune y Forastero en tierra extraña, los académicos descubrieron que esas revistas y esos libros extraños con portadas ridículas no prestaban la más mínima atención a los estándares de la Gran Literatura que ellos habían desarrollado. En lugar de comprender que sus estándares eran inadecuados porque no eran aplicables a la ciencia ficción, llegaron a la conclusión mucho más segura y simple de que la ciencia ficción era mala literatura.
Ya saben lo que dicen: a quien solo tiene un martillo todo le parece un clavo. Bien, solo es cierto en ocasiones. En el caso del mundo académico literario —la comunidad que yo cariñosamente llamo Li-fi[1]— una analogía mejor es que para un hombre que solo tiene un martillo un tornillo es un clavo defectuoso.
Por tanto, cada pocos años, Atlantic Monthly, Harper Magazine o The New Yorker publican un ensayo explicando por qué la ciencia ficción es Mal Arte. ¿Qué esperabas que hiciese la vieja aristocracia mientras intenta defender su torre de marfil del asalto de las masas apestosas y rebeldes?
Pero la verdad es que a mediados de los años cuarenta la ciencia ficción era la comunidad literaria más enérgica, más productiva, más innovadora y, con el tiempo, sería la más consumida. Sostenida únicamente por voluntarios que leían en busca de historias e ideas, en lugar de por estudiantes a los que se les exigía leer detenidamente y decodificar textos a cambio de notas, la ciencia ficción creció y cambió, reinventándose constantemente, tomando lo que le resultaba útil de otros géneros y otras disciplinas; no solo ciencia y no solo ficción. Revolución tras revolución, generación tras generación, había más variedad y más historias en la ciencia ficción que fuera de ella.
Yo llegué tarde a la fiesta. Cuando nací, en 1951, el trabajo fundacional ya se había completado. John W. Campbell había asentado la ciencia ficción sobre cimientos científicos más firmes (aunque la vieja tradición de la aventura impactante continuó), y Robert Heinlein nos había enseñado a desarrollar el despliegue gradual de la exposición, la técnica literaria básica que todo lector y escritor de ciencia ficción debe dominar para tomar parte en el diálogo. Cuando nací, Heinlein, Asimov y Clarke ya formaban la trinidad de los grandes escritores del género, con Bradbury, Anderson y Blish dispuestos a darse pronto a conocer. La ciencia ficción formaba parte del aire que yo respiraba al crecer.
Sigue siendo así para todos nosotros. Porque la ciencia ficción la leen sobre todo voluntarios. Aunque algunos escritores se han encontrado con su obra convertida en lectura obligatoria en los institutos, las obras anteriores se siguen publicando, no porque algún profesor las haya declarado oficialmente Grandes, sino porque la gente las sigue leyendo y sigue diciendo a sus amigos que deben conseguir Fundación de Asimov, Dune de Herbert, La luna es una cruel amante de Heinlein, La mano izquierda de la oscuridad de Le Guin. Seguimos pasándonos esa literatura de mano en mano. El lector apasionado sigue impulsando el género y, como resultado, toda la historia de la ciencia ficción se puede encontrar con facilidad. Podemos leerla de principio a fin y conservarla completa en la memoria.
Aun así, mi meta con este libro no es presentar la historia de la ciencia ficción. No se trata de un volumen de estudio. Esto es un tesoro. Una colección de joyas.
Tampoco es un tesoro infinito. Tuvimos limitaciones: los editores tienen la absurda creencia de que no pagarías setenta dólares por un volumen de tres mil páginas. No hemos podido incluir todas las historias que deberían aparecer aquí; no pudimos incluir a todos los escritores que deberían estar representados. Por desgracia, además, hay escritores —Ray Bradbury, Harlan Ellison, George Alec Effinger, R. A. Lafferty— que se han especializado en el relato corto. En una antología de las mejores historias de ciencia ficción es casi inconcebible seleccionar solo un Bradbury, solo un Ellison.
¿Y qué hacer con John Varley, cuyo mejor trabajo «corto» es tan largo que si incluyes «Pulse enter» o «La persistencia de la visión» tienes que renunciar a otras cinco historias? Incluso así, tuve que prescindir de algunos de mis escritores favoritos y de algunos de mis cuentos preferidos: «Flight» de Peter Dickinson, por ejemplo, y «Vestibular Man» de Felix Gottschalk o las historias de Moderan de David Bunch, y me desconsuela la lista de escritores que no están representados:
Bruce Sterling, Connie Willis, Nancy Kress, Lucius Shepherd, Lois McMaster Bujold, Norman Spinrad, Clifford Simak, Vonda McIntyre, Octavia Butler, Dave Wolverton… son algunos de los que cito.
Pero es por eso que me pagan bien: sé tomar decisiones difíciles.
Gritando, quejándome, gimoteando, hablando conmigo mismo hasta altas horas de la noche, decidí.
Escogí estos. Son cuentos que me encantaron cuando los leí por primera vez y que al releerlos siguen provocándome placer y admiración. Creo que son cuentos que conectan con un amplio espectro de lectores y no solo con un grupo reducido. Son de autores importantes para el género, que han influido en otros autores y, lo más importante, que han cambiando la vida de sus lectores. Intenté evitar repeticiones: historias que se referían a lo mismo que otras ya escogidas, aunque, por supuesto, esas decisiones son absolutamente subjetivas.
Sobre todo, son historias que no puedo olvidar.
Las he agrupado en tres categorías generales, por épocas. La Edad de Oro —desde el comienzo hasta mediados de los sesenta— incluye autores e historias que crearon la ciencia ficción tal como la conocemos. Y sí, soy consciente de que «Sueños de robot» fue uno de los últimos trabajos de Asimov, pero él fue un escritor de la Edad de Oro —quizás el mejor— durante toda su carrera. Al mismo tiempo, Sturgeon y Blish podrían ser considerados posteriores a la Edad de Oro, mientras que Hamilton y Biggle podrían verse como elementos de una época anterior. Dadme un respiro. Llames como llames al periodo, esos son los autores que araron y plantaron el campo.
El periodo de la Nueva Ola —desde mediados de los sesenta hasta mediados de los setenta— quedó marcado por escritores que aportaron fervor y un estilo deslumbrante, en ocasiones furia, que devolvieron la energía al género y lo abrieron a muchas formas de narración. Al mismo tiempo, la vieja tradición de la ciencia ficción —el relato sencillo, la historia de ideas, el dilema moral, la historia de personajes— fue enriquecida por escritores como Larry Niven, Ursula K. Le Guin, Frederik Pohl y Brian Aldiss.
Si los escritores de la Nueva Ola eran los hijos de la Edad de Oro, ya fuese rebelándose contra sus padres u ocupándose del negocio familiar, los años ochenta y noventa estuvieron dominados por los nietos de la Edad de Oro: los escritores que crecieron viendo Dimensión desconocida, Más allá del límite y Star Trek mientras leían «Llámame Joe», «Todos vosotros zombis…» y «”¡Arrepiéntete, Arlequín!”, dijo el señor Tic Tac». La Generación Mediática descubrió que podía escribir cualquier tipo de historia, y aunque algunos movimientos adoptaron una identidad diferenciada —los ciberpunk, los humanistas—, la mayoría de los que empezamos a escribir en esa época descubrimos que podíamos hacer lo que nos diese la gana: siempre que nuestras historias encajasen, más o menos, en los límites siempre en expansión del género, habría lectores dispuestos a oír nuestra voz y a probar las historias que les ofreciésemos.
Al pasar de una época a la siguiente, podrás apreciar cómo la ciencia ficción se ha desarrollado a lo largo de los años sin olvidar sus raíces, sin olvidar nada de lo que, como comunidad, hemos aprendido.
Es posible que ya hayamos alcanzado y sobrepasado la época de la ciencia ficción. Es posible que ya estemos preparados para la próxima revolución en literatura, para el siguiente grupo de narradores. La era posterior a la ciencia ficción.
Es también posible que estemos preparados para la disolución de las fronteras del género. Para que al decir «literatura» incluyamos la ciencia ficción en la definición de esa palabra.
La verdad es que me da igual. Eso es un asunto sobre el que pueden discutir críticos y académicos. Lo que me importa es lo siguiente: las historias nos cambian. Crean comunidades de personas con recuerdos compartidos. Y los cuentos que aparecen en las páginas que vienen a continuación se cuentan entre los mejores de nuestro tiempo.