«Todos
vosotros zombis…»
ROBERT A. HEINLEIN
(marzo de 1959)
Uno de los titanes de la Edad de Oro del género, Robert Heinlein empezó a escribir ciencia ficción en 1939 después de una breve carrera militar y pronto se convirtió en un prolífico colaborador de las revistas de ciencia ficción, especialmente de Astounding Science Fiction, que publicó gran parte de lo mejor de sus primeras obras. Su obra destacaba por la sensación de futuro «inmediato». En cuentos como «Las carreteras deben rodar», «… también paseamos perros», «Ocurren explosiones» y otros, Heinlein ilustró hasta qué punto los futuros avances en ciencia y tecnología influirían en todos los ámbitos de la cultura y la civilización. La mayoría de los cuentos de Heinlein recopilados en El hombre que vendió la Luna, Las verdes colinas de la Tierra y Revuelta en el 2100 se ajustan al esquema de su serie Historia del Futuro, que junto con la novela se recopiló definitivamente en Historia del futuro. La ficción de Heinlein también es famosa por su exploración de temas sociales y políticos y por representar en entornos de ciencia ficción sociedades en las cuales los intereses privados y de grupo a menudo se contradicen. Más allá del horizonte trata de un mundo futuro donde la eugenesia ha creado una sociedad perfecta. La 100 vidas de Lazarus Long trata de un grupo de inmortales, resultado de emparejamientos selectivos, que se enfrenta a la aniquilación a manos de aquellos que no comparten el mismo don. La luna es una cruel amante cuenta la rebelión de una colonia lunar que intenta liberarse del control del gobierno de la Tierra. Amos de títeres es su más conocido estudio sobre la conciencia individual y la colectiva, que describe el esfuerzo de la Tierra por repeler una invasión alienígena dispuesta a absorber la humanidad en una mente colectiva. En los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Heinlein escribió influyentes novelas de ciencia ficción para jóvenes como Cadete del espacio, La bestia estelar, Consigue un traje espacial: viajarás y Tropas del espacio, una controvertida novela sobre un futuro militarista en el que la libertad y la ciudadanía dependen de haber servido en las Fuerzas Armadas. Su Forastero en tierra extraña, la novela de 1962 sobre un humano mesiánico criado en Marte que expone la corrupción y la hipocresía de la civilización en la Tierra, fue la primera novela que entró en la lista nacional de libros más vendidos. Heinlein también escribió varias innovadoras fantasías modernas como Magic, inc. Y las historias recopiladas en La desagradable profesión de Jonathan Hoag.
2217 ZONA HORARIA V (ESTE). 7 nov. 1970 Nueva York-«Pop’s Place»:
Yo sacaba brillo a una copa de brandy cuando entró la Madre Soltera. Me fijé en la hora: 10.17 p. m. Zona cinco u hora oriental, 7 de noviembre de 1970. Los agentes temporales siempre nos fijamos en la fecha y la hora; debemos hacerlo.
La Madre Soltera era un hombre de veinticinco años, no más alto que yo, de rasgos infantiles y temperamento susceptible. No me gustaba su aspecto (nunca me había gustado) pero era el tipo al que tenía que reclutar, era mi chico. Le dediqué mi mejor sonrisa de camarero.
Quizá soy muy crítico. No era afeminado; su mote se debía a lo que respondía siempre cuando algún metomentodo le preguntaba a qué se dedicaba: «Soy madre soltera». Si todavía no tenía ganas de matar a todo el mundo, añadía: «A cuatro céntimos por palabra. Escribo confesiones».
Si se ponía desagradable, esperaba a que alguien le diese motivo para estarlo. Su estilo de lucha era letal, como el de una mujer policía: una de las razones por las que quería reclutarlo. No la única.
Ya llevaba una copa y se le veía en la cara que despreciaba a la gente más de lo habitual. En silencio le serví un trago doble de Old Underwear y dejé la botella. Se lo tomó, se sirvió otro.
Limpié la barra.
—¿Cómo sigue el negocio de «Madre Soltera»?
Sus dedos se tensaron alrededor del vaso y pareció a punto de tirármelo a la cara; busqué con la mano la porra bajo la barra. En la manipulación temporal intentas tenerlo todo controlado, pero hay tantos actores que no corres riesgos innecesarios.
Le vi relajarse ese poquito que te enseñan a apreciar en la escuela de entrenamiento de la Agencia.
—Lo lamento —dije—. Solo preguntaba cómo va la cosa. Que sea entonces cómo está el tiempo.
Parecía amargado.
—El negocio va bien. Yo las escribo, ellos las publican, yo como.
Me serví un trago, me incliné hacia él.
—De hecho —dije—, escribes buenas historias… He leído algunas. Tienes un sorprendente don para exponer convincentemente el punto de vista femenino.
Era un desliz al que debía arriesgarme; nunca decía cuáles eran sus seudónimos. Pero estaba tan espeso que se centró en lo último:
—¡Punto de vista femenino! —repitió bufando—. Sí, conozco el punto de vista femenino. Qué remedio.
—¿Y eso? —dije dubitativo—. ¿Tienes hermanas?
—No. No me creerías si te lo contase.
—Venga, vamos —respondí indulgente—, los camareros y los psiquiatras saben bien que nada hay más extraño que la verdad. Vamos, hijo, si escuchases las historias que oigo yo… bien, te harías rico. Increíble.
—¡No conoces el significado de «increíble»!
—¿No? Nada me asombra. Siempre he oído algo peor.
Volvió a bufar.
—¿Quieres apostar el resto de la botella?
—Me apuesto una botella llena. —Puse una sobre la barra—. Bien… —Le hice un gesto a otro camarero para que se ocupase del negocio. Nos encontrábamos al fondo de la barra, en un espacio de un solo taburete que yo me reservaba abarrotándolo con frascos de encurtidos y cosas parecidas. Había unos en el otro extremo viendo la pelea y alguien en la máquina de discos… Teníamos tanta intimidad como en una cama.
—Vale —empezó—, de entrada, soy un bastardo.
—Aquí eso da igual —dije.
—Lo que digo es que mis padres no estaban casados.
—Sigue sin importar —insistí—. Los míos tampoco.
—Cuando… —Calló, me dedicó la primera mirada cálida que le había visto—. ¿Lo dices en serio?
—Sí. Un bastardo al ciento por ciento. Es más —añadí—, nadie de mi familia se casa nunca, jamás. Todos bastardos. Esto. —Se lo mostré—. Solo parece un anillo de bodas; lo llevo para mantener a raya a las mujeres. —Es una antigüedad que le compré en 1985 a un colega agente… Él lo había conseguido en la Creta anterior a la era cristiana—. La serpiente Uróboros… la serpiente del mundo que devora su propia cola, eternamente, sin fin. Un símbolo de la Gran Paradoja.
Apenas me miró.
—Si realmente eres bastardo, sabes lo que se siente. Cuando era una niña pequeña…
—¡Alto! —dije—. ¿He oído bien?
—¿Quién cuenta la historia? Cuando era una niña pequeña… Mira, ¿has oído hablar de Christine Jorgenson o de Roberta Cowell?
—Ah, ¿casos de cambio de sexo? ¿Intentas decirme que…?
—No me interrumpas ni me atosigues o no hablaré. Me abandonaron, me dejaron en un orfanato de Cleveland en 1945, cuando tenía un mes. Siendo una niña pequeña envidiaba a los niños con padres. Luego aprendí lo del sexo… y, créeme, Pop, en un orfanato aprendes rápido…
—Lo sé.
—… hice el juramento solemne de que cualquier hijo mío tendría padre y madre. Me mantuve «pura», toda una hazaña en ese entorno… Tuve que aprender a pelear para lograrlo. Luego crecí y comprendí que tenía muy pocas posibilidades de casarme… por la misma razón por la que no me habían adoptado. —Frunció el entrecejo—. Tenía cara de caballo, dientes de conejo, pecho plano y pelo liso.
—No tienes peor aspecto que yo.
—¿A quién le importa la pinta de un camarero? O la de un escritor. Pero la gente que quiere adoptar escoge a idiotas de ojos azules y pelo dorado. Y luego los chicos quieren pechos prominentes, una cara bonita y modales de «oh, hombre maravilloso». —Se encogió de hombros—. No podía competir. Así que decidí alistarme en las W.E.N.C.H.E.S.[2]
—¿Qué?
—El Cuerpo Nacional de Emergencia Femenino, Sección de Hospitalidad y Entretenimiento, lo que ahora llaman «Ángeles del Espacio»: el Grupo de Enfermeras Auxiliares, Legiones Extraterrestres[3].
Yo conocía ambos términos, ya los había recopilado. Usamos un tercer término para ese cuerpo militar de elite: Orden Hospitalaria de Mujeres para Refortalecer y Animar a los Pilotos Espaciales[4]. Los cambios de terminología son el mayor obstáculo para viajar en el tiempo: ¿saben que en su momento «estación de servicio» solo se refería a un lugar para dispensar dosis de petróleo? En una ocasión, de misión en la época de Churchill, una mujer me dijo: «Reúnete conmigo en la estación de servicio de aquí al lado». No era lo que parece; una «estación de servicio» (en esa época) no tenía cama.
Siguió hablando:
—Fue cuando admitieron por primera vez que no se podía enviar a hombres al espacio durante meses y años sin modo alguno de aliviar la tensión. ¿Recuerdas cómo pusieron el grito en el cielo los santurrones? Eso aumentó mis posibilidades, ya que escaseaban las voluntarias. Una galáctica tenía que ser respetable, preferiblemente virgen (les gustaba entrenarlas), mentalmente por encima de la media y emocionalmente estable. Pero la mayoría de las voluntarias eran putas viejas o neuróticas que se habrían desmoronado a los diez días fuera de la Tierra. Así que no me hacía falta una cara bonita; si me aceptaban, me corregirían los dientes, me ondularían el pelo, me enseñarían a caminar, a bailar y a prestar atención a un hombre satisfactoriamente y todo lo demás… Aparte de entrenarme para la función principal. Incluso usarían cirugía plástica si hacía falta… No hay que reparar en gastos cuando se trata de Nuestros Muchachos.
»Lo mejor de todo, se aseguraban de que no te quedases embarazada… y era casi seguro que al final del servicio te casarías, como actualmente los ángeles se casan con pilotos espaciales: hablan el mismo lenguaje.
»Cuando cumplí dieciocho años me colocaron de “asistenta de madre”. La familia no quería más que una sirvienta barata pero no me importó porque no podía alistarme hasta cumplir los veintiuno. Me ocupaba de las labores domésticas e iba a clases nocturnas. Fingía que seguía con las clases de mecanografía y taquigrafía del instituto pero en realidad iba a clases de encanto, para mejorar mis posibilidades de alistamiento.
»Entonces conocí a un chulo de ciudad con billetes de cien dólares. —Frunció la frente—. El bala perdida tenía un rollo de billetes de cien dólares, de veras. Me lo mostró una noche, me dijo que cogiera lo que quisiera.
»Pero no lo hice. Me caía bien. Era el primer hombre que conocía que me trataba bien sin intentar aprovecharse. Dejé las clases nocturnas para verle más a menudo. Fue la época más feliz de mi vida.
»Luego, una noche en el parque, empezaron los juegos.
Dejó de hablar.
—¿Y luego? —dije.
—¡Y luego nada! No volví a verle nunca. Me acompañó a casa y me dijo que me amaba… Me dio un beso de buenas noches y no volvió jamás. —Parecía sombrío—. Si pudiese dar con él, ¡le mataría!
—Bueno —me compadecí—, sé cómo te sientes. Pero matarle… solo por hacer lo que dicta la naturaleza… eh… ¿Te resististe?
—¿Eh? ¿Qué tiene eso que ver?
—Bastante. Quizás el tipo se merezca que le partan los brazos por salir corriendo, pero…
—¡Se merece algo peor! Espera a oírlo. No sé cómo conseguí que nadie sospechase y decidí que era para mejor. En realidad no le había amado y probablemente jamás amara a nadie… y sentía todavía más deseos de unirme a las W.E.N.C.H.E.S. que antes. No quedaría descartada, no insistían en que fuésemos vírgenes. Me recuperé.
»No caí en la cuenta hasta que las faldas empezaron a apretarme.
—¿Embarazada?
—¡Como un globo! Los tacaños con los que vivía pasaron de la situación mientras pude trabajar… luego me echaron y el orfanato no me recogió. Acabé en un ala de beneficencia rodeada de otras barrigudas y paseando orinales hasta que me llegó la hora.
»Una noche me encontré en la mesa de operaciones, con la enfermera diciéndome: “Relájate. Respira hondo”.
»Me desperté en la cama, insensible de pecho para abajo. Entró el cirujano. “¿Cómo te sientes?”, dijo alegremente.
»“Como una momia”.
»“Es natural. Estás vendada como si lo fueras y hasta arriba de medicación, para mantenerte sedada. Te recuperarás… pero una cesárea no es un padrastro”.
»“¿Cesárea?”, dije. “Doctor… ¿he perdido el niño?”.
»“Oh, no. El bebé está bien”.
»“Ah. ¿Es niño o niña?”.
»“Una niñita muy saludable. Dos kilos cuatrocientos gramos”.
»Me relajé. Es un logro tener un bebé. Me dije que me iría a algún lugar, le añadiría un “señora” a mi nombre y dejaría que la niña creyese que su padre había muerto… ¡Nada de orfanatos para mi niña!
»Pero el cirujano seguía hablando. “Dime, eh…”, evitó mi nombre. “¿Alguna vez has sospechado que tuvieras un problema glandular?”.
»“¿Eh? Claro que no. ¿A qué se refiere?”.
»Vaciló. “Te lo voy a decir de una tacada, luego te pondré una inyección para calmarte los nervios. Los vas a tener”.
»“¿Por qué?”, exigí saber.
»“¿Has oído hablar del médico escocés que fue mujer hasta los treinta y cinco años? Luego se sometió a cirugía y se convirtió legal y médicamente en hombre. Se casó. Todo perfecto”.
»“¿Qué tiene eso que ver conmigo?”
»“A eso me refiero. Eres un hombre.”
»Intenté sentarme. “¿Qué?”
»“Tranquila. Al abrirte, me encontré un desastre. Mandé buscar al jefe de cirugía mientras yo sacaba al bebé, luego hablamos sobre ti, allí mismo… y trabajamos durante horas para salvar lo que pudiésemos. Tenías dos conjuntos completos de órganos, los dos inmaduros, aunque el femenino lo suficientemente desarrollado para tener un bebé. No volverían a servirte de nada, así que extirpamos y reordenamos para que puedas desarrollarte adecuadamente como hombre”. Me puso una mano encima. “No te preocupes. Eres joven, los huesos se ajustarán, vigilaremos tu equilibrio glandular… y te convertiremos en un joven perfecto”.
»Me puse a llorar. “¿Qué hay del bebé?”.
»“Bien, no puedes amamantarlo, no tienes leche ni para un gatito. En tu caso yo… la entregaría en adopción”.
»“¡No!”.
»Se encogió de hombros. “La decisión es tuya; eres su madre… bueno, su padre. Pero ahora no te preocupes; primero te pondremos bien”.
»Al día siguiente me dejaron ver a la niña y la estuve viendo a diario para acostumbrarme a ella. Nunca había visto a un bebé recién nacido y no tenía ni idea de lo horribles que son: mi hija parecía un mono de color naranja. Lo que sentía se transformó en la fría determinación de hacer lo mejor para ella. Pero cuatro semanas más tarde ya daba igual.
—¿Cómo?
—Me la arrebataron.
—¿Arrebataron?
La Madre Soltera estuvo a punto de derribar la botella que habíamos apostado.
—La secuestraron. ¡Se la llevaron de la casa-cuna del hospital! —Inspiró con fuerza—. ¡Qué te parece como esfuerzo por quitarle a un hombre su última razón para vivir!
—Una mala jugada —admití—. Voy a servirte otra. ¿Alguna pista?
—Ninguna que la policía pudiese seguir. Alguien fue a verla afirmando ser su tío. Mientras la enfermera miraba hacia otro lado, se la llevó.
—¿Descripción?
—Solo un hombre, con cara en forma de cara, como la tuya o la mía. —Frunció el entrecejo—. Creo que fue el padre de la niña. La enferma juró que era un hombre de más edad, pero probablemente empleó maquillaje. ¿Quién si no se iba a llevar a mi bebé? Las mujeres sin hijos hacen esas tonterías… ¿pero quién ha oído hablar de un hombre que las haga?
—¿Qué te pasó luego?
—Pasé once meses más en aquel lóbrego lugar y por tres operaciones. A los cuatro meses empezó a salirme la barba; antes de que me saliera ya me afeitaba regularmente… y ya no dudaba de que fuera un hombre. —Sonrió con ironía—. Miraba los escotes de las enfermeras.
—Bien —dije—, parece que te acabó yendo bien. Aquí estás, un hombre normal, ganando un buen dinero, sin verdaderos problemas. Y la vida de mujer no es fácil.
Me miró con furia.
—¡Como si tú supieras mucho de eso!
—¿Y?
—¿Alguna vez has oído la expresión «una perdida»?
—Mmm, hace años. Hoy en día no significa mucho.
—Yo estaba tan perdido como puede estarlo una mujer; ese desgraciado me perdió de verdad… Ya no era una mujer… y no sabía cómo ser hombre.
—Supongo que hay que acostumbrarse.
—No tienes ni idea. No me refiero a aprender a vestirse o a no entrar en el baño equivocado; eso lo aprendí en el hospital. Pero ¿cómo iba a vivir? ¿De qué podía trabajar? Demonios, ni siquiera sabía conducir. No dominaba ningún oficio; no podía hacer un trabajo manual… demasiado tejido cicatrizal, demasiado delicado.
»Le odié también por haberme destrozado para las W.E.N.C.H.E.S., pero no supe hasta qué punto hasta que intenté alistarme en el Cuerpo Espacial. Un vistazo a mi barriga y me declararon no apto para el servicio militar. El oficial médico pasó tiempo conmigo por pura curiosidad; había leído sobre mi caso.
»Así que me cambié el nombre y vine a Nueva York. Salí adelante como pinche, luego alquilé una máquina de escribir y me establecí como mecanógrafo… ¡qué gracia! En cuatro meses tecleé cuatro cartas y un manuscrito. El manuscrito, para Relatos de la vida real, era tirar el papel a la basura, pero el imbécil que lo escribió lo vendió. Lo que me dio una idea; compré un montón de revistas y las analicé. —Tenía una expresión cínica—. Ahora ya sabes de dónde saqué el auténtico punto de vista femenino, con la historia de la madre soltera… con la única versión que no he vendido: la verdadera. ¿Me he ganado la botella?
La empujé hacia él. Me sentía disgustado conmigo mismo, pero había trabajo que hacer. Dije:
—Hijo, ¿sigues queriendo echarle el guante a ese sinvergüenza?
Sus ojos se iluminaron con una mirada salvaje.
—¡Alto! —dije—. ¿Le matarías?
Rio de forma muy desagradable.
—Tú déjame a mí.
—Tranquilo. Sé más de lo que crees. Puedo ayudarte. Sé dónde está.
Me agarró desde el otro lado de la barra.
—¿Dónde está?
—Suéltame la camisa, hijo… —dije en un susurro— o acabarás de cabeza en el callejón y le diré a la poli que te has desmayado. —Le mostré la porra.
Me soltó.
—Lo lamento. Pero ¿dónde está? —Me miró—. ¿Y cómo es que sabes tanto?
—Todo a su debido tiempo. Hay archivos: archivos de hospital, archivos de orfanato, archivos médicos. La matrona de tu orfanato era la señora Fetherage… ¿cierto? La sustituyó la señora Gruenstein… ¿cierto? Tu nombre, de niña, era Jane… ¿verdad? Y tú no me has contado nada de esto… ¿verdad?
Le tenía confundido y un poco asustado.
—¿Qué es esto? ¿Intentas causarme problemas?
—No, en absoluto. Mi principal preocupación es tu bienestar. Puedo entregarte a ese tipo en bandeja. Tú le haces lo que te parezca más conveniente… y te garantizo que te saldrás con la tuya. Pero no creo que vayas a matarle. Estarías loco si lo hicieses… y no estás loco. No del todo.
Desestimó ese último comentario.
—Corta el rollo. ¿Dónde está?
Le serví un trago corto; estaba borracho, pero la furia compensaba la borrachera.
—No tan rápido. Yo hago algo por ti… tú haces algo por mí.
—Ah… ¿qué?
—No te gusta tu trabajo. ¿Qué me dirías de un buen sueldo, un trabajo fijo, cuenta de gastos ilimitada, ser tu propio jefe y grandes dosis de variedad y aventuras?
Me miró fijamente.
—Diría: «¡Baja esos malditos renos de mi tejado!». Guárdatelo, Pop… no existe ese trabajo.
—Vale, considéralo de esta forma: yo te entrego al tipo, arreglas cuentas con él y luego pruebas mi trabajo. Si no es lo que afirmo que es… bien, no puedo retenerte.
Vacilaba; el último trago le decidió.
—¿Cuándo melontregarás? —dijo, juntando las palabras.
—Si hay trato… ¡ahora mismo!
Dio un manotazo en la barra.
—¡Trato hecho!
Le hice un gesto a mi ayudante para que se ocupase del bar, me fijé en la hora —23.00— e iba a pasar por la trampilla de la barra cuando la máquina de discos empezó a tocar a todo volumen Soy mi propio abuelo. El de mantenimiento tenía órdenes de cargarla con clásicos y viejas canciones americanas, porque yo no soportaba la «música» de 1970, pero no sabía que tuviera esa. Grité:
—¡Apaga eso! Devuélvele el dinero al cliente —añadí—. Voy al almacén, vuelvo enseguida. —Y allí me fui con mi Madre Soltera detrás.
Estaba en el pasillo frente a los aseos, ante una puerta de acero de la que nadie tenía la llave aparte de mí y el encargado de día; al otro lado de ella otra puerta daba a una habitación interior de la que solo yo tenía llave. Allí entramos. Él miró con ojos turbios las paredes sin ventanas.
—¿Dónde está?
—Ya va. —Abrí un estuche, lo único que había en la habitación; se trataba de un Equipo de Campo de Transformación de Coordenadas U.S.F.F., serie 1992, Mod. II: una belleza, sin piezas móviles, que pesa veintitrés kilos completamente cargado y parece una maleta. A primera hora de ese mismo día lo había ajustado con precisión; no tenía más que sacar la red metálica que limita el campo de transformación.
Cosa que hice.
—¿Qué es eso? —exigió saber.
—Una máquina del tiempo —dije, y lancé la red por encima de los dos.
—¡Eh! —gritó y dio un paso atrás. Técnica; hay que lanzar la red de forma que el sujeto instintivamente dé un paso atrás hacia la malla metálica y luego cerrarla con los dos bien dentro; de otro modo sería posible dejar atrás cordones de zapato o parte del pie, o cortar un trozo de suelo. Pero es la única habilidad que se requiere. Algunos agentes engañan al sujeto para que entre en la red; yo digo la verdad y aprovecho el momento de desconcierto absoluto para darle al interruptor. Cosa que hice.
1030 VI-3 DE ABRIL DE 1963-Cleveland, Ohio-Edificio Apex:
—¡Eh! —repitió—. ¡Quítame esta cosa de encima!
—Lo siento —me disculpé. Guardé la red en la maleta y la cerré—. Has dicho que querías dar con él.
—Pero… ¡tú has dicho que era una máquina del tiempo!
Indiqué la ventana.
—¿Te parece que sea noviembre o que estemos en Nueva York?
Mientras miraba boquiabierto las flores y el tiempo primaveral volví a abrir la maleta, saqué un fajo de billetes de cien dólares y comprobé que la numeración y las firmas fuesen compatibles con 1963. A la Agencia del Tiempo no le importa cómo lo gastes (no cuesta nada) pero no aprecia los anacronismos innecesarios. Demasiados errores y un consejo de guerra te manda un año a alguna época desagradable, digamos a 1974 con su racionamiento estricto y los trabajos forzados. Nunca cometo esa clase de errores, el dinero estaba bien.
Se giró y dijo:
—¿Qué ha pasado?
—Él está aquí. Sal y ocúpate de él. Aquí tienes dinero para gastos. —Se lo hice tomar y añadí—: Arregla las cosas y luego te recogeré.
Los billetes de cien dólares provocan un efecto hipnótico en las personas que no están acostumbradas a ellos. Los contaba incrédulo mientras yo lo empujaba al pasillo y le dejaba fuera. El siguiente salto fue fácil, un pequeño viaje dentro de la misma época.
7100 VI-1O DE MARZO DE 1964-Cleveland, Edificio Apex:
Había un aviso bajo la puerta diciendo que el alquiler expiraba la semana siguiente; por lo demás, la habitación tenía exactamente el mismo aspecto que momentos antes. En el exterior, los árboles seguían desnudos y estaba a punto de nevar; me apresuré, parándome lo justo para conseguir dinero contemporáneo, la chaqueta, el sombrero y el abrigo que me había dejado al arrendar el cuarto. Alquilé un coche, fui al hospital. Me llevó veinte minutos aburrir a la enfermera de guardia hasta el punto de poder llevarme al bebé sin que nadie se diese cuenta. Volvimos al Edificio Apex. Los ajustes eran algo más complicados porque aquel edificio no existía todavía en 1945. Pero los había calculado de antemano.
0100 VI-20 DE SEPTIEMBRE DE 1945-Cleveland-Motel Skyview:
El equipo de campo, ricura, y llegué a un motel de las afueras de la ciudad. Previamente ya me había registrado como «Gregory Johnson, Warren, Ohio», por lo que llegamos a una habitación con las cortinas corridas, las ventanas cerradas, las puertas aseguradas con cerrojo y el suelo despejado para dar margen a la máquina mientras se asentaba. Puedes hacerte un cardenal de campeonato con una silla que está donde no debería… No por la silla, claro, sino por el contragolpe del campo.
Sin problemas. Jane dormía profundamente; la llevé fuera, la puse en el asiento del coche, en una caja que me había procurado, fui al orfanato, la dejé en los escalones, conduje dos manzanas hasta una «estación de servicio» (de las que venden productos derivados del petróleo) y telefoneé al orfanato. Regresé a tiempo para verlos entrar la caja, seguí conduciendo y abandoné el coche cerca del motel, al que regresé caminando. Luego salté al Edificio Apex en 1963.
2200 VI-24 DE ABRIL DE 1963-Cleveland-Edificio Apex:
Tuve que ajustar el tiempo al máximo… la precisión temporal depende del lapso, excepto para la vuelta a cero. Si lo había hecho bien, Jane estaba descubriendo, en aquella suave noche de primavera, en el parque, que no era tan «buena chica» como creía. Tomé un taxi hasta casa de los tacaños e hice que me esperase en la esquina mientras yo vigilaba oculto en la oscuridad.
Al cabo de un momento los vi bajando la calle, cada uno con el brazo en la cintura del otro. La llevó hasta el porche y se dedicó a darle un largo beso de buenas noches… más largo de lo que yo pensaba. A continuación ella entró y él volvió sobre sus pasos. Se giró. Me puse a su altura y lo agarré por el brazo.
—Se acabó, hijo —anuncié en voz baja—. He vuelto para recogerte.
—¡Tú! —dijo boquiabierto y contuvo el aliento.
—Yo. Ahora ya sabes quién es él… y si lo piensas bien, sabrás quién eres tú… y si te concentras de verdad sabrás quién es el bebé… y quién soy yo.
No respondió, estaba muy alterado. Es una conmoción que te demuestren que no puedes resistirte a seducirte a ti mismo. Le llevé al Edifico Apex y volvimos a saltar.
2300 VIJ-12 DE AGOSTO DE 1985-Base Subterránea de las Rocosas:
Desperté al sargento de guardia, le mostré mi identificación, le dije que metiese en la cama a mi acompañante con una píldora de la felicidad y que le reclutase por la mañana. El sargento no parecía muy contento, pero el rango es el rango, independientemente de la época; hizo lo que le dije… pensando, sin duda, que la próxima vez que nos encontrásemos tal vez él fuese el coronel y yo el sargento. Lo que en nuestro cuerpo puede pasar perfectamente.
—¿Cómo se llama? —preguntó.
Se lo escribí. Arqueó las cejas.
—Vaya, vaya, ¿eh? Mm…
—Cumpla con su deber, sargento. —Me volví hacia mi acompañante.
»Hijo, tus problemas han terminado. Estás a punto de empezar en el mejor trabajo que puede tener un hombre… y lo harás bien. Lo sé.
—¡Vaya que sí! —comentó el sargento—. Mírame a mí… Nacido en 1917 y todavía aquí, todavía joven, todavía disfrutando de la vida.
Regresé a la sala de salto, lo ajusté todo al cero preseleccionado.
2301 V-7 DE NO VIEMBRE 1970-NYC-«Pop’s Place»;
Salí del almacén con un quinto de Drambuie que justificara el minuto que había estado fuera. Mi ayudante discutía con el cliente que había puesto Soy mi propio abuelo. Dije:
—Oh, que la ponga, luego desenchúfala. —Estaba muy cansado.
Es duro, pero alguien tiene que hacerlo y es muy difícil reclutar a alguien en años posteriores, desde el Error de 1972. ¿Se os ocurre una fuente mejor que recurrir a personas jodidas allí donde están y ofrecerles un trabajo bien pagado, interesante (aunque peligroso) al servicio de una causa necesaria? Todo el mundo sabe por qué la Guerra Fallida de 1963 falló. La bomba destinada a Nueva York no estalló, otras cien cosas no salieron como estaba previsto… todo gracias a gente como yo.
Pero no el Error del 72; ese no es culpa nuestra: no se puede deshacer; no hay paradoja que resolver. Una cosa es o no es, ahora y por siempre jamás. Pero no habrá otro como ese; una orden de 1992 se antepone a cualquier año.
Cerré cinco minutos antes, dejando una carta en la caja registradora en la que decía a mi encargado diurno que aceptaba su oferta de compra y que fuera a ver a mi abogado porque yo me tomaba unas buenas vacaciones. No sé si la Agencia recogerá o no el pago, pero no le gusta dejar cabos sueltos. Fui a la habitación del fondo del almacén y salté a 1993.
2200 VII-12 DE ENERO 1993-Anexo Subterráneo de las Rocosas Cuartel General Temporal DOL:
Me presenté al oficial de guardia y fui a mi cuarto, con la intención de dormir una semana. Tenía la botella que habíamos apostado (después de todo, la había ganado yo) y tomé un trago antes de escribir el informe. Sabía fatal y me pregunté cómo era posible que me hubiese gustado el Old Underwear. Pero era mejor que nada; no me gusta estar totalmente sobrio, pienso demasiado. Pero tampoco empino el codo exactamente; otras personas tienen serpientes… yo tengo a las personas.
Dicté mi informe; cuarenta reclutamientos, todos con el visto bueno del departamento psiquiátrico; contando el mío propio, que ya sabía que se autorizaría. Estaba allí, ¿no? Luego grabé la petición de que me asignasen a operaciones; estaba harto del reclutamiento. Dejé las dos grabaciones en la ranura y me fui a la cama.
Mis ojos dieron con Las leyes del Tiempo, sobre mi cama:
Nunca hagas ayer lo que debería hacerse mañana.
Si al final tienes éxito, no lo vuelvas a intentar.
Un remendón en el tiempo salva a nueve mil millones.
Una paradoja puede ser desparadojizada.
Es más temprano de lo que piensas.
Los antepasados no son más que personas.
Incluso Jove asiente.
No me inspiraron como cuando era recluta; treinta años subjetivos de saltar por el tiempo acaban pasando factura. Me desvestí y al quedarme en cueros me miré la barriga. Una cesárea deja una buena cicatriz, pero ahora tengo tanto pelo que no la veo a menos que la busque.
Luego me miré el anillo del dedo.
La Serpiente Que Devora su Propia Cola, Por Siempre Jamás… yo sé de dónde vengo… pero ¿de dónde habéis salido todos vosotros, zombis?
Sentí la llegada de un dolor de cabeza, pero si hay algo que no tomo son polvos para el dolor de cabeza. Lo hice en una ocasión… y todos vosotros desaparecisteis.
Así que me metí en la cama y silbé para apagar la luz.
Vosotros no estáis realmente ahí. No hay nada excepto yo –Jane— aquí a solas en la oscuridad.
¡Os echo terriblemente de menos!