Componedor
LLOYD BIGGLE, JR.
(agosto de 1957)
Lloyd Biggle comenzó a escribir ciencia ficción en 1956 y su primera novela, la aventura extraplanetaria The Angry Espers, se publicó en 1961. Le siguió All the Colors of Darkness, el primer episodio de la serie Jan Darzek, compuesta por cinco novelas. Darzek, un antiguo detective privado, es el único participante humano en el Consejo de lo Supremo, los administradores de un gran ordenador que establece la política para la galaxia. En el desarrollo de otras novelas de la serie —Watchers of the Dark, This Darkening Universe, Silence is Deadly y The Whirligig of Tíme— Darzek hace frente con su inteligencia y su humanidad a los intereses inhumanos de sus compañeros de consejo, la burocracia del gobierno y la resistencia de las culturas alienígenas a su asimilación en la síntesis galáctica. The World Menders y The Still, Small Voice of Trumpers, inspiradas en la serie, cuentan las aventuras de Cultural Survey, cuya tarea consiste en certificar los mundos para su inclusión en la Síntesis Galáctica. Juntas, las dos series forman una aclamada ópera espacial contemporánea en la que mundos alienígenas imaginados cobran vida, los motivos y los conceptos humanos se miden con los de esas formas de vida alienígenas, y vidas y mundos se encuentran peligrosamente en equilibrio. A Biggle se le reconoce por el detalle de sus mundos de fantasía, sus caracterizaciones memorables y su facilidad para tratar complejos temas sociales y políticos en el ambiente propio de la ciencia ficción. Sus relatos están recopilados en The Rule of the Door and Other Fanciful Regulations, The Metalic Muse y A Galaxy of Strangers. Ha colaborado con T. L. Sherred en la novela Alien Main y también ha escrito varias novelas de detectives, entre ellas el «pastiche» de Sherlock Holmes The Quallsford Inheritance y dos obras contemporáneas de género negro que cuentan las aventuras de los detectives J. Pletcher y Raina Lambert, Interface of Murder y Where Dead Soldiers Walk.
Todos lo llaman el Centro. Tiene otro nombre, uno bien largo, que aparece en los documentos gubernamentales y cuyas derivadas se analizan en las enciclopedias, pero nadie lo usa. De Bombay a Lima, desde Spitsbergen hasta las minas de la Antártida, desde el asentamiento solitario de Plutón hasta el de Mercurio es… el Centro. Puedes surgir de la neblina del Amazonas o de los cortantes vientos secos del Sahara o del vacío lunar, abrirte paso hasta un bar y decir:
—Cuando estuve en el Centro… —y todos los desconocidos que puedan oírte te prestarán la máxima atención.
No es posible explicar el Centro, y tampoco es necesario. Desde el bebé de pañales hasta el centenario que espera el retiro, todos han estado allí y planean volver al año siguiente, y al otro. Es la zona de vacaciones del Sistema Solar. Son kilómetros cuadrados de granjas ondulantes del Medio Oeste americano transformadas por medio de una planificación ingeniosa, mucho esfuerzo y una inversión increíble. Es un resumen monumental de la herencia cultural de la humanidad y, como el fénix, surgió de pronto, inexplicablemente, justo al final del siglo XXIV, de las cenizas corroídas de una espantosa decadencia cultural.
El Centro es colosal, espectacular, magnífico. Es inspirador, edificante y asombroso. Es pasmoso, abrumador, es… lo es todo.
Y aunque muy pocos visitantes lo saben, ni les importa, también tiene un fantasma.
Estás de pie en la galería de observación del alto monumento a Bach.
A la izquierda, en la cuesta de una colina, ves a los espectadores tensos que atestan el teatro griego para ver a Eurípides. La luz del sol juega con la ropa de relucientes colores. Observan con ansia, encantados de ver en persona lo que millones miran por visioscopio.
Más allá del teatro, el bulevar Frank Lloyd Wright bordeado de árboles se curva en la distancia, dejando atrás el monumento a Dante y el Instituto Miguel Ángel. Las torres gemelas de una reproducción de la catedral de Reims se recortan en el horizonte. Justo a sus pies, ves el curioso paisaje de un jardín francés del siglo XVIII y, cerca, el teatro Moliére.
Una mano te agarra la manga, y al volverte, molesto, te encuentras cara a cara con un anciano.
El rostro correoso está marcado y arrugado, los escasos mechones de pelo relucen blancos. La mano que te agarra el brazo es una garra retorcida. Le miras fijamente, hipnotizado por las contorsiones grotescas de un hombro lisiado y la horrible cicatriz de una oreja ausente, y retrocedes alarmado.
Los ojos hundidos te siguen. Las manos se tienden en un gesto de abrazar el lejano horizonte y te das cuenta de que los dedos están rotos o faltan. La voz es un restallido duro.
—¿Le gusta? —dice, y te mira expectante.
Tomado por sorpresa, murmuras:
—Vaya, sí. Por supuesto.
Él da un paso al frente y sus ojos son ansiosos, lastimeros.
—Digo, ¿le gusta?
Perplejo, solo puedes asentir y girarte… Pero tu asentimiento provoca una respuesta extraña. Una risa estridente, una sonrisa de placer inocente e infantil, un grito triunfal:
—¡Lo hice yo! ¡Yo hice todo esto!
O te encuentras en la resplandeciente avenida Platón, entre el teatro Wagneriano, donde todos los días se representa completa Der Ring des Nibelungen, y la reconstrucción del teatro Globo del siglo XVI, donde hay una función de Shakespeare mañana, tarde y noche.
Una mano te toca.
—¿Le gusta?
Si respondes con un torrente de alabanzas, el viejo te mirará impaciente y se limitará a aguardar a que acabes para preguntarte de nuevo:
—Digo, ¿le gusta?
Pero una sonrisa y un asentimiento reciben una respuesta de orgullo, un gesto, un grito.
En el vestíbulo de uno de los mil hoteles espaciosos, en la sala de espera de la asombrosa biblioteca donde reproducen para ti una copia, completamente gratis, de cualquier libro que pidas, en el balcón decimoprimero del palacio Beethoven, un fantasma se mueve con paso entrecortado, agarra un brazo y plantea una pregunta.
Y grita orgulloso:
—¡Lo hice yo!
Erlin Baque sintió la presencia de la mujer a su espalda, pero no se volvió. En lugar de eso se inclinó hacia delante, arrancando con la mano izquierda notas graves al multicordio mientras con la derecha tocaba una melodía solemne. Con un giro rápido de la mano pulsó un botón y los suaves tonos de tiple fueron de pronto más ricos, más vibrantes, casi como los de un clarinete. («Pero Dios, ¡qué ridículamente distintos a los de un clarinete!», pensó).
—¿Debemos pasar otra vez por esto, Val? —preguntó.
—El casero se ha pasado esta mañana.
Él vaciló, le dio a una palanca, tocó varios botones y tejió extrañas armonías a partir de los tonos atronadores de un coro grave. (¡Qué coro más triste y distorsionado, sin embargo!).
—¿Cuánto nos da esta vez?
—Dos días. Y el sintetizador de comida vuelve a estar roto.
—Bien. Baja y compra algo de carne fresca.
—¿Con qué?
Baque dio un puñetazo y gritó por encima de la disonancia demoledora.
—No voy a alquilar un armonizador. No voy a pasarle mis arreglos a un musicastro. Si un Com sale con mi nombre, va a estar compuesto. Puede que sea una idiotez, puede que sea enfermizo, pero va a hacerse bien. No es mucho, Dios lo sabe, pero es todo lo que me queda.
Se volvió lentamente y miró con furia a la mujer paliducha, estropeada y de hombros caídos que había sido su esposa durante veinticinco años. Luego apartó la vista, repitiéndose testarudamente que él tenía tan poca culpa como ella. Si los patrocinadores pagaban las mismas tarifas por un buen Com que por una chapuza…
—¿Hulsey vendrá hoy? —preguntó la mujer.
—Me dijo que vendría.
—Si pudiésemos conseguir algo de dinero para el casero…
—Y el sintetizador de comida. Y un visioscopio nuevo. Y ropa nueva. Hay un límite a lo que se puede hacer con un Com.
La oyó irse, oyó que la puerta se abría y esperó. No se cerró.
—Ha llamado Walter-Walter —dijo—. Eres el componedor destacado en el Show Case de hoy.
—¿Y? Eso no da dinero.
—He supuesto que no te apetecería verlo, así que le he dicho a la señora Rennik que lo vería con ella.
—Claro. Adelante. Pásalo bien.
La puerta se cerró.
Baque se puso en pie y se quedó mirando el caos de la mesa de trabajo. Papel pautado, letras de Com, lápices, bosquejos, manuscritos a medio terminar en montones desordenados. Baque despejó una esquina para él y se sentó cansado, estirando bajo la mesa las largas piernas.
—Maldito Hulsey —murmuró—. Malditos patrocinadores. Maldito visioscopio. Malditos Coms.
«Compón algo —se dijo. No era un chapuzas, como los otros componedores—. No te dedicas a teclear tonadas tontas en el teclado de un armonizador y dejas que la máquina te las complete. Eres un músico, no un fabricante de melodías. Escribe música. Escribe una… una sonata para multicordio. Tómate tiempo y compón algo ya».
Sus ojos se fijaron en las primeras líneas de la letra de un Com: «Si tu volador se agita como un payaso, si tiene sus altibajos…».
—Maldito casero —murmuró, empuñando un lápiz.
El pequeño reloj de pared marcó la hora y Baque se inclinó para encender el visioscopio. Un maestro de ceremonias de rostro angelical le sonrió amistosamente.
—Walter-Walter una vez más, damas y caballeros. Es la hora del Com en el Show Case de hoy. Treinta minutos de Comerciales de uno de los componedores con más talento de la actualidad. Nuestra muestra de Coms está dedicada a…
Se oyó el estruendo de una fanfarria de multicordio.
—¡Erlin Baque!
El multicordio tocó una melodía extraña y pesada que Baque había creado cinco años antes para Queso Curado, y de fondo se oyeron algunos aplausos. Una voz nasal de soprano cantó la letra y Baque gruñó de desagrado.
—Envejecemos nuestro queso y lo envejecemos, lo envejecemos, lo envejecemos, lo envejecemos, lo envejecemos a la antigua…
Walter-Walter retozaba por el escenario siguiendo la melodía, corriendo hacia el público para besar a alguna ama de casa de vacaciones y sonriendo al oír las risas.
El multicordio reprodujo otra fanfarria y Walter-Walter regresó al escenario, con ambos brazos estirados sobre la cabeza.
—Ahora escuchad esto, gente preciosa. Aquí está vuestra exclusiva para Walter-Walter de Erlin Baque. —Miró sigilosamente por encima del hombro, avanzó unos pasos de puntillas para acercarse al público, se llevó un dedo a los labios y gritó—: Érase una vez otro compositor llamado Baque, deletreado B-A-C-H pero pronunciado Baque. Era el verdadero componedor atómico, un chico de impulso según los entendidos. Vivió hace quinientos, seiscientos o setecientos años, así que no podemos asegurar que ese Baque y nuestro Baque fuesen Baque para Baque. Pero no tenemos que volver a Baque para oír a Baque[5]. Nos gusta el Baque que tenemos. ¿Me seguís?
Vítores. Aplausos. Baque se volvió. Le temblaban las manos, sentía nauseas de asco.
—Empecemos nuestros Coms de Baque con una pequeña obra maestra que este realizó para Jabones Espumosos. Escenografía de Bruce Combs. ¡Parad, mirad… y escuchad!
Baque consiguió apagar el visioscopio justo cuando la primera pastilla de jabón saltaba por la pantalla. Retomó la letra del Com y su mente comenzó a dar forma a una melodía.
«Si tu volador se agita como un payaso, si tiene sus altibajos, altibajos, altibajos, necesitas un ¡WARING!», tarareó para sí, esbozando una música que saltaba y se agitaba como un volador errático. Pintar con palabras, se llamaba, cuando las palabras y las notas significaban algo. Cuando el Baque B-A-C-H subrayaba conceptos tan grandiosos como el Cielo y el Infierno.
Baque trabajaba despacio, ensayando de vez en cuando una progresión armónica en el multicordio y rechazándola, esforzándose por dar con un acompañamiento aleteante que simulase el sonido de un volador. Pero… no. A los de Waring no les gustaría. Según su publicidad, sus voladores no hacían ruido.
La campanilla de la puerta lo desconcentró. Fue a conectar el escáner y el rostro regordete de Hulsey le sonrió.
—Sube —le dijo Baque. Hulsey asintió y desapareció.
Cinco minutos más tarde atravesaba la sala. Se hundió en una silla que se combó bajo su corpachón, dejó la cartera en el suelo y se limpió la cara.
—¡Vaya! Me gustaría que te buscases un piso más bajo. O que esté en un edificio con instalaciones modernas. ¡Los ascensores me dan un miedo de muerte!
—Estoy pensando en mudarme —dijo Baque.
—Bien. Ya era hora.
—Pero probablemente sea a un piso más alto. El casero me ha dado dos días de plazo.
Hulsey hizo una mueca y agitó la cabeza.
—Comprendo. Bien, no voy a tenerte en ascuas. Aquí tienes el cheque por el Com de Jabón Sana.
Baque tomó la tarjeta, la miró y frunció el entrecejo.
—Llevabas atraso en la cuota del gremio —dijo Hulsey—. He tenido que descontarla.
—Sí. Lo había olvidado.
—Me gusta trabajar con Jabón Sana. Pagan a tocateja. Demasiadas empresas esperan a final de mes. Quieren un par de cambios, pero han pagado igualmente. —Abrió la cartera y sacó una carpeta—. En esta has tenido buenas ocurrencias, Erlin, muchacho. Les gusta. Especialmente ese «espumoso, espumoso, espumoso» en los graves. Al principio lo de tantos cantantes les pareció raro, pero no después de oírlo. Ahora, justo aquí, quieren una pausa para dar el anuncio.
Baque asintió pensativo.
—¿Qué tal si mantenemos el ostinato «espumoso, espumoso» de fondo para la voz?
—No está mal. Buen truco ese… ¿cómo lo has llamado?
—Ostinato.
—Ah… sí. Me pregunto por qué los otros componedores no añaden cosas así.
—Un armonizador no produce efectos —dijo Baque con sequedad—. Simplemente… armoniza.
—Dales unos treinta segundos de ese «espumoso» como fondo. Pueden cortarlo si no les gusta.
Baque asintió, anotándolo directamente en el manuscrito.
—Y el arreglo —añadió Hulsey—. Lo siento, Erlin, pero no podemos conseguir un intérprete de trompa de pistones. Habrá que cambiarlo.
—¿No hay intérprete de trompa? ¿Qué le pasa a Rankin?
—Está en la lista negra. El gremio de intérpretes le ha eliminado permanentemente. Fue a la Costa Oeste y tocó gratis. Incluso se pagó los gastos. El gremio no puede tolerar esas cosas.
—Lo recuerdo —dijo Baque en voz baja—. En la Sociedad de Monumentos Artísticos. Tocó un concierto de Mozart para trompa. También su concierto final. Me gustaría haberlo oído, aunque fuese con multicordio.
—Ahora puede tocar todo lo que quiera, pero no volverán a pagarle por hacerlo. Puedes traducir la parte de la trompa a multicordio o yo podría conseguir un trompetista que usara un conversor.
—Destrozaría el efecto.
Hulsey rio.
—A todos les suena igual excepto a ti, muchacho. Yo soy incapaz de distinguirlos. Te hemos conseguido los violines y el violonchelo. ¿Qué más quieres?
—¿El gremio de Londres no tiene un trompa de pistones?
—¿Quieres que le traiga aquí por un Com de tres minutos? ¡Sé razonable, Erlin! ¿Puedo recoger todo esto mañana?
—Sí. Lo tendré listo por la mañana.
Hulsey recuperó el maletín, lo volvió a dejar en el suelo y se inclinó hacia delante frunciendo el entrecejo.
—Erlin, me preocupas. Tengo a veintisiete componedores en mi agencia. Eres el mejor con diferencia. Demonios, eres el mejor del mundo y ganas menos que cualquiera de ellos. Tus ingresos brutos del año pasado fueron de dos mil doscientos. Ninguno de los otros ganó menos de once mil.
—No me cuentas nada nuevo —dijo Baque.
—Puede ser. Tienes tantas cuentas como cualquiera. ¿Lo sabías?
Baque hizo un gesto de negativa.
—No, no lo sabía.
—Tienes tantas cuentas como ellos, pero no ganas dinero. ¿Quieres saber por qué? Por dos razones. Inviertes demasiado tiempo en un único Com y lo escribes demasiado bien. Los patrocinadores pueden usar tus Coms durante meses… en ocasiones incluso años, como el de Queso Curado. A la gente le gusta oírlos. Bien, si no escribieses tan malditamente bien, podrías trabajar más rápido, el patrocinador tendría que usar más Coms tuyos y podrías producir más.
—Lo he pensado. Incluso si no lo pensase, Val me lo recordaría continuamente. Pero no es posible. Tengo que trabajar de esta forma. Si hubiese algún modo de conseguir que los patrocinadores me pagasen más por un buen Com…
—No lo hay. El gremio no lo consentiría, porque buenos Coms significan menos trabajo, y la mayoría de los componedores no podría escribir uno realmente bueno. Ahora, no creas que me preocupa mi agencia. Claro que gano más dinero cuando tú ganas más, pero me va muy bien con mis otros componedores. Simplemente me pone malo que mi mejor hombre gane tan poco dinero. Eres de otra época, Erlin. Malgastas tiempo y dinero coleccionando esas antigüedades… ¿cómo los llamas?
—Discos fonográficos.
—Sí. Y esos mohosos libros viejos de música. Sabes más sobre música que nadie, no me cabe duda, pero ¿de qué te vale? Desde luego no te da dinero. Eres el mejor y continuamente intentas mejorar y, cuanto mejor eres, menos dinero ganas. Cada año se reducen tus beneficios. ¿No podrías hacer un Com normalito de vez en cuando?
—No —dijo Baque con brusquedad—. No podría hacerlo.
—Piénsalo.
—Las cuentas que tengo… A algunos de los patrocinadores realmente les gusta mi trabajo. Pagarían más si el gremio los dejase. Supongamos que abandono el gremio.
—No puedes hacerlo, muchacho. No podría llevarte… no podría hacerlo y conservar mi negocio. El gremio de componedores aumentaría la presión y los gremios de intérpretes y letristas te pondrían en la lista negra. Jimmy Denton sigue el dictado de los gremios y prohibiría tu material en visioscopio. Perderías todas tus cuentas y rápidamente. Ninguno de los patrocinadores es tan fuerte como para enfrentarse a todos los problemas, y ninguno querría tomarse la molestia de hacerlo. Por tanto, es mejor que de vez en cuando intentes hacer algo normalillo. Piénsalo.
Baque se quedó sentado, mirando al suelo.
—Lo pensaré.
Hulsey luchó por ponerse en pie, le estrechó rápidamente la mano a Baque y salió anadeando. Baque cerró la puerta y fue a la gaveta donde guardaba su triste colección de viejos discos fonográficos. Música extraña y maravillosa.
En tres ocasiones en su carrera Baque había escrito Coms que duraban media hora. Ocasionalmente le hacían un encargo de quince minutos. Normalmente estaba limitado a cinco minutos o menos. Pero compositores como el Baque B-A-C-H escribían cosas que duraban una hora o más… incluso escribían sin letra.
Y escribían para instrumentos de verdad, artilugios de asombroso sonido para los que nadie escribía ya, como fagots, flautines y pianos.
—Maldito Denton. Maldito visioscopio. Malditos gremios.
Baque rebuscó con cuidado entre los discos hasta dar con uno que llevaba el nombre de Bach. Magnificat. Luego, demasiado desalentado para escucharlo, lo dejó a un lado.
A principio de año, el gremio de intérpretes había puesto en la lista negra al último intérprete de oboe. Ahora al último de trompa, y la gente joven ya no aprendía a tocar instrumentos. ¿Por qué iban a hacerlo cuando había tantos inventos maravillosos que sacaban los Coms sin ningún esfuerzo por parte del intérprete? Incluso los intérpretes de multicordio empezaban a escasear y, si uno no era muy exigente con la calidad, un multicordio casi se tocaba solo.
La puerta se abrió y Val entró corriendo.
—¿Hulsey…?
Baque le pasó el cheque. Ella lo tomó ansiosa, lo miró y alzó la vista consternada.
—Mi cuota del gremio —dijo—. Iba retrasado.
—Oh. En cualquier caso nos viene bien. —Su voz era monótona, sin emoción, como si una decepción más no tuviese ninguna importancia. Se quedaron mirándose, incómodos.
—He visto parte de La mañana con Marigold —dijo Val—. Ha hablado de tus Coms.
—Pronto tendré noticias del Com para Humo Lento —dijo Baque—. Quizá podamos mantener al casero a raya otra semana. Ahora voy a pasear un poco.
—Deberías salir más…
Cerró la puerta al salir, cortando de golpe la frase. Sabía lo que vendría a continuación. Conseguir un trabajo. Te vendría bien para la salud salir del apartamento un par de horas al día. Escribir Coms en el tiempo libre… en cualquier caso, lo que ganas es lo que da un trabajo a tiempo parcial. Al menos hazlo hasta que estemos más desahogados. Vale, si tú no lo haces, lo haré yo.
Pero ella nunca lo hacía. A un posible empleador le bastaba dar un vistazo a su cuerpo insignificante y a su rostro gastado y sombrío. Y Baque dudaba que él fuese a recibir mejor trato.
Podía conseguir trabajo como intérprete de multicordio y ganar un buen sueldo… pero si lo hacía tendría que unirse al gremio de intérpretes, lo que significaba que tendría que renunciar al gremio de componedores. Así que tenía que elegir entre interpretar y componer; los gremios no le permitirían hacer las dos cosas.
—¡Malditos sean los gremios! ¡Malditos sean los Coms!
Al llegar a la calle, estuvo un momento mirando la multitud pasar corriendo sobre la rápida cinta transportadora pública. Algunas personas le miraron y vieron a un hombre alto, desgarbado y medio calvo vestido con un traje deshilachado que le sentaba mal. Le tomarían por otro desecho de un vecindario pobre, lo sabía bien, apartarían la vista rápidamente mientras tarareaban un fragmento de uno de sus Coms.
Hundió los hombros y caminó torpemente por la acera estacionaria. Entró en un restaurante atestado, encontró una mesa apartada y pidió una cerveza. En la pared del fondo había una enorme pantalla de visioscopio donde los Coms se sucedían sin interrupción. A su alrededor, los otros clientes miraban y escuchaban mientras comían. Algunos agitaban espasmódicamente la cabeza siguiendo la música. Algunas parejas jóvenes bailaban en la pequeña zona de baile, cambiando expertamente el paso cuando se pasaba de un Com a otro.
Baque los observó con tristeza y pensó en cómo habían cambiado las cosas. En una época, sabía, había una música especial para bailar y un grupo especial de instrumentos para tocarla. Y la gente iba a los conciertos a miles y se sentaba en asientos sin ver nada más que a los intérpretes.
Todo eso se había desvanecido. No solo la música, sino el arte, la literatura y la poesía se habían desvanecido. Las obras que había leído en los libros escolares de su abuelo habían sido olvidadas.
Según dictaba el Visioscopio Internacional de James Denton todo el mundo debía mirar y escuchar al mismo tiempo, y la capacidad de concentración del público no toleraba programas largos. Y por tanto existían los Coms.
¡Malditos Coms!
Cuando Val regresó al apartamento, una hora más tarde, Baque estaba sentado en un rincón contemplando el castigado armario de plástico que contenía los volúmenes desmenuzados que había coleccionado de la época en que los libros todavía se imprimían sobre papel: algunas biografías, obras de historia de la música, ensayos técnicos sobre teoría musical y composición. Val miró dos veces la habitación antes de darse cuenta de su presencia, y luego se encaró ansiosamente con él, la tragedia marcando su rostro macilento.
—El técnico vendrá a arreglar el sintetizador de alimentos.
—Bien —dijo Baque.
—Pero el casero no va a esperar. Si no pagamos pasado mañana todo lo que le debemos, nos echará.
—Pues nos iremos.
—¿Adónde? No podremos conseguir nada sin pagar un adelanto.
—Entonces no iremos a ninguna parte.
Val huyó llorando al dormitorio.
A la mañana siguiente, Baque renunció al gremio de componedores y se unió al gremio de intérpretes. El rostro redondo de Hulsey manifestó pena al conocer la noticia. Le prestó a Baque dinero suficiente para pagar la inscripción en el gremio y tranquilizar al casero y expresó su pena en términos elocuentes mientras se apresuraba a sacar a Baque de su oficina. Baque sabía bien que Hulsey no perdería tiempo en asignar los clientes de Baque a otros componedores… hombres que trabajaban más rápido y no tan bien.
Baque fue a la central del gremio, donde esperó cinco horas a que le asignaran un puesto de intérprete de multicordio. Finalmente le llamaron al despacho del secretario y le indicaron con gestos bruscos que se sentase en una silla. El secretario le miró con suspicacia.
—Hace veinte años pertenecía usted al gremio de intérpretes y lo dejó para convertirse en componedor. ¿Cierto?
—Cierto —dijo Baque.
—Perdió la antigüedad a los tres años. Lo sabía, ¿no?
—Lo sabía, pero no creía que importase. No quedan muchos buenos intérpretes de multicordio.
—Tampoco quedan muchos buenos trabajos. Tendrá que empezar desde abajo. —Garabateó algo en un papel y se lo pasó a Baque—. Este paga bien, pero tenemos muchos problemas para mantener a alguien trabajando con él. No es fácil llevarse bien con Lankey. Si usted no le irrita demasiado… bien, veremos.
Baque fue en cinta hasta el espaciopuerto de Nueva Jersey, vagó por la zona ruinosa confundiéndose con las indicaciones y, por fin, encontró el lugar casi dentro de la distancia de radiación del espaciopuerto. El extenso edificio había ardido en algún momento del remoto pasado. Los restos bajos de paredes se alzaban de los escombros cubiertos de hierba. Un muro se curvaba hacia una cavidad apenas iluminada situada en una esquina, a la que unos escalones descendían precariamente. Encima, un enorme cartel de neón rezaba en colores fluidos de cara al espaciopuerto: EL ANTRO DE LANKEY.
Baque cruzó la puerta y vaciló al recibir el asalto de olores extraterrestres. Humo de tabaco con un toque de lavanda, el resultado de las enormes hojas que crecían bajo las bóvedas robotizadas en el Mare Crisium de la Luna, colgando flácidas como mantas a medio camino entre techo y suelo. Los vapores vomitivos y penetrantes del blast, un whisky mezclado con líquenes marcianos, le golpearon en la cara. Entrevió un conjunto disperso de espaciales curtidos y prostitutas aún más curtidas antes de que el portero le plantase delante su figura corpulenta y la caricatura cubierta de cicatrices que tenía por cara.
—¿Buscas a alguien?
—Al señor Lankey.
El portero lanzó un pulgar en dirección a la barra y ruidosamente volvió a hundirse en las sombras. Baque se acercó a la barra.
No tuvo problemas para identificar al señor Lankey. El propietario estaba sentado en un taburete alto. Con la escasa luz y el humo su rostro pálido y tenso poseía cierta austeridad espectral. Se apoyaba en un codo tocándose la nariz chata con los dedos que le quedaban en la mano peluda y, al ver aproximarse a Baque, echó hacia delante la cabeza calva y le miró con frialdad.
—Soy Erlin Baque —dijo Baque.
—Sí. El intérprete de multicordio. ¿Puedes tocar ese multicordio, amigo?
—Pues sí, puedo…
—Eso es lo que dicen todos y en los últimos diez años quizás he tenido a dos que supieran tocar de verdad. La mayoría viene aquí pensando en poner el multicordio en automático y tocar con un dedo. Quiero que alguien toque el multicordio, amigo, y te lo voy a decir ahora mismo: si no sabes tocar será mejor que te vuelvas deprisita a casa. Ese multicordio no tiene automático. Lo hice desconectar.
—Sé tocar —le dijo Baque.
—Vale. No hace falta más que un Com para salir de dudas. El gremio considera que este lugar es de Clase Cuatro, pero yo pago como Clase Uno si sabes tocar. Si realmente sabes tocar, te pasaré algunos extras de los que el gremio no sabrá nada. El horario es de seis de la tarde a seis de la madrugada, pero tendrás muchos ratos libres y, si tienes hambre o sed, pide lo que te apetezca. Pero tranquilo con las bebidas fuertes. No aceptaré un intérprete borracho de multicordio por bueno que sea. ¡Rose!
Después de aullar el nombre una segunda vez una mujer salió por una puerta lateral. Llevaba un vestido gastado y el pelo revuelto le colgaba sobre los hombros de cualquier forma. Volvió un rostro pequeño y bonito hacia Baque y le examinó con audacia.
—El multicordio —dijo Lankey—. Enséñaselo.
Rose le hizo un gesto y Baque la siguió al fondo de la sala. De pronto se detuvo asombrado.
—¿Qué pasa? —preguntó Rose.
—¡No hay visioscopio!
—No. Lankey dice que los espaciales quieren mirar cosas mejores que jabones y voladores. —Sonrió—. Algo como yo, por ejemplo.
—Nunca había oído hablar de un restaurante sin visioscopio.
—Ni yo tampoco, hasta que llegué aquí. Pero Lankey tiene a tres de nosotras para cantar los Coms y tú tocarás el multicordio. Espero que cumplas. Hace una semana que no tenemos multicordio y es duro cantar de esa forma.
—Lo haré bien —dijo Baque.
Una plataforma estrecha recorría el extremo de la sala allí donde en otros restaurantes tenían una pantalla de visioscopio. Baque veía las cicatrices en los puntos la pared de donde habían arrancado la pantalla.
—Lankey llevaba un local en Puerto Marte cuando la colonia no tenía visioscopio —dijo Rose—. Tiene ideas propias sobre cómo entretener a los clientes. ¿Quieres ver tu habitación?
Baque examinaba el multicordio. Era un instrumento viejo y castigado y llevaba las marcas de más de una pelea de bar. Tocó los botones de filtros y juró para sí. Solo los filtros de flauta y violín se ajustaban adecuadamente. Así que tendría que pasar doce horas al día con los tonos vibrantes de un multicordio sin filtrar.
—¿Quieres ver tu habitación? —volvió a preguntar Rose—. Son solo las cinco. Bien puedes relajarte hasta que tengamos que ponernos a trabajar.
Rose le mostró un anexo estrecho situado tras la barra. Baque se estiró sobre un jergón duro e intentó relajarse. Y de pronto eran las seis en punto y Lankey estaba en la puerta llamándole.
Se sentó al multicordio y tocó las teclas con impaciencia. No estaba nervioso. No había nada que no supiese sobre Coms, no tendría problemas con la música, pero la atmósfera le alteraba. El humo era más espeso. Parpadeó porque le picaban los ojos y sintió los vapores del whisky en la nariz al respirar hondo.
Había pocos clientes. Mecánicos con mono grasiento, pilotos chuleando y algunos civiles a los que les gustaba que el licor fuese fuerte y no les importaba el entorno. Las mujeres eran… mujeres; dos, estimó, por cada hombre presente.
De pronto los parroquianos iniciaron un estruendo de pies acentuado por gritos de aprobación: Lankey recorría la plataforma con Rose y las otras cantantes. La primera impresión horrorizada de Baque fue que las chicas iban desnudas, pero al acercarse apreció su escasa vestimenta de plástico. Lankey tenía razón. Los espaciales preferirían con diferencia ese escenario a los Coms animados en una pantalla de visioscopio.
—Ya conoces a Rose —dijo Lankey—. Estas son Zanna y Mae. A empezar.
Se fue y las chicas se dispusieron alrededor del multicordio.
—¿Qué Coms te sabes?
—Me los sé todos.
Rose le miró, dubitativa.
—Cantamos juntas y luego hacemos turnos. ¿Estás seguro de que te los sabes todos?
Baque activó el instrumento y tocó una nota.
—Canta el Com que quieras… Me las arreglaré.
—Bien… empezaremos con el de Malta Sabroso. Va así. —Lo tarareó en voz baja—. ¿Lo conoces?
—Lo escribí yo —dijo Baque.
Cantaban mejor de lo que había esperado. Las siguió con facilidad y, mientras tocaba, miraba a los clientes. Las cabezas se agitaban siguiendo la música y rápidamente entró en la atmósfera y empezó a experimentar. Sus dedos dieron forma a un ritmo ondulante en el bajo, lo dejó caer un poco y luego lo expandió. Abandonó la línea melódica, dejando que las chicas la llevasen por sí solas mientras él buscaba por todo el teclado para adornar el ritmo básico.
Los pies empezaron a golpear el suelo. Los cuerpos de las chicas se agitaban con fuerza y Baque se encontró balanceándose adelante y atrás al compás de la música. Las chicas terminaron la letra pero, como él no dejó de tocar, se pusieron a cantar de nuevo. Los espaciales estaban en pie, dando palmas y siguiendo el ritmo con el cuerpo. Algunos agarraron a sus mujeres y se pusieron a bailar en los estrechos espacios que quedaban entre las mesas. Finalmente Baque forzó una cadencia y se echó hacia delante, jadeando y limpiándose la frente. Una de las chicas se desplomó sobre el escenario. Las otras la levantaron y las tres huyeron seguidas de una ovación cerrada.
Baque sintió una mano en el hombro. Lankey. Su rostro feo e inexpresivo miró a Baque, se giró para examinar a los clientes entusiastas, regresó a Baque. Asintió y se fue.
Rose volvió sola, todavía sin aliento.
—¿Qué tal el Com de Perfumes Sally Ann?
Baque buscó en su memoria y tuvo el disgusto de no recordar el Com de Sally Ann.
—Dime la letra —dijo. Ella se la recitó monótonamente… Era una pequeña tragedia sobre el romance destrozado de una chica que no usaba Sally Ann—. Ya lo recuerdo —le dijo Baque—. ¿Los hacemos llorar? Vamos a concentrarnos. Es una historia triste y vamos a hacer que lloren.
Rose se situó junto al multicordio y cantó lastimera. Baque buscó un acompañamiento apagado y tembloroso y, al inicio de la segunda frase improvisó una contramelodía descendente. Los espaciales permanecieron sentados en silencio. Los hombres no lloraron, pero algunas mujeres sollozaban y, cuando Rose terminó, el silencio era tenso.
—¡Rápido! —susurró Baque—. Vamos a alegrarlos. Canta otro Com… ¡el que sea!
Rose se puso con uno de Tortitas Calientes y, con el ritmo de su acompañamiento, Baque obligó a los espaciales a ponerse en pie.
Las otras chicas fueron actuando por turno y Baque observó a los clientes con imparcialidad, desconcertado por el poder que fluía de sus dedos. Los llevó de un extremo emocional al otro y luego de vuelta, improvisando, experimentando. Y su mente jugueteaba con una idea.
—Es hora de hacer una pausa —dijo Rose al fin—. Será mejor que comamos algo.
Una hora y media de tocar sin parar había agotado a Baque tanto física como emocionalmente. Aceptó la bandeja de la cena con indiferencia y se fue al anexo que llamaban su habitación. No tenía hambre. Olisqueó dubitativo la comida, la probó… y comió con voracidad. ¡Comida de verdad, después de meses de alimentos sintéticos!
Al terminar, se sentó en el camastro, preguntándose cuánto tiempo se tomaban las chicas entre actuaciones y luego se fue en busca de Lankey.
—No me gusta estar sentado —dijo—. ¿Hay algún problema si toco?
—¿Sin las chicas?
—Sí.
Lankey plantó ambos codos sobre la barra, se agarró la barbilla con un puño y miró ausente a la otra pared.
—¿Vas a cantar tú? —preguntó al fin.
—No. Solo voy a tocar.
—¿Sin cantar? ¿Sin palabras?
—Sí.
—¿Qué vas a tocar?
—Coms. O puede que improvise algo.
Un largo silencio. Luego…
—¿Crees que podrás mantener las cosas en movimiento mientras las chicas descansan?
—Claro que sí.
Lankey siguió concentrándose en la pared. Frunció las cejas, las relajó, volvió a fruncirlas.
—Vale —dijo—. Simplemente me preguntaba por qué no se me había ocurrido nunca.
Sin que nadie se diese cuenta, Baque ocupó su puesto al multicordio. Empezó suave, de forma que la música fuese un discreto fondo para la conversación animada que llenaba el local. A medida que incrementaba el volumen los rostros se volvieron a mirarle.
Se preguntó qué estaría pensando esa gente al oír por primera vez música que no era un Com, música sin palabras. Los observó con atención y quedó satisfecho de comprobar que mantenía su atención. Bien… ¿podía hacer que se levantaran del asiento usando exclusivamente las notas estériles de un multicordio? Dotó la melodía de energía rítmica y comenzaron los golpes en el suelo.
Cuando subió más el volumen, Rose salió tropezando por la puerta y corrió al escenario con la perplejidad dibujada en el rostro.
—No pasa nada —le dijo Baque—. Solo toco por pasar el rato. No vuelvas hasta que no estés lista.
Rose asintió y se fue. Un espacial de rostro sonrosado situado junto a la plataforma alzó la vista para mirar la silueta del cuerpo joven con lascivia. Fascinado, Baque estudió aquella lujuria tosca y exigente y buscó una forma de expresarla en el teclado. ¿Así? O… ¿así? O…
Lo había conseguido. Él mismo se sintió atrapado en el ritmo imparable. El pie pisaba el control de volumen y se volvió para mirar a los clientes.
Cada par de ojos miraba hipnóticamente a su esquina de la sala. Un camarero estaba de pie, medio doblado, boquiabierto. Había cierta incomodidad, un rumor de pies, un crujido continuo de sillas. El pie de Baque se hundió más en el control de volumen.
Sus manos tocaban compulsivamente y miró horrorizado la escena que se desarrollaba. La lascivia retorcía todas las caras. Los hombres estaban de pie, buscando a las mujeres, agarrándolas, toqueteándolas. Una silla golpeó el suelo y también una mesa, y nadie se dio cuenta. Un vestido de mujer salió volando y cayó al suelo, y los perseguidos se convirtieron en perseguidores mientras Baque, indefenso, dejaba que sus dedos corrieran fuera de control.
Con un tremendo esfuerzo, apartó las manos de las teclas y el silencio golpeó la sala como un trueno. Con los dedos temblando, Baque empezó a tocar lentamente, con indiferencia. Al volver a mirar, el orden se había restaurado, la silla y la mesa volvían a estar en su sitio y los clientes estaban sentados, aparentemente relajados, excepto una mujer que luchaba con vergüenza evidente por volver a ponerse el vestido.
Baque siguió tocando tranquilamente hasta que volvieron las chicas.
A las seis de la mañana, con el cuerpo destrozado por el cansancio, las manos doloridas, las piernas rígidas, Baque dejó el multicordio. Lankey le esperaba.
—Tarifa de Clase Uno —le dijo—. Tienes trabajo conmigo mientras quieras. Pero tómatelo con un poco de calma, ¿vale?
Baque se acordó de Val, sola en el apartamento deprimente y comiendo comida sintética.
—¿Estaría fuera de lugar que pidiese un adelanto?
—No —dijo Lankey—. No está fuera de lugar. Le he dicho al cajero que te entregase cien a la salida. Considéralo una bonificación.
Cansado por el largo recorrido en cinta, Baque caminó en silencio hasta el oscuro apartamento y echó un vistazo. No había ni rastro de Val… debía de seguir dormida. Se sentó frente a su multicordio y acarició las teclas.
Se sentía sobrecogido, humilde e incrédulo. Música sin Coms, sin palabras; podía hacer que la gente riese, llorase, bailase y retozase con locura.
Y podía convertirlos en animales en celo.
Escéptico, tocó la música que había incitado una lujuria tan evidente, más y más alto…
Y sintió una mano en el hombro. Y se volvió para ver el rostro transfigurado por la pasión de Val.
Baque le pidió a Hulsey que fuese a verle actuar aquella noche y, más tarde, Hulsey se echó en el catre de su habitación y se estremeció.
—No está bien. Ningún hombre debería tener tanto poder sobre la gente. ¿Cómo lo haces?
—No lo sé —dijo Baque—. He visto a una pareja joven sentada, y los dos eran felices y yo sentía su felicidad. Y mientras tocaba, todos en la sala se sentían felices. Y luego ha entrado otra pareja peleando y a continuación todos estaban como locos.
—Casi se pelean en la mesa de al lado —dijo Hulsey—. Y lo que has hecho a continuación…
—Sí. Pero no ha sido tanto como lo de anoche. Deberías haberlo visto.
Hulsey volvió a estremecerse.
—Tengo un libro sobre música antigua griega —dijo Baque—. Tenían un concepto llamado ethos. Creían que distintas escalas musicales afectaban a la gente de formas diferentes: una los hacía sentirse tristes, otra felices e incluso otra podía enloquecerlos. Afirmaban que un músico llamado Orfeo podía mover árboles y reblandecer piedras con su música. Ahora escucha. He tenido ocasión de experimentar y me he dado cuenta de que es más efectivo cuando no uso los filtros. De todas formas, en ese multicordio solo funcionan dos filtros, flauta y violín, pero cuando uso alguno de los dos la reacción no es tan intensa. Me pregunto si ese efecto que comentaban los griegos no estaría producido por los instrumentos en sí y no por las escalas. Me pregunto si el sonido de un multicordio sin filtrar podría tener algo en común con el de una cítara o un aulos de la Grecia antigua.
Hulsey dijo gruñendo:
—Yo no creo que se deba al instrumento ni a las escalas. Creo que se debe a Baque, y no me gusta. Deberías haber seguido siendo componedor.
—Quiero que me ayudes —dijo Baque—. Quiero encontrar un local donde podamos reunir a mucha gente, al menos mil personas, no para comer o ver Coms, sino simplemente para oír a un hombre tocar el multicordio.
Hulsey se puso en pie de pronto.
—Baque, eres un hombre peligroso. Estaría loco si confiase en un hombre capaz de hacerme sentir lo que tú me has hecho sentir esta noche. No sé qué te propones, pero no voy a participar en ello.
Salió con el brío de un hombre dispuesto a cerrar de un portazo, pero la habitación de un multicordista en el Antro de Lankey no merecía el lujo de una puerta. Hulsey se detuvo en el umbral con cara de incertidumbre, le dedicó a Baque una furiosa mirada de despedida y desapareció. Baque le siguió hasta la sala principal, donde le observó tejer impacientemente su camino por entre las mesas para alcanzar la salida.
Desde su sitio, tras la barra, Lankey miró a Baque y luego a Hulsey que salía.
—¿Problemas? —preguntó.
Baque se volvió con cansancio.
—Hace veinte años que le conozco. Nunca le había considerado amigo mío. Pero claro… tampoco le había considerado mi enemigo.
—Pasa a veces —dijo Lankey.
Baque agitó la cabeza.
—Me gustaría probar el whisky marciano. Nunca he tomado.
Dos semanas convirtieron a Baque en una institución y el Antro de Lankey estaba abarrotado desde que entraba a trabajar hasta que se iba a la mañana siguiente. Cuando interpretaba solo, se olvidaba de los Coms y tocaba lo que le daba la gana. Incluso interpretaba piezas cortas de Bach y recibía aplausos generosos, aunque la reacción estaba lejos del entusiasmo tumultuoso que despertaban sus improvisaciones.
Sentado tras la barra, comiéndose la cena y observando la masa de clientes conmocionados, Baque se sentía vagamente feliz. Disfrutaba del trabajo. Por primera vez en su vida tenía más dinero del que necesitaba.
Por primera vez en la vida tenía una meta definida y un plan para alcanzarla… Eliminaría los Coms para siempre.
Mientras Baque dejaba la bandeja, vio a Biff, el portero, apartarse para dejar pasar a una pareja de recién llegados. Se detuvieron de pronto y retrocedieron con asombro, aturdidos. Y no era para menos: ¡de etiqueta en el Antro de Lankey!
La pareja se detuvo cerca de la puerta, parpadeó dudosa en la penumbra cargada de humo. El hombre estaba bronceado y era guapo, pero nadie le prestó atención. La belleza de la mujer destelló frente al fondo soso como un meteoro. Se movía dentro de un aura de encanto deslumbrante, con su pelo dorado y brillante, su vestido reluciente y fluido abrazando su figura voluptuosa y su perfume que hacía retroceder los olores apestosos del whisky y el tabaco.
Instantáneamente todos los ojos se centraron en ella y un silencio colectivo invadió la sala. Baque miró como los demás y al fin la reconoció: Marigold, de La mañana con Marigold. Adorada por todo el Sistema Solar por los millones de seguidores de su programa de visioscopio. Amante, se decía, de James Denton, el rey del visioscopio. Marigold Manning.
Se llevó la mano a la boca fingiendo horror y el vibrante sonido de su risa se difundió entre los espaciales hechizados.
—¡Qué lugar tan extraño! ¿Cómo supiste de un lugar así?
—Necesito algo de whisky marciano, maldita sea —dijo el hombre.
—Mira que quedarse sin en el bar del espaciopuerto. Y con todas esas naves que vienen de Marte, además. ¿Estás seguro de que podremos volver a tiempo? Jimmy se pondrá como una furia si no estamos allí cuando aterrice.
Lankey tocó el brazo de Baque.
—Son más de las seis —dijo, sin apartar la vista de Marigold Manning—. Se están impacientando.
Baque asintió y encendió el multicordio. El tumulto se inició en cuanto le vieron. Abandonaron a Marigold Manning, se pusieron en pie de un salto y estallaron en una ovación acompañada de golpes y aullidos. Cuando Baque se detuvo para aceptarla, Marigold y su escolta miraban boquiabiertos al hombre corriente que podía inspirar un entusiasmo tan indigno.
La exclamación de la mujer se oyó con claridad cuando Baque se sentó al multicordio y la ovación se apagó convirtiéndose en un silencio expectante.
—¡Qué demonios!
Baque se encogió de hombros y se puso a tocar. Cuando Marigold se fue al fin, después de una breve conversación con Lankey, su escolta seguía sin haber conseguido el whisky marciano.
A la mañana siguiente Lankey recibió a Baque con los puños llenos de telenotas.
—¡Vaya un revuelo! ¿Has visto el programa de esta mañana de esa Marigold?
Baque negó.
—No he mirado el visioscopio desde que empecé a trabajar aquí.
—Por si te interesa has sido… ¿cómo lo definió?: una «exclusiva de Marigold» en el visioscopio. «Erlin Baque, el famoso componedor, toca ahora el multicordio en un curioso local llamado el Antro de Lankey. Si quieres oír música asombrosa, llégate hasta el espaciopuerto de Nueva Jersey y escucha a Baque. No te lo pierdas. Una experiencia única». —Lankey soltó un juramento y agitó las telenotas—. Curioso local, nos llama. Ahora tengo decenas de miles de solicitudes de reserva, algunas desde Budapest y Shangai. Y tenemos un aforo de quinientas, contando a la gente de pie. ¡Maldita sea esa mujer! Ya teníamos todo lo que podíamos atender.
—Necesitas un local más grande —dijo Baque.
—Sí. Bien, confidencialmente, le había echado el ojo a un almacén grande. Dará para sentar a mil, como poco. Lo limpiaré. Te haré un contrato para que te encargues de la música.
Baque hizo un gesto de negativa.
—¿Qué me dices de abrir un gran local en el centro? De atraer gente con más dinero para gastar. Tú lo diriges y yo atraeré a los clientes.
Lankey se acarició pensativamente la nariz aplastada.
—¿Cómo nos lo dividiremos?
—Mitad y mitad —dijo Baque.
—No —dijo Lankey, negando lentamente con la cabeza—. Soy justo, Baque, pero mitad y mitad no sería lo adecuado en un acuerdo así. Yo tendría que adelantar todo el dinero. Te daré un tercio por ocuparte de la música.
Hicieron que un abogado redactase el contrato. El abogado de Baque. Lankey insistió.
En el desolado gris de primera hora de la mañana, un Baque somnoliento recorría la cinta atestada camino de su apartamento. Era la hora punta, cuando los viajeros se juntaban todo lo posible y se removían incómodos cuando un vecino movía los pies. La multitud parecía más sólida de lo hatitual, pero Baque pasó de los empujones y los codazos y se perdió en sus ideas.
Había llegado el momento de encontrar un sitio mejor para vivir.
No le había importado el apartamento basura mientras no se habían podido permitir nada mejor, pero Val llevaba años quejándose. Y ahora que podían permitirse mudarse a un apartamento lujoso o incluso a una casa pequeña en Pensilvania, Val se negaba a irse. No quería dejar a sus amigas, decía.
Reflexionando sobre ese problema de indecisión femenina, Baque se dio cuenta súbitamente de que se acercaba a su parada. Intentó moverse hacia una cinta de desaceleración… empujó con fuerza, intentó meterse entre sus compañeros de viaje, usó los codos, primero con delicadeza y luego con ganas. La multitud que le rodeaba no cedió.
—Disculpe —dijo Baque realizando otro intento—. Me bajo aquí. En esta ocasión, un par de brazos fuertes le detuvieron.
—Esta mañana no, Baque. Tienes una cita en el Centro.
Baque dedicó una mirada al círculo de rostros duros y sonrientes que le rodeaba. Con un súbito empujón se lanzó de lado, luchando con todas sus fuerzas. Los brazos le devolvieron a su sitio.
—Al Centro. Baque. Si quieres llegar muerto, eso es asunto tuyo.
—Al Centro —accedió Baque.
Abandonaron la cinta transportadora en una zona pública de aparcamiento. Los esperaba un volador, uno elegante y privado con un número de registro X de prioridad absoluta. Volaron rápidamente hacia Manhattan, atravesando las vías aéreas con monumental desprecio por las normas y viraron para aterrizar en el edificio descomunal de Visioscopio Internacional. A Baque lo llevaron por un pozo de antigravedad, por un laberinto de pasillos y, finalmente, le empujaron sin muchos miramientos al interior de un despacho.
Era una sala enorme y el escaso mobiliario hacía que pareciera todavía más enorme. Solo había en él una mesa, algunas sillas, un bar en una esquina, una enorme pantalla de visioscopio… y un multicordio. La mesa estaba ocupada, pero a Baque le llamaron la atención los hombres reunidos junto al bar. Su mirada recorrió las caras y encontró una familiar: Hulsey.
El agente rollizo dio dos pasos al frente y le miró con furia.
—El día del juicio, Erlin —dijo con frialdad.
Una mano golpeó con fuerza la mesa.
—Aquí el que juzga soy yo, Hulsey. Por favor, siéntese, señor Baque.
Le acercaron una silla y Baque se sentó, esperando nervioso, sin dejar de mirar al hombre de la mesa.
—Me llamo James Denton. ¿Mi fama llega a lugares tan remotos como el Antro de Lankey?
—No —dijo Baque—. Pero he oído hablar de usted.
James Denton. Rey de Visioscopio Internacional. Árbitro despiadado del gusto público. No tenía más de cuarenta años, con un rostro moreno y guapo, ojos intensos y sonrisa fácil.
Golpeó un puro en el borde de la mesa y cuidadosamente se lo llevó a la boca. Los hombres saltaron con los mecheros encendidos y él escogió uno sin alzar la vista, chupó con fuerza y asintió.
—No le aburriré presentándole a los congregados, Baque. Algunos de estos hombres están aquí por razones profesionales. Algunos porque sienten curiosidad. Supe de usted por primera vez ayer y lo que oí me hizo desear saber si era usted un activo potencial que podría tener su uso, una molestia potencial que debería ser eliminada o una nulidad que se puede desestimar. Cuando quiero saber algo, Baque, no pierdo el tiempo. —Soltó una carcajada—. Como habrá podido deducir del hecho de que le he hecho venir en cuanto ha estado… digamos… disponible.
—¡Es un hombre peligroso, Denton! —soltó Hulsey.
Denton le sonrió.
—Me gustan los hombres peligrosos, Hulsey. Es útil tenerlos cerca. Si puedo dar uso a lo que sea que tenga el señor Baque, le haré una oferta atractiva. Estoy seguro de que la aceptará con el debido agradecimiento. Si no puedo darle uso, me aseguraré de que no me incordie. ¿Me expreso con claridad, Baque?
Baque, mirando más allá de Denton para evitar sus ojos, no dijo nada.
Denton se inclinó. La sonrisa no desapareció, pero entornó los ojos y su voz se volvió súbitamente helada.
—¿Me expreso con claridad, Baque?
—Sí —murmuró Baque sin fuerzas.
Denton indicó la puerta con el pulgar, y la mitad de los presentes, incluido Hulsey, salieron solemnemente. Los otros esperaron, hablando en susurros mientras Denton chupaba sin pausa el puro. Finalmente el intercomunicador emitió una única palabra:
—¡Listo!
Denton señaló el multicordio.
—Me apetece una demostración de sus habilidades, señor Baque. Y asegúrese de que se trata de una buena demostración. Hulsey está escuchando y él podrá decirnos si intenta darnos gato por liebre.
Baque asintió y se sentó al multicordio con los dedos dispuestos, mirando tímidamente el círculo de rostros que le observaban. Eran magnates de los negocios, y también de la ciencia y de la industria, y jamás en la vida habían escuchado música de verdad. Y en cuanto a Hulsey… sí, Hulsey estaría escuchando, pero a través del intercomunicador de Denton, a través de un sistema de comunicación diseñado para la voz.
Y Hulsey tenía un oído fatal para la música.
Baque sonrió desdeñoso, tocó el filtro de violín, volvió a tocarlo y titubeó.
Denton sonrió irónicamente.
—Olvidaba comentarle, señor Baque, que siguiendo el consejo de Hulsey hemos desconectado los filtros.
Baque sintió crecer la furia en su interior. Pisó a fondo el control de volumen, insolentemente tocó una fanfarria de visioscopio y se lanzó luego a tocar su Com para Queso Curado. Denton, su propia furia evidente en el rostro encendido, se inclinó hacia delante y gruñó algo. Los hombres que le rodeaban se agitaban incómodos. Baque cambió a otro Com, improvisó algunas variaciones y miró el círculo de caras.
Magnates de la industria, la ciencia y los negocios. «Sería divertido —pensó—, hacerlos patalear». Sus dedos dieron forma a un ritmo irresistible y comenzaron a agitarse por sí solos.
Olvidó su decisión de tocar con cautela. Riendo para sí, liberó un torrente aplastante de sonido que hizo que los hombres bailasen y obligó a Denton a ponerse en pie. Les hizo patalear sin freno, les llenó los ojos de lágrimas y terminó con la fuerza atronadora que Lankey llamaba «música sexual».
Luego se echó sobre el teclado, aterrorizado de lo que había hecho. Denton estaba de pie tras la mesa, con el rostro pálido, abriendo y cerrando las manos.
—¡Buen Dios! —murmuró.
Soltó una palabra al intercomunicador:
—¿Reacción?
—Negativa —fue la respuesta rápida.
—Vamos a presentar un informe.
Denton se sentó, se pasó la mano por la cara y se volvió hacia Baque con una sonrisa sosa en el rostro.
—Una interpretación impresionante, señor Baque. En unos minutos habremos… Ah, aquí están.
Los que se habían ido antes volvían a la habitación, y varios hombres formaron corrillo, hablando en susurros. Denton abandonó la mesa y se paseó, meditando. Los otros hombres, incluido Hulsey, gravitaron hacia el bar.
Baque siguió al multicordio y contempló incómodo la conferencia. En un momento dado tocó accidentalmente una tecla y una única nota hizo perder el aplomo a los conferenciantes, Denton se detuvo a medio paso y Hulsey derramó la bebida.
—El señor Baque se impacienta —gritó Denton—. ¿Podemos acabar?
—Un momento, señor.
Por fin se acercaron a la mesa de Denton. El portavoz, un hombre de pelo blanco y aires académicos de delicada piel rosada se aclaró la garganta con decisión y esperó a que Denton regresase a su silla.
—Queda probado —dijo— que los presentes en esta sala se han sentido poderosamente afectados por la música. Los que escuchaban por el intercomunicador no han experimentado más reacción que un ligero aburrimiento.
—No les he hecho venir para que me contasen lo evidente —respondió Denton—. ¿Cómo lo hace?
—Solo podemos ofrecer hipótesis.
—Eso dicen. Adelante.
—Erlin Baque posee la capacidad de proyectar telepáticamente su experiencia emocional. Cuando la proyección se refuerza sutilmente con la música de multicordio, los que están en su presencia comparten intensamente dicha experiencia. La proyección no afecta a los que escuchan a distancia.
—¿Y… el visioscopio?
—No puede proyectar sus emociones por medio del visioscopio.
—Comprendo —dijo Denton. Un fruncimiento de meditación le retorció la cara—. ¿Qué hay de su efectividad a largo plazo?
—Es difícil de predecir…
—¡Predigan, maldita sea!
—La novedad de su interpretación llamará la atención. Mientras dure esa novedad podría convertirse en una moda pasajera. Cuando el público pierda el interés probablemente conserve un pequeño grupo de seguidores que usen como narcótico la experiencia emocional de su música.
—Gracias, caballeros. Eso es todo.
La sala se vació con rapidez. Hulsey se detuvo en la puerta, miró con odio a Baque y salió dócil.
—Evidentemente, no es usted una nulidad —dijo Denton—, pero sea lo que sea, a mí no me sirve de nada. Por desgracia. Si pudiese proyectar a través del visioscopio, valdría usted mil millones por una hora de publicidad. Por suerte para usted, la incomodidad que puede causarme es más bien poca. Sé lo que traman usted y Lankey. Me bastaría una palabra y jamás encontrarían local para su nuevo restaurante. Podría hacer que dentro de una hora cerrasen el Antro de Lankey, pero apenas valdría la pena. Si puede fundar una secta, bien… quizás evite que sus miembros se dediquen a cosas peores. Esta mañana me siento generoso y ni siquiera insistiré en que su nuevo restaurante tenga pantalla de visioscopio. Ahora será mejor que se vaya, Baque, antes de que cambie de opinión.
Baque se puso en pie. En ese momento, Marigold Manning entró en la sala, exquisita, radiante, exóticamente perfumada, con el reluciente pelo rubio peinado con un estilo nuevo y tentador.
—Jimmy, cariño… ¡oh! —Miró a Baque, miró el multicordio y tartamudeó—: Vaya, usted es… usted es… ¡Erlin Baque! Jimmy, ¿por qué no me lo dijiste?
—El señor Baque me ha dedicado en privado una actuación —dijo Denton con brusquedad—. Creo que nos comprendemos bien, Baque. Buenos días.
—¡Le vas a sacar por visioscopio! —exclamó Marigold—. Jimmy, es maravilloso. ¿Puede venir primero a mi programa? Puedo ponerle por la mañana.
Denton negó con la cabeza.
—Lo lamento, cariño. Hemos decidido que el talento del señor Baque no se ajusta al visioscopio.
—Al menos podría venir como invitado. Sería usted mi invitado, ¿no, señor Baque? No tiene nada de malo el tenerle como invitado, ¿verdad, Jimmy?
Denton rio.
—No. Después del revuelo que has armado, no sería mala idea que lo tuvieses como invitado. Le estará bien empleado cuando fracase.
—No fracasará. Estará genial por visioscopio. ¿Vendría esta mañana, señor Baque?
—Bien… —empezó a decir Baque. Denton asentía enfáticamente—. Pronto abriremos un nuevo restaurante. No me importaría ser su invitado el día de la inauguración.
—¿Un nuevo restaurante? Maravilloso. ¿Lo sabe alguien? ¡Lo contaré esta mañana como exclusiva!
—Todavía no está todo decidido —dijo Baque disculpándose—. Todavía no tenemos local.
—Lankey lo encontró ayer —dijo Denton—. Esta mañana hará que lo revise un contratista y, si no hay inconveniente, firmará el contrato de alquiler. Simplemente hágale saber a la señorita Manning su fecha de inauguración, Baque, y ella le buscará un hueco. Ahora, si no le importa…
A Baque le llevó media hora salir del edificio, pero avanzó sin rumbo por los pasillos y se negó a preguntar. Canturreaba feliz para sí y de vez en cuando se echaba a reír.
Los magnates de los negocios y la industria (y sus científicos a sueldo) no sabían nada sobre armónicos.
—Así están las cosas —dijo Lankey—. Pareces no tener idea de la suerte que has tenido… de la suerte que hemos tenido. Denton debió haber actuado cuando tuvo ocasión. Ahora sabemos a qué atenernos y cuando al fin se dé cuenta ya será demasiado tarde.
—¿Qué podríamos hacer si decide cerrarnos el local?
—Yo también tengo algunos contactos, Baque. No son de la alta sociedad, como los de Denton, pero son tan deshonestos como los de Denton, y él tiene un buen montón de enemigos que estarían encantados de apoyarnos. Ha dicho que podría cerrarme el restaurante en una hora, ¿eh? Por desgracia, no podemos perjudicar mucho a Denton, pero sí que podemos hacer muchas cosas para evitar que nos perjudique.
—Creo que vamos a perjudicar a Denton —dijo Baque.
Lankey fue a la barra y regresó con un vaso lleno de un líquido rosa espumoso.
—Bebe —dijo—. Has tenido un día muy largo y estás delirando. ¿Cómo podríamos perjudicar a Denton?
—El visioscopio depende de los Coms. Le demostraremos a la gente que puede entretenerse sin los Coms. Nuestro lema será: ¡NO HAY COMS EN LANKEY’S!
—Genial —soltó Lankey—. Invierto mil en trajes nuevos para las chicas… no pueden llevar esa ropa de plástico en el nuevo local… y tú decides no dejarlas cantar.
—Claro que van a cantar.
Lankey se inclinó hacia delante, acariciándose la nariz.
—No hay Coms. Entonces, ¿qué van a cantar?
—He sacado algunas letras de un viejo libro escolar que tenía mi abuelo. En aquella época las llamaban poemas. Les estoy poniendo música. Iba a probarlos aquí, pero Denton podría enterarse y no tiene sentido que nos busquemos problemas antes de lo necesario.
—No. Guarda los problemas para el nuevo local… Después de abrir seremos tan importantes que nos las arreglaremos. Y estarás en La mañana con Marigold. ¿Estás seguro de eso de los armónicos, Baque? Podría ser que realmente estuvieses proyectando emociones, ¿sabes? No es que importe en un restaurante, pero en el visioscopio…
—Estoy seguro. ¿Cuándo podemos abrir?
—Tengo tres cuadrillas de obreros remodelando el local. Podremos sentar a mil doscientas personas y todavía nos quedará espacio para una buena pista de baile. Estará listo dentro de dos semanas. Baque, no estoy seguro de que eso del visioscopio sea muy inteligente.
—Quiero hacerlo.
Lankey fue a la barra y se sirvió una bebida.
—Vale. Lo haces. Si tu habilidad se transmite, se va a desatar el infierno y bien puedo empezar a prepararme. —Sonrió—. ¡La verdad es que va a ser una bendición para el negocio!
Marigold Manning había cambiado de peinado. Llevaba una creación en espiral de Zann de Hong Kong, y dedicó diez minutos a decidir qué perfil mostraría a la cámara. Baque esperó pacientemente. Su sensación de incomodidad se debía exclusivamente al hecho de que el traje que llevaba era la prenda de ropa más cara que hubiese poseído nunca. Se repetía continuamente que tenía que dejar de preguntarse si no sería verdad que realmente proyectaba emociones.
—Así —dijo Marigold al fin, agitando la pantalla de mano una última vez para asegurarse—. ¿Y usted, señor Baque? ¿Qué haremos con usted?
—Simplemente colóqueme junto al multicordio —dijo Baque.
—Pero no puede limitarse a tocar. Tendrá que decir algo. Llevo una semana anunciando este día, tendremos las cifras de audiencia más altas desde hace años y usted tendrá que decir algo.
—Por supuesto —dijo Baque—, si puedo hablar de Lankey’s.
—Claro que sí, tontito. Para eso está aquí. Usted habla de Lankey’s y yo hablaré de Erlin Baque.
—Cinco minutos —anunció una voz.
—Oh, cielos —dijo ella—. Siempre me pongo muy nerviosa antes de empezar.
—Alégrese de no estar nerviosa durante el programa.
—Tiene mucha razón. Jimmy se ríe de mí, pero hace falta un artista para comprender a otro artista. ¿Se pone usted nervioso?
—Cuando toco, estoy demasiado ocupado.
—Eso me pasa a mí. Una vez que empieza el programa, estoy demasiado ocupada.
—Cuatro minutos.
—¡Oh, cielos! —Volvió a levantar la pantalla de mano—. Quizá sea mejor del otro lado.
Baque se sentó al multicordio.
—Está perfecta tal como está.
—¿Realmente lo cree? En cualquier caso, es muy amable por su parte. Me pregunto si Jimmy se tomará la molestia de ver el programa.
—Estoy seguro de que sí.
—Tres minutos.
Baque activó el instrumento y tocó un acorde. Ahora estaba nervioso. No tenía ni idea de qué iba a tocar. Deliberadamente había evitado preparar nada porque eran sus improvisaciones las que afectaban a la gente de forma tan extraña. Lo único que debía evitar era la música sexual. Lankey lo había dejado claro.
Se perdió en sus pensamientos, no oyó el último aviso y alzó la vista sorprendido cuando oyó el alegre:
—Buenos días a todos. ¡Esto es La mañana con Marigold!
La voz alegre siguió hablando y hablando. Erlin Baque. Su carrera como componedor. El asombroso descubrimiento de encontrarle tocando en el Antro de Lankey. Pidió a los ingenieros que pusieran el Com de Queso Curado. Finalmente terminó sus comentarios y se arriesgó a estropear su encantador perfil mirándole.
—Damas y caballeros, con admiración, con orgullo, con placer, les ofrezco una exclusiva de Marigold: ¡Erlin Baque!
Baque sonrió nervioso y tecleó una escala con un dedo.
—Este es mi primer discurso. Probablemente sea el último. El nuevo restaurante abre esta noche. Lankey’s, en Broadway. Por desgracia, no puedo invitarlos porque, gracias a los generosos comentarios de la señorita Manning durante la pasada semana, está todo reservado para los próximos dos meses. Más adelante haremos algunas reservas para visitantes de lugares lejanos. ¡Vengan a vernos!
»En Lankey’s encontrarán algo diferente. No hay pantalla de visioscopio. Quizá ya lo sepan. Tenemos jóvenes atractivas que cantan. Yo toco el multicordio. Sabemos que disfrutarán de nuestra música. Sabemos que la disfrutarán porque en Lankey’s no tenemos Coms. Recuerden… No hay Coms en Lankey’s. Nada de jabón con el jamón. Nada de coches aéreos con el filete. Nada de camisas con el postre. ¡Nada de Coms! Solo buena comida, acompañada de buena música destinada exclusivamente a su disfrute… como esta.
Llevó las manos al teclado.
De inmediato supo que algo iba mal. Siempre había podido mirar una multitud de rostros, ajustando la interpretación a sus reacciones. Ahora no tenía más que a la señorita Manning y a los ingenieros de visioscopio y, de pronto, temía que su éxito se hubiese debido exclusivamente a su público. La gente le escuchaba por todo el hemisferio occidental. ¿Aplaudirían y golpearían el suelo? ¿Pensarían maravillados: «¡Así es como suena la música sin Coms!»? ¿O bostezarían aburridos?
Baque entrevió el rostro blanco de Marigold, el de los ingenieros que miraban boquiabiertos, y se le ocurrió que quizá todo iba bien. Se perdió en la música y tocó con fervor.
Siguió tocando incluso después de que la pantalla piloto quedase en blanco. La señorita Manning se puso en pie de un salto y corrió hacia él. Los ingenieros se agitaban confusos. Al fin Baque dejó de tocar.
—Nos han cortado —dijo la señorita Manning al borde de las lágrimas—. ¿Quién podría hacerme algo así? Nunca, nunca, durante toda mi carrera en el visioscopio… George, ¿quién nos ha cortado?
—Órdenes.
—¿Órdenes de quién?
—¡Órdenes mías! —James Denton avanzó hacia ellos con los labios apretados, el rostro pálido, los ojos reluciendo por la violencia y muerte súbita. Le escupió las palabras a Baque—. No sé cómo has hecho ese truco, pero ningún hombre engaña a James Denton más de una vez. Ahora te has convertido en un incordio que debe ser eliminado.
—¡Jimmy! —gimió la señorita Manning—. Mi programa… cortado. ¿Cómo has podido?
—¡Calla la boca, maldita sea! Acabo de comunicar la noticia, Baque. Lankey’s no abrirá esta noche. No es que a ti te importe demasiado.
Baque sonrió con tranquilidad.
—Creo que ha perdido, Denton. Creo que se ha transmitido música suficiente para derrotarle. Mañana tendrá un millón de quejas. También las recibirá el gobierno y luego veremos quién dirige de verdad Visioscopio Internacional.
—Yo dirijo Visioscopio Internacional.
—No, Denton. Pertenece al pueblo. Durante un tiempo el pueblo ha dejado que las cosas se desmadren un poco y ha aceptado todo lo que usted quisiera darle. Pero si la gente sabe lo que quiere, lo conseguirá.
Les he dado al menos tres minutos de lo que quieren. Ha sido más de lo que esperaba lograr.
—¿Cómo hiciste ese truco de mi oficina?
—No fue truco mío, Denton… fue suyo. Transmitió la música a través de un intercomunicador de voz. No transmitió los armónicos, las frecuencias superiores, de forma que el multicordio sonó muerto a los hombres de la otra sala. El visioscopio posee un espectro de frecuencia completo de los sonidos en directo.
Denton asintió.
—Me voy a cobrar la cabeza de esos científicos, y también conseguiré tu cabeza, aunque lamento perder la oportunidad. Si hubieses sido directo conmigo te hubiese convertido en multimillonario. La única alternativa es un músico muerto.
Se alejó y las puertas automáticas se cerraron al salir. Marigold Manning agarró a Baque del brazo.
—¡Rápido! ¡Sígame! —Baque vaciló y ella repitió con un susurro—: ¡No se quede ahí como un idiota! ¡Va a matarle!
Le llevó a través de una sala de control y por un corto pasillo. Lo recorrieron corriendo, pasaron como balas por una recepción y, sin decir nada, dejaron atrás a una secretaria sorprendida y cruzaron una puerta trasera que daba a otro pasillo. Marigold obligó a Baque a entrar en un ascensor de antigravedad y subieron. En el terrado del edificio le dio prisa para llegar a la pista de coches aéreos y le dejó en un portal.
—Cuando le dé la señal, salga caminando —dijo—. No corra, camine.
La mujer se acercó tranquilamente a un asistente y Baque oyó el saludo sorprendido del hombre.
—¿Tan temprano esta mañana, señorita Manning?
—Estamos pasando muchos Coms —dijo—. Quiero el Waring grande.
—Ahora mismito.
Mirando desde la esquina, Baque la vio subir al volador. Tan pronto como el asistente se volvió de espaldas, ella le hizo un gesto frenético. Baque caminó cuidadosamente hacia ella, manteniéndose entre el asistente y el volador. Un momento más tarde se encontraban en el aire y muy abajo se oía el sonido apagado de una sirena.
—¡Lo hemos logrado! —dijo Manning—. Si no hubiese escapado antes de que sonase la alarma, no habría salido vivo del edificio.
—Bien, gracias —dijo Baque, mirando el edificio de Visioscopio internacional—. Pero estoy seguro de que no era necesario. La Tierra es un planeta civilizado.
—¡Visioscopio Internacional no es un lugar civilizado! —respondió ella.
Él la miró inquisitivo. Marigold tenía el rostro rojo y los ojos muy abiertos por el miedo, y por primera vez Baque la vio como un ser humano, una mujer, una mujer encantadora. Mientras la miraba, ella apartó los ojos y se echó a llorar.
—Ahora Jimmy también me hará matar. ¿Y adónde podemos ir?
—A Lankey’s —dijo Baque—. Mire… se ve desde aquí.
Ella dirigió el volador hacia las letras recién pintadas en la pista, en la azotea del nuevo restaurante, y Baque, mirando atrás, vio una multitud formándose en la calle de Visioscopio Internacional.
Lankey hizo flotar su mesa hasta la pared y se recostó cómodamente. Vestía un traje bien cortado y se había acicalado cuidadosamente para el papel de anfitrión jovial, pero en su despacho seguía siendo el mismo Lankey desgarbado que Baque había visto por primera vez apoyado en la barra.
—Te dije que se desataría el infierno —dijo, sonriendo—. En Visioscopio Internacional hay cinco mil personas que llaman a gritos a Erlin Baque. y la multitud va en aumento.
—No llegué a tocar ni tres minutos —dijo Baque—. Pensaba que mucha gente escribiría para quejarse de que Denton me hubiese cortado, pero no esperaba algo así.
—No lo esperabas, ¿eh? Cinco mil personas… quizás a estas alturas ya sean diez mil… y la señorita Manning arriesga el cuello para sacarte de allí. Pregúntale por qué, Baque.
—Sí —dijo Baque—. ¿Por qué arriesgarse por mí? La mujer se estremeció.
—Su música me provocó sensaciones.
—Claro que sí —dijo Lankey—. Baque, idiota, ¡diste tres minutos de música sexual a una cuarta parte de la población de la Tierra!
Esa noche Lankey’s abrió como estaba previsto, con una multitud en la calle luchando por entrar mientras cupiese un alfiler. El astuto Lankey hacía pagar entrada. Los que estaban de pie no comían y Lankey no veía lógico ofrecerles música gratuita, aunque estuvieran dispuestos a quedarse de pie para oírla.
Realizó un cambio de planes de última hora. Previendo con acierto que los clientes preferirían a una encantadora anfitriona a un tipo mayor con la nariz aplastada, contrató a Marigold Manning. Ella se movía con gracia; el azul profundo de su vestido resaltaba su pelo dorado.
Cuando Baque se sentó al multicordio, la frenética ovación duró veintte minutos.
En mitad de la velada, Baque buscó a Lankey.
—¿Denton ha intentado algo?
—Nada de lo que yo me haya dado cuenta. Todo va perfectamente.
—Qué raro. Juró que no abriríamos.
Lankey rio.
—Tiene problemas propios de los que preocuparse. Las autoridades se le han echado al cuello por los disturbios. Temía que te culpasen a ti, pero no lo han hecho. Denton te sacó por visioscopio y luego te cortó, y por tanto han decidido que él es el responsable, y según mi último informe, Visioscopio Internacional ha recibido más de diez millones de quejas. No te preocupes, Baque. Pronto tendremos noticias de Denton, y también de los gremios.
—¿Los gremios? ¿Qué pasa con los gremios?
—El gremio de componedores se pondrá furioso contigo por haber dejado los Coms. El gremio de letristas lo apoyará, por los Coms y porque interpretas música sin letra. El gremio de intérpretes ya te la tiene jurada porque muy pocos de sus miembros pueden tocar decentemente y, por supuesto, apoyará a los otros gremios. Mañana por la mañana, Baque, serás el hombre más popular del Sistema Solar, y los patrocinadores, la gente del visioscopio y los gremios te odiarán a muerte. Voy a asignarte protección las veinticuatro horas. También a la señorita Manning. Quiero que los dos sobreviváis.
—¿Crees realmente que Denton…?
—Sí.
A la mañana siguiente, el gremio de intérpretes puso a Lankey’s en la lista negra y ordenó que todos los músicos, incluido Baque, cortasen sus relaciones con la empresa. Rose y las otras cantantes se unieron a Baque en una negativa respetuosa y antes del mediodía ya estaban en la lista negra. Lankey llamó a un abogado, el individuo más siniestro, más furtivo, de aspecto más dudoso que Baque hubiese visto nunca.
—Se supone que deben advertirnos con una semana de antelación —dijo Lankey—, y darnos una semana más si decidimos apelar. Los voy a demandar por cinco millones.
Les visitó el comisionado de seguridad pública con el comisionado de salud y el comisionado de alcohol. Los tres charlaron brevemente con Lankey y se fueron muy serios.
—Denton mueve demasiado tarde —dijo Lankey feliz—. Yo ya hablé con ellos hace una semana y grabé nuestra conversación. No se atreverán a hacer nada.
Esa noche hubo un disturbio frente a Lankey’s. Lankey tenía preparado su propio equipo antidisturbios y los clientes ni se dieron cuenta. Los informadores de Lankey’s estimaban que Visioscopio Internacional había recibido cincuenta millones de quejas y que una docena de agencias gubernamentales había programado investigaciones. Las manifestaciones contra los Coms comenzaron espontáneamente y en los restaurantes de Manhattan rompieron quinientas pantallas de visioscopio.
Lankey’s completó su primera semana sin problemas, con un lleno absoluto todos los días. Llegaban reservas hasta desde Plutón. Un destacamento de espaciales procedente del planeta votó por pasar su primera noche de permiso en Lankey’s. Baque se trajo de Berlín a un multicordista que pudiese sustituirle y Lankey esperaba que para finales de mes pudiesen mantener el restaurante abierto veinticuatro horas al día.
A comienzos de la segunda semana, Lankey le dijo a Baque.
—Se la hemos jugado a Denton. He bloqueado todos sus movimientos y ahora vamos a jugar un poco nosotros. Volverás a aparecer en visioscopio. Hoy voy a presentar la solicitud. Somos un negocio legítimo y tenemos tanto derecho como cualquiera a contratar tiempo. Si no nos lo concede, le demandaré. Pero no se negará.
—¿De dónde has sacado la pasta para algo así? —preguntó Baque. Lankey sonrió.
—Ahorros… un poco. He recibido mucha ayuda de gente a la que no le cae bien Denton.
Denton no se negó. Baque realizó un programa para toda la Tierra en directo desde Lankey’s, con Marigold Manning presentándole. Solo omitió la música sexual.
Fin de jornada en Lankey’s. Baque estaba en el camerino, cambiándose con cansancio. Lankey ya se había ido para charlar con su abogado a primera hora de la mañana. Intentaban prever el siguiente paso de Denton.
Baque se sentía inquieto. Después de todo, se repetía, no era más que un músico bobo. No entendía nada de problemas legales ni de la red compleja de contactos e influencias que Lankey manejaba con tanta facilidad. Sabía que James Denton era el diablo encarnado, y también sabÍa que tenía dinero suficiente para comprar Lankey’s mil veces o para comprar el asesinato de cualquiera que se cruzase en su camino. ¿A qué esperaba? Con tiempo suficiente, Baque podría asestar un golpe mortal a toda la institución de los Coms. Seguro que Denton lo sabía bien.
Por tanto, ¿a qué estaba esperando?
La puerta se abrió de golpe y Marigold Manning entró semidesnuda; con el rostro pálido, tan blanco como su sujetador de plástico. Cerró la puerta y se apoyó en ella, el cuerpo estremecido por los sollozos.
—Jimmy —boqueó—. He recibido una nota de Carol… Es su secretaria. Era muy buena amiga mía. Dice que Jimmy ha sobornado a nuestros guardias y que esta mañana nos matarán de camino a casa. O dejarán que los hombres de Jimmy nos maten.
—Llamaré a Lankey —dijo Baque—. No hay nada de qué preocuparse.
—¡No! Si sospechan algo no esperarán. No se arriesgarán.
—Entonces tendremos que esperar a que Lankey regrese.
—¿Crees que es seguro esperar? Saben que nos preparamos para irnos.
Baque se dejó caer en la silla. Era el tipo de jugada que esperaba de Denton. Sabía que Lankey escogía a sus hombres con meticulosidad, pero Denton tenía dinero suficiente para comprar a cualquiera. Sin embargo…
—Quizá sea una trampa. Quizá la nota sea falsa.
—No. Anoche vi a esa serpiente gorda de Hulsey hablando con los guardias y supe de inmediato que Jimmy tramaba algo.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Baque.
—¿Podríamos salir por detrás?
—No lo sé. Tendríamos que pasar junto a un guardia al menos.
—¿Podríamos intentarlo?
Baque vaciló. Marigold estaba asustada, se retorcía de miedo, pero ella sabía mucho más sobre esos asuntos que él, y conocía a James Denton. Sin su ayuda, jamás habría salido del edificio de Visioscopio Internacional.
—Si crees que es lo que debemos hacer, lo intentaremos.
—Tengo que terminar de cambiarme.
—Adelante. Házmelo saber cuando estés lista.
Abrió la puerta un poco y miró con cautela.
—No. Tú vienes a mi camerino.
Minutos más tarde, Baque y la señorita Manning caminaban tranquilamente por el pasillo del fondo del edificio. Saludaron a dos guardias que estaban vigilando y con un movimiento súbito cruzaron la puerta. Corrían. Oyeron detrás un grito de sorpresa, pero nadie los siguió. Recorrieron frenéticamente el callejón, giraron, llegaron a otro cruce y vacilaron.
—La cinta está por ahí —boqueó ella—. Si llegamos a la cinta…
—¡Vamos!
Corrieron de la mano. Muy por delante el callejón daba a una calle. Baque miró ansioso al cielo en busca de coches aéreos y no vio ninguno. No sabía dónde estaban.
—¿Nos… siguen? —preguntó ella.
—No creo. —Baque jadeaba—. No hay coches aéreos y cuando nos hemos detenido no he visto a nadie detrás.
—¡Entonces nos vamos!
De pronto, a unos diez metros por delante, un hombre surgió de la penumbra del amanecer. Mientras Marigold y Baque se detenían, confundidos por el pánico, el hombre se les acercó lentamente. Llevaba un sombrero calado sobre la cara, pero era imposible no reconocer la sonrisa. James Denton.
—Buenos días, preciosa —dijo—. Visioscopio Internacional no ha sido la misma sin tu encantadora presencia, y buenos días para usted, señor Baque.
Se quedaron en silencio. La mano de la señorita Manning agarraba el brazo de Baque, sus uñas le atravesaban la camisa y se le hundían en la piel. Él no se movió.
—He supuesto que te tragarías la bromita, preciosa. Me ha parecido que a estas alturas estarías tan asustada como para picar. Tenía bloqueadas todas las salidas, pero os agradezco que hayáis escogido esta. Os estoy muy agradecido. Me gusta saldar las cuentas personalmente.
De pronto se volvió hacia Baque, con la voz cargada de rabia.
—Adelante, Baque. No es su hora. Tengo otros planes para usted. Baque se quedó anclado al asfalto húmedo.
—Muévase, Baque, antes de que cambie de opinión.
Le señorita Manning le soltó el brazo. Su voz era un susurro contenido:
—¡Ve!
—¡Baque! —ladró Denton.
—¡Ve, rápido! —volvió a susurrar la mujer.
Baque dio dos pasos vacilantes.
—¡Corre! —gritó Denton.
Baque corrió. A su espalda oyó el sonido perverso de un arma, un grito y el silencio. Baque vaciló, vio que Denton le miraba y corrió.
—Soy un cobarde —dijo Baque.
—No, Baque. —Lankey negó lentamente con la cabeza—. Eres un hombre valiente o no te habrías metido en esto. Intentar hacer algo en esa situación hubiese sido una tontería, no un gesto de valor. Ha sido culpa mía por pensar que primero iría contra el restaurante. Por eso ahora tengo una deuda con Denton, y soy un hombre que paga sus deudas.
Un fruncimiento inquieto recorrió el rostro feo de Lankey. Miró perplejo a Baque.
—Era una mujer hermosa y valiente, Baque —dijo, ausente, acariciándose la nariz chata—. Me pregunto por qué Denton te ha dejado escapar.
El aire de tragedia que esa noche cayó sobre Lankey’s no afectó a sus clientes. A Baque le dedicaron una ovación atronadora mientras se acercaba al multicordio. Cuando se detuvo para saludar, tres policías le rodearon.
—¿Erlin Baque?
—Soy yo.
—Está arrestado.
Baque los miró con seriedad.
—¿De qué se me acusa? —preguntó.
—De asesinato.
Del asesinato de Marigold Manning.
Lankey presionó el rostro triste contra los barrotes y habló sin darse prisa.
—Tienen testigos —dijo—. Testigos sinceros que dicen que te vieron salir corriendo de ese callejón. Tienen varios testigos no tan honrados que afirman haberte visto disparar. Uno de ellos es tu amigo Hulsey, quien por casualidad daba un paseo matutino por ese callejón… o eso afirma. Denton probablemente invertiría un millón en condenarte, pero no le va a hacer falta. Ni siquiera tendrá que sobornar al jurado. Así de buena es la acusación contra ti.
—¿Qué hay de la pistola? —preguntó Baque.
—Tendrán a un testigo que afirmará habértela vendido.
Baque asintió. Las cosas habían escapado a su control. Había trabajado por una causa que nadie comprendía… Era posible que ni él mismo hubiese comprendido lo que pretendía hacer, y había perdido.
—¿Y ahora qué? —preguntó.
Lankey agitó la cabeza con tristeza.
—No soy de los que se guardan las malas noticias. Cadena perpetua. Te van a enviar a un pozo de roca de Ganímedes durante el resto de tu vida.
—Comprendo —dijo Baque. Añadió ansioso—: ¿Tú vas a continuar?
—¿Qué intentabas hacer, Baque? No te limitabas a trabajar para Lankey’s. Yo no lo entendía, pero te seguí porque me caes bien. Y me gusta tu música. ¿Qué era?
—No lo sé. Música, supongo. Gente escuchando música. Librarse de los Coms, o de algunos. Quizá de haber sabido lo que quería hacer…
—Sí. Sí, comprendo a qué te refieres. Lankey’s seguirá, Baque, mientras a mí me quede aliento, y no es solo cuestión de nobleza. El negocio va de fábula. Ese nuevo intérprete de multicordio no lo hace nada mal. Está muy lejos de ser como tú, pero nunca tendremos a otro como tú. Podríamos estar al completo durante los próximos cinco años si estuviese dispuesto a aceptar reservas con tanta antelación. Los otros restaurantes están retirando los visioscopios e intentan imitarnos, pero llevamos una buena delantera. Seguiremos tal como tú empezaste, y el tercio sigue siendo tuyo. Haré que te lo depositen en un fondo. Cuando regreses, serás un hombre rico.
—¡Cuando regrese!
—Bien… una cadena perpetua no es necesariamente perpetua. Asegúrate de portarte bien.
—¿Val?
—Me ocuparé de ella. Le daré trabajo para mantenerla ocupada.
—Quizá pueda enviarte música para el restaurante —dijo Baque—. Tendré mucho tiempo libre.
—Me temo que no. Quieren mantenerte apartado de la música. Por tanto… nada de componer. Y no te dejarán acercarte a un multicordio. Creen que puedes hipnotizar a los guardias y liberar a todos los prisioneros.
—¿Me dejarían… tener mi colección de discos?
—Me temo que no.
—Comprendo. Bien, si tiene que ser así…
—Así es. Ahora tengo dos deudas con Denton.
Al irse, el nada emotivo Lankey tenía lágrimas en los ojos.
El jurado deliberó durante ocho minutos y regresó con un veredicto de culpabilidad. Baque fue condenado a cadena perpetua. En el visioscopio hubo algunos comentarios editoriales, porque la vida en los pozos de roca de Ganímedes resultaba frecuentemente ser una vida bien corta.
Y entre las clases más desfavorecidas hubo rumores sobre que el veredicto lo habían comprado los patrocinadores, el visioscopio. Todo había sido una conspiración contra Erlin Baque, se decía, porque había entregado la música al pueblo.
Y el día en que Baque partió para Ganímedes, se anunció un recital público de H. Vail, multicordista, y B. Johnson, violinista. Precio de la entrada: un dólar.
Lankey recopiló pruebas con escrupuloso cuidado, sobornó otra vez a uno de los testigos sobornados y pidió un nuevo juicio. Rechazaron la petición y los largos años fueron pasando.
Se organizó la Orquesta Sinfónica de Nueva York, con veinte miembros. Uno de los elegantes coches aéreos de James Denton se estrelló y él murió al instante. Un accidente desafortunado. Un millonario que en una ocasión había oído a Erlin Baque tocar en el visioscopio donó fondos para una docena de conservatorios de música. Deberían haberse llamado Conservatorios Baque, pero un historiador musical que jamás había oído hablar de Baque les cambió el nombre por el de Bach.
Lankey murió y un yerno siguió con el negocio familiar. Se inició una suscripción popular para construir una nueva sala para la Sinfónica de Nueva York, que tenía ya cuarenta miembros. El proyecto acumuló potencia como una avalancha y finalmente se escogió un lugar de Ohio, donde la sala se encontraría a una cómoda distancia de todos los puntos del continente norteamericano. Se levantó la sala Beethoven con un aforo de cuarenta mil espectadores. Las entradas para la primera serie de conciertos se agotaron a las cuarenta y ocho horas de que las pusieran a la venta.
Se ofreció ópera en visioscopio por primera vez desde hacía doscientos años. En el mismo lugar de Ohio se levantó un palacio de la ópera y a continuación un instituto de arte. El Centro creció, primero por medio de suscripciones privadas y luego con donaciones gubernamentales. El yerno de Lankey murió y un sobrino se ocupó de llevar Lankey’s… y de la campaña para liberar a Erlin Baque. Pasaron treinta años, luego cuarenta.
Cuarenta y nueve años, siete meses y diecinueve días después de que Baque fuese condenado a cadena perpetua, se le concedió la libertad condicional. Todavía poseía un tercio del restaurante más próspero de Manhattan y los beneficios acumulados a lo largo de los años le habían convertido en un hombre muy rico. Tenía noventa y seis años.
Otro lleno total en la sala Beethoven. Turistas venidos de todos los puntos del Sistema Solar, amantes de la música que acudían solo a los conciertos, ancianos que se habían retirado a vivir en el Centro, jóvenes en excursiones culturales, cuarenta mil en total, se agitaban inquietos y buscaban al director. Cuando por fin llegó, los aplausos resonaron desde los doce anfiteatros.
Erlin ocupaba la butaca que tenía permanentemente reservada al fondo del principal. Ajustó los binoculares y miró la orquesta, preguntándose cómo sonaría un contrafagot. Había dejado la amargura en Ganímedes. Su vida en el Centro era una sucesión interminable de milagros.
Por supuesto, nadie recordaba a Erlin Baque, componedor y asesino. Había generaciones enteras que no recordaban los Coms. Y, sin embargo, Baque sentía que había logrado todo aquello como si hubiese levantado el edificio con sus propias manos, como si él mismo hubiese construido el Centro. Extendió las manos para mirárselas, manos deformadas por los años en los pozos de roca, con los dedos y las puntas de los dedos aplastados, su cuerpo mutilado por las rocas que caían. No lamentaba nada. Había hecho bien su trabajo.
Había dos acomodadores en el pasillo. Uno le señaló con el pulgar y susurró:
—Ahí tienes a todo un personaje. Viene a todos los conciertos.
Nunca se pierde uno. Y se limita a sentarse en la fila de atrás, observando a la gente. Dicen que era uno de los viejos componedores, hace ya años y años.
—Quizá le guste la música —dijo el otro.
—No. Los viejos componedores no sabían nada de música. Además… está sordo.