Capítulo 22
Se frotó la mejilla contra la cara interna de su muslo, haciéndola reír. Nunca la había oído reírse y le pareció un sonido delicioso. Su cuerpo olía a hierba fresca y nenúfares.
Se arrodilló entre sus piernas y la besó en cada pecho. Solo podía acariciarla con una mano, pero a ella no parecía importarle.
Ella le tomó el rostro entre las manos y lo besó, antes de darse la vuelta y pegar la espalda contra su pecho. Metió la mano entre las piernas y le agarró el miembro erecto mientras se inclinaba hacia delante.
—Tómame, Dryston.
Él la penetró lentamente, maravillado por el deseo que mostraba ella de complacerlo.
—Dryston —pronunció su nombre mientras sus cuerpos encajaban a la perfección—. Dryston…
Su voz sonaba muy parecida a la de Torin.
—Sierra… —murmuró, semidormido.
—¿Dryston? ¿Dónde está?
—¿Torin? —se protegió con la mano del sol que entraba en la tienda.
—¿Dónde está Sierra?
Dryston miró a su lado, donde Sierra había pasado toda la noche.
—Estaba aquí hace un momento. ¿De qué estás hablando?
—¿Cuándo fue la última vez que la viste?
—Cálmate, Torin —a Dryston empezaba a dolerle la cabeza.
—Se ha ido, Dryston. Tendría que haber seguido mi instinto y haberla encerrado. También han desaparecido el caballo sajón y mi espada.
—¿Tu espada? Eso es de locos. ¿Para qué iba a querer ella tu espada, Torin? Podría haberse llevado la mía. ¿Qué le dijiste para que se marchara?
—No he vuelto a hablar con ella desde mi interrogatorio.
Dryston se levantó desnudo de la cama.
—Tengo que ir a buscarla —dijo mientras se ponía los pantalones con gran esfuerzo—. ¿Qué razón podría tener para marcharse? —con un solo brazo le resultaba bastante difícil vestirse—. Un poco de ayuda no me vendría mal… ¿Has visto a Alyson? A lo mejor se han ido las dos a dar un paseo.
—¿Con mi espada? —Torin lo miró con incredulidad mientras lo ayudaba a subirse los pantalones—. No, no está con ella. Alyson sigue durmiendo —dio un paso atrás—. Sé que esto es duro para ti, pero ¿estás completamente seguro de que no ha regresado con Aeglech?
La insinuación de Torin era tan ridícula que, por primera vez en su vida, Dryston quiso molerlo a golpes hasta que entrara en razón.
—Lo estoy. Nuestro plan era hacerlo salir del castillo para seguirnos. Sierra tuvo una visión, se la contó a Aeglech y luego lo traicionó para ayudarme a escapar. Para Aeglech se ha convertido en una cuestión de orgullo, y no descansará hasta vengarse de ella.
—No vas a ir a buscarla tú solo —dijo Torin—. Iremos juntos, como estaba planeado. Los hombres están preparados.
—Pero ¿no te preocupa que tu hermana esté sola ahí fuera? Es tu carne y tu sangre, Torin —Dryston apretó los dientes con frustración.
—Tú eres mi carne y mi sangre, Dryston. La decisión de marcharse ha sido suya, no mía. Si los sajones están ahí fuera, habrá guerra. Si no, atacaremos su fortaleza. Pero tienes que aceptar la verdad, Dryston. ¿Por qué iba a marcharse Sierra, con mi espada, si no fuera para reunirse con su rey?
—No —Dryston negó con la cabeza, enfrentado a la verdad—. Ella no se marcharía sin decirme nada —el dolor le traspasó el corazón. Miró a Torin y en sus ojos vio el ideal de justicia que siempre había admirado.
—Eso es exactamente lo que ha hecho, Dryston. Lo siento.
Tenía razón, pero eso no hacía que la verdad fuera menos dolorosa.
—Tengo que pedirte una cosa —dijo Torin—. Quiero que escoltes a Alyson a las cuevas.
—Ni hablar —espetó él—. Iré a Badon para luchar a tu lado.
Torin lo agarró por el hombro ileso.
—Es una orden, Dryston. Necesito que cuides de Alyson y los demás en el caso de que no salgamos victoriosos.
—¿Cómo no vamos a salir victoriosos? Torin, eres uno de los mejores estrategas que he conocido. Manda a cualquier otro hombre con Alyson. Insisto en estar a tu lado —buscó el resto de su ropa, deseando que Sierra apareciera pronto—. ¿Dónde está mi túnica?
La mirada de Torin lo acuciaba a afrontar la realidad. ¿Sería posible que Sierra se hubiera marchado sin despedirse? Él no le había hecho ver que podían tener un futuro juntos una vez que Aeglech hubiera muerto, y era evidente que Torin aún no la aceptaba como ella había esperado. En esas circunstancias, ¿por qué iba a quedarse?
Pero debía de saber que si regresaba con los sajones acabaría muerta… A menos que fuera parte de su plan.
—¿Estás de acuerdo en que puede haberte utilizado? —le preguntó Torin.
Dryston se dejó caer en el borde de la cama.
—No puedo creer que haya vuelto con esa bestia asesina… Tendrías que haber visto dónde vivía, Torin. Tan solo el olor bastaba para…
—Sé que para ti no es fácil entenderlo, pero es la única vida que ella conoce. Quizá en aquel lugar se sienta segura.
—No, ella no es así. Tú no la viste en el bosque… Era como si estuviese aprendiendo a vivir de nuevo. Todo le parecía una aventura fascinante. No, me resisto a creer que haya vuelto con Aeglech voluntariamente. Sabiendo, además, que él quiere matarla —no podía aceptar que todo lo que habían compartido en los últimos días no fuera más que una actuación.
—Hay algo más que debes saber —repuso Torin, sentándose en la cama junto a él—. Alyson está embarazada. No puedo quedarme con ella, y tú y yo sabemos que no puedes ir a la batalla con el brazo dislocado. Si algo me ocurriera…
—No sigas hablando, hermano. Tienes que volver con esa pobre chica y convertirla en tu esposa.
Iba a tener un sobrino… La noticia le insufló nuevas energías. Pondría a Alyson a salvo y luego iría en busca de Sierra, confiando en que no fuera demasiado tarde.
—Muy bien, hermano. Tú ganas —le dio a Torin una palmada en la rodilla—. Pero no pienses que puedes dejarme a solas con tu hermosa Alyson por mucho tiempo —añadió con una sonrisa forzada.
—Como si a ella se le pasara por la cabeza estar contigo… —Torin le devolvió la sonrisa.
Dryston se puso serio.
—Pero puedes estar seguro de una cosa, Torin. Te equivocas respecto a Sierra.
—El tiempo lo dirá, hermano.
—Dile a Alyson que iré a buscarla enseguida. Y te lo advierto, hermano… Tengo algunas habilidades que ni siquiera sospechas —bromeó, aunque en su cabeza ya estaba trazando un plan.
Torin iba a ser padre. Y él iba a ser tío. Razón de más para encontrar a Sierra y devolverla con su verdadera familia.
Los nubarrones ocultaban el sol mientras Dryston subía por la ladera con su futura cuñada. Ninguno de los dos había vuelto a hablar desde que vieron partir a Torin y a sus hombres hacia el valle, donde se encontrarían con Ambrosio y sus tropas antes de dirigirse hacia las ruinas de Badon. Era una mañana fría que presagiaba un duro otoño, pero un gran día para una batalla.
—Mi corazón está contigo y con tu Sierra —dijo Alyson de pronto.
«Mi Sierra». Miró a Alyson. Era una mujer muy hermosa, y entre ella, Torin y sus hijos formarían una familia maravillosa.
Tragó saliva para deshacer el nudo de su garganta.
—¿Es posible que haya estado ciego, Alyson?
—¿Sobre Sierra? Si es así, entonces nos ha engañado a todos. No percibí el menor engaño ni malicia en ella, Dryston. ¿Qué razón podía tener para hacer lo que hizo?
—Torin insiste en que ése fue su plan desde el principio. Cree que me ayudó a escapar para guiar a los sajones a nuestro campamento.
Siguieron cabalgando en silencio, pero Dryston podía ver que Alyson se debatía entre sus propias creencias y las de su futuro marido.
—Si eso fuera cierto —dijo ella—, ¿por qué no volvió Sierra al campamento con el ejército sajón? Si su plan era traerlos hasta nosotros, ya deberían haber atacado. ¿Por qué esperar a que nuestro ejército estuviera preparado en vez de pillarnos por sorpresa?
Dryston tiró de las riendas de su caballo.
—¡Pues claro! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? —se devanó los sesos en busca de otro motivo por el que Sierra se hubiera marchado con la espada de Torin. Y de repente lo comprendió—. Madre de Dios…
Sierra iba a enfrentarse a Aeglech ella sola.
—¿Qué pasa, Dryston? ¿Qué he dicho?
—Tengo que llegar a las ruinas, Alyson. ¿Hay algún atajo desde aquí?
Alyson se giró en la silla y miró a su alrededor.
—Hay un camino junto al manantial que te llevará hasta el otro lado de la montaña. Desde allí podrás bajar hasta donde Torin va a encontrarse con Ambrosio.
—¿Cuánto falta para las cuevas?
—Están detrás de ese último recodo. ¿Qué te propones hacer, Dryston?
—Hablaremos después —espoleó a su montura—. Tenemos que darnos prisa.
—¿Qué vas a hacer? —volvió a preguntarle ella mientras volvían al campamento.
Dryston la besó en la mejilla y llamó a un muchacho para que la ayudara a desmontar.
—Estate alerta, Alyson.
—¿Vas a decirme lo que piensas hacer o no, Dryston? —le preguntó ella con impaciencia.
—Lo que debería haber hecho mucho antes, Alyson. Confiar en mi instinto y confiar en Sierra.
—Ten cuidado con tu hombro —le gritó ella mientras él se alejaba al galope.
Si sus sospechas eran correctas, Sierra había ido a las ruinas del castillo a enfrentarse con Aeglech, no por seguir ninguna estrategia, sino para buscar venganza. Si el rey sajón la había creído, sus hombres debían de estar ya cerca de Badon.
Y Torin y Ambrosio iban a encontrarse en la colina que había justo detrás del castillo.
Al llegar al valle se mantuvo pegado al linde del bosque, buscando a los hombres de Aeglech. A lo lejos oía los tambores de guerra sajones. Las ruinas del castillo aparecieron ante sus ojos. Parte de sus murallas exteriores estaba intacta, pero no parecía haber nadie en el interior. Rodeó lentamente el bastión… Y el corazón casi se le detuvo al ver dos caballos pastando en la hierba. Uno era el semental de Sierra, y era evidente a quién pertenecía el otro, negro como el carbón. Sus sospechas se vieron corroboradas al ver a los guardias sajones en lo alto de una colina cercana. O bien Aeglech se había adelantado para planificar su estrategia o bien Sierra había acordado encontrarse con él allí. Dryston descartó la segunda opción, pero en cualquier caso, iba a asegurarse de que el ejército de Aeglech se quedara con dos hombres menos.
Dio un rodeo entre los árboles y se acercó a los guardias por detrás. Con su brazo bueno desenvainó la espada y se enganchó las riendas al otro brazo. Entonces carraspeó para advertir su presencia.
Los dos hombres se giraron, y al ver el cabestrillo se miraron entre ellos con una sonrisa burlona.
Un trueno retumbó en el horizonte mientras la masa de nubes grises se cernía sobre el valle.
—Un buen día para un combate, caballeros —dijo Dryston, devolviéndoles la sonrisa.