Capítulo 20
La lluvia arreciaba con fuerza y dificultaba considerablemente la huida de Dryston. El suelo estaba cubierto de hojas resbaladizas y el agua caía con tanta intensidad que a veces ni siquiera podía ver por dónde iba. Lo único positivo era que los sajones seguían persiguiéndolo a él y no a Sierra. Dryston conocía bien aquellos bosques, pues de niño habían sido el escenario de sus aventuras imaginarias. Nunca pensó que esas aventuras se harían realidad.
Se detuvo un momento a respirar y escuchar los cascos de los caballos. Había conseguido conducirlos en círculos, llevándolos por los todos los lugares secretos de su infancia.
Levantó la cabeza y abrió la boca para beber la tibia agua de lluvia. El relincho de un caballo, seguido por el grito de los sajones, lo acució a abandonar su escondite y volver al sendero, saltando sobre troncos caídos y evitando las ramas bajas. Si los guardias eran tan estúpidos como él pensaba, quizá lograra que continuasen persiguiéndolo en círculos hasta que llegaran los hombres de Torin.
—¡Ahí! —gritó una voz a sus espaldas cuando empezó a bajar por una empinada ladera. Al pie de la colina había un sendero que se internaba en el bosque.
La situación empezaba a ser desesperada. Sus botas resbalaron en el suelo mojado y consiguió mantener el equilibrio agarrándose a las raíces de los árboles, las parras y todo lo que pudo encontrar hasta que sus pies tocaron terreno llano. Levantó la mirada y vio a uno de los guardias observándolo desde arriba. Su rostro era inexpresivo y no intentó bajar tras él.
Aquella extraña actitud inquietó a Dryston. Miró a su izquierda, donde a corta distancia había otra colina, más empinada aún de la que acababa de bajar. A la derecha, en lo que debería haber sido su ruta de escape, vio al otro sajón, mirándolo desde su caballo con una sonrisa en su feo rostro.
¿Arriba? ¿Derecha? ¿Izquierda? Tras él se elevaba una pared rocosa, imposible de escalar.
La única salida estaba a la izquierda.
Echó a correr hacia el borde del barranco, rezando para que el guardia pensara que estaba loco y desistiera de seguirlo. Entonces resbaló en las hojas mojadas y se precipitó sobre el borde de la empinada pendiente antes de lo que había previsto.
El guardia se acercaba al galope. Dryston miró hacia abajo y vio un estrecho saliente cubierto de maleza. Era lo único que se interponía entre él y la caída libre a la cascada. Si conseguía alcanzarlo, era muy posible que el caballo del sajón resbalara en el borde y lo aplastara en su caída. Si se soltaba y no se detenía al pie de la colina, sus posibilidades de sobrevivir a la caída eran tan escasas como si se enfrentaba al guardia con el cuchillo de Sierra.
Demasiado que pensar en tan pocos segundos.
Miró hacia arriba y vio el rostro del sajón con su sonrisa amenazadora. Respiró hondo y empezó a descender lentamente por la ladera embarrada, agarrándose a las viscosas raíces de los árboles.
Volvió a resbalar y hundió los dedos en el frío y espeso mantillo mientras buscaba desesperadamente un punto de apoyo. Una roca saliente lo salvó de seguir resbalándose hacia abajo.
Un escalofriante silbido atravesó el aire sobre su cabeza. Levantó la mirada y vio al sajón agarrado a una rama y blandiendo su hacha como si fuera un péndulo.
Dryston tenía los dedos agarrotados y empezaba a soltarse. Miró a izquierda y derecha en busca de un asidero que le permitiera descender hasta el saliente.
El hacha volvió a pasar rozándole el pelo. Dryston decidió entonces que, si iba a morir, que fuera al menos con la cabeza sobre los hombros.
Cerró los ojos y se soltó, confiando en caer sobre el saliente. Sus pies impactaron con algo, seguidos por el resto de su cuerpo. Se atrevió a suspirar con alivio, pero entonces miró hacia abajo y vio que no había caído en el saliente, sino en una rama que sobresalía de la pendiente. Se tambaleó por un instante, antes de que las botas cubiertas de barro resbalaran sobre la rama y cayera hacia atrás.
Agitó frenéticamente los brazos mientras veía como el guardia se iba haciendo más y más pequeño. No tuvo que mirar hacia abajo para saber que el agua se acercaba a velocidad vertiginosa. Cayó de espaldas sobre la superficie líquida, pero el impacto fue tan fuerte como si un toro lo hubiera embestido por detrás. Se quedó sin aire en los pulmones y se sumió en un abismo verde.
Abrió los ojos y un dolor insoportable le traspasó el cerebro. El entrechocar de las espadas y los gritos de guerra se mezclaban en su aturdida conciencia. Quiso creer que algún milagro lo había salvado de la muerte y permaneció inmóvil, como si estuviera muerto, para no enfrentarse a una espada sajona. Recordó haber caído al agua, por lo que la corriente debía de haberlo arrastrado hasta el banco de arena, o quizá alguien lo había sacado del agua. Mientras la batalla seguía librándose a su alrededor intentó sentir si tenía algún hueso roto. Todos parecían estar intactos. Y gracias al dolor de cabeza, sabía que estaba vivo.
Oyó un golpe cercano, seguido de un gemido. Un cuerpo de gran tamaño cayó sobre él y le hizo abrir los ojos. Uno de los guardias sajones estaba despatarrado encima de él. Debía de pesar más de cien kilos, y sus ojos estaban vidriosos e inertes.
—Mira cómo está Dryston —ordenó una voz. Dryston quiso responder, pero el peso del sajón le impedía respirar.
Un rostro familiar apareció ante él con una sonrisa.
—Está vivo, señor.
—Por poco —susurró Dryston.
Los dos hombres apartaron el cuerpo del sajón y Dryston volvió a llenarse de aire los pulmones.
El rostro de su salvador se acercó para examinarle el brazo izquierdo.
—Capitán —llamó por encima del hombro.
Dryston estaba cansado y aturdido. No sabía cuánto tiempo había permanecido inconsciente y apenas recordaba su huida de los sajones. Todo era vago y confuso.
Intentó sonreír cuando un capitán del ejército de su hermano apareció junto a él.
—¿Qué pasa? —preguntó Dryston con voz muy débil.
El capitán se arrodilló y lo examinó a conciencia antes de hablar.
—¿Puedes oírme, Dryston?
Él asintió con dificultad, intentando concentrarse en el rostro del hombre.
—Tienes el brazo roto, y puede que también el hombro. Pero es posible que hayas sufrido una herida interna. Vamos a llevarte al campamento.
Dryston parpadeó débilmente, demasiado cansado para hablar. Intentó mirarse el brazo, pero al girar la cabeza sintió que le estallaba de dolor. La lluvia le mojaba la cara y veía el rostro del capitán, pero no oía nada.
Finalmente, todo se volvió oscuro.
—¿Quién es este ángel? —preguntó nada más abrir los ojos y ver a Alyson, la amada de Torin.
—Buenas noches, hermano —lo saludó Torin—. Tienes un aspecto horrible.
—Es lo que tiene caer desde veinte metros de altura —intentó sonreír, pero hasta eso le dolía.
El rostro de su hermano se puso serio.
—Estoy más preocupado por las marcas que tienes en la espalda.
Dryston lo miró, pero optó por no responder.
—Hemos conseguido recolocarte el brazo sin problemas, pero te quedaste inconsciente cuando te arreglamos el hombro —le explicó Torin.
Alyson estaba junto al lecho, mojándole la cabeza con un trapo empapado en esencia de hierbas.
—Nos tenías muy preocupados —le dijo con ternura.
Dryston consiguió sonreírle.
—¿Qué hora es?
—Es tarde, pero ahora no te preocupes por nada. Lo importante es que descanses.
Dryston desvió la mirada hacia el rostro avinagrado de su hermano.
—Tú no eres una imagen tan bonita con la que despertarse.
—Torin, ¿puedes hacer que tu hermano se esté quieto? —rogó Alyson—. No conviene que se mueva hasta que sepamos el alcance de sus heridas.
—¿Dónde está? —preguntó Dryston.
Torin miró a Alyson, quien se encogió de hombros.
—Toma, bébete esto —le dijo, poniéndole una copa en la boca.
—Huele a perros muertos —se quejó él, pero se obligó a tragar la asquerosa poción—. ¿Y Sierra? ¿Es que nadie puede decirme dónde está?
—Tienes que bebértelo todo, Dryston —insistió Alyson—. Te ayudará si tienes heridas internas.
—Estoy bien. ¿Crees que dejaría esta decisiva batalla en manos de este hombre? —bromeó.
—Ya hablaremos de eso cuando hayas descansado —respondió Torin.
Dryston se miró el cabestrillo que le cubría el bra2o.
—¿Cuánto tiempo tendré que llevar esto?
—Hasta que se te cure el brazo, maldito cabezota —lo reprendió Alyson. Se apartó un mechón de la cara y escurrió el trapo—. Déjame ver ese corte en tu cabeza —le ordenó.
—Yo de ti le haría caso, hermano. No querrás que te lance un hechizo…
Dryston permaneció inmóvil para que Alyson le examinara la herida.
—¿Qué piensas de ella?
Torin volvió a mirar a Alyson y la agarró de la mano.
—Hay algo más que quería hablar contigo, pero preferiría esperar hasta que te hubieras recuperado…
—No me refiero a tu novia —lo interrumpió Dryston. Alyson lo miró boquiabierta por la descarada presunción—. De vuestro compromiso ya estoy seguro. Me refiero a Sierra. ¿De verdad consiguió llegar hasta el campamento? Claro… ¿Quién si no iba a decirte dónde encontrarme?
Su hermano soltó la mano de Alyson.
—No nos dijo cómo se llamaba. Tengo que hablar con ella, Dryston. Una niña ha reconocido en ella a la aprendiza del verdugo sajón.
Dryston frunció el ceño.
—Lo era antes, pero ya no —suspiró y golpeó la cama—. Me ayudó a escapar, Torin. Y a cambio solo me pidió que la trajera aquí.
—¿Y no te preguntaste cuáles podían ser sus motivos?
—Eso tendrás que preguntárselo a ella —replicó Dryston.
—Oh, claro que voy a preguntárselo.
—¿Es que aún no te lo ha dicho? —la cabeza empezaba a dolerle de nuevo.
Torin le dio un golpecito en el brazo sano.
—Descansa. Hablaremos después.
—No, maldita sea. ¡Te juro que puedes confiar en ella!
—¿Cómo podemos estar seguros de que no es una espía?
—Porque fui yo quien la envió hasta aquí. Pídele que te enseñe el brazalete. Quizá eso acabe por convencerte… Y quiero verla en cuanto hayas hablado con ella —era evidente que el nombre de Sierra no le decía nada a Torin. Tal vez al escuchar su historia recuperara la memoria.
—Muy bien, pero ten presente que sigue siendo culpable de cometer crímenes atroces contra gente inocente.
—Es bretona, Torin, igual que nosotros —insistió Dryston—. Y no fue dueña de su vida hasta que decidió ayudarme.
—Tal vez, pero si ha vivido en una fortaleza sajona no podemos saber hasta qué punto ha cambiado.
Dryston intentó levantarse y detuvo a Alyson con una mano cuando ella se dispuso a impedírselo.
—Prométeme que no sufrirá ningún daño, Torin. Promételo —miró fijamente a su hermano, apretando la mandíbula contra el dolor.
—Acuéstate y descansa —le dijo Torin, mirando a Alyson.
—Esa mujer me importa mucho. Ella no eligió la vida que le tocó vivir. Se la impusieron y no le quedó más remedio que aceptarla para poder sobrevivir. Y quería vivir porque albergaba la esperanza de encontrarte algún día. Lo que me confesó quizá te ayude a recobrar la memoria, Torin —agarró la mano de Alyson—. Y eso te permitirá continuar libremente con tu vida.
—¿Dices que esa mujer te importa? Estos últimos días han debido de ser muy duros para ti —comentó Torin.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que a lo mejor te ha seducido para que la creas, Dryston. Perdóname, Alyson, pero no es raro que una mujer use todos los medios que tenga a su alcance para conseguir lo que quiere —miró a su prometida, quien arqueó una ceja y siguió con sus labores.
Dryston miró al suelo y luego a su hermano.
—Que esto te quede muy claro, Torin. Si alguien le toca un solo pelo de la cabeza responderá ante mí. ¿Entendido?
—¿De verdad te importa tanto?
—¿Es que no has oído nada de lo que te he dicho?
—Y esa… mujer que resulta ser la aprendiz de un verdugo… ¿siente lo mismo por ti, Dryston?
Los dos hermanos se sostuvieron la mirada unos instantes.
—No lo sé —respondió finalmente Dryston—. Pero quiero tener la oportunidad de averiguarlo.
Torin suspiró.
—¿Has encontrado otro corazón en apuros? Muy bien, hablaré con ella. Tú limítate a descansar y a hacer todo lo que Alyson te diga. Es una buena mujer.
Dryston obedeció y volvió a tumbarse.
—También lo es Sierra. Ya lo verás por ti mismo.