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Capítulo 18

Dryston se alegró al comprobar que Sierra había recuperado el apetito. No estaban lejos del campamento, y cuando llegaran se aseguraría de que recibiera una comida de verdad.

—Estas moras están muy ricas. ¿Quieres probarlas? —le ofreció ella.

—Cómetelas. A mí me basta con el placer de mirarte.

Era la primera vez que la veía ruborizarse. Sierra se puso seria, tragó saliva y se lamió los labios, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

—¿Te arrepientes de lo que ha pasado? —le preguntó él.

—No, pero aún estoy intentando superarlo. Dame tiempo.

Le sonrió y él la tomó de la mano.

—Lo entiendo, pero si necesitas hablar, aquí estoy. No quiero más secretos entre nosotros.

Ella asintió.

—Háblame del chico que vi cuando te toqué. El niño que se escondía en un tronco del bosque.

—¿Crees que puede tratarse del mismo niño del que has oído hablar?

—Sí, puede ser. ¿Quién es? ¿Qué tiene que ver contigo?

A Dryston le sorprendió la pregunta y se dio cuenta de que nunca habían hablado de ese tema.

—Cuando yo era niño, encontré a ese chico escondido en un tronco. Estaba muerto de frío, pero conseguí subirlo a mi caballo y llevarlo a casa. Mi madre se ocupó de él. Hicieron falta muchas semanas para que se recuperara del todo, pero su deseo de vivir era muy fuerte.

—Sigue.

—Con la llegada del verano, al año siguiente, ya volvía a caminar y a comer sin problemas, pero aún no hablaba. Era como si algo o alguien le hubiera arrebatado la capacidad del habla. Por lo demás, demostró ser un feroz luchador y los demás chicos lo respetaban a pesar de ser mudo. Yo era el más joven de mi familia, por lo que me gustaba tenerlo a mi lado. Lo hacíamos todo juntos, y lo seguimos haciendo. Daría mi vida por él.

La expresión de Sierra se suavizó.

—¿Recuerda él cómo llegó al bosque? ¿Recuerda algo de su familia?

—Creía que me dijiste que habían muerto —la expresión de los ojos de Sierra avivó la curiosidad de Dryston—. No, no recuerda nada de su familia. Alyson…

—¿Quién es Alyson? —lo interrumpió ella.

—Alyson es… por lo que sé, y conociendo a mi hermano…

—¿Son amantes?

Dryston dudó un momento y sonrió.

—Me atrevería a decir que sí.

—Y aparte de ser su amante, ¿hasta qué punto conoce Alyson a tu hermano?

—Bueno, hablan mucho y de muchos temas. Ella le enseña cosas…

—¿Como qué?

—Alyson cree en la magia antigua.

—¿Como yo?

—Ella no tiene el don de la clarividencia, al menos que yo sepa. Es una sanadora y posee un vasto conocimiento de hierbas y pociones. Además sabe leer las runas.

Sierra asintió y se quedó pensativa.

—¿Por qué me preguntas por mi hermano? —quiso saber él.

Ella lo miró fijamente a los ojos.

—¿Recuerdas la chica de la que te hablé?

Él asintió. Un presentimiento se iba formando en su pecho.

—¿La que dijiste que murió?

—Sí —vaciló un instante—. Esa chica era yo, Dryston —guardó un breve silencio y continuó—. Nuestra madre intentó salvarnos y nos escondió en una despensa —apartó la mirada, como si estuviera evocando el momento en su cabeza—. Le hicieron cosas horribles y luego la colgaron por traidora. Pero recuerdo sus últimas palabras… Me dijo que tenía que pensar solamente en mi hermano y en mí y que debíamos cuidarnos mutuamente —volvió a mirarlo—. No pude hacerlo, Dryston. Ellos se lo llevaron y yo no pude hacer nada por impedirlo. Durante mucho tiempo me aferré a la esperanza de que estaba vivo; necesitaba creer que de algún modo había conseguido sobrevivir.

Dryston quiso abrazarla de nuevo para aliviar su dolor.

—Siento mucho todo lo que has sufrido.

—Lo que te conté era cierto. Aquella chica murió esa noche, porque nunca volvió a ser la misma.

—¿Crees que mi hermano puede ser también el tuyo? —la sola idea desataba su imaginación.

Ella le dedicó una breve sonrisa.

—No lo sé, y aunque lo fuera… ¿me recordaría él a mí? Espera, tengo algo que enseñarte —de la bolsa sacó el brazalete que Dryston había visto antes—. Es un brazalete que mi madre hizo para mi hermano cuando era pequeño, con intención de protegerlo. Lo llevaba la última vez que lo vi.

Volvió a guardar silencio, como si necesitara hacer acopio de valor para continuar.

—El guardia que se lo llevó… me hizo llamar el día que iban a colgarte. Se estaba muriendo y me dijo que quería morir en paz. Me pidió que lo perdonara y me dio el brazalete. Me dijo también que abandonó a mi hermano en la nieve. No llegó a matarlo, pero yo no fui capaz de perdonarlo.

Dryston giró el brazalete en sus manos.

—Lo vi en la bolsa, cuando buscaba los ingredientes para hacer el ungüento. Creía que Cearl te lo había dado.

—¿Recuerdas que cuando te conducíamos a la horca te pregunté a quién debíamos informar de tu muerte?

Dryston sonrió.

—Eso no se olvida fácilmente.

—Dijiste un nombre, pero no lo recuerdo.

—Es normal, con todo lo que pasó aquel día. Durante mucho tiempo mi madre llamó a mi hermano Duncan, por mi bisabuelo, ya que él no hablaba ni decía su nombre. Un día estábamos cazando y nos encontramos con un roble gigante en lo alto de una colina, rodeado de flores. De repente, él se volvió hacia mí y me dijo que recordaba algo. Me alegré tanto de oírlo hablar que casi olvidé preguntarle lo que recordaba. Era su nombre.

—¿Y cuál era? —Sierra se inclinó hacia él con los ojos muy abiertos.

—Torin.

Los ojos de Sierra se llenaron de lágrimas.

—Torin era el nombre de mi hermano.

Se quitó la túnica por encima de la cabeza y Dryston miró anonadado el balanceo de sus pechos.

—¿Tiene una marca como ésta bajo el brazo izquierdo? —preguntó Sierra, levantando el brazo.

Dryston se había fijado en la marca cuando hicieron el amor, pero era un símbolo frecuente en los celtas.

—Es el símbolo de Awen —dijo. Apartó sus pensamientos eróticos y le giró el codo para observarlo de cerca.

Sierra le puso la mano bajo la barbilla y le giró la cara hacia ella.

—¿Lleva Torin esta marca?

Dryston asintió y examinó los rasgos de Sierra con renovado interés. Encontró algún parecido entre Torin y ella, como los mismos ojos marrones y el carnoso labio inferior. El pelo de Torin, no obstante, era más oscuro… No querría frustrar las esperanzas de Sierra, pero la posibilidad de que fuera cierto le parecía cada vez más real. ¿Sería posible que, después de tanto tiempo, fuera a descubrir el pasado de su hermano?

—Es el símbolo de la deidad celta y significa…

—La verdad, la belleza y el amor —concluyó él—. Torin le preguntó a un viejo monje en Roma por su significado. No sabía de dónde lo había sacado —guardó un momento de silencio—. Si lo que dices es cierto…

—Te juro que todo lo que te he dicho es verdad —declaró ella.

—Entonces crees que mi hermano es tu hermano… —lo dijo lentamente, pues no era una verdad fácil de digerir.

—Es increíble, lo sé —respondió ella.

Si realmente fuera cierto, Sierra podría ayudar a Torin a llenar los huecos de su memoria. Y ella, a cambio, volvería a estar con su familia. En ese aspecto Dryston no podía estar más satisfecho.

Pero para él, sin embargo, significaba que tendría que enfrentarse a Torin, su mejor amigo y jefe, y reconocer que se había acostado con su hermana. Tal vez Torin lo aceptara con su serenidad habitual, o tal vez no. Al fin y al cabo, se trataba de su hermana y querría saber sus intenciones respecto a ella…

—Deberíamos ponernos en marcha y llegar al campamento cuanto antes —dijo Dryston—. El misterio se resolverá cuando Torin y tú os encontréis —se levantó y se puso lo poco que quedaba de su túnica—. Voy a por el caballo. Seguiremos el arroyo hasta el pie de la montaña, y allí encontraremos un sendero que rodea la montaña hasta el campamento.

—Muy bien. Yo me ocuparé de borrar nuestras huellas para que nadie sepa que hemos acampado aquí.

Dryston se detuvo en la entrada de la cueva y miró al cielo. Volvería a llover antes de que llegaran al campamento, y con un poco de suerte la lluvia retrasaría a los guardias que debían de estar buscándolos.

—¿Dryston? —lo llamó ella—. ¿Y si él no me recuerda?

—Aún no sabemos con seguridad si es tu hermano.

La expresión de Sierra le hizo estrecharla en sus brazos y besarla en la cabeza.

—No te preocupes, Sierra. Todo se sabrá a su debido tiempo.

—Quiero que sea él —susurró contra el pecho de Dryston—. Quiero que se alegre de verme.

—Es imposible que no se alegre de verte.

—Me odiará por no haberlo protegido mejor.

—No podías hacer nada por salvarlo, Sierra. Torin es un hombre justo y comprensivo —le dio un beso en la frente—. Y ahora vámonos.

Sierra lo miró con ojos muy abiertos.

—¿Dónde está el cuerpo de Cearl?

Dryston ahogó una maldición. No quería hablar de eso ahora.

—Está en paz, Sierra. Vamos, tenemos que irnos.

Ella le dejó muy claro con la mirada que no iba a moverse de allí hasta que le respondiera.

—En el fondo del estanque… Allí descansará para siempre en paz —añadió, esperando que Sierra no sugiriera darle un entierro adecuado.

Afortunadamente, ella asintió con la cabeza.

—Gracias. En el fondo era un buen hombre. Leal hasta la muerte, incapaz de ver que Aeglech lo había utilizado. Si regresaba a la fortaleza sin mí se enfrentaría a la tortura, y yo no quería que sufriera un destino semejante.

Dryston asintió, aunque no estaba del todo de acuerdo con la nobleza de Cearl.

—Vamos —dijo Sierra—. Yo me encargo de recoger esto.

Dryston desató el caballo y volvió a la cueva. Sierra salió con la bolsa colgada al hombro y agarró la espada de Dryston, que estaba apoyada en una piedra.

—Vamos, te ayudaré a subir al caballo —dijo él, pero ella no se movió—. Sierra, tenemos que…

De pronto, ella lo apuntó al cuello con la espada.

—Hay dos guardias sajones en la cresta, justo encima de nosotros —le dijo en voz baja.

—Súbete al caballo —le ordenó él en voz igualmente baja—. Haz como si estuvieras huyendo de mí. Son los mismos guardias de la horca. Es posible que no adviertan ninguna diferencia.

—Solamente son dos. Podemos ocuparnos de ellos —dijo ella mientras se subía al caballo.

—Escúchame… Tú misma has dicho que Aeglech se dirigirá hacia las ruinas del castillo. Eso es muy cerca de donde Torin va a encontrarse con el general Ambrosio. Si mi hermano no se entera del cambio de planes los hombres de Aeglech se le echaran encima por sorpresa. Es crucial que llegues al campamento lo más rápido que puedas y alertes a Torin. ¿Lo harás por mí?

—No quiero abandonarte.

—Ni yo quiero que te marches sola, pero tienes que hacerlo. Sigue el arroyo hasta el pie de la montaña y no te detengas ante nada. Yo despistaré a los sajones.

—Entonces quédate con mi cuchillo —le dijo ella, y Dryston se lo quitó discretamente del muslo.

—Prométeme que no volverás por mí, pase lo que pase. En cuanto llegues al campamento, dile a Torin que mande a sus hombres a las cascadas del valle. Él sabe dónde lo estaré esperando.

—Ten cuidado —puso un pie en el pecho de Dryston y lo empujó hacia atrás como si se lo estuviera quitando de encima.

—¡Perra sajona! —gritó él.

Los guardias giraron sus monturas hacia el sendero que descendía por el barranco. Dryston sonrió y echó a correr como un conejo perseguido por los lobos.