Epílogo: la historia continúa.

La muerte de Alberto Rabadá y de Ernesto Navarro en 1963 paralizó durante unos años la escalada de alto nivel en Aragón. Después de una década prodigiosa, en la que los escaladores de Zaragoza habían estado a la vanguardia del panorama nacional, el ímpetu se sosegaba. Habían caído sus dos mejores escaladores, pero con ellos también había caído el reto y la ilusión de la búsqueda de la mayor dificultad.

Sólo años después Ursicino Abajo y Jesús Ibarzo retomaron el estilo audaz legado por la cordada. Realizaron la primera repetición del espolón sureste del Mallo Firé y escalaron la directísima soñada de Alberto Rabadá en la cara sur del Mallo Pisón, la cual bautizaron como Carnavalada, en un intento de atraer de nuevo la atención del país hacia la escalada aragonesa. En 1967 realizaron la primera ascensión de la cara norte del Pitón Carré y escalaron la ruta soñada del Naranjo de Bulnes.

Placa de Riglos en memoria de Alberto Rabadá y Ernesto Navarro; al fondo el Mallo Firé.

Ursi Abajo tras escalar el Mallo Firé en 1966. Realizó la segunda absoluta de la ruta Félix Méndez.

Ursicino Abajo se convirtió en el embajador del legado y, después de su etapa con Ibarzo, escaló grandes rutas, que renovaron la escalada pirenaica. El diedro central de Peña Telera o la cara norte de la Pala de Ip son algunas de ellas. Todavía hoy en día Ursi pasa gran parte de su tiempo en la montaña, como guarda del refugio de Respomuso, bajo la cara sur del pico Balaitús, o realizando escaladas en Riglos con viejos amigos. El resto de escaladores del GEMA continuaron disfrutando de la montaña. Rafael Montaner se hizo cargo del negocio Mueble Tapizado Edil, renombrado en honor del compañero fallecido, y lo proyectó al mercado nacional. Gabriel y Enrique Navarro continuaron con el taller de ebanistería que había fundado Ernesto. Gregorio Villarig se accidentó en el Vignemale y, con las dos piernas fracturadas, comenzó a pintar para entretener el tedio de su recuperación; hoy en día es un pintor reconocido y sigue realizando primeras ascensiones. Cintero escala cada año el Puro de Riglos, aunque ya sobrepasa los setenta años. Julián Vicente esquía cada invierno en los Alpes y pasa los veranos en el mar, entretenido con las labores de capitán de barco. Pepe Díaz continúa protegiendo los intereses de la montaña en Aragón y se reparte entre Zaragoza y Formigal. José Antonio Bescós es un habitual de las sendas pirenaicas, y todos ellos se dejan caer algún que otro jueves por la sede de Montañeros de Aragón para tomar un vino y preparar nuevas aventuras.

Para muchos, la muerte de Rabadá y Navarro fue un acontecimiento anunciado. Nunca se había visto a una cordada con tal interés por trascender lo establecido, y esta persecución continua de lo imposible les había llevado directamente a la tumba. Quizás si hubiesen llegado a la cumbre del Eiger, después de alcanzar el mayor logro nunca conseguido por un alpinista español, su furor de conquista hubiese menguado. No lo creo así. Dentro de los planes de Alberto Rabadá estaba una ruta directa en la cara este del Fitz Roy y luego vendrían más montañas. A veces la escalada, el alpinismo, nos traslada a la más increíble libertad y otras nos conduce a un angosto túnel bajo la sombra continua del reto.

Alberto y Ernesto fueron los mejores de una época. Su manera de hacer montaña los llevó a encontrar lo que buscaban: mirarse cara a cara con el mayor compromiso. Admirable y terca tenacidad la suya.

Sus rutas han quedado para la posteridad y raro es el fin de semana en que una cordada no repite el espolón sureste del Mallo Firé, el Espolón del Gallinero o la cara oeste del Naranjo. Toda una generación de escaladores se ha forjado bajo su estigma y las venideras también se medirán con sus rutas. Su filosofía sigue inspirando al gran alpinismo, esta actividad aún incomprensible, de la máxima dificultad y el máximo compromiso.

Rabadá y Navarro.