13 de agosto de 1963

La mañana del martes 13 de agosto, un claro entre las nubes permitió a los alpinistas apostados en la terraza del hotel ver a los aragoneses. Toni Hiebeler, un veterano de la Eigerwand, los observaba absorto mientras Alberto y Ernesto continuaban la escalada al comienzo de la Rampa. Escalaban muy lentamente y les había tomado toda la mañana atravesar el Tercer Nevero.

Alberto Rabadá.

Alberto y Ernesto habían alcanzado el Vivac de la Muerte con las primeras luces del amanecer. Allí esperaron sobre una repisa hasta que un indicio de mejoría en el tiempo les llevó a proseguir por los primeros largos de la Rampa, desde donde sabían que el descenso era ya muy complicado. La retirada ya no era una opción.

Los alpinistas en Bellevue se turnaban los prismáticos. Nadie daba crédito a la osadía de los aragoneses. En vez de aprovechar la ligera mejoría para descender, lo hacían para continuar con una lentitud pasmosa. Luis defendía la experiencia de sus compañeros, pero en el fondo sabía que la tenacidad de Alberto y Ernesto era mucho más ambiciosa que su técnica como alpinistas.

Escalada en las primeras dificultades de la vía.

A las cuatro de la tarde llegaron a la Chimenea de la Cascada. Rabadá, con anorak azul, progresaba en la cabeza de cordada y Ernesto aseguraba abrigado con un anorak rojo. Los colores difuminados por la nevada son para Alcalde las únicas referencias de sus compañeros. La lentitud de la cordada se había vuelto alarmante y los guías de Grindelwald comenzaron a pensar en un rescate. A las 19 horas, Rabadá y Navarro terminaron el último largo de la Chimenea de la Cascada, donde existe un pequeño lugar de vivac, pero, dado que éste se hallaba tapado por la nieve, Alberto continuó escalando sin verlo. Estaba agotado, toda su ropa estaba empapada y respiraba profundamente. El sonido de sus crampones contra el hielo era lo único que rompía el silencio de la nieve al caer.

Ernesto Navarro.

Un ritmo seco, acompañado de los jadeos de su respiración. Luis observaba con los potentes prismáticos cómo su compañero colocaba tres pitones en la roca trabajosamente. A cada martillazo sus pies resbalaban. Luis bajó los prismáticos, sabía que estaba presenciando el inicio del fin.

A las ocho y media de la tarde los escaladores se habían instalado en una precaria repisa en la base de la Chimenea de la Cascada, hasta donde habían descendido buscando una plataforma. Perdían así la progresión de casi medio día de trabajo. Alberto y Ernesto compartieron un poco de embutido con las manos heladas y temblorosas, pero apenas podían comer. Sus labios hinchados y agrietados sólo se consolaban con un poco de agua.

Luis Alcalde, muy desmoralizado, llamó esa misma noche a Eduardo Blanchard, presidente del Montañeros de Aragón, de Zaragoza, y comenzaron las gestiones para la realización de un rescate.

Travesia del Primer Nevero.