La revista Peñalara

Durante los años cincuenta las publicaciones de montaña eran escasas en nuestro país. Algunas asociaciones de excursionistas redactaban boletines con sus actividades más representativas y las noticias de la organización. Es el caso de la revista de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara de Madrid, el boletín del club Montañeros de Aragón de Zaragoza, la revista Montaña, del Centre Excursionista de Catalunya o la Pyrenaica, de la Federación Vasca de Alpinismo.

Las tiradas eran escasas y los números corrían rápidamente de mano en mano hasta acabar en lugares remotos. El viaje de una revista que desde Madrid acabó en las manos de Alberto Rabadá fue el germen de la primera ascensión de la cara oeste del Naranjo de Bulnes.

Una tarde a principios de 1961 Alberto Rabadá había llegado a su casa de la calle San Ildefonso cansado de las burocracias del trabajo. Las letras llegaban sin cesar al taller de tapicería y Alberto ya no sabía cómo quitárselas de encima. La escalada era su única motivación y aspectos tan prácticos como los monetarios escapaban a sus entendederas. Se tumbó en la cama y cogió el último número de la revista Peñalara, el relativo al tercer trimestre de 1960. Se lo había enviado su amigo Félix Méndez, presidente de la Federación Española de Montañismo.

Pasó las hojas rápidamente sin encontrar nada que atrajese su atención. Varios artículos de excursionismo, algunas noticias relacionadas con efemérides de la sociedad montañera Peñalara, hasta que en la página 82 encontró un artículo titulado: «Una primera directísima en el Naranjo de Bulnes (Sueño de una noche de verano)». Alberto se puso nervioso y pensó que alguien le había quitado su objetivo de escalar una primera en esta gran pared, la más larga y codiciada de España.

Imagen que ilustraba el «Sueño de una noche de verano» en la revista Peñalara.

Los primeros planes para acometer la escalada se fraguaron alrededor de la hoguera bajo los Mallos de Riglos en el año 1959. Iluminado por el tenue resplandor de las llamas, un escalador catalán charlaba apasionadamente con un aragonés. La conversación discurría sobre una pared de los Picos de Europa. Los escaladores eran Domingo Arenas y Alberto Rabadá.

Continuando la planificación ese mismo año, Rabadá se acercó hasta las paredes de Montserrat junto con Rafael Montaner para escalar con Mingo Arenas y con Joan Cerdá la cara norte del Cavall Bernat. Finalmente, el plan se vino abajo cuando Domingo Arenas, el posible compañero para una primera en la oeste del Naranjo, se electrocutó en un accidente de trabajo.

Igual que el Firé y el Gallinero, la oeste del Naranjo se había convertido en obsesión en la mente de Rabadá. Repasaba continuamente las escasas imágenes que había encontrado de la pared y releía una y otra vez cualquier referencia que llegara a sus manos. Por eso, cuando vio el artículo de Peñalara y pensó que alguien había escalado la pared, se llevó una gran decepción, bajó la vista y luego continuó la lectura con esfuerzo, mientras comprendía que unos madrileños habían escalado su ruta.

La narración no entraba en detalles técnicos, Alberto buscó por todo el texto las dificultades que él imaginaba abominables, hasta que llegó al último párrafo: «¿Pero qué ha sucedido? Ha sido el primero de cuerda cayendo sobre mí… ¡No! […] ¿Pero ha sido todo nada más que esto? De modo que ni clavijas de expansión, ni estribos, ni techos, ni vivaque… Pero ¡qué bello sueño!, ¡qué bien se sueña al pie del Naranjo de Bulnes…!». La pared todavía se encontraba virgen; Alberto suspiró aliviado, y desde aquella tarde de 1961 la ruta de la cara oeste del Naranjo pasó a ser la ruta soñada.

Ante el Naranjo de Bulnes. Picos de Europa.