10 de agosto de 1963
A media mañana los tres aragoneses salieron a dar un paseo por los pastizales de Alpiglen. La decisión de abandonar la ascensión había sido tomada y Alberto propuso viajar a París y aprovechar los días restantes visitando la ciudad. Desde el lugar donde, tumbados en un prado evaluaban sus posibilidades, se podía ver perfectamente la Eigerwand. El día era tan claro y limpio que hasta la pared maldita parecía dotada de un cierto aire bondadoso. Varias cordadas estaban comenzando los primeros largos y una ya se encontraba cerca de la Fisura Difícil.
De regreso a Kleine Scheidegg, los tres montañeros se encontraron con un paisano de Zaragoza y tal fue su alegría que decidieron celebrarlo en la discoteca del hotel. A las once de la noche se despidieron de su paisano y regresaron hacia el campamento. De camino tomaron la determinación de intentar otra vez la escalada. Sería su última apuesta.
Campamento aragonés sobre los hoteles de Kleine Scheidegg.