23
—Bloqueo con la palma de la mano.
Lundy hizo una pausa para sonarse la nariz. Era última hora de la tarde, y el sol asomaba de forma intermitente por detrás de unas nubes oscuras. El inspector iba en el asiento del pasajero de mi coche, todavía un poco grogui después de la endoscopia. Lo había llamado para informarle de los nuevos hallazgos, olvidando que me había dicho que tenía hora para someterse a la prueba ese día. Empecé a explicarle en líneas generales lo que había descubierto cuando me interrumpió, excusándose, y me dijo que todavía estaba en el hospital y que no podía hablar libremente. Me explicó que le habían administrado un sedante y le habían aconsejado que no condujera el resto del día. Su esposa, que se suponía que iba a pasar a recogerlo, se había retrasado al ir a buscar a su nieta a una actividad extraescolar.
El hospital estaba cerca de la morgue, y yo ya había hecho todo lo que tenía que hacer. Ya había aclarado los huesos de la víctima del alambre de espino y los había puesto a secar. Había echado un vistazo preliminar a los más significativos, especialmente a aquellos con fracturas o daños, pero había decidido no continuar con el montaje hasta la mañana. La falta de sueño y los sucesos de la noche anterior empezaban a afectarme. Era mejor dejarlo hasta que hubiera descansado que pasar por alto algo importante por falta de concentración.
Así que le dije a Lundy que lo llevaría a casa. Me alegraba de tener compañía, y también porque así me distraería un poco. No había tenido noticias de Rachel. Había intentado llamarla otra vez, pero seguía sin responder al teléfono. Yo no quería atosigarla, sabiendo que ya tendría bastante con las consecuencias del asesinato de Stacey Coker. Aun así, su silencio me tenía en vilo.
Lundy parecía cansado cuando lo recogí en la entrada del hospital. Cuando le pregunté cómo le había ido, su respuesta se limitó a un escueto «Ah, bien», como quien no quiere hablar sobre el tema. En lugar de eso, me había preguntado si había descubierto algo más sobre los restos.
Advertí cierta mejoría en su estado de ánimo cuando le hablé sobre el vómer, y me explicó que solo un golpe muy preciso o muy afortunado podría haber causado una lesión como esa.
—¿Un bloqueo con la palma de la mano? —pregunté.
—Es la clase de técnica que aprendes si te enseñan el combate cuerpo a cuerpo o artes marciales. En vez de romperte los dedos golpeando a alguien, le clavas la palma de la mano en la cara. —Levantó la mano a modo de demostración: la palma de la mano abierta hacia fuera y los dedos doblados hacia atrás en forma como de garra—. Desagradable, pero si quieres evitar que alguien se pase de la raya, surte efecto. Un exparamilitar me lo enseñó cuando estaba en las fuerzas de reserva, junto con algunos otros trucos sucios.
—¿Estuvo en las fuerzas de reserva?
Rio entre dientes.
—Hacía muchas barbaridades en aquella época. Tome la tercera salida en la rotonda.
Lundy me había asegurado que no necesitaría el GPS. No vivía lejos, pero había mucho tráfico.
—Entonces ¿un golpe con la palma de la mano podría causar una lesión como esa? —pregunté después de atravesar la rotonda.
—Teóricamente, pero yo nunca he presenciado una lesión semejante. ¿Está seguro de que alguien no le dio con un palo o algo así?
No podía afirmar con certeza con qué se había golpeado la víctima, pero dudaba que fuera un arma. Aunque los daños en la parte inferior de la cara me impedían asegurarlo con rotundidad, lo más probable era que cualquier objeto de bordes duros como un ladrillo o un martillo habría dejado depresiones en las fracturas con su forma.
—No lo creo.
—En ese caso, si hablamos de las manos, un bloqueo con la palma parece lo más probable —señaló Lundy—. Pero tendría que golpear a alguien con mucha fuerza y en el ángulo exacto para conseguir ese efecto. Por lo general, lo más habitual es acabar con la nariz ensangrentada o los dientes rotos.
—Esto hizo algo más que romperle los dientes. Todo apunta a que el maxilar superior, justo debajo de la nariz, se hundió —le expliqué disminuyendo la velocidad cuando un camión se cambió a mi carril sin señalizar la maniobra con el intermitente—. Falta una gran cantidad de hueso, y lo que queda parece más poroso de lo que debería.
—¿Poroso?
—Estaba lleno de pequeños agujeros, como una esponja. Podría ser un defecto óseo genético, o tal vez había tenido algún tipo de infección. En cualquier caso, algo debilitó suficientemente la estructura, como un bloqueo con la palma de la mano, si es eso lo que fue, como para romperlo y lanzar el vómer hacia el cerebro.
Lundy asintió con aire pensativo.
—Entonces ¿podemos contemplarla como posible causa de la muerte?
Había discutido eso con Frears, sin llegar a ninguna conclusión.
—Es difícil decirlo. No pudo sobrevivir a esa lesión, pero no significa que fuera eso lo que lo mató. Si estoy en lo cierto sobre las fracturas, la caída habría sido fatal por sí misma. Mi suposición es que el golpe en la cara fue primero, seguido de la caída, porque no tendría sentido golpear a alguien tras producirse esa clase de lesiones. Pero no puedo establecer cuánto tiempo pasó entre ambas acciones.
—Al menos eso significa que estaba muerto o inconsciente antes de que alguien le triturara media cara —dijo Lundy con una mueca—. Aun así, puedo ver la lógica que hay detrás: matas a alguien en una pelea, por accidente o como sea, así que camuflas la prueba detrás de otras lesiones. Intentas hacer que la muerte tenga la apariencia de un accidente de navegación y destruyes cualquier rasgo que posibilite la identificación de la víctima, matando dos pájaros de un tiro. Luego, enredas el cuerpo en alambre de espino y lo hundes en una parte profunda de las Backwaters con la esperanza de que parezca un accidente.
—Pero eso no podía funcionar —dije—. No en cuanto un forense competente examinase el cuerpo.
—No, pero al menos lo intentaron. Ahora, la siguiente a la izquierda.
Seguí sus indicaciones. Nos adentramos en una zona residencial, una agradable sucesión de casas adosadas con cerezos que flanqueaban los jardines delanteros. Las flores rosadas daban a la calle una apariencia festiva, como si fuera el escenario de una boda.
Lundy estaba acariciándose el bigote, una señal cuyo significado —ya lo había reconocido a aquellas alturas— era que estaba pensando.
—¿Qué más ha podido averiguar?
—No mucho. Era un hombre alto, metro ochenta y cuatro u ochenta y cinco, y de entre treinta y cuarenta años. Pero eso es todo lo que puedo decir por ahora.
—¿Alguna idea de cuánto tiempo llevaba el cuerpo en el agua?
—Probablemente varios meses, pero sin saber si fue a la deriva o si estuvo sumergido en el alambre de espino todo el tiempo, no es más que una suposición.
—Pero pongamos por caso que permaneciera sumergido en el alambre de espino. ¿Cuánto tiempo diría entonces?
Pensé unos instantes antes de responder.
—Teniendo en cuenta que ha sido un invierno y luego una primavera fríos, entre seis y ocho meses.
Lundy asintió.
—Emma Derby desapareció hace poco más de siete meses.
No se me escapaba ese hecho.
—¿Ha habido suerte con la localización de su exnovio? —pregunté sabiendo adónde conducía aquello.
—Aún no. He puesto a alguien a cargo de la investigación, pero he tenido que irme a que me metieran ese puñetero tubo por la garganta. Ni siquiera he podido ver la fotografía de la motocicleta de la que me habló.
—Pero considera la posibilidad de que Villiers pudiera haber matado a Mark Chapel y a Emma Derby.
—Creo que, ciertamente, los astros parecen alinearse en ese sentido. Es evidente que, si Chapel está vivo, volveremos a la casilla número uno. Pero añadir al antiguo novio de Emma Derby podría explicar algunas cosas. No creo que Villiers sea de los que reaccionan bien ante un rival, así que ahí mismo tiene un móvil potencial para el asesinato. Y un bloqueo con la palma de la mano es justo la clase de técnica que pudo haber aprendido durante su paso por el ejército. No hace falta que te guste jugar a los soldados para recordar lo que te han enseñado.
Señaló una casa al otro lado de la carretera.
—Esa es nuestra casa. Puede parar en la entrada.
Me acerqué a la acera. Con el intermitente encendido, dejé el motor en marcha, listo para volver a salir. El aroma a la flor del cerezo y a hierba mojada penetró en el coche cuando Lundy abrió la puerta, aunque no se bajó todavía.
—Gracias por traerme. ¿Quiere entrar a tomar una taza de té? Mi mujer aún no ha vuelto, así que puedo abrir mi alijo de galletas sin que me griten.
—No, pero se lo agradezco. Será mejor que me vaya.
No quería entrometerme en la vida hogareña del policía, y pensé que su esposa querría que le hablase de su visita al hospital cuando llegara a casa. Sin embargo, Lundy se quedó donde estaba.
—Lo cierto es que preferiría que entrase. —Su mirada de ojos azules parecía sincera detrás de los cristales de las gafas—. Hay algo más de lo que quisiera hablarle.
La casa no era lo que esperaba. Era una vivienda adosada de la posguerra que había sido renovada y ampliada. El jardín delantero se había convertido en un patio de estilo mediterráneo, mientras que el interior era luminoso y moderno, con muebles cómodos pero contemporáneos. Me senté en una pequeña sala acristalada mientras Lundy preparaba el té en la cocina contigua. Había rechazado mi ofrecimiento de ayudarlo.
—Solo me dijeron que no podía conducir, pero todavía puedo utilizar una tetera.
No parecía tener prisa por decir lo que tuviera que decirme, así que dejé que se tomase su tiempo para hacerlo cuando lo considerase oportuno.
—¿Cómo se tomó Coker la noticia? —pregunté mientras él vertía agua hirviendo en dos tazas.
—Ya se lo puede imaginar. Anoche fui a su casa para decírselo. —Sacudió la cabeza—. No quiero ni pensar en cómo debe de sentirse hoy.
Con razón Lundy parecía cansado. Debía de estar a punto de amanecer cuando llegó a su casa.
—¿Tiene más familia?
—Un hijo en el ejército. Estaba en el extranjero, pero ahora ha vuelto a Reino Unido. Supongo que le darán un permiso después de esto.
Me alegré de que Coker tuviera a alguien; eso no lo haría más fácil, pero era mejor que estar solo.
—¿Qué hay de Edgar?
Lundy hizo una mueca y trajo el té y un paquete de galletas de chocolate.
—Es difícil entender lo que pasa por su cabeza. Tendrá que someterse a una evaluación psiquiátrica completa, pero por lo que hemos podido deducir, tenía razón en que estaba andando por la carretera. Stacey Coker debió de dar un volantazo para esquivarlo, las marcas de los neumáticos muestran que fue una maniobra repentina, y se abrió la cabeza cuando el coche volcó en el arroyo. Estamos bastante seguros de que Holloway la sacó y se la llevó a su casa, pero las cosas se vuelven un poco confusas después de eso.
—¿Confusas en qué sentido?
Se echó azúcar en el té.
—Nos planteamos la pregunta de por qué habría de rescatarla y llevarla a su casa si se disponía a matarla. Esa podría haber sido su intención desde el principio, pero no parece probable que Edgar sea capaz de ese grado de planificación. Así que se abre la hipótesis de que al principio quisiera ayudarla, confundiéndola tal vez con su propia hija desaparecida, o tal vez no. Luego, en cuanto se la llevó a su casa y vio lo indefensa que estaba, se dejó llevar por sus instintos.
—¿Es eso lo que cree?
Frunció la boca para tomar un sorbo de té caliente.
—Podría ser.
—¿Pero?
—Hay cosas que no encajan. ¿Le dijo Frears que no hay señales de que haya sufrido una agresión sexual? —Se limpió el bigote y dejó su taza—. Bueno, esa fue la sorpresa número uno. Cuando encuentras a una mujer joven que ha sido estrangulada y que está desnuda de cintura para abajo, generalmente eso significa una sola cosa. E incluso aunque Holloway no la violara, deberíamos haber encontrado alguna prueba biológica de que fue él quien la desnudó. Pero no ha sido así.
Eso me sorprendía tanto como el hecho de que no hubiese habido agresión sexual.
—¿Nada en absoluto?
—No por debajo de la cintura. Había pelos de Edgar en su suéter, y sus huellas dactilares estaban en el reloj de ella, probablemente por haberla sacado del coche o de cuando se la llevó después. Pero eso es todo. A pesar de que los vaqueros habían sido desabrochados y no arrancados, no había ninguna huella en el cierre o en la cremallera. Y la cadena de oro que llevaba en la garganta fue enrollada y retorcida cuando la estrangularon, pero ni siquiera había una huella dactilar parcial en ella.
—Podría haber usado guantes —dije, aunque dudaba que Edgar hubiera pensado en cubrir sus huellas.
—Los únicos guantes que hemos encontrado estaban en sus bolsillos, y eran un par de manoplas mugrientas y cubiertos de excrementos de ave. Si él los hubiera usado, habría rastros por todas partes.
Una sensación desagradable empezaba a apoderarse de mi estómago.
—Entonces ¿cómo lo explica?
—No encuentro explicación. Aún no. Y luego está el hematoma en la garganta. ¿Ha visto el tamaño de las manos de Holloway? Son huesudas, pero grandes. Como palas. —Lundy levantó su propia mano, que era gruesa y rechoncha—. Sus dedos son la mitad de largos que los míos, pero los moretones que hemos encontrado no encajan en absoluto con una palma de esas dimensiones. Sí, admito que esa clase de detalles están abiertos a interpretaciones, tal vez encogió las manos o algo así, pero las mediciones sugieren que fue estrangulada por alguien con unas manos mucho más pequeñas que las suyas.
Alguien con guantes. La sensación en mi estómago se hizo más fuerte.
—¿Y qué iba a hacer otra persona en la casa de Edgar? ¿Y por qué matar a una adolescente herida?
—Ni idea. —Lundy cogió distraídamente una galleta del paquete y la sumergió en el té—. Pero si había alguien allí, es muy probable que no esperara encontrar a Stacey Coker. Debió de llevarse una desagradable sorpresa al verla. Y, lo que es más importante, si ella estaba, habría visto a ese alguien.
Lo pensé detenidamente, analizando esa hipótesis desde diferentes ángulos. Todos apuntaban al mismo sitio.
—¿Cree que Leo Villiers la mató? ¿Para que no se lo dijese a nadie?
Lundy se terminó la galleta y se sacudió las migas del bigote.
—¿Sinceramente? No lo sé. Parece que estamos empezando a cargarle un montón de crímenes a alguien a quien creíamos muerto hace unos días, pero si tenemos razón y todavía está vivo, entonces él es, de lejos, el sospechoso más probable. La idea de que un tercero matara a Stacey Coker para que no hablara tiene más sentido que la posibilidad de que Holloway sacara a una chica herida de un coche, se la llevara a casa y luego la estrangulara. O que le quitara la ropa sin abusar de ella ni dejar ningún rastro. Simplemente, no le veo ningún sentido.
Ni yo tampoco.
—Entonces, el hecho de que la hubiesen desnudado parcialmente…
—Una puesta en escena. —Su tono de voz era duro—. Alguien la mató y luego lo dispuso todo para conducirnos a la dirección equivocada. Lo mismo que hicieron con el cuerpo en el alambre de espino, para que diese la impresión de que lo había destrozado una embarcación.
El escenario que describía Lundy era de una verosimilitud terrible. Desnudar a Stacey Coker de cintura para abajo invitaba a pensar en un móvil sexual. Y Edgar era el perfecto chivo expiatorio. No solo había estado bajo sospecha por la desaparición de su propia hija décadas antes, sino que carecía de la capacidad para explicar e incluso comprender lo que realmente había sucedido. Supusimos que cuando Rachel y yo lo encontramos, él huía de lo que había hecho, pero el caso es que si al regresar a casa hubiese encontrado a la chica que él había rescatado muerta y medio desnuda, era muy posible que en realidad estuviera huyendo de aquella macabra escena.
Aun así, lo cierto es que había varias piezas que no encajaban. Podía creer que Leo Villiers hubiese sido capaz de fingir su propia muerte después de asesinar a Emma Derby, tal vez que incluso asesinara al ex de esta. A partir de ahí, no era descabellado suponer que también había asesinado a Stacey Coker para que no pudiera decirle a nadie que estaba vivo. Y, sin embargo, eso aún dejaba una pregunta sin respuesta.
—¿Qué hacía Leo Villiers en casa de Edgar Holloway? —pregunté.
Lundy me ofreció el paquete de galletas de chocolate y se comió otra él mismo cuando lo rechacé. Evidentemente, la garganta no le molestaba demasiado después de la endoscopia.
—Buena pregunta. En el registro de la casa, encontramos un cartucho de escopeta en el fondo de uno de los armarios. Perdigones del número 5 de aleación de bismuto y estaño, del mismo tamaño y marca que encontramos en la casa de Villiers. Parecía como si hubiera salido rodando de una caja y se hubiera quedado atascado en una grieta.
—¿Solo un cartucho?
—Solo uno. No hay huellas dactilares, ni tampoco rastro de ninguna escopeta. Pero el polvo en el armario estaba removido, como si alguien hubiese sacado algo grande de ahí recientemente. Todavía estamos registrando el resto. Aún quedan por levantar algunos tablones del suelo y apenas hemos empezado en el jardín. Sin embargo, si hubiera una escopeta, dudo que fuera de Holloway.
Pensé en la casa destartalada, con la puerta de entrada abierta y sin nada dentro, salvo las jaulas de animales enfermos y heridos.
—Así que Villiers la utilizaba como… ¿Qué? ¿Una especie de escondite o piso franco?
—Lo más probable es que la utilizara como escondite de cosas de cuya existencia no quería que nadie se enterase. No hay señales de que nadie excepto Holloway viviera allí, y tampoco nadie en su sano juicio podría soportar ese hedor. Sabe Dios cómo ha logrado el propio Holloway sobrevivir tanto tiempo como lo ha hecho. No recibía ayuda de los servicios sociales y la casa ni siquiera tenía electricidad. Había un generador de aceite, pero debe de hacer siglos desde la última vez que alguien lo encendió. ¿Y cómo se las arreglaba para comer?
—Tal vez salía a buscar comida.
Las anguilas y el marisco eran abundantes en aquella zona, y Rachel sabía que las algas y otras especies vegetales marinas crecían en las marismas. Edgar conocería las Backwaters mejor que nadie, y si había sido naturalista, sabía qué era comestible y qué no.
—Es posible, pero no podría encontrar gran cosa durante el invierno —señaló Lundy—. ¿Cómo pudo sobrevivir todo este tiempo? El médico que lo examinó dijo que padecía desnutrición, pero que no creía que hiciese mucho tiempo que la sufría. Además, encontramos latas de comida vacías desperdigadas por la casa, así que, ¿de dónde han salido?
Todavía seguía enfadado conmigo mismo por no haberme dado cuenta de que Edgar estaba desnutrido. Me había fijado en su delgadez, debería haber identificado las señales.
—¿Por qué iba Villiers a llevarle comida?
—No parece muy propio de él, lo sé, pero es poco probable que Holloway haya ido a comprar él mismo. Tal vez Villiers le llevó algunas latas para tenerlo contento mientras usaba su casa para guardar cosas como la escopeta. Si piensa en ello, es el lugar ideal: está en medio de la nada, no hay nadie que te vea entrar o salir ni nadie que viva por allí y que pueda armar un escándalo.
Eso tenía sentido. Y también explicaría por qué Villiers había ido a la casa mientras Stacey Coker estaba allí. Lundy se terminó la galleta y la regó con un trago de té.
—Por supuesto, esa teoría tiene un fallo —dijo dejando la taza—. ¿Por qué alguien como Leo Villiers iba a saber siquiera de la existencia de Holloway, y aún menos dónde vivía? Un hombre rico, con acceso a una gran cantidad de dinero y recursos, ¿qué hace merodeando en la casucha de un ermitaño? Y ya puestos, ¿por qué quedarse? ¿Por qué no ha abandonado el país o ha huido a kilómetros de distancia, donde nadie pudiera reconocerlo?
—No lo sé. ¿Por qué?
—No tengo ni puta idea. —Lundy cogió otra galleta de chocolate y la partió por la mitad—. No era una pregunta retórica, realmente no tengo ni idea. Y eso me molesta. Me lleva a pensar que estamos abordando este caso desde una dirección equivocada. ¿Conoce esos juegos de ilusiones ópticas, donde las cosas están dispuestas para que se vean de cierta manera desde un ángulo específico? Todo depende de la perspectiva, y no puedo dejar de pensar que nos equivocamos en la nuestra. Estamos viendo este asunto desde un punto de vista erróneo.
Había seguido rompiendo la galleta mientras hablaba, troceándola distraídamente en pedazos más pequeños que dejaba caer sobre el plato. Su actitud había cambiado y, de pronto, me sorprendí al sentir cierto recelo.
—¿Era esto de lo que quería hablarme? —pregunté.
Él sonrió y dejó el resto de la galleta.
—Más o menos —dijo limpiándose los dedos—. Estoy buscando más huecos en mi propia teoría, pero se me ha ocurrido pensar que el único cuerpo que todavía no hemos encontrado es el de Emma Derby. Está en el centro de todo, así que, si resulta que el cadáver que encontramos en el alambre de espino es el de su exnovio, ¿por qué no encontramos el suyo allí también?
Yo me había hecho la misma pregunta. Tenía una vaga idea de adónde podía conducir todo aquello.
—Si hubiera habido dos cadáveres, habríamos sabido de inmediato que no era un accidente de navegación. Y no estamos seguros de que el que encontramos sea el de Mark Chapel.
—Es cierto —admitió—. Pero si resulta ser él, eso va a plantear preguntas incómodas para algunas personas. Leo Villiers podría ser el principal sospechoso en este momento, pero eso no significa que no pueda haber otros. La cuestión es que si se trata del exnovio de Emma Derby, vamos a tener que volver a centrar la atención en su marido.
—Creí que había dicho que Trask tenía una coartada. ¿No lo descartaron ustedes?
—Sí, lo hicimos, y tiene coartada. Pero el hecho de que esté limpio por lo de su mujer no significa que lo esté por lo del novio. Como mínimo, habrá que volver a interrogarlo. Y probablemente también a su hijo.
Dios… Como si no hubiese suficiente tensión entre los ocupantes de Creek House…
—¿Por qué me cuenta todo esto?
Lundy me miró con reprobación por encima de las gafas.
—No soy tonto. Sé que es amigo de Rachel Derby.
—No voy a comprometer la investigación, si es eso lo que le preocupa.
—Tranquilícese, no trato de decirle nada de eso. Por suerte para usted. Tengo tiempo de sobra que dedicarle a ella. Podría haberse quedado en Australia en lugar de venir aquí para ayudar a una familia que apenas conocía; no hay mucha gente que hubiese reaccionado como ella.
—Entonces ¿qué trata de decirme? —pregunté ya menos acaloradamente.
—Una cosa es involucrarse con la familia de la víctima, y otra muy diferente es un sospechoso. No digo que Trask lo sea todavía, pero su estatus podría cambiar rápidamente si resulta que el cuerpo que hay en el depósito de cadáveres es el de Mark Chapel. —Lundy me miró por encima de las gafas—. Si eso ocurre, usted deberá afrontar un posible conflicto de intereses. Por el bien de la familia y por el suyo propio, tal vez quiera plantearse mantener un poco de distancia hasta que esto termine. Por lo menos, tendría que encontrar algún alojamiento alternativo. Hospedarse en la propiedad de un potencial sospechoso… No tengo que decirle cómo podría interpretarse eso desde fuera.
No, no era necesario que me lo dijera. A pesar de lo mucho que odiaba admitirlo, Lundy tenía razón. Sentí que estaba enfadado, pero sobre todo conmigo mismo, por no haberlo visto venir.
—Es demasiado tarde para buscar otro alojamiento esta noche, pero volveré a Londres mañana —dije con un sabor amargo en la boca.
El trayecto hasta el depósito de cadáveres sería bastante más largo, pero de todos modos no me quedaba mucho que hacer allí. No podía fingir que había una buena razón para quedarme en las Backwaters. Y ninguna relacionada con el caso.
Lundy asintió, parecía avergonzado ahora que me había aclarado la situación. Fue un alivio para los dos cuando oímos a alguien abrir la puerta de entrada.
—Parece que son ellas. —Irguió la espalda y se metió una última galleta en la boca rápidamente. Me guiñó un ojo—. No se lo diga a mi mujer.
Estaba cerrando el paquete cuando la puerta de la cocina se abrió e irrumpió un pequeño torbellino.
—Abuelo, la abuela dice que puedo…
La niña guardó silencio al verme. La cara de Lundy se había dividido en una gran sonrisa.
—¡Aquí está! ¿Cómo está mi niña?
Su nieta sonrió, pero me miró de reojo, tímida de repente. Tenía una preciosa cara de duendecilla bajo una salvaje maraña de pelo. Sonriendo aún de oreja a oreja, Lundy la levantó y le plantó un beso en la mejilla antes de sentarla sobre sus rodillas.
—Kelly, este es el doctor Hunter. Trabaja con el abuelo. ¿No vas a decir hola?
La niña apoyó la cabeza en él, mirándome por debajo de sus largas pestañas.
—Hola.
—Normalmente no suele estar tan calladita —dijo Lundy estrechándola en sus brazos. El oficial de policía había sido reemplazado por un cariñoso abuelo—. Normalmente tenemos que repartir tapones para los oídos.
—Aprovecha, aprovecha —dijo su esposa entrando con un abrigo salpicado de lluvia y varias bolsas de la compra. Era una mujer atractiva, con el pelo corto y rubio y una actitud decidida—. ¡Dios, menudo tiempecito! Hace sol un minuto y luego, de repente, se pone a llover. Y anuncian tormentas para mañana. Usted debe de ser el doctor Hunter…
Me sonrió mientras se quitaba el abrigo húmedo.
—David —dije poniéndome de pie para ayudar con las bolsas de la compra.
Lundy había hecho lo mismo, sujetando todavía a su nieta con un brazo fornido. Su mujer nos hizo una seña a ambos para que nos quedáramos donde estábamos.
—Gracias, ya puedo sola. Soy Sandra. Encantada de conocerle.
—El doctor Hunter ha venido a tomar una taza de té después de traerme del hospital —le explicó Lundy volviendo a sentarse.
—Supongo que se habrá comido todas las galletas de chocolate —dijo levantando una ceja al ver el paquete sobre la mesa.
Lundy pareció ofenderse.
—Bueno, me ha parecido grosero impedírselo.
—¿Ve lo que tengo que aguantar? —La sonrisa de su esposa no ocultó su preocupación mientras hablaba otra vez con su marido—. ¿Cómo ha ido?
—Ah, bien.
Asintió, y supe que el tema se había zanjado hasta que estuvieran solos.
—¿Se va a quedar a cenar con nosotros, David? Sería muy bienvenido —preguntó deshaciendo las bolsas.
—Gracias, pero estaba a punto de irme. —Debía dejarlos solos, y necesitaba tiempo para pensar de todos modos. Me volví hacia Lundy—. Gracias por el té. Y por las galletas.
—De nada. Pero procure no comérselas todas la próxima vez. —Se levantó gruñendo mientras dejaba a su nieta en el suelo—. A la velocidad a la que estás creciendo dentro de poco no podré cogerte en brazos. Ve a ayudar a la abuela mientras acompaño al doctor Hunter a la puerta.
—¡Ha dicho que se llamaba David!
—Es un adulto, él puede tener más de un nombre. —Lundy salió conmigo al vestíbulo. Aún parecía incómodo después de la conversación que habíamos mantenido. Hizo tintinear la calderilla que llevaba en el bolsillo—. ¿Está bien?
—Sí —contesté con un encogimiento de hombros—. No se preocupe, no habrá ningún conflicto de intereses.
—Me alegra oírlo. De todos modos, hablaré con usted mañana.
Estaba cansado y deprimido mientras conducía de regreso al cobertizo. Ya empezaba a preguntarme si había hecho lo correcto al comprometerme a volver a Londres, pero si me quedaba más tiempo en el cobertizo, eso me pondría en una posición insostenible. No podía contarle a Rachel ninguna de las novedades, y aun así ocultárselas me parecía tan mal como mentirle.
Pero no podía irme sin darle una razón. ¿O me estaba engañando a mí mismo al pensar que a ella le importaba realmente? Tenía más cosas de qué preocuparse que por un hombre al que hacía apenas unos días que conocía.
Había otra cosa más que me molestaba. Lundy había dicho que Rachel podría haberse quedado en Australia, que no tenía ninguna necesidad de venir para ayudar a los Trask. Sin embargo, ella misma me había dicho que ya estaba en el país, en la boda de una amiga, cuando su hermana desapareció. Le di vueltas a eso, pero no me gustaba a donde me llevaba.
Lundy no sabía que Rachel estaba aquí cuando su hermana desapareció.
Sabía que no tenía por qué significar nada necesariamente, que el inspector simplemente podría haberlo olvidado. O haberse confundido, porque la policía ya la habría investigado, como al resto de la familia, siguiendo el procedimiento rutinario.
¿O no había sido así?
Me estremecí cuando el repentino timbre del teléfono me sacó de mi ensimismamiento. Se me hizo un nudo en el estómago cuando vi el número de Rachel en la pantalla. Me detuve a un lado de la carretera, maniobra que me valió un furibundo bocinazo del coche que circulaba detrás de mí. La lluvia bramaba contra el parabrisas mientras miraba el teléfono, dejándolo sonar de nuevo antes de responder.
—¿Puedes hablar?
Rachel parecía ansiosa e inmediatamente olvidé todo lo demás.
—¿Qué pasa?
—Nada… No lo sé. Oye, ¿puedes venir? —Bajó la voz, como si no quisiera que nadie la oyera—. He descubierto algo.