19

Fue como si hubiese estallado una burbuja. Durante un par de segundos, nadie reaccionó, pero entonces Trask se recuperó.

—¿Quién diablos será? —dijo volviéndose hacia las escaleras.

Quienquiera que fuese, quería llamar nuestra atención. Sentí el suelo vibrar bajo mis pies mientras se sucedían los golpes. La perra comenzó a ladrar, sumándose al estrépito.

—Ya voy yo. Chisss, Cassie… —dijo Rachel mientras hacía ademán de levantarse.

Trask le hizo una seña para que se sentara otra vez, con una expresión de fastidio en el rostro.

—No, tú quédate aquí. —Tuve la impresión de que se alegraba de tener una excusa mientras corría escaleras abajo—. ¡Ya voy, ya voy!

Los golpes no cesaron. Rachel se volvió hacia Jamie.

—¿Estas bien?

Él asintió con la cabeza, pero aún no había recobrado un color normal.

—Sí.

—Van a romper la puerta —exclamó Fay con indignación y voz asustada mientras el martilleo se hacía aún más fuerte.

—¡He dicho que ya voy, maldita sea! —llegó la voz de Trask desde el pasillo. El ruido cesó cuando abrió la puerta de entrada—. Muy bien, ¿se puede saber qué…?

—¡¿Dónde está ese hijo de puta?!

Se oyó un repentino alboroto. Me levanté de un salto cuando unos pasos pesados subieron las escaleras y entonces vi aparecer a Coker.

Había cambiado el mono de mecánico y el gorro manchados de aceite por unos vaqueros y una camisa de manga corta ajustada en los bíceps y la tripa. El fornido dueño del patio del taller mecánico para coches y barcas fue directamente hacia Jamie, con el rostro desencajado.

—¡Maldito cabrón de mierda! ¡Te lo advertí, joder!

Me puse delante de Coker con la intención de tratar de calmarlo, pero no tuve ocasión. Me apartó a un lado a la fuerza, y ya fuese por accidente o de forma deliberada, me dio con la mano en toda la cara. Un fogonazo me cegó cuando lo agarré, tratando de detenerlo. Fue como tratar de frenar a un toro. Había una masa sólida debajo de la grasa, pero en lugar de derribarme, se detuvo bruscamente. Parpadeé para tratar de recobrar la vista, y vi que Rachel tenía un brazo alrededor de Fay y, con la otra mano, sujetaba el collar de la perra, que no dejaba de ladrar. Jamie estaba de pie delante de ellas, con semblante pálido, pero con un brillo de determinación en la mirada.

Llevaba en la mano el cuchillo de pan de hoja larga.

—¿Qué vas a hacer con eso? —se burló Coker, pero no se acercó más.

Todavía le sujetaba el brazo, y percibí el olor a aceite y sudor que emanaba su cuerpo. Mientras me preguntaba qué hacer, Rachel dejó el collar del animal en la mano de Fay y avanzó hacia él.

—¿Qué demonios te pasa?

Coker parecía sorprendido por su indignación. Señaló a Jamie con la barbilla.

—¡Pregúntale a él!

Jamie parecía confuso, luego miró detrás de Coker y le cambió el gesto.

—¿Papá? ¿Estás bien?

Trask había aparecido en lo alto de la escalera, tembloroso y despeinado, pero ileso. Apretó los puños mientras asimilaba lo que veían sus ojos.

—Tienes cinco segundos para largarte de aquí antes de que llame a la policía.

Coker sacudió el brazo para zafarse de mí.

—¡Muy bien! Llámalos. ¡Diles lo que ha hecho el cabronazo de tu hijo!

—¿Y qué es lo que ha hecho?

—¡Intentó violar a Stacey!

Jamie lo miró boquiabierto y luego su rostro se puso colorado.

—¿Qué? ¡Eso es mentira!

—¡Me llamó por teléfono, aterrorizada! —replicó Coker—. ¡Me dijo que llevas semanas presionándola, que no aceptabas un no por respuesta! ¡Y cuando no quiso cambiar de idea, trataste de obligarla!

—¿Yo, forzarla? Estás de broma, es ella la que ha estado suplicándome que…

La voz de Trask fue como un latigazo.

—¡Basta!

—Pero papá…

—He dicho que ya basta. Y por el amor de Dios… ¡Suelta ese maldito cuchillo! —Se volvió hacia Coker—. ¿Y cuándo ha ocurrido eso supuestamente?

—¡Nada de «supuestamente»! Fue después de que ella saliera del trabajo esta tarde —escupió Coker—. Stacey me llamó llorando. Me hizo prometer que no se lo diría a la policía, ¡no quería meter en líos a ese cabrón!

Jamie levantó los brazos.

—¡Oh, venga ya! ¡Vino aquí a insistirme para que vaya a una fiesta de mierda mañana, y cuando le dije que no, me dio una bofetada y se fue! ¡Solo está armando follón!

—¡Debería haberte arrancado las pelotas en lugar de darte una bofetada! —Coker tenía los puños apretados, pero logró contenerse—. Es imposible que Stacey volviera a venir aquí, ¡sabe muy bien que no debe hacerlo! ¡Tú la llamaste haciéndole creer que tenías algo importante que decirle, quedasteis en veros fuera de la ciudad y te abalanzaste sobre ella! ¡Casi le arrancaste la camiseta!

—Papá, ¡todo eso es mentira!

—Jamie ha estado en casa todo el día —dijo Trask fríamente—. No puedo saber dónde ha estado tu hija, pero sí puedo decirte que Jamie no ha ido a ninguna parte.

—¿Y tú cómo lo sabes? Has estado vigilándolo todo el tiempo, ¿verdad? —se mofó Coker—. ¡Ya lo defendiste antes y vuelves a defenderlo ahora!

Aquello no era asunto mío, pero no podía callarme cuando yo sabía algo que ellos no sabían.

—¿A qué hora fue eso? —pregunté.

Coker me lanzó una mirada asesina.

—¿Qué coño tiene esto que ver con usted?

—Un Ford Fiesta blanco con rayas de carreras estuvo a punto de atropellarme hace una hora en la puerta del cobertizo —expliqué—. Venía de esta dirección y volvía a la ciudad.

Coker trató de articular algo con la boca mientras procesaba la información.

—¡Y una mierda! ¡A Stacey no se le ocurriría venir aquí ni muerta!

Vacilé y luego decidí que era mejor decírselo.

—También estuvo aquí el fin de semana. La vi cuando esperaba a que me reparasen el coche.

Si él hubiera aceptado el trabajo, podría haberla visto él mismo, pero sabía que era mejor no mencionarlo. Trask miró a su hijo con expresión de furia.

—¿Stacey ha estado aquí?

Coker no le dio a Jamie oportunidad de responder. Ahora había canalizado toda su ira hacia mí.

—¡Está mintiendo! ¡Los está encubriendo!

—Oh, por el amor de Dios, ¿por qué iba a importarle tanto esto a un maldito forastero como para inventarse una cosa así? —exclamó Trask—. ¿Y por qué no demuestras un poco de consideración por mi hija? Ha salido del hospital esta mañana, ¿y ahora te presentas en mi casa profiriendo amenazas?

No creía que Coker hubiera advertido la presencia de Fay hasta ese momento. Un gesto de incertidumbre se apoderó de su rostro mientras miraba a la niña asustada que se acurrucaba detrás de Rachel, y vi cómo se fijaba en los apósitos en sus delgados brazos.

Pero aún no estaba listo para dar marcha atrás. Se enfrentó a Jamie de nuevo.

—Stacey no se inventaría una cosa así. ¡Sé que le has hecho algo, maldito cabrón!

Eso provocó una risa amarga.

—Ah, sí, claro, porque como ella es tan…

—¡Jamie! —Trask miró a su hijo y luego se volvió hacia Coker—. Ya has dicho lo que tenías que decir. Ahora vete o llamaré a la policía.

Hasta unos segundos antes, Coker parecía acorralado; ahora había recobrado la ira. Dirigió un dedo grueso y amenazador hacia Jamie.

—Como te acerques otra vez a mi hija, te mato.

Me apartó de un empujón y se fue por las escaleras. Al cabo de un momento, se oyó el portazo de la puerta principal. Durante unos segundos, nadie se movió ni habló, luego Trask se volvió hacia su hijo.

—¿Qué has hecho?

—¡Yo no he hecho nada! ¡Ya sabes cómo es Stacey!

—Sí, lo sé, y te estoy preguntando qué has hecho para que le haya dicho algo así a su padre. ¿Qué le dijiste?

—Nada, yo solo… —Pareció derrumbarse—. La llamé cerda de mierda y le dije que se fuera al carajo y se olvidase de mí, ¿vale? ¡No me dejaba en paz! A ver, ¿por qué no puede captar una indirecta y…?

—A mi estudio.

—Papá, te juro que…

—Ahora.

Jamie dejó caer los hombros mientras seguía a su padre escaleras abajo. Cuando pasó junto a la mesa, soltó bruscamente el cuchillo que llevaba en la mano.

El cuchillo repicó contra la madera y giró sobre su eje dibujando lentos círculos hasta detenerse por completo.


Rachel me acompañó al coche. Esta vez ni siquiera intentó convencerme de que me quedara. Fingimos no oír las voces que venían del estudio de Trask mientras me guardaba algo de comida en una fiambrera para que me la llevara. Al verla trasladar su estofado a un plato, sentí lástima por ella, obligada por las circunstancias y la conciencia a quedarse con una familia cuya única conexión con ella era a través de una tragedia compartida. Me preguntaba si se habría quedado tanto tiempo si la relación con su hermana hubiera sido más estrecha, o era el sentimiento de culpa por su último enfrentamiento lo que a había retenido allí.

La noche se había vuelto fría, y el aire era húmedo y olía a pantano.

—¿Qué tal tu nariz? —me preguntó mientras caminábamos por el sendero entre los árboles.

Me la palpé para comprobarlo. Aún me dolía allí donde Coker me había alcanzado con la mano, pero no me sangraba.

—Sobreviviré.

—Me alegro de oírlo. —Su sonrisa se desvaneció—. No ha sido una velada relajante precisamente, ¿verdad?

—Ha sido diferente.

Soltó una carcajada.

—Parece que seguimos arrastrándote hacia nuestros problemas, ¿verdad? ¿Recuerdas cuando te dije que Jamie y Stacey habían tenido una historia? Bueno, pues fue un poco más complicado que eso.

Yo ya lo había adivinado.

—¿Se quedó embarazada?

Rachel asintió.

—Fue antes de que yo llegara. Jamie había roto con ella, cosa que ya era bastante mala para Coker. Entonces Stacey anunció que estaba embarazada y aseguró que era de Jamie. Podría haber sido verdad, pero… ella es mayor que él, así que digamos que él no era el único candidato. El caso es que Coker se volvió loco y echó la culpa a Jamie de todo. Hubo una pelea de órdago y, conociendo a Emma, estoy segura de que no contribuyó precisamente a calmar las cosas. Al final Stacey tuvo un aborto, pero el asunto dejó mucha amargura y malos sentimientos. Como ya habrás tenido oportunidad de observar.

—¿Qué crees que hará Stacey ahora?

—Con un poco de suerte, espero que se le pase. Me alegra que la vieras, porque si no, habría sido su palabra contra la de Jamie… —Rachel dejó la frase en suspenso, luego se encogió de hombros—. De todos modos, no todo es culpa de Stacey. Jamie no debería haber dicho lo que dijo. «Cerda» era uno de los insultos favoritos de Emma, así que no es difícil adivinar de dónde sacó eso. Dios, qué noche…

—Lo siento si por traer esa botella de vino he hecho que las cosas sean aún más incómodas —dije.

—¿Te refieres a Andrew? —Se encogió de hombros—. Normalmente no causa ningún problema. Como ya te dije, no es un alcohólico ni nada por el estilo. Empezó a beber más de la cuenta después de que Emma desapareciera, y lo dejó cuando vio que las cosas se le estaban yendo un poco de las manos.

—¿Como cuando fue a enfrentarse con Leo Villiers a su casa, quieres decir?

—Eso no ayudó, desde luego. Y ya has visto cómo se pueden poner él y Jamie. Son muy parecidos, así que suelen chocar de todos modos. Es peor si Andrew ha estado bebiendo.

Salimos del bosquecillo y nos detuvimos junto a mi coche. Rachel miró hacia la casa, un rectángulo oscuro con ventanas amarillas que asomaban a través de los árboles.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—¿Yo? —Se encogió de hombros—. Sí, estoy bien.

No lo parecía. La tensión se había estado apoderando de mí y hablé sin pensar.

—Escucha, si no haces nada mañana por la noche, ¿te apetecería salir a cenar? ¿O ir a tomar una copa o algo parecido?

Parecía sorprendida y sentí que se me formaba un nudo en el estómago. «¿De dónde ha venido eso?». Hacía menos de una hora me arrepentía de haber aceptado la invitación de Trask y ahora estaba invitando a salir a Rachel. Si pudiera haberme tragado las palabras, lo habría hecho.

Entonces sonrió.

—Sí, me gustaría. Lo que pasa es que no hay muchos sitios para salir por aquí, que digamos.

—Está bien. De todos modos, ha sido una mala idea.

—No, me encantaría. Simplemente significa que tendremos que conducir varios kilómetros. —Vaciló un instante—. Si quieres, podría cocinar algo en el cobertizo…

—Mmm… Sí, claro, si estás segura…

—Estupendo. ¿Qué tal a las siete?

Dije que a las siete me iba bien.

En el camino de vuelta al cobertizo, oscilaba entre la euforia y la aprensión. Me dije a mí mismo que no debía sacar conclusiones precipitadas, que seguramente Rachel se alegraba de tener la oportunidad de escapar de Creek House por una noche. Aun así, sabía que, al involucrarme aún más en los problemas de la familia Trask, podía estar complicando las cosas.

No me importaba. Independientemente de las circunstancias, no recordaba haberme sentido así desde…

Bueno. Desde hacía mucho tiempo.

Desde que Kara murió, solo había tenido una relación seria. Era médico de cabecera en aquella época, y la relación no había sobrevivido a mi transición de trabajar con los vivos a pasar a hacerlo con los muertos. Pero eso significaba que hacía tiempo que había resuelto cualquier sentimiento de culpabilidad por salir con alguien. Me alegraba de eso, aunque no por ello sentía menos nervios. Sonreí tristemente mientras trataba de poner freno a mi ilusión. Después de todo, solo era una cena. «No te emociones tanto», me dije.

De vuelta en el cobertizo, encendí la calefacción para contrarrestar el frío de la noche y llevé la cazuela aún caliente a la mesa. Con el suave zumbido de la bomba de calor de fondo, encendí el ordenador portátil y comí mientras abría los archivos que Lundy me había enviado por correo electrónico. Además del informe de la autopsia sobre los restos hallados en el alambre de espino, el inspector también había enviado una fotografía de la escopeta de encargo que había desaparecido junto con Leo Villiers. No me gustaban las armas y nunca había sido aficionado al tiro como deporte, pero incluso yo tuve que admitir que era una hermosa pieza de artesanía: la Mowbry era una escopeta de dos cañones, con configuración superpuesta en lugar de yuxtapuesta. La culata era de caoba pulida, mientras que los cañones eran de un negro azul ahumado casi reluciente. La característica más destacable eran las placas laterales plateadas, con finos e intrincados grabados y con las iniciales L.V.

Leo Villiers.

Me pregunté si el hombre que yacía en el depósito de cadáveres había tenido tiempo de apreciar el valor estético del arma que lo mató.

Lundy había adjuntado una breve nota junto a la imagen: «Atención: cañón de 81 cm. Frears dice que es demasiado largo para que el cadáver hallado en el estuario lo invirtiera en vida y llegara al gatillo». Suponiendo que el disparo hubiese salido de la Mowbry de Leo Villiers, como parecía probable, eso disipaba de una vez por todas cualquier duda sobre la cuestión del suicidio…, si es que en realidad seguía existiendo tras descubrir que el cadáver no era el suyo.

Abrí el archivo que contenía el informe de la autopsia. No era el material de lectura ideal para acompañar la cena, pero mi trabajo me había curado hacía tiempo de este tipo de espantos. Aun así, por una vez me resultó difícil concentrarme. Mi cabeza seguía desviándose hacia Rachel, hasta que las palabras de la pantalla captaron al fin mi atención. Bajé el tenedor, con un trozo de pollo aún clavado en él, mientras empezaba a asimilar lo que estaba leyendo. El brazo y la pierna rotos que había detectado cuando el cuerpo estaba en el alambre de espino no eran los únicos daños que había sufrido, sino que había más lesiones. Muchas más, advertí, al tiempo que buscaba un bolígrafo y papel. Me había fijado en el arroyo en que la cabeza parecía colgar de forma inusitadamente suelta, incluso para el tiempo que los restos llevaban sumergidos. Dadas las gruesas capas de músculos y tendones, lo habitual hubiera sido que la cabeza fuera lo último en desprenderse. En ese momento vi que dos de las vértebras del cuello estaban rotas, lo cual, obviamente, era consecuencia de una fuerza extrema. Y la tibia y el peroné derechos no solo estaban rotos a la altura de la mitad de la espinilla, sino que también se habían fracturado en la rodilla. Esa misma pierna también tenía una cadera dislocada, con la cabeza esférica del fémur arrancada por completo de su cavidad.

Me golpeé la barbilla con el bolígrafo. Cabía la posibilidad de que el traumatismo múltiple pudiera deberse al impacto de un barco al chocar contra el cuerpo, lo que también explicaría las heridas de hélice en la cara. Pero tendría que haber sido un impacto muy contundente. Probablemente más de uno, pensé, teniendo en cuenta el alcance de las lesiones.

Entonces vi algo que me hizo incorporarme de golpe.

Releí el informe y luego abrí el archivo que contenía las radiografías del depósito de cadáveres. El alcance de las heridas por traumatismo agudo en los huesos faciales se hacía evidente incluso a partir de las fantasmagóricas imágenes 2D. La hélice del barco, si eso es lo que era, había infligido un daño masivo, de modo que cualquier posible reconstrucción iba a ser una tarea complicada.

Pero no fue eso lo que captó mi interés: el mundo se encogió a mi alrededor y dejó de existir fuera del resplandor de la pantalla de mi portátil a medida que ampliaba la radiografía del cráneo. Hice zoom en una zona concreta del área dañada, maldiciendo la falta de precisión de los rayos X simples. Entonces, como un patrón que surge de un rompecabezas, lo vi.

—¿Cómo llegaste hasta ahí? —murmuré olvidando el estofado a medias mientras miraba la pantalla.

Estaba demasiado nervioso e inquieto para relajarme después de eso. La cabeza aún me daba vueltas cuando me fui a la cama, pensando en Rachel y mezclando su imagen con ideas sobre el caso. Sentí por vez primera como si una rendija de luz comenzara a abrirse paso, como si las piezas empezaran a encajar en su lugar, tanto en mi vida personal como en la investigación. No debería haberme hecho ilusiones.

Stacey Coker no volvió a casa esa noche.